viernes, 25 de diciembre de 2020

Beatus ille...


Esta mañana, como siempre, he mirado antes que nada mi correo. Y al encontrar un mensaje de una amiga, me dispuse a contestarlo. Lo que escribí fue, más o menos el germen de  la reflexión que aquí os voy a desarrollar y que me ronda por la cabeza hace días. Cada vez que leo, u oigo en televisión esa cantinela de lamentos sobre como estamos pasando la Navidad, cuánto echan de menos los abrazos, el ansia de celebrar una Navidad "normal", me quedo bastante perpleja. ¿Por qué la gente habla como si estuviéramos viviendo el Apocalipsis? ¿Se ha vuelto el mundo del revés o solo yo? Porque yo no estoy viviendo, visto lo visto, en el mismo universo. Estoy en casa, sin asomar la nariz a la calle desde hace meses, y no estoy histérica, ansiosa ni deprimida. Tal vez es sólo que tengo capacidad de adaptación y bastante tolerancia a las frustraciones. Hago lo que tengo que hacer. Si tengo que esperar, espero. No pido más. No necesito más. Leo, veo muchos documentales, cine y series, aprendo cosas nuevas todos los días, las elaboro y os las cuento a vosotros, porque es algo que me encanta.


 Pensando bien, creo que el clima un tanto histérico que vivimos es inducido por los medios de comunicación, no sé con qué oscuras intenciones. Los presentadores de los informativos, la publicidad, no permiten que te olvides de que debes sentirte desgraciado. de que estás viviendo  casi al límite de nuestra capacidad de aguante. Si esas personas que desfilan, lastimosas, por las pantallas de televisión son realmente sinceras, las compadezco, porque son tan dignas de lástima  como el hambriento que no tiene ni un mendrugo seco que llevarse a la boca, gente que ha perdido la capacidad de estar a solas con ellos mismos, o que no conciben "celebrar" si no es compartiendo una mesa con más de una docena de personas, personas a las que el silencio les hiere los oídos, y para las que la tranquilidad es sufrimiento.

Tal vez fue una suerte  que desde pequeña aprendiera a distraerme sola, en vez de vivir como la hija de Felipe IV, rodeada permanentemente de bufones y meninas (1). 

«Beatus ille» es una expresión latina que se traduce como «Dichoso aquel (que...)», y con ella se hace referencia a la alabanza de la vida sencilla y desprendida del campo frente a la vida de la ciudad. La temática del beatus ille es una de las cuatro aspiraciones del hombre del Renacimiento, que son: el beatus ille, el carpe diem («Disfruta el momento»), el locus amoenus («lugar idílico ») y el tempus fugit («tiempo que corre») y la consciencia de ello. la expresión viene de un poema de Horacio.

Beatus ille qui procul negotiis,

ut prisca gens mortalium

paterna rura bobus exercet suis,

solutus omni faenore,

neque excitatur classico miles truci

neque horret iratum mare,

forumque vitat et superba civium

potentiorum limina.


Dichoso aquél que lejos de los negocios,

como la antigua raza de los hombres,

dedica su tiempo a trabajar los campos paternos con sus propios bueyes,

libre de toda deuda,

y no se despierta, como el soldado, al oír la sanguinaria trompeta de guerra,

ni se asusta ante las iras del mar,

manteniéndose lejos del foro y de los umbrales soberbios

de los ciudadanos poderosos».


Yo no pretendo cambiar la vida de ciudad por la del campo, ni me entusiasma ponerme a arar con bueyes, propios o ajenos, pero estoy libre de deudas y apartada de los negocios (el trabajo, en mi caso)y lejos del foro y los umbrales de los poderosos. Me adapto a lo que hay, a las circunstancias del momento (tenía entendido que la adaptabilidad nos ayudó a sobrevivir y nos libró de extinguirnos).

¡Feliz Navidad! y os recuerdo que para ser feliz no son imprescindibles panderetas y zambombas.






_________________________________________________________________   (1) Hace solo unos días  he aprendido como era la vida en la corte de meninas y damas, cuáles eran sus obligaciones, cómo vivían.... en una amena charla de 45 minutos del canal de You tube del Museo del Prado: os pongo la url por si tenéis tiempo y ganas:

 https://www.youtube.com/watch?v=eTu5vHzh0u0







 

domingo, 13 de diciembre de 2020

Conversaciones en la carretera


 

Desde mi casa (en el centro de Cádiz) a mi trabajo (en medio del campo a medio camino entre otras dos poblaciones) hay unos 35 minutos en coche. De los diez trayectos semanales (cinco de ida y cinco de vuelta), tengo la suerte de hacer seis de ellos en el coche de una compañera que vive muy cerca de mi casa.


Las dos somos bastante charlatanas, Por la mañana nos ponemos una música marchosa y cantamos como locas (garantizo que "Twist and shout", de Beatles te pone a mil, lo ideal para afrontar una dura jornada). Al regreso, el cansacio ya sólo nos deja la oportunidad de una tranquila conversación pero la evolución de las conversaciones a lo largo de la semana es bien patente. A medida que avanza la semana las conversaciones van degenerando hasta llegar a un punto bastante surrealista, y las del regreso del viernes son ya bastante curiosas. Debo decir que con ello me refiero al tema de la conversación, pues abordamos todos los asuntos con igual seriedad, como si estuviéramos decidiendo dónde invertir los ahorros de nuestra vida. Lo que se convierte en un desbarre total son los temas abordados, no la forma de abordarlos.


Ejemplo de la conversación sostenida entre las 14’55 y las 15’30 de hoy, viernes 7 de mayo, entre dos mujeres adultas (31 y 50 años, respectivamente), profesionales, con dos titulaciones universitarias por cabeza: qué superpoderes nos gustaría tener y por qué (absolutamente verídico).


En un principio las dos nos pedimos la teletransportación. Luego pasamos a discutir las consecuencias de todo ello (ya digo que lo abordamos todo con mucha seriedad). Reflexionamos sobre cómo afectaría al sector de los transportes, sobre el mal uso que se podría hacer de semejante don, si se podría exigir determinadas condiciones a la gente para tener ese poder, qué condiciones podrían ser esas, etc.

Después de una sesuda conversación, teoría de las supercuerdas y multiuniversos incluída, mi compañera siguió con su idea inicial de pedirse la teletransportación. Y yo cambié mi idea inicial y ahora me pido la bolsa de Mary Poppins. Un viernes al final de la jornada estoy demasiado cansada para pensar en implicaciones éticas.







La barra de la "t" y otras zarandajas


 

Desde el jueves a mediodía, mis alumnas se pasean en medio de un polverío de albero enfundadas en trajes de flamenca tan ajustados que casi ni les dejan respirar, no digamos ya sentarse. A eso hay que sumarle el tormento de las horquillas clavadas en el pelo, las flores que están todo el tiempo a punto de caerse, los pendientes que te aprietan el lóbulo de la oreja hasta que pierdes la sensibilidad y otras cuestiones nimias. Mis alumnos pagan un dineral por subirse a varias atracciones que te ponen el estómago en pie. Mis compañeros de trabajo beben a destajo fino o manzanilla aguados, embotellados especialmente para ferias, de una calidad diferente a la normal (total, como todo el mundo está piripi, quién lo va a notar), comen raciones de pescado frito, tortilla o jamón resecos, preparados horas y horas antes, pagando el triple de lo que valen habitualmente. Y sufren unos resacones del quince, a pesar de lo cual vuelven a la feria sin haber tenido tiempo de recuperarse, como si estuvieran condenados a trabajos forzados.


Gracias a los enormes sacrificios de esta pobre gente, yo estoy desde el jueves por la noche en Madrid, pasando unos días de reuniones divertidas, espectáculos musicales, comidas estupendas y hasta la final del Master de tenis de Madrid, cotilleando sobre los famosillos que por allí se dejan ver, aunque no sean capaces de diferenciar un tie-break de un net.


El caso es que ahora mismo, a un rato de emprender el viaje de vuelta, estoy ronca como un grajo, me he fumado media Tabacalera y me he bebido la mitad de la producción anual de ron cubano. Y por supuesto, me he reído hasta que se me han saltado las lágrimas, no he llegado ninguna noche antes de las tres y media de la madrugada y he dormido unas siestas estupendas en una cama comodísima de un hotel bastante bueno, para recuperarme.


El hotel es grande, y tiene muchos salones de diferentes tamaños donde se celebran congresos, reuniones de trabajo y cursos para ejecutivos. En el panel de la entrada siempre hay un montón de eventos anunciados. Uno de ellos, que se celebraba en estos días, me puso la piel de gallina. Se trataba de un curso de grafología aplicado a la selección de personal.


Antes que nada, empezaré diciendo que me parece algo absolutamente lógico la función de los peritos calígrafos que testifican en los tribunales para determinar si dos textos han sido escritos por la misma o distintas personas. Pero esto es diferente. Pretender que por hacer el punto de la i más grueso o más fino, por trazar la barra de la t más corta o más larga, vales para un determinado puesto de trabajo, me parece algo tan poco científico como si para contratar a alguien llevaran a la entrevista a la bruja Lola a echarle las cartas.


Mi letra, por ejemplo, cambió en muy pocos años, causada tan sólo por el hecho de que al llegar a la facultad tuve que empezar a tomar apuntes a toda velocidad. Asimismo, cuando tienes delante una pila de exámenes por corregir y te preocupas por hacer anotaciones en cada pregunta acerca de los errores, lo que falta o el motivo de tachar totalmente una respuesta, el tiempo apremia y no te detienes en caligrafías. ¿Significa ésto que soy una persona de cualidades, talentos o capacidades diferentes cuando corrijo un examen a cuando le escribo tranquilamente una tarjeta de cumpleaños a una amiga? ¿Que mi personalidad cambió radicalmente desde junio del 76 a octubre del mismo año, cuando en cuatro meses pasé de estar en COU a estar en 1º de carrera? Pues no, porque la grafología como medio para determinar cómo es una persona y, sobre todo, sus capacidades profesionales es un perfecto timo.


En tiempos de mi madre, la caligrafía era algo tan propio del colegio donde habías estudiado que se podía saber si alguien había estado en las Irlandesas o en las Esclavas. Y me niego a admitir que eso determinara el carácter de una persona. Por ejemplo, todas mis tías estudiaron en el mismo colegio y aunque sus letras son idénticas su personalidad no puede ser más diferente.


La gente se impresiona porque un “experto” de estas cosas le echa un vistazo a la firma de Picasso y luego nos dice que era un genio, que era muy creativo, y bla, bla, bla. Por supuesto que es facilísimo describir a Picasso. Yo también podría hacerlo sin todas esas zarandajas.


Me aterra que un puesto de trabajo llegue a depender no de tus conocimientos, y ni siquiera ya de cómo te presentas, cómo te expresas o ni siquiera de cómo es tu aspecto (para algunos trabajos, desengañémonos, es fundamental dar una imagen determinada). El que un factor más a considerar sea la forma de tu n o si aprietas el bolígrafo poco o mucho me parece una barbaridad que nos deja a las puertas de una situación como la que veiamos en la película Gattaca (no por lo científico, sino por lo de la selección). Lo próximo que pedirán será un análisis de ADN y el árbol genealógico de tus doce generaciones anteriores. Como en el siglo XVII tenías que demostrar que eras cristiano viejo para acceder a muchas cosas.

















Mirando al pasado


 

Como consecuencia de mis múltiples y simultaneas actividades: clases en tres sitios diferentes, alguna charla ocasional a la que nunca me niego aunque siempre digo que es la última vez, etc, tengo como media docena de pen-drives donde guardo y trasladaba de acá para allá modelos de examen, presentaciones, memorias, fotografías... Esta mañana me he puesto a ver que había en cada uno. He borrado casi todo, pero he hecho un hallazgo que me ha divertido mucho: dos textos escritos en 2.010 papa poner en el blog y que nunca llegué a publicar. Y como hace mucho que no pongo nada en el blog, he decidido que voy a poner en práctica el sagrado mandamiento del reciclaje y os dejo las dos publicaciones: "La barra de la t y otras zarandajas" y "Conversaciones en la carretera". Con ustedes, la Carmina de hace 10 años.