Paseando a la puesta del sol entre las ruinas del Templo de los Obeliscos pensaba en que justo en esa línea del horizonte sobre el mar estaba mi casa, y en que gente que paseó también entre las mismas piedras partieron hace casi tres mil años para fundar mi ciudad.
Mostrando entradas con la etiqueta Viajes. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Viajes. Mostrar todas las entradas
lunes, 20 de abril de 2020
jueves, 14 de noviembre de 2019
Monjas budistas. Birmania
Karakorum Highway. Pkistán
Karakorum Highway es una carretera que serpentea entre cuatro grandes sistemas montañosos: Himalaya, Karakorum, Hindu Khush y Pamir. Une, a través de 1600 kilómetros, Islamabad con la ciudad china de Kashgar, conocida como “la perla de la ruta de la seda”. Tiene en territorio pakistaní 753 kilómetros por el terreno más difícil e inestable del mundo.
La estructura quebradiza de la roca, los fuertes vientos, las variaciones extremas de temperaturas (desde los 48 grados en verano en el valle del Indo hasta los 30 bajo cero en el invierno de Hunza) y la gran actividad sísmica de la región hicieron muy difícil no sólo su construcción sino también su mantenimiento.
martes, 12 de noviembre de 2019
Momentos emocionantes
Cada viaje que he hecho me ha deparado al menos, un momento emocionante. De diversos tipos: gastronómicos, artísticos, paisajísticos, etc.... Voy a repasar algunos, inéditos hasta el momento. No temáis, no voy a insistir en los ya manidos: la impresión de ver el Taj Mahal a la luz de la luna, el cosquilleo de la adrenalina al colarme disfrazada con el normativo chador en una mezquita chiíta de un Bagdad todavía en guerra con Irán. Estos de hoy son nuevos. Nuevos en el blog, no en mi vida. Van de 1.998 a 2.009. Aclaro que su ordenación no responde a preferencias ni a cronología. Todos estos momentos tienen algo en común. En todos ellos pensé que disfrutar esos momentos sola era como un pecado mortal. No estar compartiéndolos con alguien me dolía porque sabía que no volvería a tener la oportunidad como el momento merecía.
1. 2,009. Noruega. Recorro en barco el fiordo de los sueños (Sognefjord), el más largo y profundo de Noruega. Paramos a dormir en un hotel en la misma orilla del fiordo. Caso todo el mundo viaja en pareja o en familia. Yo voy sola. Cuando llego a la cabañita que me han asignado casi no puedo creer lo que veo. En la cabaña, hay cocina, con todo lujo de electrodomésticos, varios dormitorios. Me lanzo sobre la cama (enorme) del principal. Y eso no es nada. Sobre mi cabeza, en el techo, hay un lucernario. A través de los cristales noche y estrellas, miles de estrellas. Después de descansar un poco voy al edificio central, donde está el comedor para cenar. Y una nueva sorpresa. El comedor es un pentágono con paredes y techo de cristal, y una chimenea enorme en el centro. Ya en la cama, intento permanecer despierta todo el tiempo que pueda, mirando las estrellas. Y sólo puedo pensar en una cosa ¡Dios! ¿Por qué no estoy compartiendo esto con alguien?
2. 1.998. Guatemala. Recorriendo las ciudades coloniales del altiplano. Creo que fue en Antigua (fundada como Santiago de los Caballeros). El hotel es una antigua mansión colonial. Todo lo que me rodea es piedra y madera tallada. Es como retroceder al siglo XVIII. La decoración es muy cuidada. Muebles tallados, colores vivos, objetos que parecen rescatados de un viaje en el tiempo. Y limpieza, mucha limpieza. Las mesas para comer están dispuestas alrededor de la galería columnada que rodea un patio completamente lleno de plantas. Los camareros están vestidos con trajes típicos, negros con detalles de mucho colorido en tejido tradicionales. Mientras uno de ellos me sirve un almuerzo exquisito, otro saca de sus jaulas unos papagayos o aves parecidas, de plumaje rojo, turquesa., amarillo y los coloca en unos aros metálicos distribuidos entre el follaje lleno de flores. Casi a mi lado, otro hombre, con el mismo atavío, comienza a tocar suavemente la marimba. Nunca había oído ese instrumento "en directo". Toca muy suavemente, de forma que la música no molesta. Suena casi como las dulces cascadas de las fuentes de la Alhambra. Si estas se crean según el modelo persa de los "jardines del Paraíso", yo me encuentro en otro paraíso. Todo está pensado para estimular los cinco sentidos, todos al mismo tiempo. En alrededor de media hora se construye un puzzle de sensaciones insuperables. Un escenario perfecto.
3. 2.006. Bulgaria. En la zona cercana a la frontera con Grecia se encuentra La Garganta del Diablo. Las leyendas de la mitología griega tienen mucha presencia en esta zona. Se supone que esta cueva es una de las entradas al inframundo, por la que entró Orfeo para tratar de recuperar a su amada Eurídice, muerta mientas ella trataba de huir de Aristeo el mismo día de su boda con Orfeo. En el interior de esta cueva hay una cascada de 40 metros de altura que resuena con un ruido atronador. Y la cascada ni es el único lugar impresionante de esta cueva.
3. 2.006. Bulgaria. En la zona cercana a la frontera con Grecia se encuentra La Garganta del Diablo. Las leyendas de la mitología griega tienen mucha presencia en esta zona. Se supone que esta cueva es una de las entradas al inframundo, por la que entró Orfeo para tratar de recuperar a su amada Eurídice, muerta mientas ella trataba de huir de Aristeo el mismo día de su boda con Orfeo. En el interior de esta cueva hay una cascada de 40 metros de altura que resuena con un ruido atronador. Y la cascada ni es el único lugar impresionante de esta cueva.
lunes, 11 de noviembre de 2019
Carmina en la selva
En un post ya pasado relaté como, después de una tontería que podía haber terminado en tragedia, me prometí tener más cuidado y no dejarme llevar por impulsos que me podían costar un disgusto. Hoy quiero constatar, una vez más, que no tenemos remedio y caemos una y otra vez en los mismos errores. Sirva este post también para pedir disculpas a mi ángel de la guarda, al que he hecho trabajar horas extraordinarias.
Hoy veo claramente que después de aquel viaje por Egipto no dejé de correr riesgos innecesarios, sobre todo viajando por Oriente Medio. Prometo que en el momento yo no veía el peligro, porque no tengo tendencias suicidas en absoluto. Es observando en la distancia que dan los años cuando veo el peligro de muchas de aquellas situaciones. En mi descargo puedo alegar que no estaba sola, sino acompañada (y arrastrada) por un manojo de locos inconscientes como yo, que hubiéramos hecho un bonito grupo de cadáveres: treintañeros, cultos, viajeros experimentados, sofisticados y moderadamente atractivos.
Pero mi relato de hoy trata de otro viaje, un viaje que hice sola a Guatemala (1.998). Hacía ya años que deseaba ir a ese país y no tenía paciencia para esperar a que alguno de mis amigos estuviera dispuesto a acompañarme, así que lo organicé todo para una Semana Santa y me marché sola.
No voy a contar ahora mi recorrido por las preciosas ciudades coloniales, la experiencia de cruzar un lago rodeado de volcanes o lo que se siente cuando por primera vez el suelo tiembla bajo tus pies, y las personas que comparten tu mesa del desayuno, aterrorizadas, se meten debajo de la mesa, sino una excursión a un sitio arqueológico maya llamado El Ceibal, dentro del parque natural del mismo nombre.
El viaje tenía para mí varios focos de interés: las ciudades coloniales del altiplano y las ruinas mayas del Petén, la más conocida de las cuales es Tikal. Pero como estaba segura de que Tikal estaría más concurrida que EuroDisney, cuando se me planteó la posibilidad de visitar el yacimiento de El Ceibal, mucho más desconocido porque todavía está en excavación, y con muy pocos visitantes, acepté encantada.
Llegué a Santa Elena, a un aeropuerto pequeñísimo, y allí me esperaban un guía y un conductor con un todo-terreno estupendo. El guía me comentó que nuestro destino estaba a varias horas, así que era mejor salir directamente y no perder un tiempo precioso pasando antes por el hotel. Me pareció bastante lógico y salimos directamente desde el aeropuerto, por una carretera sin asfaltar, aunque en bastante buen estado. Después de dos horas, llegamos a Sayaxché, a orillas del Río de la Pasión.
Sayaxché era un villorrio a la orilla del río. Allí dejamos al coche y al conductor (un tipo bastante taciturno que no había abierto la boca en dos horas), y nos embarcamos en una barquita provista de un motor fuera-borda para remontar el río en un trayecto que duró una hora.
Desembarcamos en la orilla opuesta, completamente cubierta de vegetación hasta la misma orilla. Aquella es zona de bosque tropical húmedo (yo lo llamaría directamente selva). Ante nosotros, un estrecho sendero, algo embarrado y resbaladizo que subía en una cuesta bastante empinada a través de la selva. Después de unos 20 minutos andando, por fin llegamos al yacimiento. En todo el camino no nos habíamos cruzado con nadie, y entonces fue cuando pensé:
a) que estaba lejísimos de cualquier parte (a tres horas y media, más o menos, en coche, barco y a pie. Y con un río bastante ancho por medio);
b) que por allí no había ni un alma;
c) que nadie sabía que estaba allí, porque ni siquiera había pasado por el hotel a registrarme y a dejar mi equipaje, así que nadie podía echarme de menos, por lo menos durante unos días, si pasaba algo;
d) que yo no podía asegurar que aquella gente fuera realmente lo que decía ser;
e) que para aquella gente tan modesta, lo que yo llevaba encima (dólares, tarjetas de crédito, documentación, dos cámaras de fotos muy buenas) podían representar el sueldo de varios años.
Y entonces sentí miedo. Por primera vez en muchos años de viajes, sentí miedo.
La verdad es que el pobre muchacho que era mi guía no tenía un aspecto siniestro ni mucho menos, pero mientras me hablaba sobre las estelas mayas yo no podía dejar de montarme una película en la cabeza. Aquella visita se me hizo larguísima, y respiré aliviada cuando terminó y comenzamos a bajar el senderito hacia el río. Allí nos esperaba la lancha, y volvimos a hacer el recorrido por el Río de la Pasión (¡Madre mía, cómo suena eso!) en dirección contraria.
Mi guía sacó de su mochila nuestro almuerzo (huevos duros, unas empanadas rellenas de carne y fruta) y comimos en la lancha mientras volvíamos a Sayaxché. Ya para entonces estaba más relajada, porque me había convencido a mi misma de que si hubiera tenido intención de darme un cascamazo en la cabeza para robarme el sitio ideal hubiera sido El Ceibal, allí, en mitad de la selva y sin testigos, así que empecé a disfrutar de la excursión, de la comida, de la vista del río y de todo. El coche y el conductor estaban en el mismo sitio donde los dejamos, y emprendimos el regreso por carretera.
Cuando me dejaron en mi hotel, que era bastante lujoso y tenía una pequeña sala con dos ordenadores y acceso a Internet a disposición de los clientes, corrí a escribir un e-mail a mis amistades, con la excusa de contar mi excursión de aquel día. Pero en el fondo creo que lo que yo quería es que alguien supiera con exactitud donde estaba, y donde iba a estar al día siguiente, por si las moscas.
Hoy veo claramente que después de aquel viaje por Egipto no dejé de correr riesgos innecesarios, sobre todo viajando por Oriente Medio. Prometo que en el momento yo no veía el peligro, porque no tengo tendencias suicidas en absoluto. Es observando en la distancia que dan los años cuando veo el peligro de muchas de aquellas situaciones. En mi descargo puedo alegar que no estaba sola, sino acompañada (y arrastrada) por un manojo de locos inconscientes como yo, que hubiéramos hecho un bonito grupo de cadáveres: treintañeros, cultos, viajeros experimentados, sofisticados y moderadamente atractivos.
Pero mi relato de hoy trata de otro viaje, un viaje que hice sola a Guatemala (1.998). Hacía ya años que deseaba ir a ese país y no tenía paciencia para esperar a que alguno de mis amigos estuviera dispuesto a acompañarme, así que lo organicé todo para una Semana Santa y me marché sola.
No voy a contar ahora mi recorrido por las preciosas ciudades coloniales, la experiencia de cruzar un lago rodeado de volcanes o lo que se siente cuando por primera vez el suelo tiembla bajo tus pies, y las personas que comparten tu mesa del desayuno, aterrorizadas, se meten debajo de la mesa, sino una excursión a un sitio arqueológico maya llamado El Ceibal, dentro del parque natural del mismo nombre.
El viaje tenía para mí varios focos de interés: las ciudades coloniales del altiplano y las ruinas mayas del Petén, la más conocida de las cuales es Tikal. Pero como estaba segura de que Tikal estaría más concurrida que EuroDisney, cuando se me planteó la posibilidad de visitar el yacimiento de El Ceibal, mucho más desconocido porque todavía está en excavación, y con muy pocos visitantes, acepté encantada.
Llegué a Santa Elena, a un aeropuerto pequeñísimo, y allí me esperaban un guía y un conductor con un todo-terreno estupendo. El guía me comentó que nuestro destino estaba a varias horas, así que era mejor salir directamente y no perder un tiempo precioso pasando antes por el hotel. Me pareció bastante lógico y salimos directamente desde el aeropuerto, por una carretera sin asfaltar, aunque en bastante buen estado. Después de dos horas, llegamos a Sayaxché, a orillas del Río de la Pasión.
Sayaxché era un villorrio a la orilla del río. Allí dejamos al coche y al conductor (un tipo bastante taciturno que no había abierto la boca en dos horas), y nos embarcamos en una barquita provista de un motor fuera-borda para remontar el río en un trayecto que duró una hora.
![]() |
Sayaxché |
Desembarcamos en la orilla opuesta, completamente cubierta de vegetación hasta la misma orilla. Aquella es zona de bosque tropical húmedo (yo lo llamaría directamente selva). Ante nosotros, un estrecho sendero, algo embarrado y resbaladizo que subía en una cuesta bastante empinada a través de la selva. Después de unos 20 minutos andando, por fin llegamos al yacimiento. En todo el camino no nos habíamos cruzado con nadie, y entonces fue cuando pensé:
a) que estaba lejísimos de cualquier parte (a tres horas y media, más o menos, en coche, barco y a pie. Y con un río bastante ancho por medio);
b) que por allí no había ni un alma;
c) que nadie sabía que estaba allí, porque ni siquiera había pasado por el hotel a registrarme y a dejar mi equipaje, así que nadie podía echarme de menos, por lo menos durante unos días, si pasaba algo;
d) que yo no podía asegurar que aquella gente fuera realmente lo que decía ser;
e) que para aquella gente tan modesta, lo que yo llevaba encima (dólares, tarjetas de crédito, documentación, dos cámaras de fotos muy buenas) podían representar el sueldo de varios años.
Y entonces sentí miedo. Por primera vez en muchos años de viajes, sentí miedo.
La verdad es que el pobre muchacho que era mi guía no tenía un aspecto siniestro ni mucho menos, pero mientras me hablaba sobre las estelas mayas yo no podía dejar de montarme una película en la cabeza. Aquella visita se me hizo larguísima, y respiré aliviada cuando terminó y comenzamos a bajar el senderito hacia el río. Allí nos esperaba la lancha, y volvimos a hacer el recorrido por el Río de la Pasión (¡Madre mía, cómo suena eso!) en dirección contraria.
Mi guía sacó de su mochila nuestro almuerzo (huevos duros, unas empanadas rellenas de carne y fruta) y comimos en la lancha mientras volvíamos a Sayaxché. Ya para entonces estaba más relajada, porque me había convencido a mi misma de que si hubiera tenido intención de darme un cascamazo en la cabeza para robarme el sitio ideal hubiera sido El Ceibal, allí, en mitad de la selva y sin testigos, así que empecé a disfrutar de la excursión, de la comida, de la vista del río y de todo. El coche y el conductor estaban en el mismo sitio donde los dejamos, y emprendimos el regreso por carretera.
![]() |
El río de la Pasión |
Cuando me dejaron en mi hotel, que era bastante lujoso y tenía una pequeña sala con dos ordenadores y acceso a Internet a disposición de los clientes, corrí a escribir un e-mail a mis amistades, con la excusa de contar mi excursión de aquel día. Pero en el fondo creo que lo que yo quería es que alguien supiera con exactitud donde estaba, y donde iba a estar al día siguiente, por si las moscas.
miércoles, 16 de octubre de 2019
242. Tópicos, viajes y mujeres guapas
Empiezo por el tópico, aún a sabiendas de que lo es: dicen que a las mujeres les favorecen la luz de las velas. Estaréis de acuerdo conmigo en que, como toda generalización es falsa. Cuando yo era pequeña, pasábamos a menudo vacaciones en una dehesa que mi abuela tenía cerca de Algeciras. Allí no llegaba la electricidad. Por la noche nos alumbrábamos con velas o con unas lámparas que funcionaban con pequeñas bombonas de gas. Y puedo decir por experiencia que las mujeres no se veían favorecidas. Se veían ajadas, arrugadas, envejecidas ¿Cómo habían de verse si se pasaban el día limpiando la suciedad que dejaban chimeneas y cocinas de carbón, si tenían que lavar, invierno y verano, arrodilladas en un piedra mientras restregaban la ropa en el agua de un frío arroyo, si para que se pudiera beber agua tenían que ir hasta una fuente, cargando sobre la cadera una enorme y pesada tinaja de barro, si para comprar el pan alguien tenía que bajar hasta una venta que había en la carretera, más o menos 3 kilómetros ida y vuelta..... No, lo que favorece a las mujeres, o a los hombres, es la salud, la vida cómoda, la buena alimentación y el descanso.
Pero estoy de acuerdo en que algunas ciudades se ven más bonitas con una determinada luz. Tengo el recuerdo de dos ciudades a las que pienso que las favorece el nublado. En mi primer viaje al extranjero, con 15 años, recalé en Venecia un día de abril de 1974. Y el sol brillaba por su ausencia. Sin embargo, la ciudad estaba preciosa. O quizás me lo parecía a mi por estar descubriéndola en ese momento, estando predispuesta por ese motivo a verlo todo maravilloso, el optimismo de los 15 años y todo eso.
Hacía bastante frío, recuerdo que nada más llegar me lavé el pelo y fue la ducha más heladora de mi vida. Pero yo tenía 15 años, como he dicho, y eso incluye la fantasía de que quizás te tropieces con un guapo italiano, y ese instante trascendental te tiene que pillar deslumbrante, con el pelo perfecto. Caminar por la calle era como hacerlo por cuevas bajo tierra, con los ecos de la sirena del vaporetto rebotando en las fachadas hasta desaparecer en la lejanía y el golpeteo del agua de los canales en los cantiles de piedra, junto con el zureo de palomas que no se veían, pero se intuían en la plaza de San Marcos. Todos esos sonidos amortiguados como cuando tienes los oídos taponados. Por ser la fecha que era no había hordas de turistas gritones y era como si le hubieran bajado el volumen drásticamente a toda la ciudad . Los pocos sonidos que he comentado no tenían fuerza para atravesar la muralla que era la neblina. Parecía que toda Venecia, con sus edificios y gentes al completo estuviera metida en un caja de gruesas paredes. A mí me pareció perfecto y creo que si vuelvo a Venecia y me encuentro con un fuerte sol y vivos colores me llevaré una desilusión y echaré de menos aquella Venecia de película de misterio.
Por si alguien piensa que idealicé los efectos de aquella atmósfera neblinosa debido a mi juventud y al hecho de se mi primer viaje fuera de España, tengo que decir que no lo creo.
Porque muchos años después, con 45 años de edad y muchísimos viajes realizados por 4 continentes di con otra ciudad a la que le favorece el nublado, es decir, sin los condicionantes de la juventud y la novedad, y no se puede decir que en ese momento me impresionara por cualquier cosa, empecé por Edimburgo un recorrido por Escocia. Y volví a enamorarme de los cielos negros, de las piedras brillantes por la humedad y de las atmósferas cargadas de misterio y sonidos amortiguados.
Pero estoy de acuerdo en que algunas ciudades se ven más bonitas con una determinada luz. Tengo el recuerdo de dos ciudades a las que pienso que las favorece el nublado. En mi primer viaje al extranjero, con 15 años, recalé en Venecia un día de abril de 1974. Y el sol brillaba por su ausencia. Sin embargo, la ciudad estaba preciosa. O quizás me lo parecía a mi por estar descubriéndola en ese momento, estando predispuesta por ese motivo a verlo todo maravilloso, el optimismo de los 15 años y todo eso.
Hacía bastante frío, recuerdo que nada más llegar me lavé el pelo y fue la ducha más heladora de mi vida. Pero yo tenía 15 años, como he dicho, y eso incluye la fantasía de que quizás te tropieces con un guapo italiano, y ese instante trascendental te tiene que pillar deslumbrante, con el pelo perfecto. Caminar por la calle era como hacerlo por cuevas bajo tierra, con los ecos de la sirena del vaporetto rebotando en las fachadas hasta desaparecer en la lejanía y el golpeteo del agua de los canales en los cantiles de piedra, junto con el zureo de palomas que no se veían, pero se intuían en la plaza de San Marcos. Todos esos sonidos amortiguados como cuando tienes los oídos taponados. Por ser la fecha que era no había hordas de turistas gritones y era como si le hubieran bajado el volumen drásticamente a toda la ciudad . Los pocos sonidos que he comentado no tenían fuerza para atravesar la muralla que era la neblina. Parecía que toda Venecia, con sus edificios y gentes al completo estuviera metida en un caja de gruesas paredes. A mí me pareció perfecto y creo que si vuelvo a Venecia y me encuentro con un fuerte sol y vivos colores me llevaré una desilusión y echaré de menos aquella Venecia de película de misterio.
Por si alguien piensa que idealicé los efectos de aquella atmósfera neblinosa debido a mi juventud y al hecho de se mi primer viaje fuera de España, tengo que decir que no lo creo.
Porque muchos años después, con 45 años de edad y muchísimos viajes realizados por 4 continentes di con otra ciudad a la que le favorece el nublado, es decir, sin los condicionantes de la juventud y la novedad, y no se puede decir que en ese momento me impresionara por cualquier cosa, empecé por Edimburgo un recorrido por Escocia. Y volví a enamorarme de los cielos negros, de las piedras brillantes por la humedad y de las atmósferas cargadas de misterio y sonidos amortiguados.
martes, 15 de octubre de 2019
241. El destino y las musas beodas
Se separaron.
Ella tomó el camino de la izquierda.
Él, el de la derecha.
Pero olvidaron algo.
El mundo es redondo.
Cuando las musas llegan, hay que aprovechar. Hoy vinieron las musas, pero parecía que se habían tomado un carajillo bien cargado nada más despertar. Me soplaron al oído un batiburrillo: un cuento oriental, una foto del año 1983, un mito griego y una frase curiosa. Con todo ello intentaré escribir algo ordenado y coherente, por si os agrada u os hace pensar.
Yo soy la del jersey verde y los vaqueros. La otra es mi amiga Fina Riaño y estamos en Siracusa (Sicilia) hace 35 años. La gente que se ve a la izquierda está asomada a la fuente de Arethusa, que está llena de plantas de papiro. Por cierto, es el único lugar de Europa donde crecen. Para que la veais con más detalle os pongo otra foto desde el aire.
Como acabó Arethusa convertida en una fuente?
En la mitología griega, Aretusa era una náyade hija de un dios fluvial arcadio y conocida cazadora. Alfeo se enamoró perdidamente de ella, pero Aretusa, que se había prometido permanecer siempre virgen, pidió auxilio a su compañera Ártemis, que la transformó en corriente de agua para que huyera así de las solicitudes del dios. Cuando se vio totalmente acorralada, Aretusa dirigió su curso bajo el mar y apareció en la isla de Ortigia, generando el manantial que lleva su nombre, cerca de Siracusa. Queriendo aun así materializar su amor, el río Alfeo mezcló desde entonces sus aguas con las de la fuente Aretusa. La ninfa fue divinizada por los habitantes del lugar, que le dedicaron numerosa poesía bucólica y la representaron en las monedas rodeada de delfines. Vamos, algo así como ¿no quieres caldo? pues toma dos tazas, guapa.
Las musas beodas me soplaron también algo que cuando me lo contaron me dijeron que era un cuento oriental, pero que ahora encuentro en una web atribuido a García Márquez, lo que me extraña mucho:
"Había en Bagdad un mercader que envió a su criado al mercado a comprar provisiones, y al rato el criado regresó pálido y tembloroso y dijo: Señor, cuando estaba en la plaza del mercado una mujer me hizo muecas entre la multitud y cuando me volví pude ver que era la Muerte. Me miró y me hizo un gesto de amenaza; por eso quiero que me prestes tu caballo para irme de la ciudad y escapar a mi sino. Me iré para Samarra y allí la Muerte no me encontrará. El mercader le prestó su caballo y el sirviente montó en él y le clavó las espuelas en los flancos huyendo a todo galope. Después el mercader se fue para la plaza y vio entre la muchedumbre a la Muerte, a quien le preguntó: ¿Por qué amenazaste a mi criado cuando lo viste esta mañana? No fue un gesto de amenaza, le contestó, sino un impulso de sorpresa. Me asombró verlo aquí en Bagdad, porque tengo una cita con él esta noche en Samarra".
Este cuentecillo y la historia de Arethusa nos viene a decir que no se puede luchar contra el destino y si intentamos huir, lo que hacemos es precipitarnos en aquello de lo que huimos.
En ese momento mandé a mis musas a dormir la mona, lo que me agradecieron mucho.
Y aquí os dejo para que con tranquilidad reflexionéis sobre el destino, el libre albedrío y esos temas tan trascendentales.
Chao
martes, 1 de octubre de 2019
234. Templo de Shiva. Isla Elefanta, Bombay, India
Una noche en tren, un larguísimo viaje en avión (Madrid-Frankfurt-Nueva Delhi-Bombay) y directamente al puerto de Bombay: hay que aprovechar la marea. Casi una hora de barco y, por fin, la isla Elefanta. Mi primer contacto con India: el santuario dedicado a Shiva excavado en la roca. Silencio, fresco, tranquilidad.
En ese momento se me olvidó que estaba cansada, que estaba deseando darme una ducha, que tenía sueño y hambre, y empezó mi larga historia de amor con la India, que dura hasta hoy.
233. Isla de Ellis. Nueva York EE.UU.
La isla Ellis, situada en la bahía de Nueva York, es muy conocida y actualmente es uno de los principales puntos de interés turístico de la ciudad. Durante años, fue un punto de entrada vital para los inmigrantes que llegaban a los Estados Unidos. Fue el centro de inspección y control de inmigración más ocupado y con mayor tráfico durante los años en los que el sueño americano atrajo a millones de personas al norte de América. Actualmente forma parte del Monumento de la Estatua de la Libertad.
El primer inmigrante, la primera realmente, que pasó por allí fue Annie Moore, una irlandesa de 15 años. Era el 1 de enero de 1892 y junto con sus dos hermanos llegaba a los EEUU para reunirse con sus padres, que llevaban dos años en Nueva York. La última persona que pasó por la isla Ellis como centro de control de inmigración fue un marino noruego llamado Arne Peterssen. Era 1954.
Algunos inmigrantes famosos que pasaron por la isla Ellis fueron Asimov, Frank Capra, Xavier Cugat, Max Factor, Cary Grant o Lucky Luciano, por citar algunos.
229. Crac de los caballeros. Siria
Lo último que esperaba encontrar en un rincón de Siria, sobre una colina volcánica de 650 metros de altura, era un espectacular castillo más propio de Francia o España. Para los musulmanes es la confirmación de que por espectaculares que sean las invasiones de los occidentales, acabarán siempre vencidos.
domingo, 29 de septiembre de 2019
Nunca una piedra fue tan bella. Cefalú (Sicilia)
Cefalú lo dice todo con su nombre. En griego, “cefas” significa piedra y ese es el distintivo de un enclave geográfico al norte de la isla de Sicilia. Una impresionante mole de piedra conforma su perfil inconfundible. Cefalú es Patrimonio de la Humanidad declarado por la Unesco en el año 2015.
En su origen fue colonia fenicia. Posteriormente habitada por los pobladores de la vecina colonia griega de Hímera cuando esta fue destruida.. La ciudad había sido aliada de los cartagineses pero en la primera guerra púnica fue ocupada por la Roma. Se sabe que pagaba los impuestos a Roma con trigo y que recibió múltiples beneficios.
Cada año, miles de turistas visitan Cefalú que, con sus más de 13.000 habitantes, todavía hoy conserva el barrio de los pescadores, dispone de unas preciosas playas.
La joya de la corona es su catedral, de estilo normando, también llamado románico siciliano Está dedicada a la Tranfiguración del Señor y es una construcción sólida de color arena, con dos grandes torres campanario.Fue comenzada a construir por orden del rey Ruggero (Roger) II de Sicilia en el año 1131, un año después de su coronación.
En su interior cuenta con unos bellísimos mosaicos normando-bizantinos de fama internacional. El que ocupa el ábside es el Pantócrator. En torno a este y decorando también parte de la nave, los temas son la Virgen y arcángeles; los apóstoles y los evangelistas; ángeles, querubines y serafines; profetas, santos y diáconos, santos guerreros y los Padres de la Iglesia oriental y occidental. Cada uno de ellos aparece en piezas independientes, pero siempre sobre fondo dorado, lo que da idea de ámbito celestial.
Gracias a su excelente clima, se construyeron termas y ha funcionado siempre como ciudad balnearia. Pueden visitarse los restos arqueológicos de la antigua ciudad de Cefalú y al mismo tiempo acogerse a varios planes de bienestar en los spas y baños que funcionan. Se conservan las termas romanas.
![]() |
Termas romanas de Cefalú |
En su viaje a Cefalú el visitante puede también disfrutar de los paseos por el Parque Natural de Madonia (Apeninos sicilianos) así como de los viñedos y bodegas de la zona.
![]() |
Parque natural de Madonia |
Como se puede ver, reúne todas las condiciones para unas vacaciones maravillosas ¡Ya estáis tardando! Yo estuve en 1,983.
miércoles, 11 de septiembre de 2019
226. Cúpula dorada de la mezquita al Askari. Samarra, Iraq
La Mezquita Al Askari es uno de los sitios sagrados de la corriente chií del Islam. Es una de las mezquitas más importantes del mundo, construida en el año 944. Los restos del décimo y el undécimo imanes chiíes, Alí Al-Hadi y Hasan Al-Askari, mejor conocidos como los dos Askaris, descansan en el lugar, junto al santuario del duodécimo imán, el imán oculto Muhammad Al-Mahdi. El santuario Al Askari también se conoce como la Tumba o el Mausoleo de los Imanes.
El santuario ha sido restaurado y reconstruido muchas veces desde su construcción inicial. La última remodelación se llevó a cabo a finales del siglo XIX, y la cúpula dorada, con 72.000 piezas de oro, una altura aproximada de 68 metros y un diámetro de 20 metros, fue añadida en 1905.
El 22 de febrero de 2006 a las 6.55 dos explosiones ocurridas en la mezquita destruyeron la cúpula dorada y produjeron grandes daños. El atentado nunca se ha aclarado, pero parece que grupos ligados con al-Qaeda en Iraq, entre ellos el del jordano Abu Musab al-Zarqawi, podrían estar detrás.
Por suerte, la vi antes del atentado.
222. Canal de Corinto. Grecia
El canal de Corinto une el mar Egeo con el mar de Corinto. Su realización ya fue ideada en el año 400 a.C. por Herodes Agripa pero el oráculo de Delfos le hizo desistir del intento y en su lugar construyó una pista por la que se desplazaban los barcos sobre troncos de madera. Nerón firmó un decreto aprobando la construcción del canal, pero no llegaron a iniciarse las obras. Fue Lesseps en el siglo XIX el encargado de realizar finalmente esta obra.
De la Revista de Obras Públicas, 30 de marzo de 1889:
Esta obra tiene por objeto evitar a la navegación el rodeo a la península de Morea. Acórtase el recorrido en dirección a Grecia y a Turquía europea en 342 kilómetros a los buques que vengan del Adriático y a 178 a los del Mediterráneo, sin contar lo que se gana en seguridad, por ser difícil de doblar el cabo de Matapán.
La longitud del canal es de 6.342 metros y el ancho proyectado de 22 metros en la parte superior por 8 metros de profundidad en las más bajas aguas.
216. Budas en la cueva de Pindaya. Mianmar
Después de subir por unas interminables escaleras que bordean una sierra de piedra caliza cercana al lago Inle, entramos en las cuevas de Pindaya donde, dispuestas en un camino formando un laberinto a través de varias cámaras de la cueva, se amontonan más de 8.000 imágenes de Buda, la mayoría de las cuales tienen varios siglos.
martes, 10 de septiembre de 2019
199. Banco en un parque de Edimburgo
Existe en Edimburgo la costumbre de que la gente done bancos de parques en memoria de familiares fallecidos. Se identifican con una plaquita que especifican en memoria de quién son regalados, las fechas de su vida, y a veces otras circunstancias personales.
sábado, 7 de septiembre de 2019
167. Vista aerea de los cimientos del zigutrat de Babilonia
Hace mucho tiempo que no escribo una entrada de esas de una foto de mis viajes acompañada de un texto cortito. Como ahora estoy, con mucha paciencia y a ratos perdidos, escaneando mi seis mil y pico de diapositivas, cuando vaya dando con las más espectaculares iré intercalando una entrada de ese tipo.
Estuve en Irak en la primavera del 89. El país estaba todavía en guerra con Irán pero, después de ocho años de guerra sin que se le viera a aquello un final claro o próximo, la ONU forzó un alto el fuego para que se sentaran a negociar la paz. Y aprovechando ese alto el fuego estuve en el país con mi grupo de colegas arqueólogos e historiadores. Evidentemente, no había ni un solo turista en el país. En el aeropuerto recuerdo haber estado haciendo cola para que miraran mi pasaporte justo al lado de un casco azul de la ONU, grande como un armario, con su correspondiente arma preparada en las manos. Si nosotros pudimos entrar en el país y movernos por todos sitios fue porque el jefe del grupo tenía muchos contactos a nivel mundial (era un catedrático de universidad muy prestigioso). La única restricción que tuvimos fue la de hacer fotos en las cercanías de instalaciones militares. Por eso no pudimos subir al zigurat de Ur, porque desde arriba se divisaba bastante bien una base aérea cercana. Sin embargo, por otros lugares nos movimos a nuestras anchas.
Tan a nuestras anchas que se dio el caso que estando allí hubo elecciones generales en el país. Se acreditaron periodistas de todo el mundo, pero cuando llegaron al aeropuerto de Bagdad los llevaron al hotel Sheraton y no los dejaron ni asomar la nariz a la calle. Mientras tanto, nosotros disfrutamos de un día libre por Bagdad, y cada persona del grupo fue donde quiso. A la vuelta, en el avión, algunos periodistas españoles escribieron su crónica a base de lo que les contamos que habíamos visto por la calle, e incluso les pasamos fotografías. Ese fue el día en el que me puse un chador, me hice pasar por chiíta y me colé en la famosa mezquita Khadimiya, como ya conté en otro post.
n fin, el caso es que entre los sitios que visitamos estuvo Babilonia. De la famosa ciudad ya queda más bien poco. Entre lo que se llevaron los alemanes, las guerras, el abandono y que el adobe no es precisamente un material a prueba de todo, queda poco más que algunas murallas bien gruesas y los restos de las puertas, despojadas ya de todo su adorno. En las fotos siguientes se puede ver cómo lucen las puertas reconstruidas en Berlín, y lo que habían dejado en el lugar original tal como se encontraba en 1932. Y si yo vi lo que vi en 1989, no quiero ni pensar lo que puede quedar ahora.
![]() |
La puerta de Ishtar |
Dejando aparte las inmensas moles de murallas y puertas, poco quedaba en el interior. Paseamos largamente por las ruínas, pero si no hubiéramos llevado en nuestra mente las reconstrucciones que habíamos visto tantas veces en los libros, hubiera sido casi igual que pasear por un solar.
![]() |
LA puerta de ISHTAR RECONSTRUIDA EN Belín |
Sin embargo, ¡cómo cambian las cosas al variar el punto de vista! Mientras que desde el suelo apenas unos montones de tierra alteraban la monotonía, desde el aire vimos claramente los cimientos de lo que había sido el zigurat principal de la ciudad, la famosa Torre de Babel. Entonces sí, te podías hacer una idea perfecta de su tamaño. Y resultaba mucho más fácil imaginar lo que fue aquella mole de edificio que llamaba la atención desde kilómetros de distancia, cubierto de ladrillos vidriados de distintos colores, brillando al sol.
Como en tantas otras cosas, el lugar desde donde se mira tiene mucha importancia.
martes, 3 de septiembre de 2019
104. Extraños en Bombay
Hace ya muchos años que aprendí a no creerme (ni a creernos) el centro de todas las cosas. Esa tendencia que tenemos frente a otras culturas de creernos superiores en nuestras diferencias y demás, desapareció viaje a viaje, continente a continente.
Una de las formas más divertidas de este aprendizaje ocurrió en 1985, en mi primer viaje a la India. Para ese momento yo ya había viajado a Italia, Grecia, Inglaterra y Egipto, pero a ningún lugar tan exótico como la India.
Después de una noche en tren y un interminable viaje en avión, pasando por Frankfurt y Nueva Delhi, llegamos a Bombay. Además del cansancio, nuestros cuerpos y mentes sufrían del típico jet-lag, y todavía nos quedaba lo peor. No teníamos tiempo de descansar porque había que aprovechar las mareas para ir a la isla Elefanta a ver unos templos excavados en la roca. De modo que nos llevaron directamente del aeropuerto al puerto de Bombay. Delante del impresionante monumento, la “Puerta de la India”, nos soltaron con la advertencia de que no nos separáramos para no perdernos entre aquella masa de gente.
No estábamos preparados para contemplar lo que se desarrollaba delante de nuestros ojos. Una multitud que se movía sin parar a nuestro alrededor, esquivándonos con habilidad, todas las mujeres vestidas con saris y los hombres con dhotis, el traje típico de un blanco deslumbrante, un conjunto de colores en las vestimentas de ellas y en los turbantes de los hombres que nos hacía pensar que estábamos mirando por un caleidoscopio, las flores amarillas, naranja y rosa que adornaban las trenzas negrísimas de niñas y jóvenes, el bullicio… No era raro cruzarse con señores muy mayores que llevaban con la mayor naturalidad turbantes rojos, naranjas, rosa fucsia… Estábamos como alelados. En medio de aquel maremágnum, en medio de aquella masa que parecía saber perfectamente a dónde se dirigía, el grupito de europeos pálidos y boquiabiertos, vestidos con nuestros vaqueros o chinos de color beige y verdoso, y con nuestras camisetas blancas de algodón, era como una isla. Sin decir nada, todos pensábamos ¡qué exótico es todo!
De pronto, se nos acerca una parejita joven y nos explican en un inglés bastante decente que eran de un pueblecito pequeño y que estaban de viaje de novios. Él llevaba una cámara de fotos en la mano y pensamos que nos iban a pedir que les hiciéramos una a los dos juntos. Pero resultó que lo que nos pedían era permiso para hacernos una foto a nosotros. Entonces nos dimos cuenta de que los exóticos, los raros, los extraños éramos nosotros. Por supuesto, nos agrupamos y sacamos nuestras sonrisas para aquella foto, pensando en el momento en que aquella pareja volviera a su pueblo y la enseñara a sus asombrados amigos y parientes, con el comentario de “¡Mirad qué gente tan rara se puede ver en la ciudad!”
Desde entonces, todos tuvimos muy claro que eso del exotismo y la rareza era muy relativo. Y nunca más nos volvimos a sentir el centro de nada.
No estábamos preparados para contemplar lo que se desarrollaba delante de nuestros ojos. Una multitud que se movía sin parar a nuestro alrededor, esquivándonos con habilidad, todas las mujeres vestidas con saris y los hombres con dhotis, el traje típico de un blanco deslumbrante, un conjunto de colores en las vestimentas de ellas y en los turbantes de los hombres que nos hacía pensar que estábamos mirando por un caleidoscopio, las flores amarillas, naranja y rosa que adornaban las trenzas negrísimas de niñas y jóvenes, el bullicio… No era raro cruzarse con señores muy mayores que llevaban con la mayor naturalidad turbantes rojos, naranjas, rosa fucsia… Estábamos como alelados. En medio de aquel maremágnum, en medio de aquella masa que parecía saber perfectamente a dónde se dirigía, el grupito de europeos pálidos y boquiabiertos, vestidos con nuestros vaqueros o chinos de color beige y verdoso, y con nuestras camisetas blancas de algodón, era como una isla. Sin decir nada, todos pensábamos ¡qué exótico es todo!
De pronto, se nos acerca una parejita joven y nos explican en un inglés bastante decente que eran de un pueblecito pequeño y que estaban de viaje de novios. Él llevaba una cámara de fotos en la mano y pensamos que nos iban a pedir que les hiciéramos una a los dos juntos. Pero resultó que lo que nos pedían era permiso para hacernos una foto a nosotros. Entonces nos dimos cuenta de que los exóticos, los raros, los extraños éramos nosotros. Por supuesto, nos agrupamos y sacamos nuestras sonrisas para aquella foto, pensando en el momento en que aquella pareja volviera a su pueblo y la enseñara a sus asombrados amigos y parientes, con el comentario de “¡Mirad qué gente tan rara se puede ver en la ciudad!”
Desde entonces, todos tuvimos muy claro que eso del exotismo y la rareza era muy relativo. Y nunca más nos volvimos a sentir el centro de nada.
lunes, 2 de septiembre de 2019
82. Carmina y los desiertos
El hecho de que hoy, 3 de julio, no tenga todavía planes para las vacaciones, a excepcion de unos días en Madrid en la segunda quincena de agosto, me ha hecho recordar con tristeza dónde me gustaría estar en estos momentos y por qué, desgraciadamente, no puedo, que no es ni más ni menos que la delicada situación política existente en mi rincón favorito del mundo: Oriente Medio. Estoy rabiando por volver a Siria, a Iraq o a Jordania. Y espero fervientemente poder hacerlo en pocos años.
Y es que a Carmina le chiflan los desiertos, los de todo tipo: los típicos de dunas onduladas, los planos como el tablero de una mesa como los que vi en Irak, los rocosos como los que conocí en Israel y en Jordania…
El mar me produce tranquilidad y relajacion, los paisajes helados me producen angustia, pero los desiertos me parecen el paisaje más bonito del mundo.
Y en este estado meditabundo y reflexivo en el que me hallo, os dejo dos proverbios de esas tierras que me han venido a la cabeza en este ratillo.
– En las ciudades se vive como quiere el hombre; en el desierto se vive como quiere Dios.
– No se puede ser profeta sin haber sido antes pastor en el desierto.
domingo, 1 de septiembre de 2019
69. Olimpiadas, chinos y macizorros de la tele
Es curioso que cuándo nos aburrimos de tomarnos sofocones por cosas realmente importantes pasamos a montar auténticos números de circo por asuntos que en realidad importan a cuatro gatos (por ejemplo, quién nos va a representar en un bodrio llamado Eurovisión que casi nadie ve) o nos rasgamos las vestiduras por temas sobre los que sabemos positivamente que luego NO VA A PASAR NADA, como es el tema del boicot o no boicot a las Olimpiadas. Porque en la cuestión olímpica lo realmente importante es que todo el mundo gana dinero: ganan los que construyen las mega-instalaciones necesarias, ganan los deportistas (sobre todo a cuenta de la publicidad), ganan las marcas de ropa deportiva, ganan las marcas comerciales de cualquier cosa, ganan las televisiones de todo el mundo, y gana hasta el Tato. Y los que no ganan en moneda de curso legal, ganan en especie, a base de comilonas y viajes a los que apuntan hasta al cuñado que les cae fatal.
A mí lo que me tiene con el alma en vilo no es si tal o cual país va a boicotear el evento, o si a la antorcha la apagan unos exaltados al pasar por Benalup de Sidonia (como si eso sirviera para algo), sino cómo será de horrible esta vez la ceremonia de apertura. Con el recorrido vital que una lleva ya a sus espaldas está casi convencida de que no hay forma humana de hacer algo más hortera y aburrido que lo que llevamos visto, aunque supongo que tratándose de China, todo es posible. Es de esas cosas que puedes prácticamente profetizar sin mucho temor a equivocarte: esos dragones sinuosos con miles de chinitos debajo, farolillos de papel, decenas de miles de chinitas vestidas de colores chillones haciendo esa especie de tablas de gimnasia que me traen a la memoria aquellas celebraciones del 1 de mayo de los 60 que nos tragábamos en el Nodo antes de la película. Y mucha pirotecnia, por supuesto.
Hago una salvedad. El numerito del encendido de la llama de Barcelona estuvo original y emocionante, fuera auténtico o ful. Pero aparte de ese detalle, todas las ceremonias de apertura que me he tragado a lo largo de mi vida en la esperanza de ver algo distinto han parecido calcadas unas de otras, y algunas pasando ya la raya del ridículo.
Hasta 2004. En esos días andaba yo por Escocia, y la tarde del comienzo de las olimpiadas me encontraba en un hotelazo de lujo (St. Andrews Bay Golf Resort, cinco estrellas) que está dentro del famoso campo de golf de St. Andrews. Por que os hagáis una idea, fue el lugar que Kevin Costner eligió para su viaje de novios en su segunda boda. No tengo ni idea de porqué aquel viaje incluía aquel hotel, porque no era un viaje especial para aficionados al golf ni nada parecido. Eso sí, los paisajes eran maravillosos, y siempre se agradece pasar aunque sea una noche en un hotel tan lujoso.
Había llegado al hotel a media tarde muerta de cansancio, y aquella enorme cama con su fantástico edredón me llamaba a gritos. Me eché un rato y puse la televisión, y justo empezaba la retransmisión de la ceremonia de apertura de los juegos de Atenas. Y por fin pude ver algo de este tipo que me gustó. El desfile de aquella especie de carrozas donde se escenificaban desde los frescos de los palacios de Creta hasta las leyendas de la mitología, la caracterización de los participantes, que parecían completamente estatuas griegas, el vestuario, la escenografía, todo me pareció precioso.
A la hora de la cena bajé al comedor y me encontré cenando sola en una mesa, frente a otra mesa donde, de cara a mí, cenaba también solito un macizorro impresionante. Me pasé todo el primer plato dándole vueltas a por qué me sonaba tanto aquella cara. Seguro que lo que comí era algo exquisito pero no puedo ni recordarlo. Sabía que conocía a ese fulano de algo y no podía apartar los ojos de él. Me venían a la cabeza constantemente las imágenes de lo de Atenas que había visto un rato antes, pero esa mezcla me liaba todavía más.
Por fin, a mediados del segundo plato, caí en la cuenta. El tipo era Kevin Sorbo, el protagonista de una serie llamada Hércules que algunos años antes era la preferida de mi ahijado y sus dos hermanos, que me hacían grabar cada episodio y verlos tres o cuatro veces con ellos, todos apretados en el mismo sofá, como a ellos les gustaba. La serie era horrible, pero no tengo más remedio que reconocer que yo tuve parte de la culpa de aquella afición infantil, porque desde que eran muy pequeños los llevaba al museo donde trabajaba, y les contaba todas las leyendas de la mitología clásica. Y siendo en Cádiz, claro, las historias de Hércules se llevaban la palma. A lo mejor por eso, en mi esfuerzo por reconocerlo se mezclaba inconscientemente con todas aquellas imágenes vistas en la tele un rato antes sobre Grecia y sus leyendas.
Hay que reconocer que el chico (no tan chico, es un año mayor que yo pero estaba muy bien conservado) era guapísimo. Me costó un rato reconocerlo, porque llevaba el pelo más corto que en la serie, y con unos vaqueros y una camiseta azul estaba mucho más guapo que enseñando toda aquella cantidad exagerada de músculos. Cuando por fin logré identificarlo me pasé el resto de la cena dudando si acercarme a pedirle un autógrafo para los niños. Al final no me atreví, y eso que, percatándose de que éramos los únicos del comedor que cenábamos sólos, una de las veces que cogió la copa de vino para beber un sorbo me sonrió y la levantó en mi dirección en una especie de brindis.
¡Qué lástima de cena! Posiblemente una de las mejores que tomé en mi vida y no consigo acordarme de nada de lo que comí. Un auténtico desperdicio.
En fin, que por una u otra cosa creo que no me olvidaré de aquella ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Atenas 2004. Pero pensando en Pekín, me temo lo peor. No dudo de que se van a gastar un pastón, pero tengo la impresión de que el aspecto general me va a recordar más bien la mezcla de aquellos festivales franquistas con los Coros y Danzas actuando en el Bernabeu con la decoración de un restaurante chino de los cutres. Espero equivocarme.
sábado, 31 de agosto de 2019
53. Lo que le pido a los Reyes Magos
Anoche soñé que estaba en Londres. Aunque haya visto lugares y monumentos tan impresionantes que no tengo palabras para describirlos, como ciudad en conjunto, Londres es mi preferida.
Cuando me desperté me di cuenta de que hubiera dado cualquier cosa por estar en Londres en ese momento. He estado allí seis veces, ocho días cada vez. En diferentes épocas del año: en Navidad, con nieve y una preciosa decoración que adorna las calles del centro; en primavera, cuando, ante un pequeñísimo rayito que se abre paso entre las nubes, la gente sonríe y vuelve la cara buscando el sol; en verano, cuando, a pesar de todo, te puede sorprender un chaparrón imprevisto.
En fin, que ya he decidido lo que le pido a los Reyes: ¡Quiero irme a Londres ya!
Suscribirse a:
Entradas (Atom)