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domingo, 13 de diciembre de 2020

Mirando al pasado


 

Como consecuencia de mis múltiples y simultaneas actividades: clases en tres sitios diferentes, alguna charla ocasional a la que nunca me niego aunque siempre digo que es la última vez, etc, tengo como media docena de pen-drives donde guardo y trasladaba de acá para allá modelos de examen, presentaciones, memorias, fotografías... Esta mañana me he puesto a ver que había en cada uno. He borrado casi todo, pero he hecho un hallazgo que me ha divertido mucho: dos textos escritos en 2.010 papa poner en el blog y que nunca llegué a publicar. Y como hace mucho que no pongo nada en el blog, he decidido que voy a poner en práctica el sagrado mandamiento del reciclaje y os dejo las dos publicaciones: "La barra de la t y otras zarandajas" y "Conversaciones en la carretera". Con ustedes, la Carmina de hace 10 años.















lunes, 17 de agosto de 2020

Buenas tardes, Mona


Empezaré explicando, para los que no se dediquen a lo mío, que además de las clases, los claustros, las reuniones de Departamento y otras, las tutorías, las entrevistas con padres y las horas de guardia para sustituir a los compañeros enfermos, en nuestro horario se incluyen también “guardias de recreo”, es decir, pasearnos por el patio intentando que éste se parezca lo menos posible a un patio de instituto: niños jugando al futbol a lo bestia, parejitas morreándose detrás del gimnasio, chavales inconscientes poniendo en peligro su integridad física haciendo toda clase de actividades peligrosas, etc., y todo ello esquivando balonazos y choques con niños que corren marcha atrás, sin retrovisores ni intermitentes.

Continuaré diciendo que mi centro no es un colegio de primaria, sino un instituto de secundaria. De ello resulta que no hay nadie jugando “al corro de la patata” o “al pañuelito”. Es decir, que todos y cada uno de los alumnos, ya mayorcitos, están dedicándose a todo eso que debes evitar: colgándose de los pies de una portería de futbol, con la cabeza a dos dedos del duro cemento, saltando la valla que da a la calle para recuperar una pelota o dedicándose a las peleas en grupo (no pasa nada, profe, es en broma, si son mis amigos).

Es fácil deducir que todo esto es para nada, pues tres profesores no pueden vigilar a más de doscientos niños al mismo tiempo, que además están separados por dos edificios que te impiden verlos a todos a la vez. Ni aunque nos pusieran una torreta y unos prismáticos como los vigilantes de la playa, podríamos controlarlos a todos.

Una vez que haya ocurrido el accidente o incidente, tampoco puedes hacer nada. Aunque la ley te obliga a tener unos botiquines bien surtidos, no puedes darle a un niño al que le duele la cabeza ni una aspirina infantil, ni siquiera con autorización paterna. Y mucho menos curar heridas, coger puntos o poner una venda. Debes llamar a casa de la criatura para que pasen a recogerla, o llevarla al hospital más próximo, dependiendo de la gravedad del asunto. Pero sin intervenir de otra manera, no sea que los padres pongan un pleito al instituto. En cambio, en la mayoría de los colegios, había una enfermería donde se pasaban la mañana reparando toda una serie de pequeños desperfectos, y acto seguido te mandaban para clase como si nada hubiera pasado. Y los padres, agradecidísimos.

En fin, que pasa lo que tiene que pasar, que es lo que ha pasado siempre. Nunca falta un alumno con muletas por una mala caída jugando al fútbol o una “amable” patada de su amigo del alma. Pero a diferencia de otras épocas, ahora estamos siempre con la espada de Damocles sobre nuestras cabezas, temiendo que cualquier padre te monte un pollo, tanto por no proteger a su niño como por protegerlo demasiado (intromisión en su vida privada). No vale de nada decir que si le has repetido a los niños doscientas veces las cosas que están prohibidas, y el niño las hace de todas formas, algo de responsabilidad debe caerle al angelito.

Por otra parte está lo que también ha ocurrido siempre: que al gordo le llaman gordo; a la que tiene gafas, cuatroojos; al que es bajito para su edad, enano y todo ese repertorio de lindezas y motes que se usan desde los tiempos de los egipcios. Por supuesto, se supone que debemos tener un detector de mentes para saber inmediatamente si a un niño le han dicho algo desagradable cuando no había ningún profesor delante. Y por supuesto, suele servir por parte de los padres como excusa perfecta para todos esos alumnos que no dan un palo al agua, no estudian, no traen el material a clase, dejan los exámenes en blanco y se pasan las horas molestando o, simplemente, durmiendo.

A pesar de toda la cháchara pseudopedagógica con que nos tratan de aturdir, sabemos que pasa lo de toda la vida, que los alumnos buscan siempre la manera de hacer lo menos posible, que son crueles entre ellos, que son egoístas, que estudiar les aburre (porque la verdad es que estudiar, así en general, es un coñazo cuando tienes quince años). Por parte de ellos nada ha cambiado. Y para muestra, un botón.

Década de los 40, en un colegio marianista. Hay un profesor que, como todos, tiene su mote. Éste parece un gran simio, y tiene unas manazas como palas de remo. Le llaman “el Mona”, por supuesto a escondidas. Mi padre llega una tarde un poco tarde a clase y supongo que de los mismos nervios, sabiendo la reprimenda que le espera, se le va la pinza y espeta un alto y claro “Buenas tardes, Mona. Me cago en tu padre”. El Mona se pone tan furioso que parece que le va a dar un ataque y, cogiendo impulso, lanza una de aquellas manazas para darle un guantazo a mi padre, directamente, pedagogía de la buena. Mi padre se agacha a tiempo y la mano del Mona le pasa a dos palmos sobre la cabeza. Después, visita al despacho del director, por supuesto, y castigo. Su suerte fue que en ese momento mi abuelo estaba destinado en Ceuta y mi abuela estaba acompañándole. Los niños están a cargo de “tata Moma”, la niñera que ha cuidado de los doce hermanos y que se quedó en la casa para siempre. Eso lo libró de que mi abuelo triplicara el fallido intento del Mona, pero sin fallar.

Cualquiera que hubiera conocido después a mi padre encontraría difícil creerse esta historia, porque era la persona más correcta y educada que se pueda imaginar. Pero los nervios lo traicionaron en aquel momento de esa manera.

Por eso, porque sé por sus relatos lo que era un patio de colegio en los años cuarenta y luego, por experiencia propia, en los sesenta y los setenta, no voy a echarle la culpa de nada a los niños. Por ahí no ha cambiado casi nada. El cambio está en los gili-padres, en los gili-políticos y en las gili-leyes.

Por cierto, mi padre, con su hazaña, se convertiría en el héroe de la clase durante una temporada, hasta que otro la hiciera más gorda aún.

miércoles, 13 de noviembre de 2019

Palabras nuevas


Aquellos que me conocen, saben que me gustan las palabras. Cuando me comunico, me gusta expresarme de la forma más exacta posible. Cuando me aburro, me gusta jugar con ellas. La llegada cada día del periódico a casa, desataba una carrera (entre mi madre, mi padre y yo) para apoderarse del crucigrama. Ahora bien, había reglas en esa carrera: no valía poner tres o cuatro palabras facilonas y dejarlo a medias. El que lo empezaba, se comprometía a terminarlo, o casi. Nada de empezar y, a la primera dificultad, abandonar para hacer otra cosa.  Y desde bastante pequeña, mi juego de mesa favorito era un Intelect (versión española del Scrabble). He sido profesora durante unos 30 años, y tenía muy claro que en mis explicaciones tenían que ser tan claras que cualquiera de mis alumnos las pudiera comprender. Hoy, cuando me he propuesto escribir, la palabra "palabra" me ha sugerido el tema de hoy. Cuando escribo, soy muy exigente conmigo misma. Tras terminar cualquier texto, paso aún un buen rato intentando perfeccionarlo, buscar sinónimos mas bonitos, perfilar las frases, pulir la sintaxis.....

Comienzo con una anécdota de mis tiempos de profesora. Tenía un alumno de 4º de ESO, Ignacio P. (omitiré el apellido por razones evidentes) Ignacio era guapo, muy simpático, pero el típico payaso de la clase. Tenía que llamarlo al orden con frecuencia, muchas veces fingiendo una seriedad que no sentía y ocultando la sonrisa que me generaban sus salidas. Un día, me dice la directora: "Ignacio P. llegará a tu clase con un buen rato de retraso. Déjalo entrar porque viene de hacer un examen de una asignatura que tiene pendiente de 3º". Efectivamente, más o menos a mitad de la clase se oyen unos golpecitos en la puerta y asoman los rizos rubios de Ignacio, que inmediatamente empieza a balbucear la excusa pertinente. Le interrumpo, diciendo: "Pasa, Ignacio, ya me avisaron que tenías permiso para venir tarde". Ignacio entra, pero en lugar de irse discretamente a su sitio, entra dando un rodeo,  bailoteando exageradamente, consiguiendo lo que quería, que media clase se echara a reír y que yo tuviera que interrumpirme. No contento con el resultado de su entrada triunfal se desvía de su camino para pasar delante de mi mesa. Me guiña ostensiblemente un ojo al tiempo que me dice ¿Qué pasa, guapa? En ese punto, luchando por no reirme doy un palmetazo en la mesa y le digo, en un volumen más bien fuerte, aunque sin gritar, "Qué pena, Ignacio. Tienes talentos y cualidades que muchos envidiarían, pero eres un BOTARATE ". Ignacio, que no tiene ni remota idea de lo que significa lo le he dicho, frunce el ceño y dice: "Uy, profe, está muy feo decirme esas cosas". Consciente de que no me he entendido, le digo "Vas a bajar a la sala de profesores, y vas a traer el primer tomo del diccionario grueso. Si algún profesor te pregunta, dile que yo te he enviado". A Ignacio, como a casi todos los alumnos, no hay nada que les guste más que les envíen a hacer algún recadillo así para darse un garbeo por pasillos y escaleras. Cuando regresa con el diccionario, le indico: "Deja el diccionario en la mesa y busca esa palabra que te ha parecido un insulto. En la B ¿eh?". Ignacio busca la palabra y hace el ademán de irse  a su sitio. Lo detengo, diciendo: "No, ven que no has terminado. Colócate en el centro de la tarima y lee bien alto lo que significa la palabra. Ignacio coge el tomo, aprovechando, en su línea habitual, para hacer un poco el payaso fingiendo que pesa exageradamente y lee BOTARATE: Persona alborotada y sin juicio." Le pregunto: ¿Qué te parece? Ignacio, que ve esfumarse su ocasión de acusar a un profesor de haberlo insultado, desarruga el ceño y, zalamero, dice "Lo has clavao, profe". Cuando termina la clase, se va encantado al patio, empujando a los pequeños por el pasillo , llamando a todo el mundo botarate, buscando la ocasión de lucirse con el conocimiento recién adquirido. Al día siguiente, me busca en el pasillo y me dice "Profe, enséñame otra palabra, que la de ayer estaba muy chula."

En la clase siguiente, tras pasar lista, empiezo diciendo: "A ver, antes de empezar la clase, voy a complacer la petición de Ignacio, que me ha pedido que le enseñe una palabra nueva." Hoy os voy a explicar por que cualquiera puede ser MINISTRO pero no MAESTRO. Las caras de extrañeza de todos me afirmaron en mi suposición de que no tenían ni idea de lo que les iba a contar.

La palabra maestro deriva de magister y este, a su vez, del adjetivo magis que significa más o más que. El magister lo podríamos definir como el que destaca o está por encima del resto por sus conocimientos y habilidades. Por ejemplo, Magister equitum (jefe de caballería en la Antigua Roma) o Magister militum (jefe militar).

La palabra ministro deriva de minister y este, a su vez, del adjetivo minus que significa menos o menos que. El minister era el sirviente o el subordinado que apenas tenía habilidades o conocimientos.

Por tanto, queda demostrado que para ser ministro no hace falta ser… nada. Que cualquiera puede ser ministro pero no todo el mundo puede ser maestro

Fuente: Memoria de la Historia – Carlos Fisas

Y eso lo sé porque yo, a los 12 años, ya tenía la asignatura de latín, y al año siguiente, también. Así que podéis estar seguros de que, os diga lo que os diga, nunca os voy a insultar. Porque, además, nunca me aprovecharía de mi superioridad de conocimientos porque, en general, no tenéis la culpa de lo que os enseñan y de lo que no. Son los políticos, generalmente los MINISTROS (y ya sabemos lo que eso implica) los que deciden trataros a todos, sin conoceros, como si tuvierais menor capacidad de aprender de la que yo tuve.

Y ahora, ya podemos empezar la clase, Y se acabó la historia de las palabras. Las próximas, que os las explique el profesor de Lengua. Se va a poner tan contento con la petición que a lo mejor hasta os regala algún punto (el profesor de Lengua tenía un sistema propio de puntuar por el cual el alumno iba sumando puntos según pequeños objetivos que iban consiguiendo).

A mi, al igual que Ignacio, me gusta aprender palabras nuevas. Siempre leo con un diccionario al lado. No dejo pasar ni una palabra desconocida sin buscarla. Creo que las últimas que busqué fueron griñon  y  bieldo, porque estaba con una novela ambientada en la Edad Media. Pero hoy tenía pensado hablar de otra palabra: resiliencia.

 Resiliencia alude a la capacidad del ser humano para superar experiencias traumáticas, situaciones que, en principio,  parecen superar nuestras capacidades. El resiliente no nace, se hace.  Yo tuve que aprender el significado de la palabra y como ponerla en práctica después de sufrir el ictus. Y eso me lleva a otra palabra, kintsugi, que es una técnica de origen japonés usada para reparar objetos de cerámica rotos rellenando las grietas con barniz de resina espolvoreado o mezclado con polvo de oro, plata o platino. Forma parte de una filosofía que plantea que las roturas y reparaciones forman parte de la historia de un objeto, y que deben mostrarse en lugar de ocultarse, incorporarse y además hacerlo para embellecer el objeto, poniendo de manifiesto su transformación e historia. Así, un objeto reparado con esta técnica resulta más valioso y mas bello a los ojos que un objeto intacto.

Eso es lo que están haciendo conmigo, desde hace unos siete años, muchas personas (psicólogos, médicos, logopedas, fisioterapeutas, etc....),  rellenando mis grietas y fracturas con polvo de oro, mejorándome, embelleciéndome.

A todas ellas, muchas gracias. 

lunes, 14 de octubre de 2019

238. Justificaciones

 Los alumnos de mi instituto faltan muy poco, poquísimo. No quiero decir con esto que adoren venir a clase. Yo me inclinaría más bien por la teoría de que las madres no tienen la menor intención de aguantarlos en casa, unido al hecho de que para eso son un poco pavos. Ayuda, desde luego, la circunstancia de que tanto sus casas como el instituto están en mitad del campo, en tierra de nadie. Ya veríamos lo que ocurriría en el caso de estar en una calle concurrida de una ciudad cualquiera.

De todas formas, de vez en cuando falta alguno. Y los padres, muy bien acostumbrados, los envían de regreso al redil con el impreso de justificación de faltas convenientemente relleno. Los motivos, los habituales: enfermedades corrientes y visitas al médico o al dentista.

Pero muy de vez en cuando lees en el papelito alguna explicación fuera de lo común. Y esta mañana he encontrado dos de esas.

“Le dolía el pecho izquierdo“. La verdad, creo que no hacen falta tantos detalles.

“Encerrado en el garaje“. En este caso, sin embargo, se agradecería alguna explicación más, porque me he quedado con la duda de si se encerró en el garaje para no venir a clase, de si alguien lo encerró a posta o de si fue un encierro involuntario, una avería de la cerradura o el mecanismo de la puerta.


martes, 1 de octubre de 2019

230. De aquellos polvos......estos lodos

Cuando compruebo la de días que llevo sin escribir en este blog (las entradas de los otros dos las tenía en borradores y sólo voy publicando lo que había escrito en el verano) y pienso en los motivos, con lo que a mí me gusta escribir y la de veces que he escrito más de tres entradas a la semana, me veo aún más cargada de razones para discrepar de todos aquellos que, con el desconocimiento que da el estar fuera del mundo del que pontificas, están últimamente hablando mucho de educación.

Se me pasan los días sin leer los periódicos, no tengo tiempo para nada, y es que “los que ganamos un sueldazo sin dar ni golpe”, como funcionarios de caricatura que al parecer somos, no hemos parado desde hace 27 días.

Dicen los que tanto envidian nuestra situación pero son incapaces de hacer nuestro trabajo, que “tenemos vacaciones hasta el día 15 de septiembre”. Pues a ver si voy a ser una desgraciada a la que no han avisado, pero voy al instituto todos los días desde el 1 de septiembre. Y no para pasearme, o para hacer el paripé, sino para ocuparme de un millón de papeleos que no deberían corresponderme, perseguir telefónicamente a los padres de los alumnos que no devolvieron los libros que les fueron prestados el curso pasado o darle vueltas al irresoluble problema de qué podemos hacer con un alumno con retraso mental que han matriculado este año en 1º de ESO (1). Las tardes se están yendo en hacer desde cero la programación de 1º y 3º de ESO y preparar actividades nuevas, ya que hay libros de otra editorial.

Mientras tanto, ya llevamos 13 días de clase con temperaturas agosteñas (hoy 33 grados a media mañana, lo que no está mal), para información de aquellos que todavía sacan de vez en cuando esas idiotas comparaciones (pues en Dinamarca empiezan las clases el 15 de agosto…) que no tienen ningún sentido al hablar de nuestro país (en Dinamarca, las temperaturas de agosto oscilan entre los 12 grados de mínima y los 21 de máxima). A ver si alguno de ellos tiene la valentía de reconocer que le importa un comino que su hijo esté en un aula donde la temperatura pasa de los 35 grados y reconoce que su interés en un comienzo de curso temprano es únicamente por tener al niño aparcado en algún lugar donde se lo cuiden gratuitamente.

Y esta tarde, en un ratito en que me doy una vuelta por media docena de periódicos digitales veo una noticia que me confirma lo que ya auguré hace años que pasaría.

Siguiendo con el fingimiento, padres y profesores, de que protestan sólo por el bien de la educación de sus hijos, publican un ejemplo que según ellos les da la razón: una profesora de lengua (se supone que Licenciada en Filología) se ve obligada a dar clase, además, de latín y francés. Y claro, eso es de todo punto imposible. Bueno, es imposible para alguien menor de 30 años. La citada profesora reconoce que aunque estudió francés en el instituto está teniendo que estudiar ¡los números y los colores! en francés para poder luego dar clase (qué mal deja eso al francés que le enseñaron), y que también está teniendo que disimular que sabe latín, lo que es todavía más grave, porque forzosamente tuvo que estudiar latín en los años comunes de la carrera.

Tengo 52 años, estudié bachillerato de Ciencias, pero antes de meterme por esa rama ya había dado dos cursos de latín (con 12 y 13 años). A esa edad, los estudiantes de hoy no sólo ven el latín como algo al alcance sólo de superdotados, sino que no son capaces de bajar de las 15 faltas de ortografía en un examen escrito en su propia lengua. Así que, aunque estudié bachillerato de Ciencias y luego Historia del Arte, podría perfectamente dar clase de latín a estudiantes principiantes sólo con lo que recuerdo de 39 años atrás. Y si hubiera estudiado francés en el instituto (estudié inglés), no hubiera tenido que volver a los números y los colores, desde luego.

Afortunadamente, en mi centro hay profesores de lengua a los que no les pilló la castración intelectual de EGB-BUP y sus continuaciones, y no tienen problemas para dar clase de latín cuando se les requiere.

Lo que hay hoy no es más que el resultado de dejar los últimos 30 años la educación en manos de políticos, en lugar de los auténticos y únicos profesionales del tema. A todos los que aplaudieron, jalearon y se jactaron de las “reformas” educativas, ahí tenéis. Somos un país del Tercer Mundo. Los chinos y otros asiáticos se van a comer el futuro de vuestros hijos. A mí ya no me va a afectar.

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(1) Ese es un tema peliagudo del que ya escribí otras veces. La criatura ha llegado a 1º de ESO con 14 años en lugar de con 12, y no sabe ni escribir. De hecho, unos días coge el bolígrafo con la mano derecha y otros con la izquierda; ni con eso se aclara. En su colegio de primaria había un profesor de Pedagogía Terapéutica, pero sólo lo sacaba de clase para apoyo durante 5 horas a la semana. El resultado es que va a perder otra serie de años sin poder aprender nada, que va a seguir sintiendo el rechazo de los compañeros a los que no puede seguir ni en las clases, ni en los juegos ni en las conversaciones de recreo, y que sus padres seguirán encantados de la vida y convencidos de que le están resolviendo la vida, “integrándolo”.

martes, 10 de septiembre de 2019

202. Soy demasiado mayor

En los cursos 1º y 3º de ESO llevamos cuatro años usando los mismos libros. Y cuando digo los mismos lo digo en sentido literal, porque en Andalucía lo que se hace es que el instituto presta a los niños los libros de texto, éstos los devuelven a fin de curso, y al año siguiente se les vuelven a prestar a otros alumnos. Por eso, calculando que al cabo de cuatro años los libros no podían estar sino hechos un asco, teóricamente deberían permitir que el curso que viene se renueven, fecha que puede aprovechar el profesor para cambiar de editorial, si lo considera conveniente.

Téngase en cuenta, además, que muchos profesores al llegar a un centro se encuentran con que está puesto el libro tal y tienen que apechugar con el texto los años que restan, aunque lo consideren una birria.

Pues eso, que como en teoría el año que viene nos deberían permitir cambiar de textos, si lo deseamos, aprovechando la renovación, las editoriales han empezado a enviarnos muestras. Hace unos días me llegó la muestra de una editorial. El paquete incluía un ejemplar de muestra del texto de 1º y otro del texto de 3º (los de 2º y 4º no se pueden cambiar hasta después de un año más), más un folletito de presentación del proyecto completo y las páginas correspondientes a una unidad didáctica del libro del profesor (1).

Se supone que los libros vienen con varios cd’s con diferentes materiales audiovisuales, pero como se trata de ejemplares de muestra no podré tener acceso a ello hasta que no haya elegido los textos. Tampoco podré ver los murales con mapas, por ejemplo. O sea, comprar sin ver lo que compro.

Como indican que en una página web tienes muestras de otros materiales, la programación, etc., si quiero tener cierta base para decidir si el libro conviene o no, decido ir a esa web.

Esta mañana, aprovechando un hueco entre clases, entro en la página web. Para acceder al material me piden que me registre (2): nombre y apellidos, correo electrónico, centro en el que trabajo y mi edad. Y entonces ocurre la sorpresa. Cuando voy a introducir mi edad en el formulario se despliega un menú donde figuran los años para que marque el de mi nacimiento. Pero entre las opciones sólo aparece de 1961 en adelante. Es decir, la editorial no contempla la posibilidad de que pueda existir un profesor que actualmente tenga más de 49 ó 50 años, según el mes en el que hayas nacido.

Evidentemente, para poder registrarme tuve que marcar 1961, no había otra forma.

Pero lo verdaderamente gordo de este asunto no es que haya tenido que quitarme dos años, sino que en la editorial nos jubilen 15 (o 17 años, según los últimos cambios) antes de la fecha. No sé si tomármelo a risa o qué.

__________________

(1) Y esto es realmente generoso. Otra editorial envió sus muestras el curso pasado, porque corrió el rumor de que nos iban a permitir renovar los libros un año antes. Como eso finalmente no ocurrió, varios meses después pidieron al instituto que les devolviéramos las muestras, que ni siquiera eran libros completos, sino unas paginillas en blanco y negro, grapadas, correspondientes sólo a dos temas del libro.

(2) Finalmente, después de registrarme descubro que sólo tengo acceso a esos materiales si ya he puesto el libro oficialmente como texto a utilizar, así que de todas formas tengo que elegir medio a ciegas.

190. Palabras raras

Hoy, un grupo de 4º de ESO ha estado partiéndose de risa un cuarto de hora al oir dos palabras: vernácula y goliardo. Y es que estaban convencidos de que aquello debía ser una broma, que esas palabras no podían existir en realidad.

domingo, 8 de septiembre de 2019

176. Tres cubiletes, y problema resuelto

Para aquellos que se divierten con nuestras experiencias diarias dando clase como si de una novela de ciencia-ficción se tratara. Sí, la mayoría de las veces es difícil de creer que tales cosas pasen, pero pasan.

Me ha llegado por correo electrónico otro “sucedido” fruto de los delirios de aquellos que, sin conocer en absoluto el trabajo, los problemas y el material humano con el que nos enfrentamos todos los días, desde sus lejanos despachos, para justificar sus sueldos, inventan despropósitos que van a eliminar de un plumazo la situación de la educación en Andalucía (1). Reproduzco al pie de la letra el texto recibido:

“Créase o no, esta es una sugerencia que un equipo de inspectores de la Consejería de Educación ofrecieron a los directores/as de centros educativos de una comarca muy cercana a Sevilla:

El alumnado debe contar entre su material con tres pequeños cubiletes de plástico: uno rojo, otro amarillo y el otro verde. Durante la clase, cada alumno atenderá a las explicaciones del profesorado y situará en su pupitre el cubilete que indique su comprensión de lo explicado. Rojo: “No entiendo nada”. Amarillo: “No lo entiendo todo”. Verde: “Lo entiendo”. De esta manera, el docente, de un solo vistazo, captará si su explicación está llegando a la clase o, por el contrario, debe esforzarse por hacerse comprender y/o por bajar el nivel de complejidad de lo explicado.

Pero miren cómo la realidad supera a la ficción. En los experimentos dentro de una clase ocurría esto:

-Maehtro, er cubilete amarillo ¿pa qué eh?
-Maehtro, er Yozua ma quitao loh cubileteh.
-Maehtro, la Yeni eh una empollona, que ciempre tiene er cubilete verde.
-Maehtro, me zan perdío loh cubileteh, ¿puedo i ar cervicio?
-Maehtro, ¿ci zaco er cubilete verde maprueba?
-Maehtro, mira cómo toco la batería con loh cubileteh.
-Maehtro, er Crihtian ma ehcupío en er cubilete.
-Maehtro, yo lo primero lo he entendío pero aluego no, ¿qué cubilete pongo?
-Maehtro, ¿ci traemoh loh cubileteh hay que traé tamién er libro?
-Maehtro, yo er cubilete roho no lo pongo, que me llaman zurnormá.

Y es que sólo los que estamos dentro de una clase sabemos qué es eso. En los despachos parece todo muy bonito.”

Repito que no puedo garantizar su autenticidad pero, ateniéndome a otras instrucciones recibidas de diferentes inspectores, aseguro que es PERFECTAMENTE CREÍBLE.

_____________
(1) Andalucía ocupa la última posición en España en “excelencia educativa”, que se mide con una combinación de nada menos que cincuenta factores.

173. Clase de música

 Vamos a hacer un paréntesis divertido con una escena habitual en cualquier clase de instituto. En este caso se trata de una clase de Música en 1º de ESO en un instituto de Dos Hermanas (Sevilla), pero podéis trasladarlo a cualquier otro curso o asignatura. No es una reconstrucción en la que se junta “todo lo que puede pasar”. En una clase normal de un día cualquiera se dan juntas la totalidad de las intervenciones y circunstancias.

Nótese también que no se trata de un grupo de alumnos conflictivos, agresivos o pre-delincuentes. Son alumnos normales, que no tienen intención de reventar la clase. Simplemente, es su actitud normal en el aula.

19 de octubre de 2010. Las 12 de la mañana. El profesor está ya en el aula de música porque ha tenido una clase anteriormente. Los alumnos que terminan salen del aula. Le cedemos la palabra al protagonista:

12.03
Los alumnos de 1º de ESO entran, dejan la mochila y se salen al pasillo.

12.04
Salgo a la puerta, les digo que entren que tenemos que empezar. Entran sólo siete.

12.05
Cierro la puerta para que los que estén fuera vean que hemos empezado la clase y se den prisa.

12.06
Mientras cierro la puerta un alumno enciende el piano y golpea las teclas como un poseso.

12.07
– Padilla, deja el piano ahora mismo.
– Un momento maestro, que estoy componiendo.

12.08
Llegan diez más de la clase.
– Ésta ¿que hora es de llegar?
– Es que hemo tenío gimnasia y venimo der pabellón.

12.09
– ¿Donde están los 6 que faltan?
– Ahora vienen maehtro.
– Pues vaya tela, ¿no?
– Po díseselo a ello, maehtro, ¡yo que jé!

2.10
– Se dice “díselo”.
– ¿Er qué?
– Que no se dice díseselo, se dice díselo.
– ¿Que se lo diga a quién, maehtro?.

12.11
– A nadie, hijo.
– ¿A nadie er qué?
– Nada, olvídalo.
– Vale.
Llegan los seis que faltaban.

12.12
– ¿No sabéis que no se puede llegar tarde a clase?
– Es que estábamo hablando con el jefe de estudios.
– Tienes más rollo que una peli de Jackie Chan.
– ¿Sí? ¿Vamo a vé un peli de Jackie Chan?

12.13
– No, hijo, no. Anda y siéntate, tienes un negativo por llegar tarde y la próxima vez te pongo un parte.
– No, maehtro, que me expulsan.
– Pues llega temprano, y ahora siéntate.
– Padilla, deja el piano que te lo vas a cargar.

12.14
– Ya voy.
– Ya voy no, voy yo (y le quito el cable y me lo meto en el bolsillo).
- ¡Ojo, maehtro!
– Ojú ¿qué?
- en.
– Siéntate, Padilla

12.15
– A ver, hoy vamos a estudiar el árbol de las figuras. A ver, ¡silencio! ¡Callaos!
– ¡Padilla siéntate! Laura, ponte derecha. Francisco, ¿dónde vas?
– A tirá un papé, maehtro.
– Vale, siéntate.
– Ojú, ya voy.

12.16
– Ah, por cierto, ¿dónde está el parte de faltas?
– Sa queao en er pabellón, maehtro ¿Voy a por é?
– Pues qué remedio, anda vé y no tardes.
– ¿Puedo ir con ella?
– No, y siéntate.

12.17
– A ver, ¿por dónde iba?
– ¿Vamos a ver una película?
– No.
– ¿Y cuando la vamos a ver?
– Cuando la proyectemos.
(cara de no entender nada)
– Ah, sí…, sacad los libros

12.18.
– Fernando, ¿y tu libro?
– No me lo he traío, maehtro.
– Y cuando juegas al fútbol ¿también se te olvida el balón?
– Jaja, ezo no, maehtro, nunca me se orvida.
– Se dice “se me”.
– ¿Er qué? (a su compañero) Quillo, cállate que me está hablando er maehtro.
– Fernando, que se dice “nunca SE ME olvida el balón”.
– ¿A usted tampoco, maehtro?
– No, hijo, olvídalo.

12.19.
– A ver abrid el libro por la página 15.
– ¿Y er que no tenga libro?
– Pues entonces mejor que no lo abra, Padilla, siéntate. ¿Vega, que haces ahí abajo?
– Es que me se ha caío er boli.
(Irene) – Mentira maestro, me está desabrochando los cordones.
– Vega, ponte derecho y deja a la compañera.
– Vale, maehtro, ya no lo hago más.
– Padilla, siéntate.
(Padilla) – Ojú maehtro, siempre a mí ¿Y a éste no le dices ná?

12.20
– A éste se lo digo luego, y ahora siéntate. ¿Padilla, y tu libro?
– Me lo he dejao en la clase ¿Pueo ir a por é?
– No.
– ¿Y cómo estudio?
– Venga, ve por el libro, pero no tardes.
– ¿Puede vení Adrián cormigo?

12.22
– No, y vuelve pronto. Vale, a ver abrid el libro por la página 15. Sandra, el libro.
– Voy, maehtro, está en la borsa.
– Mario, tu libro.
– Voy, maehtro.
– Claudia ¿y tu libro?
– Asquí en la bolsa.
– No se dice asquí, se dice “aquí”.
– ¿Aquí donde?
– Olvídalo.

12.23
– Página 15. Silencio. ¡Padilla, siéntate!
– Ojú maehtro, siempre a mi.
– Siéntate y cállate.
– Vale.
(Entra Fernando) Maehtro er parte que estaba en er pabellón.

12.24.
– Gracias, Fernando, siéntate. Bueno, voy a pasar lista. ¡Padilla siéntate o te echo!
– Maehtro, er Padilla ma quitao el estuche.
– Yo no lo tengo, maehtro, yo no ha sío.
– Padilla, a la calle.
– ¿Maestro por quitar un estuche me echa de clase?
– No, te echo por existir.

12.25
– Padilla, sal de la clase.
– Ya voy maehtro, voy a cojé las cosas ¿no?
(Relleno el parte: Profesor que expulsa, tutor, grupo, exposición detallada de las circunstancias que motivan la explusión, actividades a realizar durante la sanción. Fecha, firma del profesor…)

12.30.
¿Quién es el delegado o delegada?
(Laura) – Rocío, pero no ha venido, yo lo llevo maehtro.
(Verónica) – ¿Puedo acompañarla?
– No, tampoco creo que sea tan peligroso bajar la escalera.
– Padilla, salte.
– Ya voy maehtro, ojú, ziempre a mí, ziempre a mí ¿y a esta gente no les dices ná?
– A esta gente ya veremos. Vale, página 15.

12.32
(Roberto) – ¿Puedo ir a bebé maehtro?
– No.
– Eh que venimo de ginmasia.
– Espera que vuelva Laura de llevar el parte.
– Vale.

12.33
– A ver página 15. Aguilera, ¿Y tu libro?
– Ya voy , maehtro.
(Vuelve Laura de llevar el parte)
– A ver, silencio… Silenciooooo, jobar, Mario, cállate ya que llevas toda la clase hablando.
– Es que le estoy contando una cosa al Antonio.
– Se dice a Antonio.
– ¿Qué le pasa a Antonio?
– Olvídalo.

12.34
Aparece Padilla de nuevo en clase.
– Que dice la maehtra de guardia que coja anque sea un cuaderno.
– Joder, valee, coge el cuaderno.
– Maehtro, er Padilla ma dicho gilipolla.
– Venga Padilla, sal rápido.
– Ya voy maehtro.

12.36
(Se va Padilla)
– A ver, página 15.
– Maehtro, ¿puedo ir al servicio?
– No.
– Es que no me aguanto más.
– Vale, pero no tardes.
- Grasia, maehtro.
– Fernando, siéntate. Laura, los pies fuera de la silla. Jairo, ponte derecho, A ver, Isaac, ese no es tu sitio.
- Los ojos de Maehtro.
– Ni ojú ni nada, ponte en tu sitio.
– Maehtro, ya ha venío Sara der servisio, ¿puedo ir yo ahora?
– No.
– Po a Sara la has dejao y a mí no.
– Espera a final de la clase.
– Es que no me aguanto.
– Pues mea en un bote.
– Es que no tengo bote.
– Mira, ve al servicio cuando vuelva tu compañera, pero vuelve volando.
– Grasia, maehtro, no tardo ná…

12.38
– Vale, en la página 15 tenéis un árbol de figuras..
– Maehtro, mira este…
– Roberto, que te pongo un parte.
– No, no, no, maehtro ya me callo.
– Vale, Irene, siéntate derecha. Alfonso, cállate.
– Maehtro, ¿Puedo ir al servicio?
– No.
– ¿Por qué?
– Porque tenéis el cambio de clase para ir.
– Es que había mucha gente.
– Bueno, pues te esperas.
– ¿Y no voy?
– No, y el libro y la página 15. Vale, en el libro tenéis el árbol de las figuras.

12.40
– Tenéis que copiar la partitura de la Pequeña Música Nocturna en el cuaderno. Silvia, ¿Qué pasa?
– Que el Fernando me ha quitao er boli y no puedo escribir.
– Fernando, dale el boli a Silvia.
– Yo no he sío maehtro.

12.42
– Pues busca al que lo tenga.
(Fernando se levanta y cuchichea con varios compañeros)

12.43
– Vale, a ver, en la página 15 del libro…
(Fernando) – Maehtro, ya lo he encontrao.
– Vale, pero siéntate.
– Bueno, en la página 15 podéis ver las figuras ordenadas por duraciones….
– Mario, ¿Qué haces con el móvil en la mano?
(Mario) – Ya lo guardo maehtro.
Vale, en la página 15… A ver, silencio.

12.47
- ¿Las llamadas?
(silencio)

12.48
– Vale, pues en la página 15 tenéis las figuras. Tenéis que señalar en la partitura que habéis copiado las parejas de corcheas que, como veis en la pizarra, se unen con un corchete.
– ¿Que es un corchete, maehtro?
– Es esa especie de flequillo que tiene la figura encima de la plica.
– ¿Qué es la plica, maehtro?
– La plica es… Oye, Mario, ¿Qué es eso que tienes en la mano? ¿No serán chucherías, verdad?
(Mario) – Ya la guardo maehtro.
– No las vuelvas a sacar, ya sabes que no se permite comer en clase.
(Mario) – Vale, maehtro, ya las guardo.

12.50
– Bueno pues las corcheas en la partitura…
– ¿Puedo ir al servicio maehtro?
– He dicho que ya no sale nadie.

12.52
– Vale, tenéis que señalar en la partitura las corcheas que duran la mitad de la negra.
(Irene) – ¿Y cuánto dura la negra?
– Jobar, Irene que eso es de primaria… Pues un tiempo.
(Irene) – ¡Entonces dos corcheas son dos tiempos!

12.54
– Noooo, la corchea dura la mitad de la negra y la negra dura un tiempo…
Entonces, ¿cuánto dura la corchea?
(Pablo) – Pues dos tiempos.
– Jo, que no, a ver… Mirad a la pizarra

12.56
– Esto es una negra… dura un tiempo y dura lo mismo que dos corcheas…
– Fernando, ¿que haces agachado?
– Es que Padilla se ha dejado el móvil en la silla.
– Vale, tú te encargas de devolvérselo cuando acabe la clase.
– Sí, maehtro.

12.58
– Bien, si leemos el ritmo de las parejas de corcheas sonará algo así como títi, títi, títi ¿Vale?
– Si, maehtro.
– Vale ¿habéis copiado los compases del libro?
– Todavía no, maehtro.
– Bueno copiadlos en casa, y señaláis las parejas de corcheas.

12.59
– ¿Podemos salir maehtro?
– Todavía no es la hora. Os iréis cuando suene el timbre. ¿Dónde vas Mario?
– Ya nos vamos, ¿no?
– No, he dicho que cuando sea la hora.

13.00
RRRRRRRRRRRRRRRRRIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIINNNNNNNNNNNGGGGGGGGG
– Vale, si no me he suicidado antes, mañana veremos la semicorchea. Podéis salir.

171. Jerga y argot

Mi compañero Manolo, de Lengua, está bastante calvo a pesar de ser joven aún. Estaba convencida de que se trata de uno de esos casos de alopecia precoz pero, según me va contando cosas que le pasan en clase, cada vez pienso más que lo que le ocurre es que él mismo, a lo mejor inconscientemente, se arranca el pelo.

En clase, escribe en la pizarra “jerga” y “argot”, y pide que alguien le diga la diferencia entre ambas cosas. Un alumno, que no destaca precisamente por su sabiduría y afición al estudio ,levanta la mano con mucho entusiasmo. Debió sentir por primera vez en su vida “¡esa me la sé!, ¡esa me la sé!”.

– Jerga, pueeeeeh é… cachondeíto, ¿no?

Manolo, con una paciencia infinita producto de la larga práctica, no aúlla ni se sube por las paredes, sino que contesta entre resignado y divertido:

– No, hombre, eso es “juerga”.

l alumno piensa un poco y, no sabemos por qué intrincados caminos de su cerebro llega a la conclusión de que, si se ha equivocado con “jerga”, se equivoca también con “argot”, ya que en teoría una cosa no tiene por qué implicar la otra. De todas formas, lo tiene tan claro que hace una pregunta retórica, aunque si se le dijese él lo negaría con rotundidad, ya que probablemente piense que “retórico” es algo que seguramente tiene que ver con “retortijón”. El caso es que toma de nuevo la palabra:

– Entonse, argó no é lo de echá lah cartah, ¿no?

169. Barbie cursillista

Una de las características de nuestro trabajo de profesores es el secuestro de parte de nuestro tiempo libre (1) con el único propósito de que algunas personas que trabajan totalmente a su aire, sin el menor control sobre lo que hacen y cuándo lo hacen, puedan justificar su posición privilegiada organizando cursos, grupos de trabajo o jornadas que, ni interesan a nadie, ni sirven para nada.
No interesan ni sirven porque suelen tratar temas absolutamente alejados de la realidad y de las necesidades de aquellos a los que supuestamente van dirigidos. Las personas que los organizan/imparten suelen ser gente que hace lustros que no han visto a un chico de 14 años fuera de sus propios hijos o sobrinos, de forma que tienen una imagen completamente distorsionada de lo que es el trabajo en un aula. Por otra parte, es bastante corriente que no sean especialistas en la materia, que estén ahí como resultado de un nombramiento de tipo político, llevando a cabo un intercambio de favores entre amiguetes (“yo organizo un curso y te coloco en él como ponente, y dentro de unos meses tú haces lo mismo por mí”).


Poco a poco han ido adueñándose de nuestras tardes con reuniones de pura burocracia absurda (que parecen sacadas de una obra de Ionesco o de Beckett), u obligándonos a asistir varias tardes por semana durante cinco años a la Escuela de Idiomas, ya que a la hora de pedir traslado te encuentras con que muchas de las plazas que sacan son bilingües (2) y tienes que tener el título de inglés, francés o alemán para poder concursar.

Como si nos secuestran las pocas tardes que nos quedan aún para vivir (es decir, atender a las necesidades de nuestra casa, hacer compras, ocuparnos de los familiares que tenemos a nuestro cargo, etc.) podría arder Troya, pues de vez en cuando te secuestran un sábado, para una jornada de temática absurda o para impartir parte de un cursillo al que difícilmente te puedes negar, porque lo necesitas para cobrar tu próximo sexenio o porque sabes que de otra forma quedarás relegado a la cola de cualquier cosa. Ahora tiene más valor un cursillito de mierda que ser catedrático.

Y eso es lo que yo tuve ayer, un sábado secuestrado por la Administración. De forma que, al llegar al final de la semana deseando descansar, me encontré con que tenía que madrugar, pasar todo el día fuera de mi ciudad y no llegué a casa hasta la noche. Como ya soy perro viejo en estos temas, iba preparada. Con mi lector de libros electrónicos, que es más pequeño que una libreta y se camufla muy bien, llevaba lectura para desconectar y ponerme a leer una novela.

Pero no es para contar eso para lo que estoy escribiendo, sino para describir a un ejemplar que ya me parece un clásico de estos eventos: la Barbie cursillista (3).

Ocurre que en estas cosas siempre hay muchas más mujeres que hombres. Aparte de que en la enseñanza haya una proporción bastante más grande de profesoras que de profesores, sospecho que los hombres se escaquean con habilidad de estas cosas, y que conste que les alabo el gusto. Yo también lo hago cuando tengo oportunidad. Pero hay un tipo de mujeres que, lejos de intentar esquivar estas productivas reuniones, se unen a ellas locas de alegría. Observándolas durante años he llegado a algunas conclusiones:

– La Barbie cursillista prototípica es una madre de familia con varios hijos. Teniendo en cuenta que el sábado les toca hacer la compra gorda en el Mercadona, darle un repaso intensivo a la casa, aguantar a los niños dando por saco o, en su defecto, llevarlos a alguna parte para que se distraigan, exponen ante sus maridos la obligación inexcusable de asistir para endilgarles a ellos todas esas tareas, mientras ellas pasan el día con sus amigas encantadas de la vida. Las solteras, que pueden permitirse el lujo de salir el viernes de copas hasta las tantas, levantarse el sábado a las 10 o más, darse una vuelta de tiendas, etc…, no desperdician un sábado de esa forma a menos que las obliguen a punta de pistola.

– Aunque estén encantadas de pasar el día fuera de casa no quieren dar la impresión de que son unas malas esposas y madres, así que se pasan el día colgadas del móvil, llamando a casa un millón de veces para comprobar si el legítimo ha realizado todas las tareas, y para enterarse de las últimas ocurrencias de los nenes, a quienes llaman todo el tiempo “mi amor”. Mi amor, sí, pero cuanto más lejos mejor, por lo menos hoy.

– Como van a lo que van, acuden perfectamente arregladas: peluquería de la tarde anterior, con las mechas recién dadas, manicura perfecta y cuidado vestuario. Ojo, no son unas catetas que no saben como vestirse, así que no se pondrán como para ir a una boda, pero dentro del estilo “sport chic” puedes jurar que todo lo que llevan es de marca Burberry o similares. Y bisutería de la buena, por supuesto. Si puede ser, de Tous, y que se note a lo lejos que es de Tous.

– No hay nada que le guste más a una Barbie cursillista que llevar un cartapacio lleno de cuadernos. Pero tampoco caerán en la vulgaridad del cuaderno típico de cuadritos comprado por un euro en el bazar de los moros de la esquina. Irán a una papelería pija de diseño y se gastarán un pastizal en cuadernos y rotuladores chulos. En este tema he diferenciado hasta ahora dos subtipos: las de mentalidad infantiloide, que se compran un kit completo diseñado por Ágata Ruiz de la Prada (corazones y florecitas en colores chillones) y rotuladores hasta dorados y plateados, o las modernas que se compran cuadernos con hojas de papel de arroz, tapas de corcho o tapas duras con diseños basados en pinturas famosas y cosas por el estilo. Todo ello guardado en una cartera, bien de piel en plan pijo, bien supermoderna de esos materiales que desde hace unos años invadieron las papelerías. Toman apuntes como posesas, no porque les interese nada de lo que se está diciendo, no porque les sirva para algo, sino para que todo el mundo vea el material tan bonito que se han comprado.

– Cuando por fin la jornada, cursillo, reunión o lo que sea ha terminado, no tienen bastante. A la salida se dispersan en grupos de amigas y se van a tomar café. Cualquier cosa antes que volver a casa.

Podría decir que en las próximas ocasiones trataré de identificar otras especies dentro de este público cursillista pero, sinceramente, si está en mi mano no iré a otro más que a rastras y, una vez allí, intentaré sumergirme en mi lectura y olvidar dónde estoy pasando el sábado.
_____________________________________________
(1) Por si aparece por aquí el clásico despistado o el clásico que, conociendo la verdad, se la calla y critica, comentaré que a aquellos que piensen que tenemos demasiado tiempo libre les aclaro dos cosas:
– cuando llegamos a casa seguimos trabajando: corrigiendo exámenes y cuadernos, preparando clases, buscando textos para comentar, o lo que sea. Parecen tonterías pero te llevan muchas horas.
– ese “exceso de tiempo libre”, o esa idea de la mayoría de la gente de que tenemos el privilegio de muchas más vacaciones que el resto de los trabajadores, LO PAGAMOS NOSOTROS. Es decir, que mi sueldo me lo pagan en parte en dinero y en parte en días no laborables. Por eso cobramos menos que cualquier otro funcionario de nuestro mismo nivel. Y además esas vacaciones no podemos cogerlas cuando queramos, sino que nos vienen impuestas de antemano. Si alguien está dispuesto a que le reduzcan un porcentaje nada despreciable de su sueldo a cambio de tener vacaciones en unos días que a lo mejor no son los que tú hubieras elegido, pues ya sabe a qué tiene que dedicarse.

(2) Es de risa floja imaginarse que si a los alumnos ya les cuesta enterarse de las explicaciones si te sales de un vocabulario de 200 palabras, se van a enterar si les explicas Biología, Historia o Matemáticas en inglés. Hasta ese punto de imbecilidad han llegado los que manejan la educación. Que digo yo que podrían primero concentrarse en que el presidente del gobierno y todos los ministros dominaran un par de idiomas, ¿no?

(3) Que conste que todas las mujeres que asisten no pertenecen al mismo prototipo. Estoy describiendo sólo uno de ellos.

viernes, 6 de septiembre de 2019

160. ¿Sabes leer las instrucciones?

Entre los múltiples motivos por los que un alumno suspende frecuentemente los exámenes, la mayoría de ellos fácilmente evitables, uno muy común es que contesta a las preguntas erróneamente por la sencilla razón de que le da demasiada pereza enterarse bien de qué es lo que se le pregunta. Por eso, las respuestas son muchas veces incompletas, o no tienen nada que ver con la pregunta. Leen sólo el principio del enunciado o, aparentemente, una palabra de cada cuatro que lo componen. No penséis que me estoy refiriendo sólo a alumnos de 12 años. Me ha pasado con alumnos de bachillerato y con universitarios.

Esa cuestión, de la que todos los profesores nos percatamos en seguida, se puede comprobar con una sencilla prueba. Después de años y años repitiéndoles que lean detenidamente el enunciado, que se aseguren de que lo entienden, que contesten sólo lo que se les pregunta y todo lo que se les pregunta; cansada de que durante el resto del examen, cada uno o dos minutos un alumno pregunte “¿Qué hay que poner en la pregunta 5?”, obteniendo sólo la respuesta “Lo que dice el enunciado”, y sin que ésto sirva de lección al resto de la clase; cansada sobre todo de tener que enseñarle un examen a un padre una y otra vez para demostrarle que “a su niño el examen no le salió perfecto, sino que contestó cosas que no tenían nada que ver con lo que se le preguntó”, esta mañana he hecho una sencilla prueba.

En una clase de 28 alumnos de 15 años entregué a cada uno un folio en blanco y una fotocopia con las siguientes instrucciones:

1. Lee cuidadosamente la lista entera de instrucciones antes de hacer nada. Dispones de 4 minutos.

2. Pon tu nombre en la parte superior derecha de la hoja.

3. Pon la dirección debajo de tu nombre.

4. Pon tu número de teléfono en la parte inferior izquierda.

5. Suma 9370 + 5641.

6. Resta 1492 de 1789.

7. Levanta el brazo y di: “Soy el primero”.

8. Dibuja dos cuadrados, un triángulo y tres círculos.

9. Escribe un sinónimo de “cansado”

10. Levántate y da una fuerte patada en el suelo.

11. Escribe de 1 a 10 en sentido decreciente.

12. Escribe los números impares de 1 a 29.

13. Escribe los números pares de 30 a 50.

14. Escribe tres palabras que rimen con “solo” (en el ejercicio original la palabra era “fruta”, pero como ya imaginaba el cachondeo que se iba a montar, cambié la palabra).

15. Grita: “Yo he seguido las instrucciones”.

SI HAS SEGUIDO CUIDADOSAMENTE TODAS LAS INSTRUCCIONES NO DEBERÍAS HABER HECHO NADA TODAVÍA: VUELVE A LEER LA PRIMERA INSTRUCCIÓN.

Ni que decir tiene que ni un solo alumno del grupo lo ha realizado correctamente. En cuanto llegaron al punto nº 2 se olvidaron de lo que ponía en el 1 y empezaron a hacer cosas. Algunos se iban quejando, mientras sumaban, escribían o dibujaban a toda prisa de que cuatro minutos era muy poco tiempo para hacer tantas cosas. Ni se habían dado cuenta de que cuatro minutos era el tiempo para leer la lista. Pero, sobre todo, su cerebro saltó olímpicamente sobre la frase “Lee cuidadosamente la lista entera de instrucciones antes de hacer nada”, que era precisamente la primera frase de la fotocopia.

Luego se quedaron boquiabiertos cuando les hice ver el error que TODOS habían cometido. y que todos hubieran suspendido si aquello hubiera sido un examen. Y que conste que elegí aquella clase porque abundan los alumnos inteligentes, aplicados e incluso brillantes. Pero ni así.

De momento parece que todos se han convencido de que hay que leer cuidadosamente antes de responder. A ver lo que les dura.



153, La última, de momento

El otro día, en una de esas múltiples reuniones de profesores que jalonan nuestra jornada habitual, el director nos informó de la última ocurrencia de nuestros superiores. Temo haberme perdido, entre el barullo de los comentarios de la gente y lo prolijo del asunto, parte de la explicación, pero espero que incluso a falta de algún detalle podáis seguir más o menos el tema.

Resulta que han tenido a un grupo de pobres desgraciados estudiando cosas como en qué trimestre se produce más cantidad de bajas maternales, la relación matemática entre la edad del profesorado y las enfermedades que causan faltas al trabajo (1) y ese tipo de cosas. Luego han contado en cada uno de los centros el número total de profesores y el número de profesoras en edad fértil (han tomado en cuenta el rango de edad de 25 a 45) y también han sacado la media de edad del profesorado. Todo ello, como digo, centro por centro. Y válido sólo para este año, pues cada curso se produce un movimiento de profesores que invalida estos cálculos. Por ejemplo, mi instituto es pequeño, el año pasado tenía veintisiete profesores. Y los tres de más edad que trabajaban en él el año pasado este año ya no están (dos por jubilación y otra porque estaba en comisión de servicios que este año no le han renovado y ha vuelto a la plaza que tenía en otra localidad). De forma que este año la media de edad de mi instituto ha bajado mucho con respecto al año pasado. De la misma manera, la media de edad volverá a subir el año próximo, porque este curso hay profesores en prácticas (bastante jóvenes y que con toda seguridad el año que viene estarán en otro destino) y una baja de larga duración que este año está cubierta por una persona joven, pero el curso próximo esa plaza puede estar cubierta por alguien de más edad (la titular u otro interino mayor que el de este año). Además del hecho ineludible que todos los demás tendremos un año más.

De la misma forma, los traslados, tanto voluntarios como forzosos (2) hacen que todos los datos varíen cada año, tanto el de la edad media como el del número de profesoras susceptibles de quedarse embarazadas. Por todo ello, como digo, estos cáculos sólo valen para un año.

En fin, con estas variables (3), lo que lo convierte más que nada en un ejercicio de clarividencia, han calculado el probable número de horas de clases no impartidas para este curso que ahora empieza, repartidas por trimestres, aunque no por igual. Parece ser que estadísticamente se dan más partos de profesoras en determinadas épocas del año. Y nos han asignado a cada centro un número de horas “permitidas”. Si en el primer trimestre no “consumimos” las horas previstas las podemos acumular al segundo, y lo mismo del segundo para el tercero. ¿Qué ocurre si por toda una serie de circunstancias, imposibles de prever, “nos pasamos”? El instituto será penalizado. ¿De qué forma? No lo sabemos. Supongo que ni ellos mismos lo saben, porque esa “penalización” puede ser un tema muy peliagudo. El que haya algunas personas que falten más de lo que ellos tienen previsto y “consuman” las horas no tiene por qué afectarnos a los demás de ninguna manera. De momento sólo tenemos la amenaza, en el estilo matonesco que acostumbra la Junta. Por supuesto, aunque nos “pasemos” no pueden dejar de cubrir las bajas maternales, por enfermedad o por accidente, debidamente justificadas, así que esto no va a cambiar en esencia el número de horas perdidas o las sustituciones necesarias (4). Tampoco pueden impedir que la gente se case, haga mudanzas, adopte un niño, o nos encontremos de repente con un familiar de primer grado fallecido o ingresado en un hospital.



¿Y si no “gastamos” las horas previstas? ¿Nos premian de alguna forma? ¿Podemos repartírnoslas a final de curso? (Esta última pregunta, por supuesto, hecha en plan de guasa). No sólo no nos beneficia, sino que nos puede hasta perjudicar. Porque pueden pensar que se excedieron al concedernos un número previsto de horas y reducirlas para el curso siguiente. Así que no se sabe qué es peor, si que haya más faltas de la cuenta o menos.

Segunda cuestión: si alguien se pone enfermo o sufre un accidente, y el médico correspondiente le asigna unos días de baja, desde la Delegación pueden decidir ipso-facto que no son necesarios tantos días. Por supuesto, sin verte siquiera, y sin que te reconozca un inspector médico. Así que el diagnóstico de un médico para a ser para ellos sólo una sugerencia, pero que no les condiciona de ningun modo.

Bien. Pues esta es la última muestra de la obsesión controladora de la Junta de Andalucía, que entra ya en lo patológico. Ignoro si es una medida general para toda la región, una ocurrencia del Delegado Provincial de Cádiz o exclusiva de la inspectora que nos toca. Algunos amigos que trabajan en otros pueblos de la provincia todavía no saben nada del tema. Espero que otros profesores que leen este blog nos informen de si en sus provincias se ha tomado la misma medida.

………………………….

(1) Esa relación no tiene por qué existir. Hace sólo tres o cuatro años, el único profesor de mi centro que tenía una enfermedad grave, que le motivaba continuas revisiones y tratamientos era una persona menor de 35 años. El curso pasado las tres bajas más largas (por un accidente de coche y por dos lesiones de huesos que requirieron intervención quirúrgica y meses de rehabilitación) les ocurrieron a personas menores de 45 años.

(2) Los profesores en prácticas, aquellos que disfrutan en este momento de una comisión de servicios pero el año próximo la ven denegada, los profesores en expectativa de destino, que son bastantes…

(3) Evidentemente, hay cosas que no están previstas (si la gripe es este año más virulenta que otros, accidentes de coche o caseros, etc.). Estoy segura de que no han tenido en cuenta, por ejemplo, que mi centro está fuera del casco urbano, en mitad del campo, justo en el límite entre dos términos municipales. Eso implica que nadie puede ir al instituto andando, y que el uso masivo y exclusivo de coche por parte de todos los profesores implica un mayor riesgo de accidentes, por ejemplo.

(4) Otro tema que merecería comentario es que hasta ahora sólo se cubren bajas superiores a quince días. Y además tienen presionados a los médicos para que no concedan bajas más largas. Por ejemplo, el año pasado una profesora tuvo que ser operada de una lesión en la planta del pie, y el médico calculó que estaría mes y medio fuera de la circulación, pero por instrucciones de arriba (por supuesto, nada por escrito), en vez de darle una baja de mes y medio, le dio tres bajas sucesivas de quince días, con lo cual no fue posible pedir un sustituto. Resultado: varios grupos estuvieron mes y medio sin profesora de inglés. Como se ve, ante todo y lo primero, la preocupación por que los alumnos reciban la mejor enseñanza posible.

miércoles, 4 de septiembre de 2019

126. Músicos por narices

Una de mis compañeras de trabajo es I., la profesora de música. Su madre era maestra y daba clases de música en un colegio de primaria. La llevó al conservatorio tan pequeña que cuando acabó el primer curso no se pudo examinar porque no llegaba a la edad requerida para ello.

I. estuvo un montón de años en el conservatorio, hasta que terminó el bachillerato. Hace unos días me confesó que no tiene ni idea de lo que hubiera estudiado si su madre no la mete por el camino de la música pero, una vez ahí, escogió lo más fácil (y yo lo comprendo perfectamente). Con tantos años de conservatorio a sus espaldas, primero hizo Magisterio por la rama de música y luego la licenciatura en Musicología. Ya tenía la mayor parte del trabajo hecho.

A. también es compañero mío, y su mujer es la profesora de música en el colegio de primaria que tenemos al lado. Cuando su hija mayor era una enanilla, su madre la llevó al conservatorio y ahora, con 10 años, ya lleva varios años tocando un violoncelo que es más grande que ella y dedicándole varias tardes a la semana (tiene que ir a otra población cercana para estudiar en el conservatorio) y muchas horas de práctica en casa, además de las tareas del colegio.

Otro de mis compañeros, L., también está casado con una profesora de música, esta vez de instituto. Su hija E. es alumna mía desde hace tres cursos y también está en el conservatorio más o menos desde que estaba aprendiendo a leer. Este verano, después de sacar 2º de ESO con muy buenas notas, a pesar de las horas que le dedica al violín, en vez de descansar y divertirse se ha pasado gran parte del verano haciendo cursos y tocando con la Orquesta Joven de Andalucía.

Son muchas casualidades, ¿no? En los tres casos las niñas fueron llevadas al conservatorio por sus madres, profesoras de música, sin haberlo pedido, a una edad tan temprana que todavía no habían manifestado ningún interés especial por el tema. Es innegable que deben tener algún talento o alguna predisposición para la música, pero quizás también para otras cosas. Y nadie les ha dado la oportunidad de comprobar si les gustaba más el deporte, los idiomas o, simplemente, jugar con sus Barbies.

Sé de otros casos de niños llevados por sus padres al conservatorio que, en cuanto han cumplido una edad en torno a los 12 ó 13 años lo han dejado, porque estaban agotados de practicar durante horas después del colegio y la tarea, porque les apetecía más apuntarse a un equipo de fútbol o porque echaban de menos eso de tumbarse en el sofá a ver la tele.

Supongo que debe ser importante, en el caso de la música, empezar muy pronto, pero al mismo tiempo creo que es un inconveniente terrible, pues la mayoría de los niños empiezan empujados por los deseos de sus padres, y no por propia afición, cosa que no ocurre en otras carreras. Afortunadamente un médico no puede llevar a su hijo de 6 años a una academia para que le enseñen a hacer autopsias, ni un minero apuntar al suyo a la actividad extraescolar de picar carbón.

Me dan algo de pena las protagonistas de estos casos que conozco tan de cerca. Y me dan ganas de gritarles a los padres que sus hijos no nacieron para cumplir las expectativas de ellos, y que no les están dando la oportunidad de descubrir por sí mismas qué es lo que les gusta.

Nos quejamos de los padres que se desentienden de los hijos, pero parece que no hay un término medio.

122. Comparaciones ( ¿Odiosas o no?)

Hace ya un año que a mi Instituto le fue concedida la solicitud de ser un centro TIC. Eso implicaba que sería dotado con una moderna sala de informática, con todo el equipo nuevo, y con unos carritos con ordenadores portátiles para usarlos en las clases. No uno por alumno, por supuesto, ni uno por cada dos alumnos, sino solamente unos pocos de forma que los profesores tendremos que hacer turno para su uso. Como era de esperar, al cabo de un año no ha llegado nada de material informático. Tampoco hay el menor indicio de cuándo empezará el acondicionamiento de la futura aula de informática. La Consejería de Educación de la Junta no sabe, no contesta.

Mientras tanto, la asignatura de informática, que existe en varios cursos, se imparte con una colección de aparatos prehistóricos, muchos de ellos desechados por los profesores cuando renuevan sus equipos personales. Yo misma, en julio, cuando compré un ordenador nuevo, doné el viejo al Instituto, donde el profesor lo recibió como agua de mayo. Ni que decir tiene que tampoco en ese aula existe un ordenador para cada alumno. Tienen que compartirlos entre dos y a veces tres alumnos.

Mientras que, como se ve, los alumnos de secundaria no pueden disponer de un mínimo de ordenadores que no sean chatarra, Zapatero anuncia a bombo y platillo que los alumnos de primaria recibirán un portátil cada uno. Todo el mundo sabe que eso nunca ocurrirá pero, ¿y lo bien que queda anunciarlo?

Los profesores recibimos, por cortesía de las editoriales de libros, no de la Consejería de Educación, algunos portátiles de mala calidad. Por supuesto, no uno para cada uno, sino uno o dos por departamento, de forma que tenemos que compartirlos entre varios (y a veces dos departamentos comparten un solo portátil). Son tan malos que algunos se estropearon ya en el primer trimestre. Así que nos vemos forzados a llevar nuestros propios portátiles de casa si queremos utilizar este medio para presentar algún material a nuestros alumnos. Ni que decir tiene que no hemos recibido ningún tipo de ayuda económica para comprar estos portátiles que usamos en las clases.

Hoy mismo leo que el Congreso de Diputados va a gastar algo más de medio millón de euros en cambiar su sistema de correo electrónico, para que incluya la posibilidad de enviar mensajes a móviles.

A esta partida se sumarán otras, como trescientos mil euros en ordenadores portátiles de pequeño tamaño, que sustituyan a los que se pusieron en uso hace menos de dos años. Así sus señorías podrán seguir chateando y haciendo compras por internet mientras sus colegas pronuncian aburridos parlamentos que ni ellos mismos se creen.

También, como cada año, a cada uno de los diputados se le pasará el proyecto de Presupuestos del Estado para 2011 en un pen-drive. Para eso está previsto gastar 37.500 euros. Así sus señorías reciben cada año de regalo un pen-drive último modelo, en lugar de un par de dvd’s.

En total, cerca de un millón de euros en gastos totalmente prescindibles.

Creo que está todo dicho y que mis lectores no necesitan ningún comentario por mi parte. Una simple presentación de los hechos es suficiente.

120. Los políticos y la gripe

Que el tema de la gripe A en España está siendo llevado de la peor forma posible, lo sabemos todos. Envían continuamente mensajes contradictorios, creando un desconcierto en la población sin parangón. Esto sólo se puede deber a dos causas. Estamos gobernados por idiotas incompetentes, que olvidan lo que dijeron hace diez minutos y dan la recomendación opuesta. O detrás de esta anarquía hay motivos que no salen a la luz.

Las distintas consejerías autonómicas implicadas se contradicen entre ellas, y al mismo tiempo con el Ministerio de Sanidad. Ejemplos:

– Aquí se insiste en no cerrar colegios, independientemente del número de casos registrados. Al mismo tiempo, la OMS recomienda cerrar un centro en cuanto se produzca un número de casos igual al 1% de alumnos. En el caso de mi instituto, con tres alumnos ya tendríamos que cerrar el centro.

– Primero se dice que se va a vacunar a los niños como pertenecientes a grupo de riesgo. A continuación se anuncia que ni alumnos ni profesores son grupos de riesgo, así que no serán vacunados. En tercer lugar, se anuncia que 400 voluntarios entre 6 meses y 17 años serán vacunados para experimentar la vacuna.

– Unas comunidades insisten en cumplir el calendario escolar previsto, mientras otras van a poner en práctica un comienzo escalonado.

– Mientras que las instrucciones de la Junta de Andalucía especifican que las faltas de los alumnos afectados deben tramitarse como faltas normales (con lo cual nunca se sabrá cuántos alumnos pasaron este tipo de gripe y cuántos otra enfermedad común, muy típico del oscurantismo imperante en Andalucía en todos los asuntos), las instrucciones del Ministerio de Sanidad especifican que deben notificarse cada uno de los casos.

En el primer claustro de profesores del curso el director nos lee (porque le obligan a ello) las normas que ha enviado la Junta de Andalucía para el tema de la gripe A. Esto, unido a las recomendaciones del Ministerio de Sanidad, da lugar a una sarta de sinsentidos que nos hacen soltar la carcajada a cada momento.

Os comento algunas, a ver que os parece:

– Los tutores deben reunir a los padres y leerles dichas normas. Esa reunión es inútil porque los profesores no podemos resolver ninguna duda que nos planteen. Los padres se preguntarán entonces que para qué les llamamos. O que, si se hace la reunión, por qué no informa el personal de los centros de salud, que sí podrán dar algunas respuestas. Por supuesto que no vamos a hacer semejantes reuniones. Fotocopiaremos la carta en cuestión y se la daremos a los alumnos el primer día de clase. Si los padres tienen alguna duda, allí figuran los teléfonos de los centros de salud donde pueden informarse.

– El Ministerio especifica que la limpieza debe realizarse en todo el centro al menos dos veces al día, con jabón o detergente, prestando la máxima atención en: mesas y sillas, pomos de las puertas, interruptores de la luz, teléfonos y timbres, material escolar y didáctico, aulas compartidas, teclados y ratones de ordenadores, aseos y zonas muy concurridas, como aulas de informática, salones de actos o cafeterías. Parece claro que estas personas no han estado nunca en un centro escolar. La limpieza se realiza por las tardes, cuando el centro está vacío. ¿Pretenden que interrumpamos las clases y las vaciemos a media mañana para que un batallón de limpieza entre a realizar todo ese proceso? Pero, al mismo tiempo, seguimos teniendo las mismas tres limpiadoras que siempre. Según esto, ¿tienen esas mujeres que realizar un doble turno de trabajo durante meses y meses? ¿Desconocen que en la limpieza diara de un instituto no se puede incluir, por ejemplo, los ratones y los teclados de los ordenadores, porque no daría tiempo a hacerla? Y el material escolar ¿desde cuando se ha limpiado? ¿Y con qué producto? ¿Deben dejar los niños sus libros y cuadernos en el instituto para que sean fumigados dos veces al día? ¿Cómo podrían entonces estudiar y hacer las tareas durante los varios meses que se calcula que dure esto?

– Distanciar el espacio entre pupitres, aunque no se indica la distancia a la que deben estar. Todo esto, al mismo tiempo que obligan en meter hasta 33 alumnos en cada aula en ESO y 35 en bachillerato. Y todo ello en unas aulas bastante pequeñas donde, con los pupitres agrupados de dos en dos, a veces apenas hay espacio entre las filas.

– Mantener y reforzar los turnos en recreos, comedores, etc. Turnos ¿de qué? Reforzar ¿qué? No sabe, no contesta.

– Obligar a los niños a lavarse las manos varias veces al día. Cualquiera sabe que unos adolescentes no se van a lavar las manos porque un profesor se lo diga. Sobre todo si deben aprovechar los recreos para hacerlo. No están dispuestos a perder un minuto de recreo por nada del mundo. Tampoco podemos estar interrumpiendo continuamente las clases para enviar a 300 alumnos a lavarse las manos varias veces en los cuatro servicios disponibles (cada uno de ellos con dos lavabos), porque en ese caso sería imposible dar clases ni medio normales. Tampco creo que las parejitas dejen de buscar rincones donde besarse, lo diga quien lo diga.

– Impedir que compartan rotuladores, bolígrafos o cualquier otro material que puedan llevarse a la boca. Si muchas veces aparecen unos cuantos a hacer un examen sin bolígrafo, y nosotros tenemos que prestarles varios de los nuestros… Si en clases como las de dibujo, tecnología o informática es imposible que haya material completo para cada niño… En Educación Física y en los laboratorios también comparten material todos los alumnos.

– Tenemos que ser nosotros los que identifiquemos a los niños por los posibles síntomas que aparezcan. Teniendo en cuenta que suelen ser bastante más leves que los de una gripe común, en cuanto un niño estornude ya estaremos dudando. Por otro lado, para muchos alumnos esto va a ser jauja. Comprobarán que con quejarse un poco, se les envía a casa inmediatamente. Y como los bulos y rumores corren por cualquier instituto que es un gusto, en cuanto se insinúe la noticia de que Fulanito o Menganita pueda tener la dichosa gripe, aparecerán hordas de madres que insistirán en llevarse a sus hijos por si acaso.

En fin, que esto va a ser un cachondeo de narices.

martes, 3 de septiembre de 2019

109. ¡Horror! ¡Fin de trimestre!

Podría parecer que había desaparecido de la faz de la tierra, asesinada por algún admirador de Sharon Stone que no soportara que me cortara el pelo como ella, o abducida por mi nuevo disco duro de 2 teras. Pero la realidad es mucho más anodina:

1. Bronquitis tamaño extra que me ha tenido diez días de baja.

2. El antibiótico que me prescriben para la bronquitis me da una reacción alérgica que me pone como un monstrio. Así descubro que soy alérgica a la amoxicilina.

3. Me recupero a medias y vuelvo al trabajo porque veo que se me echa encima el fin de trimestre y no puedo perder ni un segundo más. Me enredo en una vorágine de exámenes trimestrales, recuperaciones y notas medias.

4. Para rematar, el martes y el miércoles, después de la jornada normal y con todos los niños del instituto hechos un manojo de nervios, cansados e histéricos, un bocata en la sala de profesores y a seguir por la tarde. El martes llego a casa a las 9 de la noche y el miércoles a las 8.

Lo peor es que quedan dos días de clase, que los niños ya saben que las notas están puestas, que están tan agotados como nosotros y no hay forma de que continúen trabajando. Y que la Delegación no nos permite hacer otra cosa que clases normales, en lugar de planear algo extraordinario para matar estos dos días que quedan. Las notas no se entregan hasta la última hora del viernes. ¿Quién es el guapo que convence a los niños en estas condiciones que tenemos que seguir como si nada, empezando ya con el programa del tercer trimestre? Yo, desde luego, en las condiciones que estoy, todavía con la garganta y los bronquios hechos un asquito, me declaro incapaz. Cualquier día de clase normal a medio trimestre es preferible a estos últimos días en los que ya no hay nada que hacer y ni siquiera puedes conseguir que los alumnos se sienten.

Si sobrevivo al jueves y al viernes, ya os contaré.

105. Los niños con los niños, las niñas con las niñas

No es un fenómeno nuevo, aunque no podría decir exactamente cuando empezó. Supongo que, como tantas otras cosas comenzaría imperceptiblemente y fue en aumento.

Mis alumnos tienen casi todos entre 12 y 15 años, aunque hay unos cuantos con un año o dos más, por haber repetido alguna vez. Lo lógico sería que estuvieran los chicos pendientes de las chicas y viceversa. Pero ocurre justo lo contrario: los niños con los niños y las niñas con las niñas.

Y no sólo porque siempre que puedan hagan grupos por sexos (para deporte, para jugar o para lo que sea), que si les dejas elegir su lugar en el aula a su albedrío verás a todos los niños en un lado y a todas las niñas en otro, sino porque mientras los chicos no miran otra cosa que no sea un balón de fútbol, las niñas están constantemente, incluso en clase, cogidas de las manos, haciéndose cosquillitas, acariciando el pelo a la que está delante o haciéndole trenzas, y abrazándose y dándose besos a la más mínima excusa. Tienen sus agendas escolares llenas de páginas y páginas dedicadas a primorosísimos rótulos con los nombres de sus amigas, que les han costado horas y horas de pintar con rotuladores, purpurinas y otros sofisticados elementos los mencionados nombres rodeados de corazones. Se escriben cartitas con dibujitos, corazones y demás, como si se tratara de la pareja de novios más empalagosa del mundo.

Hace unos días, en mi instituto, se celebró san Valentín como un medio para que los de 4º de ESO reunieran dinero para el viaje de fin de curso. Los alumnos podían enviarse unos a otros flores de verdad, flores de caramelo, adornitos en forma de corazón, ositos de peluche de los que cuando le aprietas la barriga dice “te quiero” y cosas de esas. Bueno, pues contra lo que se podría creer, un 90% de los envíos fue entre chicas. Una niña, que yo sepa, recibió más de sesenta cartas de otras chicas de su edad, donde se juraban cariño eterno entre corazones de purpurina y flores pintadas sobre cartulinas de colores, formando algunas sofisticadísimas tarjetas. Otras se gastaron un pastón en enviar claveles a montones de amigas.

Mientras tanto, los chicos, sin comerse un colín. Ni tarjetas, ni flores, ni caramelos, ni nada.

Yo cada vez entiendo menos. Cuando yo tenía esa edad, estábamos en colegios separados. Y nos faltaba tiempo para reunirnos con los niños del colegio de al lado al salir de clase. Y, por supuesto, no gastábamos un duro ni un minuto de tiempo en dibujar tarjetas floreadas llenas de corazones a nuestras compañeras de clase.

Lo dicho: cada vez entiendo menos.

102. Adelantando el carnaval

Una vez escribí un post titulado “Dar clase en un microondas”. Podría completarlo ahora con “Dar clase en una cámara frigorífica”, pero voy a ver si se me ocurre un título más original.

Mi instituto es de reciente construcción, es bonito y alegre, y está totalmente rodeado de campo. Es muy agradable asomarte a las ventanas y verte rodeada de pinos, y oir a los pajarillos. El único inconveniente que tiene es que los arquitectos deben pensar que en TODA Andalucía, durante TODO el año, hace una temperatura entre 20 y 25 grados.

Llevamos una semana dando clase en unas condiciones penosas, porque por la razón mencionada a nadie se le ocurre pensar que pueden hacer falta cosas como calefacción, por ejemplo. Estos días estamos entrando a las 8’15 con temperaturas entre 2 y 4 grados, y con una humedad de casi el 100%. Como excepción, estamos dejando a los alumnos conservar en clase puestos los gorros de lana, las prendas de abrigo y el guante de la mano que no utilizan para escribir. ¿Cómo podría negárselo si yo misma estoy dando clase con un body de manga larga, dos jerseys, un abrigo, calcetines y guantes de lana? Estoy haciendo cosas que nunca antes hice, como ponerme unos pantys debajo de los pantalones, o renunciar a levantarme de la mesa y escribir en la pizarra, por no separarme de la diminuta estufa que tengo a mi lado. A la mitad de las aulas no les da el sol jamás, a consecuencia de ni siquiera pensar en la orientación, a pesar de que el edificio no tiene ningún condicionamiento en esa circunstancia, por estar completamente aislado de otros edificios y no tener que estar alineado con una calle ni ocupando un espacio concreto.

Antes de ayer tenía clase con 3º C de 13’45 a 14’45. Tres alumnos se habían traído de casa una mantita de viaje para ponérsela, doblada en dos, sobre las piernas. Y claro, tuve que dejarles porque no tenía fuerza moral para obligarlos a guardarla. Ese día iba yo disfrazada de muñeco de Michelin, con un jersey grueso de cuello alto, un forro polar de los buenos, un plumífero y dobles calcetines con botas. Resultado: cada curso nos llevamos un par de meses helándonos de frío y tres meses jadeando de calor. Si alguien piensa que son las condiciones adecuadas para realizar un trabajo o un esfuerzo intelectual, le invito a acompañarme durante unas cuantas clases. Ignoro lo que ocurre en otras comunidades, pero en mi centro no hay calefacción ni aire acondicionado, y para colmo los materiales de construcción son de todo menos aislantes (el techo es de una especie de uralita). No quiero ni siquiera imaginar lo que deben pasar los miles de alumnos andaluces que dan clase en barracones prefabricados desde hace un montón de años. Y todo eso en la Andalucía de la “segunda modernización”, como dice nuestro ínclito cacique Manuel Chaves.

En resumen, que he adelantado un poco los carnavales y he vuelto, como en mis años mozos, a disfrazarme. Este año alternando cada día el traje de esquimal con el del muñeco de Michelin y el disfraz de oso pardo.

Por último, un ruego desesperado. Que a los arquitectos les incluyan en la carrera una asignatura sobre climatología y demás.

domingo, 1 de septiembre de 2019

70. Una semana en el paraiso

En los años 60 muchos pueblos españoles quedaron abandonados, o casi. Algunos por la marcha espontánea de sus habitantes a lugares con mejores perspectivas de futuro. Otros porque fueron expropiados por la construcción de embalses, carreteras y demás. Durante décadas, esos lugares fueron pueblos-fantasma, y algunos todavía lo son. Otros comenzaron a revivir de nuevo cuando se empezó a poner de moda el turismo rural.

En los años 80 el Ministerio de Educación y Ciencia pensó que a algunos de esos pueblos se les podía sacar un aprovechamiento educativo y, mediante un convenio con el Ministerio de Obras Públicas (propietario de los mismos), eligió tres de ellos para establecer un proyecto llamado “Programa de Recuperación y Utilización Educativa de Pueblos Abandonados”. Estos tres pueblos son Búbal (Huesca), Umbralejo (Guadalajara) y Granadilla (Cáceres).


Granadilla fue expropiado a raíz de la construcción del embalse Gabriel y Galán. El pueblo quedó intacto, casi totalmente rodeado por el embalse, pero todas las tierras de labor del pueblo quedaron bajo las aguas, y así no era posible vivir allí en aquellos tiempos. Sus habitantes, con lo que habían cobrado por sus tierras y casas, marcharon a diversos lugares. Algunos se trasladaron al pueblo más cercano, Zarza de Granadilla, a 11 kilómetros. Otros aprovecharon para cambiar de vida y se trasladaron a capitales importantes en busca de una vida menos dura.

Desde 1984 Granadilla, como los otros dos pueblos, está dedicado a una experiencia singular. Cada domingo recibe a tres grupos de escolares de veinticinco alumnos cada uno, acompañados por dos profesores, procedentes de cualquier punto de España. Allí, diez y nueve personas se ocupan de organizar toda clase de actividades para los alumnos y cuidarnos con todo cariño. Los objetivos de este programa son varios: que los alumnos aprendan cómo se vivía en la España rural de los años 60, con las labores agrícolas y ganaderas típicas de cada época; inculcar a los alumnos hábitos de vida saludable; enseñarles como pueden, desde sus vidas normales y corrientes, ayudar a la conservación del medio ambiente mediante el aprovechamiento de recursos y la reutilización de todo tipo de materiales; y mostrarles otras posibilidades de ocio que no dependan de una televisión, un ordenador, un teléfono móvil o un videojuego.

Además, cada grupo desarrolla un proyecto concebido por los profesores que los acompañan, y que nos dé la oportunidad de enseñar cosas que no se pueden hacer dentro de un aula. Precisamente es ese proyecto el que decide la participación del grupo en cuestión. Los proyectos enviados se puntúan, y es esa puntuación la que decide qué institutos participarán. Y además los alumnos van totalmente becados por el Ministerio.

Esta es ya mi quinta vez. Y me marcho para allá con tantas ganas o más que cuando fue la primera. Voy con un grupito de veinticinco alumnos de 3º de ESO escogidos por mí, no en función de sus notas, sino como una especie de premio a los alumnos más esforzados, trabajadores, responsables, cumplidores con las normas y buenos compañeros. En resumen, un grupo delicioso, con el que iría al fin del mundo. Después de una semana vuelvo muerta de cansancio, pero merece la pena ver cómo disfrutan.

El lugar es precioso, un pequeño pueblo construido dentro de un castillo, con su muralla completa y su gran torreón. En toda la semana no salimos de allí, ni falta que nos hace. Y se hace muy corto, puedo asegurarlo. Vivimos en las casas del pueblo; un pueblo al que, cuando estaba habitado, nunca llegó la luz eléctrica. Hoy contamos con algunas comodidades. Tenemos luz y agua caliente gracias a paneles de energía solar y las casas fueron restauradas y dotadas de cuartos de baño sencillos, pero modernos.

Y lo más curioso de todo es que la despedida de los tres grupos siempre es idéntica y parece una tragedia griega: todos llorando, abrazados a los demás. Y eso que seis días antes no se conocían. También resulta asombroso para ellos cuando, en el viaje de vuelta en autobús, les recuerdo que llevan una semana sin ver la televisión, sin acercarse a un ordenador ni jugar con la videoconsola. Y se quedan con la boca abierta porque hasta entonces no habían caído en la cuenta.

Pues mañana domingo, a las 11 de la mañana, salimos hacia Granadilla. Volveremos el sábado 19 por la tarde. Es posible que desde allí no tenga muchas oportunidades de conectarme, de leer vuestros blogs, de dejaros comentarios. Pero espero volver con muchas anécdotas para contaros.