miércoles, 4 de mayo de 2022

¿Una nueva clase de hombre?

 

Mientras leo un periódico en internet, un banner con mucho movimiento no deja de molestarme, así que finalmente no puedo evitar echarle un vistazo, a ver si así desaparece. Anuncia la revista MAN, con un eslógan que dice “PARA UNA NUEVA CLASE DE HOMBRE“.

Me da la risa tratar de imaginar cuál debe ser esa nueva clase de hombre y cómo debe haber cambiado, en consecuencia, la susodicha revista. Sé lo que me voy a encontrar pero, para que no se diga que hago juicios temerarios, pincho en el banner para comprobar. Y me encuentro:

– A Giselle Bundchen en bragas y sujetador.

– A Miranda Kerr en bikini.

– A Lily Aldridge también en bragas y sujetador, esta vez en encaje rojo.

– A Halle Berry en bikini.

– A Bárbara Palvin (una modelo húngara, por lo visto) en bikini.

– A Noelia López (una modelo sevillana) en bikini.

En cada uno de estos apartados, si pinchas te encuentras dos o tres líneas de texto y una galería de fotos de las respectivas.

– Tres mini-mini artículos, por llamarlos algo (tres párrafos, una línea de texto y dos párrafos de texto, respectivamente) sobre un deportivo Jaguar, ropa para hacer deporte y una marca de ginebra.

Y, claro, la portada, que es Bar Rafaeli con pose de fulana barata, en este caso vestida, aunque sea con unos shorts vaqueros cortísimos y una blusa medio abierta de forma que se vea bien su sujetador de encaje blanco.

Una vez que tengo claro cuáles son los gustos e intereses de la nueva clase de hombre, ¿alguien podría decirme cuáles eran los de la etapa anterior?

jueves, 21 de abril de 2022

Carmina en el santuario de las musas

 


A pesar de la gran cantidad de yacimientos arqueológicos que he visitado por diferentes países, que yo recuerde nunca estuve en un santuario dedicado a las musas. En Alejandría (Egipto), ciudad que visité en 1.983, hubo uno, pero no llegó a nuestros días. Sin embargo, sin necesidad de alejarme de mi ciudad natal pasé casi nueve años en uno. Porque los santuarios de las musas se llamaban Museion, de donde viene la palabra Museo.

Cuando terminé la carrera no sabía muy bien qué hacer. Mis padres no concebían que después de terminar la carrera dedicara tiempo a más estudios o a la investigación, porque no concebían que nadie viviera sin trabajar, aunque no hubiera necesidad de que yo aportara un sueldo en casa por entonces. Y un doctorado se veía como algo que no era "trabajar"  stricto sensu y algo innecesario. Incluso las vacaciones de verano de los estudiantes se consideraban una frivolidad, por largas e innecesarias (1). De hecho, aunque aprobara todos el cursos en junio, me "premiaban" con unas clases particulares de lo que fuera, mecanografía o cualquier materia que se pudiera ir adelantando. Se daban a veces situaciones insólitas (2).     

Como digo, a una despistada Carmina con su título de licenciada aún calentito bajo el brazo alguien de su familia le recomendó que fuera a ver a un conocido, que era  Delegado Provincial de Cultura. Me presenté allí y le conté que tenía la carrera recién terminada y que si me podía dar algún consejo, que suponía que él podía  estar al día de como estaba el mercado laboral. Pensó un momento y me dijo: espera un momento que voy a llamar a una persona que casualmente está aquí para una reunión. Volvió al cabo del rato acompañado de una persona, que me presentó: Ramón Corzo, Director del Museo de Cádiz. Después de una corta conversación, quedé con él en ir al Museo de Cádiz (en aquella época se exigía un año de prácticas profesionales para poder presentarse a la oposición para conservadores de Museos). Así podría comprobar por mi misma si me gustaba el trabajo que se hace en un museo.

En 5º de carrera yo había elegido como optativa la asignatura de Museografía, donde no había aprendido nada, porque tenía como profesor a un tipejo bastante revirado que, en una práctica muy habitual entonces en la Universidad, nos hacía trabajar en temas que él luego publicaba como artículos propios. Concretamente, a los de mi promoción nos hizo elaborar un exhaustivo catálogo de los retablos de cerámica que existen en las calles de la ciudad de Sevilla. La oferta me pareció una estupenda oportunidad de  revertir aquel agujero negro existente en la formación que yo había planeado. Y enseguida comencé en el Museo, comenzando una de las etapas más felices de mi vida.

En primer lugar, me sorprendió el grupo tan grande y variado de gente que estaba allí para lo mismo que yo. Conocí a mucha gente, unos con el título tan reciente como yo, otros con más experiencia, algunos ni siquiera habían terminado la carrera todavía, alguno incluso ya había dirigido un Museo (Ángel Muñoz, Ana Gordillo, Paco Blanco, José Miguel Sánchez Peña,  Antonio Álvarez, Antonio Sáez, Lola López de la Orden, Margarita Toscano, Isabel Claver, May García...., a todos gracias por como me acogisteis y con la amabilidad con que me enseñabais tantas cosas). Yo iba haciendo las sucesivas tareas que Ramón Corzo me iba imponiendo. Si no sabía como, preguntaba y siempre había alguien que me iba ayudando. A veces se trataba de algún tema de Arqueología, o de Bellas Artes. Donde creo que no intervine nunca fue en la sección de Etnografía. Cuando llegó mi primera excavación fue emocionante, aunque no me acuerdo de cual fue. Pero no me importaba rellenar fichas, signar fragmentos de cerámica con una plumilla y tinta china o fregarlos con un cepillo para quitarles la tierra de la excavación. Fuera lo que fuera, yo me levantaba cada mañana como el niño que salta de la cama para ver que le han dejado los Reyes Magos. Recuerdo especialmente momentos como los desayunos en la biblioteca, el trabajo en "El Campito" (que era como llamábamos a la gran sala donde hoy se exhiben los Zurbaranes y que entonces servía para almacenar muchas cosas), el ajetreo del montaje de las salas que se inauguraron en 1.983 (los nervios porque parecía que la rotulación de las salas y otros elementos que se realizaron fuera de Cádiz no iban a llegar a tiempo), la llegada de algunas piezas especialmente importantes como la estatua de Claudio de Bolonia, el momento en el que tuve que sacar un enorme cuadro por una puerta lateral y meterlo por la principal porque no cabía por el hueco de la escalera (parecíamos una procesión de Semana Santa), pero en realidad cualquier cosa era motivo de risas y jolgorio. En una ocasión, fui al despacho del director para que me encargara otra tarea y me dijo: "Me ha llamado un profesor de historia medieval del Colegio Universitario y me ha pedido que escribamos un artículo para la revista del Departamento. Y ya he elegido el tema. Hace años hubo una donación al Museo que incluía un tesorillo de monedas musulmanas encontrado en Algodonales. y quiero que tú escribas el artículo. A mi me entraron las siete cosas". Yo no había estudiado numismática, no sabía nada de monedas que, para mas inri, eran musulmanas y nunca había escrito un artículo para una revista científica. Cuando le conté mis miedos me dijo que no me preocupara, me dio varios libros para que me documentara y me fue corrigiendo todo lo que escribía, enseñándome cosas tan básicas como la forma de citar otras publicaciones y todo lo necesario para escribir un artículo decente.

 En numismática se llama tesorillo al ocultamiento de un conjunto de monedas  en un momento de inseguridad, guerra o en previsión de un ataque, con la intención de recuperarlo cuando la situación haya pasado.  En muchas ocasiones de coloca dentro de un recipiente de cerámica (una simple ollita basta) y se entierra o se oculta en un escalón o un hueco de un muro. A veces se quedan ahí por que su dueño nunca pudo volver a recuperarlo y no reaparecen hasta que una obra o un arado los sacan a la luz. Y así salió mi primer artículo. Detrás de él vinieron otros, colaboraciones en alguna obra colectiva, comunicaciones en congresos. Aprendí a hacer de todo: reorganizar la biblioteca, el almacén de pinturas, montar una sala nueva, una exposición, Merche Gallardo me enseñó a revelar diapositivas... Y, aprovechando el material que llegaba de unas excavaciones en el Teatro romano, hice mi tesina "La cerámica hispano-musulmana de Cádiz".

Intervine en muchísimas excavaciones, desde unos sepulcros megalíticos del Calcolítico a un castillo de fines del siglo XV, pasando por tumbas romanas, púnicas y fenicias de la extensísima necrópolis de Cádiz.

Pero lo mejor de todo fue que a través del Museo conocí a diferentes personas que me abrieron otros caminos.

Cuando solo llevaba dos meses de aquellas prácticas de un año me ofrecieron un contrato por tres meses, que por descontado acepté. Luego llegaron otros, con cuentagotas, porque la Cultura siempre es la Cenicienta de los presupuestos, y los años fueron pasando sin que me diera cuenta. No me estaba haciendo rica, pero estaba aprendiendo muchísimo y mi currículo ya tenía un montón de folios.

Un día, al coger el ascensor, me topé con el director acompañado por D. José María Blázquez, que fue un famoso catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Salamanca y de la Complutense, miembro de una larga lista de Academias y de las más prestigiosas instituciones de España y el extranjero, y la persona que más sabía en España de mosaicos romanos. Blázquez, a quien le gustaba  estar rodeado de gente joven, (quizás porque no tuvo hijos) organizaba cada año un viaje de estudios con antiguos alumnos, le dijo a una Carmina de 23 años, con aquella voz cazallera que se gastaba "Niña (3) ¿te vienes con nosotros el año que viene a la India? Y me fui." Y entre 1.985 y 2.000 viajé con su grupo  a 13 países europeos y asiáticos. ¿Os podéis imaginar el lujazo de hacer la ruta de Alejandro Magno por el Indo llevando como compañera de viaje a Arminda Lozano, la persona que más sabía en España sobre Alejandro Magno? Y así en todos los viajes: India, Nepal, Sicilia, Siria, Jordania, Iraq (aprovechando un alto el fuego impuesto por la ONU, después de 8 años de guerra con Irán), Yemen, Pakistán, Ceilán, Líbano, de nuevo Siria, Birmania, Uzbekistán, Tayikistán. Cuando llegábamos a algún monumento o yacimiento, el que quisiera tomaba la palabra y explicaba. Si alguien quería añadir algo lo hacía. Los guías los llevábamos más que nada para resolver la intendencia y como traductores para hoteles y aeropuertos.

Además de Blázquez, hice otra amistad gracias al Museo que más tarde  me ayudó a dar un giro a mi vida. Un profesor de latín de un instituto de San Fernando, contaba siempre conmigo a la hora de hacer actividades extraescolares con sus alumnos. No es que lo conociera en el Museo,  pero teníamos amigos comunes y cuando se dio cuenta de que yo dominaba el tema de la cultura romana, me empezó a llamar y a pedirme que les hiciera una vista guiada por el Museo, por las ruinas de Bolonia, etc... Pepe Armenta hizo el proyecto para una optativa por entonces nueva, Cultura clásica, y se la concedieron al mismo tiempo que un traslado a Sevilla, su ciudad natal, donde tenía un piso y estaba deseando volver. Y le dijo al director de su instituto "Me voy, pero quiero que esta asignatura la de Carmina, sólo me fio de ella". Yo seguí un tiempo más en la arqueología hasta que mi primer brote de fibromialgia me separó abruptamente de ella cuando estaba excavando el yacimiento arqueológico más importante de Andalucía, Itálica (justo en el momento en el que yo pensaba que había llegado por fin a la meta) Entonces recibí la oferta del instituto de San Fernando y la acepté. No había ni libros de texto de la asignatura, pero yo preparé unos apuntes que me quedaron estupendos con sus correspondientes fotos, planos y todo lo necesario. A los dos grupos de 2º y 3º de BUP que tenía se añadió que me pidieron que me encargara de dos grupos de Informática, más tarde un grupo de Historia Universal de 1º de BUP, horas de biblioteca, actividades extraescolares (en el desempeño de las cuales me fui durante una semana con 35 alumnos de 3º de BUP a Londres, que era una ciudad que yo me conocía muy bien). Cuando se abrió el instituto que está en la parte española de la Base Naval de Rota me pidieron que estuviera allí al menos un curso, pero estaba tan cómoda y tan integrada que me quedé hasta que el ictus me retiró definitivamente.

En una cena de despedida organizada por los alumnos de COU de San Fernando

 Nunca había pensado dedicarme a la enseñanza. Antes del Museo había obtenido el Certificado de Aptitud Pedagógica, y había hecho algunos cursos en el Instituto de Ciencias de la Educación de la Universidad de Cádiz, pero solo por si acaso. Pero cuando probé, me encantó. Sólo me dio tiempo de dedicarme a ella 24 años, pero disfruté cada minuto y hubiera seguido dando clase hasta jubilarme. Echo tanto de menos a "mis niños" que he sustituido las clases por los blogs (el de curiosidades de la historia y el de mujeres por descubrir). Perdonadme si a veces, al escribir me pongo  "en modo profe". Es algo que hago sin darme cuenta.


Todo este rollazo ha surgido porque pasé toda la noche soñando con el Museo y me levanté de la cama con la imperiosa necesidad de agradecer a mi particular santuario de las musas y a toda la gente que lo poblaba toda la felicidad que me ha proporcionado en la vida: conocimientos, amistades, la oportunidad de viajar a países de sueño y de descubrir la enseñanza. GRACIAS
 ________________________________________  

(1) Léase el post "El mejor verano de mi vida", en este mismo blog. 

(2) Voy a contar dos ejemplos: una vez, como el marido de una de las chicas que trabajaban en la oficina de mi padre era profesor y daba clases particulares en verano y vivían muy cerca de mi casa, les pareció estupendo, tras hablar con ambos, que me presentara en su casa una tarde en cuanto me dieron las vacaciones para unirme al grupo de sus alumnos. El profesor fue preguntando a cada uno de los que estábamos sentados alrededor de la mesa qué parte de la asignatura (Matemáticas) les había quedado. Cuando llegó a mi se produjo el siguiente diálogo:

-Bueno, Carmina, y a ti ¿qué te ha quedado?

-No, si a mi no me ha quedado nada

-¿Cóooomo?

-No, yo he aprobado todo el curso completo. Si no se lo cree del todo, mañana le traigo las notas para que las vea.

-Entonces, no comprendo por qué tus padres te han mandado aquí. Llamaré a tu padre para que me explique.

-No se moleste, yo le explico. Mis padres creen que las vacaciones son exageradas y una pérdida de tiempo. Cada año me buscan unas clases "de algo" para "rellenar" las vacaciones.

- Pero no pasa nada, yo adoro las matemáticas y me encanta hacer problemas, para mi son como para otras personas los pasatiempos que vienen en las revistas. Sería estupendo ir haciendo problemas de todos los tipos que tendría que aprender el curso próximo.

-??????? (ojos como platos, el profesor y todos los demás del grupo) En fin, si tú lo dices, eso haremos. Pero te prometo que es la primera vez que me pasa. Para mi, en realidad será un descanso el tiempo que te dedique.

El segundo caso ya me dolió bastante más. Yo hice bachillerato de Ciencias. La profesora que me iba a dar Química en 5º de bachillerato se oponía totalmente y se empeñaba en que que yo era de Letras. Como mi padre tenía la esperanza de que yo estudiara Ciencias Químicas (según él era una carrera "muy apropiada para una mujer") me dejó escoger a mi gusto porque pensaba que así acabaría en Química. Pero tuve la mala suerte que a última hora hubo un cambio en el reparto de asignaturas y en lugar de la monja que dió Matemáticas en 5º (un cerebrito y una estupenda profesora) también me daría Matemáticas en 6º la misma profesora que me daba Física y Química y que no me quería en su clase. Y que estaba muy ofendida de que no se hubiera hecho caso de su recomendación. Su inquina era patente. Tengo que decir que ninguna otra profesora manifestó que yo tuviera problemas para aprobar. Por ejemplo, tuve una extraordinaria y simpatiquísima profesora de Ciencias Naturales (que incluía Geología, Biología y Zoología) que nunca me suspendió. De hecho en verano le di clases de problemas de genética al hermano de una amiga. Una vez terminadas las clases, se fijaba un día para los exámenes finales de cada asignatura. Y ese día sólo tenían que ir las que tuvieran que examinarse de toda o una parte de la asignatura.

Yo, como había aprobado las matemáticas en todas las evaluaciones, no fui el día de los exámenes de Matemáticas. Y entonces aprovechó para vengarse. En las notas aparecía Matemáticas suspendida. Mi tutora, que sabía todo lo que pasaba y además estaba presente en las evaluaciones, intervino y consiguió que, como gran favor me  jugara toda la asignatura a un solo problema en un examen especial, yo sola con ella.  Lo hice. Me dictó un problema que yo tenía que resolver en la pizarra. Han pasado muchísimos años pero recuerdo el enunciado como si fuera ayer:

Hallar el  volumen del cuerpo de revolución engendrado al girar la curva [aquí venía la función que definía la curva] alrededor del eje de abcisas.  

 Le dije que muy bien, que lo entendía,  pero que no lo podía hacer porque en el enunciado faltaban datos. No estaban los límites. Y me respondió que no era así,     que si no sabía hacerlo lo reconociera y me rindiera. Pero yo insistí en que tenía que definirme los límites para resolver el problema.     Y    me fuí.  Lo que me dolió fue que mis padres no me apoyaron. Hoy día pasa eso y el padre del alumno se planta en la Delegación de Educación. habla con un inspector y monta un pollo que tiemblan los cimientos.  Me dije a mi misma, "Carmen Sanz, si crees que me has fastidiado el verano te equivocas del todo, no soy una floja, estoy acostumbrada a madrugar, me lo voy a pasar pipa haciendo problemas de matemáticas y se te van a caer las pestañas comprobando si los problemas están bien hechos". En septiembre me presenté con un cuaderno de problemas mucho más gordo de lo que ella me pedía. Acusó el golpe, cogió el cuaderno con los dedos pulgar e índice, como si le diera asco, y con un gesto muy exagerado lo tiró a una papelera sin abrirlo  y me dijo "No hace falta ni el cuaderno ni que te examines, Solo quería que trabajaras este verano". Yo me di media vuelta y me fuí. Ya no tuve que volver allí nunca más. En ese centro no había COU y el curso siguiente lo hice en el Instituto. Por cierto en ese curso de COU saqué un 10 redondo en todos los exámenes de matemáticas del curso, a pesar de tener al profesor más hueso de Cádiz, el terror de los alumnos que estudiaban la carrera de Químicas. Quiero creer que a lo mejor esas clases que no necesitaba me ayudaron a ello.

(3) Viajé con él desde 1.985 hasta el 2.000 y nunca me llamó por mi nombre. Me decía Niña o Gaditana. También me decía a menudo: No hay una mujer que valga más de dos camellos, pero yo a ti no te cambiaba por menos de tres. A pesar de esas cosas, era imposible enfadarse con él.  Era un vejete cascarrabias y exasperante, pero a la vez encantador.

Con Blázquez y otros miembros del grupo en los jardines de Shalimar en Lahore (Pakistán)