viernes, 14 de mayo de 2021

Paranthropus de mamá

 


Un grupo de investigación británico ha culminado unos estudios sobre fósiles de dos millones de años de antigüedad procedentes de Sudáfrica. El estudio ha permitido concluir que los machotes de “Paranthropus robustus”, que así se llamaba el homínido de aquellos momentos, llegaban a la madurez bastante tarde, a diferencia de las hembras. Y que por ello tardaban en abandonar el grupo donde habían nacido para buscar fuera de él sus hembras y formar su propio grupo familiar.


Hay que ver qué sorpresas nos trae el estudio de la Prehistoria. En nuestra ignorancia, nos pasamos la vida creyendo que hemos descubierto esto y lo de más allá, y ya estaba todo inventado. Que si ahora los chicos no pueden independizarse porque son mileuristas y los pisos están muy caros; que si se vive mejor con mamá, que te lo pone todo por delante; que si los treintañeros son unos comodones…


Pues no, la culpa no es del precio de la vivienda, ni de los sueldos bajos, ni de que los chicos sean ahora más comodones. Resulta que los hombres llevan grabados a fuego en los genes esos comportamientos. Porque hace dos millones de años las cuevas eran gratis, sólo había que llegar el primero. Y el mozuelo Paranthropus no era un comodón que esperaba a que mamá Paranthropa fuera al Carrefour a comprar el filete para el niño, sino que tenía que aportar por sí mismo su parte al frigorífico familiar. O sea, que esas excusas no valen.

Sin embargo, había una razón poderosa para este comportamiento. El nene Paranthropus tenía miedo de vivir solo. Y me refiero a miedo de verdad. Miedo a que se lo comiera un leopardo, por ejemplo. Mientras vivían en grupo los depredadores no se atrevían a atacarlos, pero en cuanto los cogían solos, no tenían escape. Así que seguía viviendo con mamá y las titas (porque papá tenía varias hembras) hasta que la necesidad de buscarse una Paranthropa propia era tan perentoria que decidía arriesgarse y abandonaba el grupo familiar. Y es que el resto de los grupos estaban por ahí desperdigados y a lo mejor había que recorrerse unas docenas de kilómetros hasta encontrar otra familia donde hubiera una Paranthropa buscando novio. Eso, suponiendo que lo consiguiera a la primera. Si daba con unos suegros un poco exigentes (¿Cuántos bisontes has cazado? ¿Sabes tallar puntas de flecha? ¿Tienes cueva propia?) tendría que seguir el peregrinaje en busca de pareja.

Uff, qué estrés. Júntese el ansia por agarrar a una Paranthropa con el miedo a que te caiga un leopardo encima desde una rama en cualquier momento, la añoranza de mamá y la necesidad de convencer al posible suegro para que te deje llevarte a su niña. Peor que sacar unas oposiciones a notarías.

Viéndolo ahí, con esa cara de bestia, parece mentira. Yo, si fuera una leoparda, saldría corriendo y me dedicaría sólo a las gacelas y los antílopes. Aunque, pensándolo bien, después de lo que me acabo de enterar sobre los antílopes, creo que también los dejaría tranquilos. Según una investigación llevada a cabo en la reserva natural de Masai Mara, en Kenia, los deseos carnales de las antílopes, que son fértiles apenas por un día, las llevan a perseguir a los machos y agotarlos. Ellos, que quieren conservar su esperma para tener posibilidad de aparearse con varias hembras, no tienen más remedio que huir. Criaturas. Y ellas se ponen de muy mala leche y se vuelven agresivas. No hago más que darle vueltas al asunto y pensando si esta conducta será extensiva a otras especies. A ver si va a resultar que la madre de Bambi no se murió en el incendio del bosque, sino a resultas de su vida loca.

Volviendo al Paranthropus, los paleontólogos encuentran así explicación a que haya tantos fósiles de varones en las cuevas en Sudáfrica, y es que los leopardos acumulaban los restos de sus víctimas en sus cuevas, en plan despensa. Todos esos pobres desgraciados eran mocitos que habían abandonado su grupo familiar e iban a la búsqueda de novia, para formar su propio grupo. Y mientras tanto eran bastante vulnerables, los pobres. Y menos mal que eran “robustus”, porque si encima hubieran sido “canijus”…

Es decir, que lo de los treintañeros actuales no es un retroceso, sino un adelanto: ya no tienen que jugarse la vida para emparejarse. Y lo que hacen sus madres actualmente no es sino lo mismo que hacían ya hace dos millones de años: cuidar del niño y mantenerlo vivo hasta que éste tuviera una o varias hembras que la releven.

Nihil novum sub sole.