sábado, 30 de noviembre de 2019

El ala oeste de la ridiculez


Ayer, mientras escribía sobre la serie "Los Tudor", estaba recordando otra serie con la que me apetecía ajustar cuentas. Y como nada me impide escribir sobre series dos días seguidos, aquí van mis reflexiones


Durante años  de la televisión sólo vi series, aunque realmente no me sentaba delante del receptor. Hay muchas razones para ello, todas estrictamente personales y comprendo muy bien que no sean compartidas por muchos. En primer lugar, por los horarios. No tengo tiempo para pasarme delante del televisor todo el rato que ello requeriría, y además forzosamente me coincidirían algunas al mismo tiempo.  En segundo lugar, porque cuando una serie me gusta mucho, me fastidia enormemente el parón semanal entre capítulos, el parón a media temporada (como en Navidad, por ejemplo),  y el parón de varios meses entre temporadas. En tercer lugar porque series muy prometedoras han resultado finalmente ser un bodrio. Y en cuarto lugar porque estamos sometidos a la dictadura de las audiencias, y series que me pueden gustar mucho son de pronto canceladas por ese motivo. De forma que prefiero esperar a que una serie esté concluida para verla de un tirón, en una maratón de dos capítulos diarios (alguno más en fin de semana). Me estoy refiriendo a la época en que trabajaba y, por tanto, madrugaba. Y esa es otra razón por la que no podía ver muchas series a la hora en que se emitían.

Habrá quien piense que ver una serie que fue finalizada cinco años atrás no tiene ninguna gracia. Es una opinión. A mí me compensa frente a los inconvenientes citados anteriormente. Y además sirve como filtro. Podemos recordar que los seguidores de Lost se comían los codos de la impaciencia, y finalmente muchos de ellos abominaban del final de la serie. Yo me ahorro la impaciencia y además así voy sobre seguro escogiendo las series que voy a ver, descartando las que han supuesto una decepción y aquellas que, siendo de mi gusto, son de pronto canceladas abruptamente.

 En resumen, bastante después de su emisión en las cadenas españolas empecé a ver nada menos que “El ala oeste de la Casa Blanca”, según casi todo el mundo la mejor serie política de todos los tiempos y una obra maestra de Sorkin. Con esas credenciales me puse a verla y lo cierto es que a mí esta serie me ha suscitado una serie de reflexiones bastante diferentes.

Sólo hay dos posibilidades: o estamos ante una galería de personajes inverosímiles y situaciones disparatadas, o, si es un fiel calco de la realidad, lo que debería hacernos reflexionar en manos de quién dejamos el poder.

Veamos lo que se puede decir de personajes y tramas después de haber visto los diez primeros capítulos:

– El presidente de Estados Unidos es un personaje inverosímil, premio Nobel de economía, a pesar de lo que estudió en la universidad fue Teología, no Economía,  cuyo principal mérito es saber millones de datos absurdos e innecesarios (1) que parecen más adecuados para responder a preguntas del Trivial que para gobernar un país.

– El presidente y el vicepresidente se odian. Apenas se ven. Y cuando coinciden el presidente aprovecha para avergonzarlo y dejarlo en ridículo en público.

– Además del vicepresidente, los miembros del gabinete (equivalente a los ministros) también son meras figuras decorativas. El presidente pasa de ellos y sólo los convoca o les informa por obligación, cuando no tiene más remedio (2). Da la impresión de que Estados Unidos tiene un gobierno absolutista sólo parcialmente limitado por las maniobras de “los malos”, que afortunadamente,  siempre pierden.

– Cuando no tiene más remedio que pedir su parecer a los miembros de su gobierno (por ejemplo, en Defensa), tiende a ignorar sus consejos y a dejarse llevar por impulsos de tipo emocional.

– La mujer del presidente también actúa por su cuenta y riesgo, sin detenerse a pensar en las consecuencias de su comportamiento para su imagen y la de su marido. Debe tener un genio endiablado, porque hasta la gente de confianza teme hacerle una sugerencia (3).

– Los que de verdad cortan el bacalao en el país son un reducido grupito compuesto por el jefe de gabinete (en muchas ocasiones aluden a él como “jefe de personal”) y su ayudante, el director de comunicaciones y su ayudante, a los que nadie ha votado y nadie conoce. Toman decisiones sobre cualquier tema: educación, defensa, relaciones con el Congreso, economía, política social, etc. A no ser que el presidente tenga un día travieso, hace sin pestañear lo que estos le digan. A estos cuatro personajes se añade su jefa de prensa, aunque no por completo, pues numerosas veces la dejan fuera de los asuntos que tratan.

– Aunque esa jefa de prensa es quien le va a salvar su cara y su imagen ante los periodistas que se congregan varias veces al día en rueda de prensa, con frecuencia no la informan de asuntos muy gordos que están pasando. Así ocurre que los periodistas aparecen como mejor informados que ella misma, lo que la deja en evidencia frecuentemente.

– El presidente tiene una asesora política que está encarnada en una chica bastante joven, lo que parece totalmente inapropiado para un puesto de ese calibre. Dicha asesora, además, no encuentra que exista ningún conflicto de intereses en trabajar al mismo tiempo para el presidente demócrata y para un opositor, un político republicano prominente.

– A pesar de que este grupito es presentado como paradigma de “los buenos”, honrados, incorruptibles, etc., no dudan en hacer cosas a espaldas del presidente, como intentar contratar a una prostituta de lujo para involucrar en un escándalo a un político republicano, o utilizar el nombre del presidente para organizar un funeral con honores militares para un vagabundo que ha muerto mientras dormía en un banco de un parque.


– Se supone que el presidente aprecia de verdad a esas cinco personas, pero continuamente se está portando con ellas como un niño malvado que de pronto se percata de que tiene poderes mágicos y los usa para fastidiar a todo el que tiene alrededor. Así, cuando termina una jornada a la una y media de la madrugada con el ayudante de su jefe de gabinete, y éste se lamenta de que sólo tiene cuatro horas para dormir antes de volver al trabajo, para fastidiarlo le obliga a quedarse un rato más escuchándolo mientras le cuenta chorradas sobre los parques naturales. En otra ocasión obliga a la secretaria de prensa a ponerse una gorra de baseball, lo que la avergüenza porque va vestida elegantemente. Entonces el presidente, para fastidiarla aún más, llama la atención de los fotógrafos y les pide que le hagan una foto para la prensa.

– Todos los personajes de la serie, incluyendo a secretarias y personal de la más baja categoría, son una especie de fanáticos del trabajo, que aguantan jornadas de 18 horas en la oficina, y eso en días normales. Si hay una emergencia pueden pasarse dos o tres días sin ir a casa, y nadie protesta lo más mínimo. Los derechos laborales de los empleados brillan por su ausencia. Las vacaciones y los fines de semana no existen.

– Se dan situaciones de lo más absurdo, como el presidente abandonando un montón de veces la mesa del banquete ofrecido al presidente de Indonesia, o el hecho de que su hija pequeña salga con su asistente personal, que es más o menos un criado para todo.

– A pesar de la importancia que le dan en EEUU a esos asuntos, a que es más que fácil que acabe descubriéndose todo, y a que se pasan todo el rato diciéndose unos a otros lo que se quieren, la confianza que se tienen y que pondrían su vida en manos de los demás, se ocultan muchos temas entre ellos: el presidente ha ocultado a todo el mundo, incluído su jefe de gabinete, su persona de más confianza, que padece esclerosis múltiple desde antes de presentarse a las elecciones. El presidente y el jefe de gabinete ocultan a todos los demás que éste último, además de alcohólico, es adicto a los tranquilizantes. El jefe del gabinete oculta durante semanas al presidente y a todos los demás que su mujer se ha marchado de casa. El ayudante del director de comunicaciones le oculta al presidente que sale con una prostituta de lujo, pero se lo cuenta a bocajarro a una desconocida que ha venido a visitar la Casa Blanca con sus alumnos de primaria. Luego esa desconocida resulta ser la hija del jefe de gabinete, qué casualidad. Por supuesto, todos estos temas les estallan, como tenía que pasar, y sitúan a los protagonistas al borde del abismo.

– Cuando se descubre que una secretaria filtró a sus enemigos la información sobre las adicciones del jefe de gabinete éste, en lugar de despedirla, dice: “Vamos a darnos una segunda oportunidad”. Ohhhhh, son todos tan buenos que dan ganas de llorar.

Y esto sólo en unos pocos capítulos de la primera temporada. Sin terminarla la dejé por considerarla una tomadura de pelo. Y eso que, según la crítica era "la mejor serie de tema político de todos los tiempos".

Si optamos por la otra posibilidad, el que todas estas cosas sean un fiel reflejo de la realidad, tendríamos que llegar a la conclusión de que es un milagro que ese país (y todos los demás) no se hayan ido al garete hace tiempo. Y también tendríamos que pensar en qué clase de personas colocamos al frente del gobierno de una nación. Incluso sin que en los capítulos que vi de en la serie haya aparecido entre los protagonistas la corrupción, la ignorancia y la incompetencia para esa tarea, incluso planteando la existencia real de unos personajes que se suponen honrados, capacitadísimos, buenas personas, trabajadores, etc.,  da miedo pensar que nuestro bienestar y nuestra supervivencia están en manos de gente así.

Por cierto, en enero pasado se publicó que Sorkin quiere retomar un tema creando un "spin off" de la serie. Debe ser que observando a Trump y a su familia se le han ocurrido algunas ideas. Para temblar.

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(1) Jugando al poker con sus colaboradores se pone a hacerles preguntas como: “En inglés sólo hay tres palabras que empiezan por dw. ¿Cuáles son?”. Y así se pasa toda la serie, que dan ganas de matarlo. Lo mismo sabe traducir del latín, que cuántos millones de años tiene Marte, o un montón de detalles geográficos sobre los fiordos noruegos. Y sin prepararse ningún tema, lo tiene todo permanentemente en la cabeza, listo para apabullar al que se ponga por delante. Parece un tipo más adecuado para presentarse a "Saber y Ganar" que a la presidencia de EEUU.

(2) Al empezar una reunión del gabinete se menciona el hecho de que hace 6 meses que no se reúnen, y además el presidente dice claramente que aquellas reuniones le parecen absurdas y que no las realizará más que cuando esté obligado. Sería el equivalente a que el presidente del gobierno dijera públicamente que los Consejos de Ministros son reuniones absurdas, que no sirven para nada, que les dijera a los ministros que no necesita despachar con ellos, y que los convocará sólo cuando esté estrictamente obligado por ley.

(3) Cuando antes de una cena de gala decide, a última hora y sin consultar, cambiar el tema del que iba a hablar, la secretaria de prensa hace un razonamiento con mucho sentido común (“Es una cena de gala. Si se pone a hablar de los pobres llevando un vestido de 4.000 dólares parecerá María Antonieta.”). Pero no se atreve a darle este consejo directamente, y envía al asistente personal del presidente (una especie de criado) para decírselo.


viernes, 29 de noviembre de 2019

Los "tudores" me dan sudores

En primer lugar quería pedir disculpas por lo malo que resulta el chiste del título.

Me gustan las series de temática histórica. Me gustan también las series  que, siendo de ficción, su acción transcurre en un contexto histórico concreto, siempre que se avise de que personajes o hechos son ficticios,  y que la serie no sea un disparate absurdo. Lo que no soporto son las series (o películas) que pretenden pasar por históricas alterando, manipulando o eliminando personajes y situaciones. En esos casos, la hidra de Lerna es un cachorrillo a mi lado. Supongo que lo comprenderéis. Es mi vocación. Y me duele que medios como la televisión o el cine se malgasten en hacer creer a la gente que nunca leerá un libro de historia que una serie de hechos inventados son ciertos porque los vieron en una serie “histórica”.


Eso me ha pasado con la serie Los Tudor. Hace ya tiempo que tengo en DVD´s las tres primeras temporadas, me falta la cuarta y última, que no pienso adquirir porque, a tenor de las barbaridades que he visto en las tres primeras, no pienso invertir ni un euro más en ella. Y ¿qué patrañas creerá la gente saber de la historia de Enrique VIII? Hay patrañas grandes, medianas y pequeñas, personajes inexistentes y supresión de otros que existieron, cambios de fecha, anacronismos en edificios y  en atrezzo. En fin, para elegir. Vosotros mismos juzgaréis si con una historia “ya hecha”, que no necesita ningún ingrediente más para ser apasionante, intrigante, llena de personajes atractivos y odiosos, merece la pena meterse en semejantes agujeros. Podemos empezar con el título de la serie, que ya induce a engaño. Porque no se llama Enrique VIII, sino “Los Tudor”. Eso quiere decir que tendría que haber incluído al padre de Enrique, Enrique VII, a las dos hermanas de Enrique (ambas casadas con reyes) y a los tres hijos legítimos de Enrique (reyes de Inglaterra los tres). Es como si hago una serie llamada “Los Borbones” y luego me limito exclusivamente al personaje de Luis XV de Francia.


Antes de empezar a desgranar los disparates de esta serie voy a recordar como comenzó mi afición a este tipo de series. Cuando yo tenía 11 ó 12 años, TVE emitió una serie de la BBC titulada "La seis esposas de Enrique VIII" (creo recordar que era en blanco y negro, aunque no estoy segura). Tratándose de series como esa no nos mandaban a la cama y nos dejaban quedarnos levantados para verla.

 La serie de los años 70, magnífica, proporcionó un Emmy para su protagonista, el actor australiano Keith Mitchell (actor que más veces interpretó a Enrique VIII en la pantalla, en gran parte porque su físico era perfecto para el papel). Constaba de seis episodios de casi hora y media cada uno, dedicando un episodio a la historia de cada una de las esposas. Cuando terminó la serie, yo quería saber más y, como siempre que veo una serie o una película histórica, busqué información de garantía. Yo tenía el carnet de la biblioteca pública y por primera vez pasé de largo de la sección infantil y subí a la planta de adultos, donde saqué en préstamo una biografía de Enrique VIII, bastante voluminosa. Llevaba incluso una mentira preparada por si me preguntaban qué hacía en aquella planta (pensaba decir que el libro lo iba a leer mi padre). Ya no volví a la sección infantil. Volvamos al presente.

Las libertades que se han tomado en la serie de 2,007,  protagonizada por Jonathan Rhys-Meyers, son tan escandalosos que han sido tratados por numerosas páginas web, aunque no me ha hecho falta ver estas webs para indignarme. Hay un tema en el que soy bastante ignorante, el armamento, y ahí me echó una mano mi amigo Paco. Aunque el tema preferido de Paco son las legiones romanas, sabe bastante de armas de todas las épocas. Ver una película de este tipo con él es como participar en un concurso "a ver quien pilla más errores". Pero entremos en materia:

Creo que la primera escena de la serie ya anticipaba el desastre. La serie comienza con el asesinato en Italia de un tío del rey, supuestamente embajador, a manos de los franceses. Ese tío no existió. Sí existió con ese nombre el marido de una tía suya, pero no murió asesinado, sino de enfermedad.   

Enrique Fitzroy
 El rey tiene un hijo de su amante Lady Blount. Es el único de sus hijos bastardos al que reconoce como hijo. Por eso el niño recibe el apellido de Fitzroy (hijo del rey). Hasta ahí, correcto. Pero en la serie matan a la criatura cuando es todavía un bebé. Y nada más lejos de la realidad. El niño creció, su padre estaba muy encariñado con él, fue criado como un príncipe y pensó en nombrarlo heredero. Se casó con una prima de Ana Bolena, recibió los títulos de conde de Nottingham, duque de Richmond y Somerset y, con vistas a una probable sucesión al trono tuvo casa propia y los cargos de gran almirante y teniente de los condados al Norte del Trent. Desgraciadamente murió joven, a los 17 años. Si no hubiera sido así podía haber sido una alternativa al enfermizo Eduardo VI. Por cierto, Lady Blount no estaba casada cuando tuvo al hijo de Enrique VIII, como se da a entender en la serie. Se casó después.

¿Qué ventajas reporta a la trama de la serie el alterar los verdaderos acontecimientos y matar al personaje siendo casi un bebé? Pues para mí, ninguna. Incluso yo díría que, muy al contrario, el hecho de que hubiera un hijo varón reconocido aportaba cierta presión a las sucesivas reinas que no lograban darle un heredero varón al rey, incrementando la tensión dramática y haciendo que comprendamos mejor la situación de Ana Bolena, pendiente de un hilo por esta causa, después de parir una hija (la futura Isabel I) y dos varones que murieron el mismo día de su nacimiento.


Margarita Tudor
En el otro episodio,  vemos como la princesa Margarita, una de las dos hermanas de Enrique VIII, es obligada por su hermano a casarse con un viejísimo y repugnante rey de Portugal. Es más, finalmente se muestra como ella, harta de soportar al viejo, lo asfixia a los pocos días de la boda con una almohada para quedarse libre de nuevo. Según la serie la princesa Margarita accede a esa boda a cambio de que cuando se quede viuda su hermano la deje casarse con Charles Brandon, duque de Suffolk, de quien estaba enamorada, boda que posteriormente se celebra en secreto en la serie. En realidad Enrique estaba muy interesado en la boda de su hermana con el duque de Suffolk, e intentó imponérsela. Lo que han hecho en la serie es fundir en uno lo personajes de las dos hermanas del rey, Margarita y María, solo que a veces esa mezcla es a veces de encaje inviable, y se presentan acontecimientos imposibles.

Pues bien, la princesa Margarita no se casó con el rey de Portugal ni con Charles Brandon. Se casó tres veces: con el rey Jacobo IV de Escocia, con quien tuvo seis hijos; después de enviudar de su primer marido se casa con el conde de Angus, con quien tuvo una hija; y, divorciada de éste, se casa con Enrique Estuardo, con quien tuvo otra hija. Por otro lado, el rey de Portugal no se casó con ninguna princesa inglesa, sino con infantas españolas. Y, por supuesto, no murió asesinado por una de sus esposas.

Sin embargo, Enrique VIII tenía otra hermana, María, que se casó con Luis XII de Francia. Ella sí se casó con Charles Brandon cuando se quedó viuda del rey de Francia, pero además en una época que no se correspondería con la supuesta boda entre Margarita y Brandon ya que, cuando empieza la serie, María y Brandon llevaban ya bastantes años casados.

¿Qué aportan a la trama estas nuevas patrañas? Nada. La verdad hubiera sido mucho más interesante, puesto que las auténticas bodas de Margarita contribuyeron a liar más la situación entre Escocia e Inglaterra. Fue la abuela de María Estuardo y también abuela del segundo esposo de ésta y, sobre todo, regente de Jacobo V tras quedarse viuda. Su segunda boda causó que fuera despojada de esta regencia y que tuviera que huir de Escocia mientras su hijo, el rey niño, quedaba en poder del duque de Albany. Al tiempo de la tercera boda de Margarita su hijo, el rey de Escocia, consigue escapar y reunirse con su madre, aunque finalmente madre e hijo acabaron distanciados. Como se puede ver, mucho más interesante la realidad que la paparrucha de la boda portuguesa, con ese intento burdo de ridiculizar al pretendido marido. Por no hablar de la forma ofensiva en que presentan a los portugueses: rústicos, vulgares, ridículos, semi-salvajes....

Y tampoco aporta nada a la serie ocultar la existencia de María, la otra hermana. Hubiera sido un elemento más en todos los tira y afloja alrededor de Ana Bolena, porque María se oponía fuertemente a la boda de su hermano con Ana, a la que consideraba una vulgar trepa.

No quiero destripar la serie a los que todavía no hayan visto la serie y la quieran ver, así que no adelantaré cosas demasiadas cosas. Sólo añadiré algunas cuestiones que tienen menos repercusión en el desarrollo de la serie, o de tipo simplemente anecdótico en cuestiones de ambientación:

No quiero destripar la serie a los que la estén siguiendo por TVE, así que no adelantaré cosas que todavía no han visto. Sólo añadiré algunas cuestiones que tienen menos repercusión en el desarrollo de la serie, o de tipo simplemente anecdótico en cuestiones de ambientación:


Los papas mencionados en relación a “La cuestión real” (como se llamaba al divorcio de Catalina de Aragón y el matrimonio con Ana Bolena), no existen. En la serie aparece un papa llamado Alejandro que está muriéndose, y se supone que a ese le sucede un tal cardenal Orsini. Pero no ha habido un papa llamado Alejandro desde antes del comienzo del reinado de Enrique. El papa que tenía que haber aparecido era León X, que a su muerte fue sucedido por Adriano de Utrech y éste, a su vez, por el cardenal Medici, que con el nombre de Clemente VII fue el que se negó a dar el divorcio a Enrique.

Enrique, para celebrar el nacimiento del hijo que tuvo con Lady Blount, aparece disparando un arma que no se inventó hasta un siglo después (esta información es la que  debo a mi amigo Paco, gran entendido en este tema, y que me arrastró toda una mañana por la Torre de Londres mirando todas y cada una de las armas y armaduras allí expuestas). Parece que cuando hablamos de épocas pasadas un siglo más o menos no tiene ninguna importancia en estos detalles, pero es como si en una película del Oeste viéramos a los protagonistas disparándose con lanzamisiles. 

Enrique VIII no vivía en el palacio que aparece desde el principio de la serie como su residencia. Ese palacio no pasó a su propiedad hasta después de la caída de Wolsey. Y tampoco se llamaba entonces Whitehall.

Enrique VIII a los 31 años
 En fin, no quiero aburriros con una avalancha de datos. Terminaré comentando que el aspecto juvenil del rey, y que no se altera ni sufre variaciones hasta por lo menos hasta la anulación de su cuarto matrimonio, tampoco se corresponde con la realidad. La mayor parte de los hechos de la serie transcurren cuando Enrique estaba cerca de los cuarenta años. Se llevaba con Ana Bolena bastante más diferencia de edad de la que aparenta (entre 10 y 18 años) y tenía ya 42 años cuando se casó con ella. Si continuáis viendo la serie hasta la tercera temporada a los 49, faltando sólo siete años para su muerte, ha cambiado poquísimo. Y ya sabemos todos, por los retratos de Holbein, el aspecto que tenía para entonces.Sé que el tema de la fidelidad a la realidad de las series históricas es una batalla que tengo perdida de antemano pero, por lo menos, los que lean este blog conocerán algunas verdades.



Si alguien tiene curiosidad por más disparates incluidos en la serie, Wikipedia, en el artículo "Los Tudor, serie de televisión", incluye algunos más.





jueves, 28 de noviembre de 2019

La ajetreada momia de Ramsés II y otras curiosidades sobre el faraón más viajero



El faraón Ramsés II, muerto a los 90 años tras 66 ó 67 años de reinado, seguramente  no pudo imaginar todos los trajines que sufriría su cuerpo.

 La primera profanación de la tumba del faraón tuvo lugar a los sesenta años de su muerte, cuando unos ladrones intentaron asaltarla.

De una época algo posterior (durante el reinado de Ramsés IX) se conserva un documento, el papiro Mayer, que informa de pillajes destructivos en muchas tumbas del Valle de los Reyes (entre ellas la de Ramsés II) y en el Rameseo. Se trata del acta del juicio que se llevó a cabo contra los instigadores de estos robos, entre los que se encontraban altos cargos públicos de Tebas que fueron severamente castigados. Bajo sus órdenes se desvendaron momias para extraer joyas, se arrancó el oro que cubría los sarcófagos y otras piezas y se robaron los ungüentos y perfumes que contenían los vasos.

Posteriormente, hacia el 1090 a. C., las autoridades egipcias concentraron las momias de varios reyes en sólo dos tumbas (la de Seti I y Amenhotep II), para así protegerlas con mayor facilidad contra los salteadores. La inhumación fue sencilla, sin ajuares ricos, tan sólo con lo que había sobrevivido de saqueos anteriores y guirnaldas de flores. Se reutilizaron los sarcófagos en mejor estado. Así, Ramsés acabó en el féretro de su abuelo, Ramsés I.

Años después, en época de Pinedyem, sumo sacerdote de Amón, otro robo deterioró aún más su momia.

El 6 de julio de 1881, los inspectores del Servicio de Antigüedades egipcio desenmascararon a una familia de saqueadores procedentes de la aldea de Gurna, dedicada a la venta de ajuares funerarios de reyes y sacerdotes. Gracias a uno de los hijos pudo descubrirse un escondrijo en Deir el Bahari en el que aparecieron los restos de muchos faraones en un estado lamentable. Entre ellos, la momia de Ramsés.

La momia de Ramsés II, descubierta en 1881 por Gaston Maspero y H. Brugsch, se conservaba en el Museo Egipcio de El Cairo. Expuestos en el Museo de El Cairo, los restos del faraón sufrieron los ataques de la humedad y las bacterias, y también de la ineptitud. En 1896, al desvendar la momia para certificar su identidad, los especialistas se sintieron tan emocionados que volcaron accidentalmente al rey, que dio con sus huesos en el suelo. Después tuvieron lugar una serie de traslados del museo de la capital a casas privadas de altos funcionarios del gobierno egipcio. Años después, los restos de Ramsés II fueron expuestos de nuevo en el Museo, pero las radiografías realizadas por los investigadores deterioraron aún más la momia. Las condiciones de la sala, que no eran aptas para la conservación de la momia, fueron deteriorando a Ramsés II hasta que los restos estuvieron en serio peligro de dañarse de manera irremediable. En vías de encontrar un tratamiento adecuado, los responsables del museo acordaron con especialistas franceses el estudio de la momia y el posterior tratamiento de la misma en vías de solucionar el deterioro y así preservar tamaña reliquia de valor incalculable. En París encontraron que la momia de Ramsés II estaba infestada por 89 tipos de hongos: la sala del museo donde había permanecido en El Cairo tenía demasiada humedad.

Reconstrucción virtual del rostro de Ramsés II
 Su momia, de nariz prominente, aguileña, mandíbula fuerte, pelo rojo  y rostro alargado. Treinta siglos de vendajes han conservado su cuerpo pero no así su gran orgullo y su egolatría. 

Seguramente, el gran faraón se hubiera sentido muy decepcionado de contemplarse a sí mismo momificado. Maspero, describió la momia del faraón como la de un ser con una expresión inteligente y llena de orgullo y  terquedad. El aire de majestuosidad soberana se notaba aún en su rostro después de tres mil años de embalsamamiento.  Tras todo ese tiempo durmiendo en el País del Nilo, afortunadamente el cuerpo momificado de Ramsés II no sufrió ningún daño irreversible. Pero todavia tendría que emprender un extraordinario viaje a París en 1976.



En 1976 los expertos estaban de acuerdo en que era necesario llevar la momia a París, para recibir un tratamiento que le permitiera seguir siendo una de las momias mejor preservadas de la historia. Así  el faraón Ramsés II realiza un viaje desde su Egipto natal hasta París, en Francia. La curiosidad del viaje a París no solo atañe al estado de la momia, también a los documentos que tuvieron que tramitarle a Ramsés II.  En 1976,  aunque Ramsés II llevaba más de 3000 años muerto tuvo que hacerse un pasaporte. 

La curiosidad no se queda solo en el pasaporte ya que, al pisar suelo francés en el aeropuerto de Le Bourget, la momia de Ramsés II recibió honores militares como jefe de estado. Tras el tratamiento fungicida recibido los restos de Ramsés II volaron a Egipto donde son exhibidos en el Museo Egipcio de El Cairo.


jueves, 21 de noviembre de 2019

Responsabilidad vs. Sentido del deber



He visto de un tirón, como a mi me gusta, la tercera temporada de "The Crown" al completo. 10 capítulos de 1 hora que se me han pasado en un vuelo. Y algunos momentos me han llevado a reflexionar sobre el tema al que me enfrento hoy. En uno de los capítulos, la reina Isabel recuerda un consejo que le dio su abuela, la reina María, que venía a decir que le había tocado un papel difícil en la vida porque ellos no tenían derecho a tener opiniones ni a mostrar sentimientos. En otro capítulo, la reina confiesa que ella hubiera sido feliz dedicándose a la cría de caballos de carreras. Sabemos sin lugar a dudas que para Jorge VI, padre de Isabel, la corona fue un peso terrible que quizás le acortó la vida e indudablemente hizo de él un hombre triste, sobrepasado por sus obligaciones.

Afortunadamente le llegó después de haberse casado con la mujer que quiso, sin verse sometido a la presión de tener que elegir a la mujer "apropiada" para un rey o un heredero al trono, aunque no pudiera llegar librarse de la terrible carga de ser rey de uno de los países contendientes en la Segunda Guerra Mundial. Son muchísimos los momentos de la serie en las que el argumento gira alrededor del deber y la responsabilidad. Un grupo de personas atrapadas en sus responsabilidades,  vidas marcadas por decisiones tomadas por otros, algunos que antepusieron su felicidad a las obligaciones y otros que se doblegaron a ellas y a los deberes adquiridos por nacimiento. Como la triste infancia del príncipe Carlos, que sufre a una madre a la que han educado para que sea  gélida y poco cariñosa y a un padre que le impone el internado escocés donde él se educó y que su hijo vive como una condena.

Quien más, quien menos, ha tenido que lidiar con las expectativas de sus padres. Yo, como profesora, lo he visto muchas veces en mis alumnos.

jueves, 14 de noviembre de 2019

Monjas budistas. Birmania

En Myanmar vi por primera vez monjas budistas. Con la cabeza rapada como los hombres, es difícil distinguirlas de estos. En este país, al menos, se identifican fácilmente porque el color de sus túnicas es rosa pálido, con una especie de chal marrón.

Karakorum Highway. Pkistán




Karakorum Highway es una carretera que serpentea entre cuatro grandes sistemas montañosos: Himalaya, Karakorum, Hindu Khush y Pamir. Une, a través de 1600 kilómetros, Islamabad con la ciudad china de Kashgar, conocida como “la perla de la ruta de la seda”. Tiene en territorio pakistaní 753 kilómetros por el terreno más difícil e inestable del mundo.

La estructura quebradiza de la roca, los fuertes vientos, las variaciones extremas de temperaturas (desde los 48 grados en verano en el valle del Indo hasta los 30 bajo cero en el invierno de Hunza) y la gran actividad sísmica de la región hicieron muy difícil no sólo su construcción sino también su mantenimiento.

Ponga un síndrome en su vida (1)

Los viajes son causa de muchas decepciones. Tenemos un primer grupo de decepciones formado por los engaños, estafas e incumplimientos de agencias de viajes, compañías aéreas, etc. En rigor, una gran parte de esas decepciones podrían ser evitadas, ya que en parte se deben a sostener contra todo pronóstico que en algunos sitios regalan duros, no ya a cuatro, sino a dos pesetas. Si un hotel sale baratísimo y al mismo tiempo promete un lujo excepcional, algo raro pasa; si un pasaje de avión cuesta la mitad que el mismo en otra compañía, la hora de salida del vuelo será altamente inconveniente, por ejemplo. En resumen, la acumulación de ese tipo de decepciones será directamente proporcional a nuestra ingenuidad. O también al hecho de que estemos firmemente convencidos de ser mucho más listos que el resto de los mortales. En ambos casos, culpa nuestra.

Un segundo grupo de decepciones tienen su origen en el hecho de viajar a un lugar en un momento inadecuado. No es lo mismo viajar a Grecia en agosto que en enero, o visitar la India en plena temporada de monzones. Si uno no puede escoger cuándo viajar debe sopesar los posibles inconvenientes y, en cualquier caso, no quejarse después. Me resulta sorprendente que año tras año haya gente empeñada en viajar al Caribe en fines de agosto o septiembre, y que luego se indigne por haber pasado las vacaciones encerrada en una habitación de hotel mientras fuera ruge un huracán. En el fondo, volvemos un poco a lo dicho anteriormente, o a ver si no por qué va a existir lo de temporada alta, media o baja, con enormes diferencias de precios.

En este grupo incluiría a los que se empeñan cada Semana Santa en ir a una playa española. Por supuesto que puede darse el caso de unos días espléndidos, pero hay que reconocer que es la excepción más que la regla, lo que no es de extrañar porque estamos al comienzo de la primavera, ni más ni menos. Cada año, en los telediarios, se ven imágenes de rostros compungidos de paseantes que deambulan por paseos marítimos arrasados por temporales, sintiéndose muy desgraciados porque no han podido sacar el bañador de la maleta. Estoy segura de que en el próximo puente de diciembre muchos españoles se lanzarán a las carreteras sin llevar cadenas, sin hacer caso de partes meteorológicos y ya tendremos el lío montado. Después, en lugar de hacer un poco de autocrítica padres de familia muy indignados echarán la culpa al gobierno por no rescatarlos de entre las placas de hielo y puertos de montaña impracticables. Un clásico de diciembre.

Un tercer grupo de decepciones se debe al hecho de no conocernos a nosotros mismos. Si somos de los que le hacen ascos a todo lo que no sean las croquetas de mamá, lo tenemos claro. Si nos gusta la bulla y el trasnoche, una casa rural en mitad de un valle de Cantabria puede no ser lo adecuado.

Hasta aquí se podría decir que de todas esas decepciones nosotros mismos somos los culpables, por no haber recabado la información necesaria o por empeñarnos en negar la realidad. Pero hay otras decepciones mucho más difíciles de evitar, que son las que nacen de la diferencia entre nuestras expectativas al planear el viaje y la realidad que nos encontramos. Por ejemplo, cuando has visto cientos de veces fotografías de un monumento o una obra de arte en un libro, y cuando lo tienes delante experimentas la desilusión de encontrarlo más pequeño, menos impresionante o no tan bonito como pensabas. A mí me sucedió con el interior de la catedral de Santiago, que me pareció bastante insignificante para lo que esperaba.

Eso, ni más ni menos, es lo que suele suceder con las ciudades más idealizadas por la literatura y el cine, y en su caso extremo da lugar al llamado “síndrome de París”. Está descrito en la literatura médica desde 2004 y parece ser que afecta sobre todo a los japoneses. Llegan a la ciudad con el tópico incrustado en las circunvalaciones cerebrales y se encuentran con la mala educación de sus habitantes y el individualismo que contrasta con el espíritu de grupo habitual entre ellos, y sufren un auténtico shock cultural. No debe tratarse de casos aislados, ya que la embajada japonesa dispone de un teléfono que atiende a estos casos las 24 horas del día, teniendo previsto incluso el ingreso en hospitales, y los hoteles más exclusivos proporcionan los servicios de psicólogos especializados. En la mayoría de los afectados los síntomas remiten con este primer tratamiento, pero más o menos una docena de japoneses al año deben ser repatriados rápidamente ante el estado de ansiedad y los ataques de pánico que sufren. Los casos más graves han desembocado incluso en intentos de suicidio.

Por la inactividad que he podido observar esta semana en los blogs que leo habitualmente intuyo que en el puente del 1 de noviembre muchos habréis estado fuera de casa. Espero que no os haya atacado ningún síndrome allá donde hayáis estado pero, en cualquier acaso, os ofrezco también la idea como coartada laboral para alargar unos días más las vacaciones.

Creo que este tema de los síndromes va a dar para mucho, así que voy a abrir una nueva categoría con este título.

miércoles, 13 de noviembre de 2019

Palabras nuevas


Aquellos que me conocen, saben que me gustan las palabras. Cuando me comunico, me gusta expresarme de la forma más exacta posible. Cuando me aburro, me gusta jugar con ellas. La llegada cada día del periódico a casa, desataba una carrera (entre mi madre, mi padre y yo) para apoderarse del crucigrama. Ahora bien, había reglas en esa carrera: no valía poner tres o cuatro palabras facilonas y dejarlo a medias. El que lo empezaba, se comprometía a terminarlo, o casi. Nada de empezar y, a la primera dificultad, abandonar para hacer otra cosa.  Y desde bastante pequeña, mi juego de mesa favorito era un Intelect (versión española del Scrabble). He sido profesora durante unos 30 años, y tenía muy claro que en mis explicaciones tenían que ser tan claras que cualquiera de mis alumnos las pudiera comprender. Hoy, cuando me he propuesto escribir, la palabra "palabra" me ha sugerido el tema de hoy. Cuando escribo, soy muy exigente conmigo misma. Tras terminar cualquier texto, paso aún un buen rato intentando perfeccionarlo, buscar sinónimos mas bonitos, perfilar las frases, pulir la sintaxis.....

Comienzo con una anécdota de mis tiempos de profesora. Tenía un alumno de 4º de ESO, Ignacio P, (omitiré el apellido por razones evidentes) Ignacio era guapo, muy simpático, pero el típico payaso de la clase. Tenía que llamarlo al orden con frecuencia, muchas veces fingiendo una seriedad que no sentía y ocultando la sonrisa que me generaban sus salidas. Un día, me dice la directora: "Ignacio P. llegará a tu clase con un buen rato de retraso. Déjalo entrar porque viene de hacer un examen de una asignatura que tiene pendiente de 3º". Efectivamente, más o menos a mitad de la clase se oyen unos golpecitos en la puerta y asoman los rizos rubios de Ignacio, que inmediatamente empieza a balbucear la excusa pertinente. Le interrumpo, diciendo: "Pasa, Ignacio, ya me avisaron que tenías permiso para venir tarde". Ignacio entra, pero en lugar de irse discretamente a su sitio, entra dando un rodeo,  bailoteando exageradamente, consiguiendo lo que quería, que media clase se echara a reír y que yo tuviera que interrumpirme. No contento con el resultado de su entrada triunfal se desvía de su camino para pasar delante de mi mesa. Me guiña ostensiblemente un ojo al tiempo que me dice ¿Qué pasa, guapa? En ese punto, luchando por no reirme doy un palmetazo en la mesa y le digo, en un volumen más bien fuerte, aunque sin gritar, "Qué pena, Ignacio. Tienes talentos y cualidades que muchos envidiarían, pero eres un BOTARATE ". Ignacio, que no tiene ni remota idea de lo que significa lo le he dicho, frunce el ceño y dice: "Uy, profe, está muy feo decirme esas cosas". Consciente de que no me he entendido, le digo "Vas a bajar a la sala de profesores, y vas a traer el primer tomo del diccionario grueso. Si algún profesor te pregunta, dile que yo te he enviado". A Ignacio, como a casi todos los alumnos, no hay nada que les guste más que les envíen a hacer algún recadillo así para darse un garbeo por pasillos y escaleras. Cuando regresa con el diccionario, le indico: "Deja el diccionario en la mesa y busca esa palabra que te ha parecido un insulto. En la B ¿eh?". Ignacio busca la palabra y hace el ademán de irse  a su sitio. Lo detengo, diciendo: "No, ven que no has terminado. Colócate en el centro de la tarima y lee bien alto lo que significa la palabra. Ignacio coge el tomo, aprovechando, en su línea habitual, para hacer un poco el payaso fingiendo que pesa exageradamente y lee BOTARATE: Persona alborotada y sin juicio." Le pregunto: ¿Qué te parece? Ignacio, que ve esfumarse su ocasión de acusar a un profesor de haberlo insultado, desarruga el ceño y, zalamero, dice "Lo has clavao, profe". Cuando termina la clase, se va encantado al patio, empujando a los pequeños por el pasillo , llamando a todo el mundo botarate, buscando la ocasión de lucirse con el conocimiento recién adquirido. Al día siguiente, me busca en el pasillo y me dice "Profe, enséñame otra palabra, que la de ayer estaba muy chula."

En la clase siguiente, tras pasar lista, empiezo diciendo: "A ver, antes de empezar la clase, voy a complacer la petición de Ignacio, que me ha pedido que le enseñe una palabra nueva." Hoy os voy a explicar por que cualquiera puede ser MINISTRO pero no MAESTRO. Las caras de extrañeza de todos me afirmaron en mi suposición de que no tenían ni idea de lo que les iba a contar.

La palabra maestro deriva de magister y este, a su vez, del adjetivo magis que significa más o más que. El magister lo podríamos definir como el que destaca o está por encima del resto por sus conocimientos y habilidades. Por ejemplo, Magister equitum (jefe de caballería en la Antigua Roma) o Magister militum (jefe militar).

La palabra ministro deriva de minister y este, a su vez, del adjetivo minus que significa menos o menos que. El minister era el sirviente o el subordinado que apenas tenía habilidades o conocimientos.

Por tanto, queda demostrado que para ser ministro no hace falta ser… nada.

Fuente: Memoria de la Historia – Carlos Fisas

Y eso lo sé porque yo, a los 12 años, ya tenía la asignatura de latín, y al año siguiente, también. Así que podéis estar seguros de que, os diga lo que os diga, nunca os voy a insultar. Porque, además, nunca me aprovecharía de mi superioridad de conocimientos porque, en general, no tenéis la culpa de lo que os enseñan y de lo que no. Son los políticos, generalmente los MINISTROS (y ya sabemos lo que eso implica) los que deciden trataros a todos, sin conoceros, como si tuviérais menor capacidad de aprender de la que yo tuve.

Y ahora, ya podemos empezar la clase, Y se acabó la historia de las palabras. Las próximas, que os las explique el profesor de Lengua. Se va a poner tan contento con la petición que a lo mejor hasta os regala algún punto (el profesor de Lengua tenía un sistema propio de puntuar por el cual el alumno iba sumando puntos según pequeños objetivos que iban consiguiendo).

A mi, al igual que Ignacio, me gusta aprender palabras nuevas. Siempre leo con un diccionario al lado. No dejo pasar ni una palabra desconocida sin buscarla. Creo que las últimas que busqué fueron griñon  y  bieldo, porque estaba con una novela ambientada en la Edad Media. Pero hoy tenía pensado hablar de otra palabra: resiliencia.

 Resiliencia alude a la capacidad del ser humano para superar experiencias traumáticas, situaciones que, en principio,  parecen superar nuestras capacidades. El resiliente no nace, se hace.  Yo tuve que aprender el significado de la palabra y como ponerla en práctica después de sufrir el ictus. Y eso me lleva a otra palabra, kintsugi, que es una técnica de origen japonés usada para reparar objetos de cerámica rotos rellenando las grietas con barniz de resina espolvoreado o mezclado con polvo de oro, plata o platino. Forma parte de una filosofía que plantea que las roturas y reparaciones forman parte de la historia de un objeto, y que deben mostrarse en lugar de ocultarse, incorporarse y además hacerlo para embellecer el objeto, poniendo de manifiesto su transformación e historia. Así, un objeto reparado con esta técnica resulta más valioso y mas bello a los ojos que un objeto intacto.

Eso es lo que están haciendo conmigo, desde hace unos siete años, muchas personas (psicólogos, médicos, logopedas, fisioterapeutas, etc....),  rellenando mis grietas y fracturas con polvo de oro, mejorándome, embelleciéndome.

A todas ellas, muchas gracias. 

martes, 12 de noviembre de 2019

Momentos emocionantes

Cada viaje que he hecho me ha deparado al menos, un momento emocionante. De diversos tipos: gastronómicos, artísticos, paisajísticos, etc.... Voy a repasar algunos, inéditos hasta el momento. No temáis, no voy a insistir en los ya manidos: la impresión de ver el Taj Mahal a la luz de la luna, el cosquilleo de la adrenalina al colarme disfrazada con el normativo chador en una mezquita chiíta de un Bagdad todavía en guerra con Irán. Estos de hoy son nuevos. Nuevos en el blog, no en mi vida. Van de 1.998 a 2.009. Aclaro que su ordenación no responde a preferencias ni a cronología. Todos estos momentos tienen algo en común. En todos ellos pensé que disfrutar esos momentos sola era como un pecado mortal. No estar compartiéndolos con alguien me dolía porque sabía que no volvería a tener la oportunidad como el momento merecía.  

1. 2,009. Noruega. Recorro en barco el fiordo de los sueños (Sognefjord), el más largo y profundo de Noruega. Paramos a dormir en un hotel en la misma orilla del fiordo. Caso todo el mundo viaja en pareja o en familia. Yo voy sola. Cuando llego a la cabañita que me han asignado casi no puedo creer lo que veo. En la cabaña, hay cocina, con todo lujo de electrodomésticos, varios dormitorios. Me lanzo sobre la cama (enorme) del principal. Y eso no es nada. Sobre mi cabeza, en el techo, hay un lucernario. A través de los cristales noche y estrellas, miles de estrellas. Después de descansar un poco voy al edificio central, donde está el comedor para cenar. Y una nueva sorpresa. El comedor es un pentágono con paredes y techo de cristal, y una chimenea enorme en el centro. Ya en la cama, intento permanecer despierta todo el tiempo que pueda, mirando las estrellas. Y sólo puedo pensar en una cosa ¡Dios! ¿Por qué no estoy compartiendo esto con alguien?

2. 1.998. Guatemala. Recorriendo las ciudades coloniales del altiplano. Creo que fue en Antigua (fundada como Santiago de los Caballeros). El hotel es una antigua mansión colonial. Todo lo que me rodea es piedra y madera tallada. Es como retroceder al siglo XVIII. La decoración es muy cuidada. Muebles tallados, colores vivos, objetos que parecen rescatados de  un viaje en el tiempo. Y limpieza, mucha limpieza. Las mesas para comer están dispuestas alrededor de la galería columnada que rodea un patio completamente lleno de plantas. Los camareros están vestidos con trajes típicos, negros con detalles de mucho colorido en tejido tradicionales. Mientras uno de ellos me sirve un almuerzo exquisito, otro saca de sus jaulas unos papagayos o aves parecidas, de plumaje rojo, turquesa., amarillo y los coloca en unos aros metálicos distribuidos entre el follaje lleno de flores. Casi a mi lado, otro hombre, con el mismo atavío, comienza a tocar suavemente la marimba. Nunca había oído ese instrumento "en directo". Toca muy suavemente, de forma que la música no molesta. Suena casi como   las dulces cascadas de las fuentes de la Alhambra. Si estas se crean según el modelo persa de los "jardines del Paraíso", yo me encuentro en otro paraíso. Todo está pensado para estimular los cinco sentidos, todos al mismo tiempo. En alrededor de media hora se construye un puzzle de sensaciones insuperables. Un escenario perfecto.

  3. 2.006. Bulgaria. En la zona cercana a la frontera con Grecia se encuentra La Garganta del Diablo. Las leyendas de la mitología griega tienen mucha presencia en esta zona. Se supone que esta cueva es una de las entradas al inframundo, por la que entró Orfeo para tratar de recuperar a su amada Eurídice, muerta mientas ella trataba de huir de Aristeo el mismo día de su boda con Orfeo. En el interior de esta cueva hay una cascada de 40 metros de altura que resuena con un ruido atronador. Y la cascada ni es el único lugar impresionante de esta cueva.


lunes, 11 de noviembre de 2019

Carmina en la selva

En un post ya pasado relaté como, después de una tontería que podía haber terminado en tragedia, me prometí tener más cuidado y no dejarme llevar por impulsos que me podían costar un disgusto. Hoy quiero constatar, una vez más, que no tenemos remedio y caemos una y otra vez en los mismos errores. Sirva este post también para pedir disculpas a mi ángel de la guarda, al que he hecho trabajar horas extraordinarias.

Hoy veo claramente que después de aquel viaje por Egipto no dejé de correr riesgos innecesarios, sobre todo viajando por Oriente Medio. Prometo que en el momento yo no veía el peligro, porque no tengo tendencias suicidas en absoluto. Es observando en la distancia que dan los años cuando veo el peligro de muchas de aquellas situaciones. En mi descargo puedo alegar que no estaba sola, sino acompañada (y arrastrada) por un manojo de locos inconscientes como yo, que hubiéramos hecho un bonito grupo de cadáveres: treintañeros, cultos, viajeros experimentados, sofisticados y moderadamente atractivos.

Pero mi relato de hoy trata de otro viaje,   un viaje que hice sola a Guatemala (1.998). Hacía ya años que deseaba ir a ese país y no tenía paciencia para esperar a que alguno de mis amigos estuviera dispuesto a acompañarme, así que lo organicé todo para una Semana Santa y me marché sola.

No voy a contar ahora mi recorrido por las preciosas ciudades coloniales, la experiencia de cruzar un lago rodeado de volcanes o lo que se siente cuando por primera vez el suelo tiembla bajo tus pies, y las personas que comparten tu mesa del desayuno, aterrorizadas, se meten debajo de la mesa, sino una excursión a un sitio arqueológico maya llamado El Ceibal, dentro del parque natural del mismo nombre.

El viaje tenía para mí varios focos de interés: las ciudades coloniales del altiplano y las ruinas mayas del Petén, la más conocida de las cuales es Tikal. Pero como estaba segura de que Tikal estaría más concurrida que EuroDisney, cuando se me planteó la posibilidad de visitar el yacimiento de El Ceibal, mucho más desconocido porque todavía está en excavación, y con muy pocos visitantes, acepté encantada.

Llegué a Santa Elena, a un aeropuerto pequeñísimo, y allí me esperaban un guía y un conductor con un todo-terreno estupendo. El guía me comentó que nuestro destino estaba a varias horas, así que era mejor salir directamente y no perder un tiempo precioso pasando antes por el hotel. Me pareció bastante lógico y salimos directamente desde el aeropuerto, por una carretera sin asfaltar, aunque en bastante buen estado. Después de dos horas, llegamos a Sayaxché, a orillas del Río de la Pasión.

Sayaxché era un villorrio a la orilla del río. Allí dejamos al coche y al conductor (un tipo bastante taciturno que no había abierto la boca en dos horas), y nos embarcamos en una barquita provista de un motor fuera-borda para remontar el río en un trayecto que duró una hora.

Sayaxché


Desembarcamos en la orilla opuesta, completamente cubierta de vegetación hasta la misma orilla. Aquella es zona de bosque tropical húmedo (yo lo llamaría directamente selva). Ante nosotros, un estrecho sendero, algo embarrado y resbaladizo que subía en una cuesta bastante empinada a través de la selva. Después de unos 20 minutos andando, por fin llegamos al yacimiento. En todo el camino no nos habíamos cruzado con nadie, y entonces fue cuando pensé:

a) que estaba lejísimos de cualquier parte (a tres horas y media, más o menos, en coche, barco y a pie. Y con un río bastante ancho por medio);

b) que por allí no había ni un alma;

c) que nadie sabía que estaba allí, porque ni siquiera había pasado por el hotel a registrarme y a dejar mi equipaje, así que nadie podía echarme de menos, por lo menos durante unos días, si pasaba algo;


d) que yo no podía asegurar que aquella gente fuera realmente lo que decía ser;


e) que para aquella gente tan modesta, lo que yo llevaba encima (dólares, tarjetas de crédito, documentación, dos cámaras de fotos muy buenas) podían representar el sueldo de varios años.

Y entonces sentí miedo. Por primera vez en muchos años de viajes, sentí miedo.

La verdad es que el pobre muchacho que era mi guía no tenía un aspecto siniestro ni mucho menos, pero mientras me hablaba sobre las estelas mayas yo no podía dejar de montarme una película en la cabeza. Aquella visita se me hizo larguísima, y respiré aliviada cuando terminó y comenzamos a bajar el senderito hacia el río. Allí nos esperaba la lancha, y volvimos a hacer el recorrido por el Río de la Pasión (¡Madre mía, cómo suena eso!) en dirección contraria.

Mi guía sacó de su mochila nuestro almuerzo (huevos duros, unas empanadas rellenas de carne y fruta) y comimos en la lancha mientras volvíamos a Sayaxché. Ya para entonces estaba más relajada, porque me había convencido a mi misma de que si hubiera tenido intención de darme un cascamazo en la cabeza para robarme el sitio ideal hubiera sido El Ceibal, allí, en mitad de la selva y sin testigos, así que empecé a disfrutar de la excursión, de la comida, de la vista del río y de todo. El coche y el conductor estaban en el mismo sitio donde los dejamos, y emprendimos el regreso por carretera.

El río de la Pasión




Cuando me dejaron en mi hotel, que era bastante lujoso y tenía una pequeña sala con dos ordenadores y acceso a Internet a disposición de los clientes, corrí a escribir un e-mail a mis amistades, con la excusa de contar mi excursión de aquel día. Pero en el fondo creo que lo que yo quería es que alguien supiera con exactitud donde estaba, y donde iba a estar al día siguiente, por si las moscas.