viernes, 5 de marzo de 2021

Donde dije digo, digo Diego


 Jano (en latín Janus, Ianus) en la mitología romana, es el dios de las puertas, los comienzos y los finales. Por eso le fue consagrado el primer mes del año y se le invocaba públicamente el primer día de enero,  Jano es representado con dos caras, mirando hacia ambos lados de su perfil y no tiene equivalente en la mitología griega. El Janículo, colina ubicada en Roma, debe su nombre a este dios.

Se contaba que, cuando  los sabinos intentaron tomar el Capitolio, Jano hizo brotar aguas hirvientes sobre los enemigos, repeliéndolos. Por ello se le invocaba al comenzar una guerra, y mientras ésta durara, las puertas de su templo permanecían siempre abiertas, con el fin de que acudiera en ayuda de la ciudad; cuando Roma estaba en paz, las puertas se cerraban.

Todo esto (la ilustración y el título) viene a que este post y el anterior vienen a ser como los rostros de Jano, cada uno mirando en dirección opuesta al otro. Cualquiera puede tener un día tonto. En mi caso, habría que decir una noche tonta, para ser más exactos. Cada noche paso un buen rato despierta, cosa a la que ya me he acostumbrado y no me pesa. En ese rato se me ocurren cosas, casi todo lo que escribo en los blogs lo decido la noche anterior en ese espacio de tiempo, prácticamente lo redacto y desarrollo en mi mente. Al día siguiente lo pongo por escrito con tanta fidelidad a lo que pensé como es posible, corrigiendo sólo alguna palabra o signo de puntuación para mejorar la redacción en general. Y ya se sabe que la noche trae consigo ideas un poco negras, pesimismo y la mente cae en muchas trampas. Afortunadamente la luz del día lo disipa casi todo y el mundo, el pasado y el futuro se ven de otra manera. El post anterior fue pensado bajo el influjo de esas noches negras y creo que para nada representa la realidad. Además, no soporto a los quejicas y así es como me retrata aquello que escribí, como una quejica insoportable. No tengo motivos para quejarme y sí para lo contrario. Así que escribo esto para poner las cosas en su sitio. Lo que sigue es una lista de cosas por las que debo dar gracias. Algunos de los que vais a leer esto os podéis dar por aludidos y sí, me refiero a vosotros.

Doy gracias por la familia que he tenido, y tengo todavía. Mi madre y mi hermano me cuidan y se ocupan de mis cosas más allá y mejor de lo que pudiera desear. De mi padre, qué voy a decir, hoy hubiera cumplido 89 años. Estoy encantada de parecerme tanto a él. Todo lo mejor que hay en mí viene de él.

Doy gracias por haber tenido los medios y la capacidad para estudiar. Aquí tengo una pequeña duda. Me encanta la historia del arte pero no estoy segura de si debía haber escogido otra especialidad:  Historia Antigua (que me tira muchísimo) o quizás Historia Moderna (a la vista de lo que estaba disfrutando mientras hacía la tesis). En el peor de los casos, fue un placer inmenso hacer esa carrera. ¡Y yo que me proponía estudiar Exactas (quizás me confundió el haber sacado un 10 en todos los exámenes de matemáticas de COU!)

Doy gracias por todas las personas con las me he cruzado en la vida: profesores, compañeros de estudios, vecinos, compañeros de trabajo (tanto en el Museo como en los institutos de San Fernando y El Puerto). Calculo que habrán sido unos 80 más o menos. Nos hemos reído muchísimo, hemos disfrutado de comidas, ferias, salidas nocturnas, excursiones...., compañeros de viaje (he descubierto el mundo con un buen número de personas con enormes conocimientos que compartieron con generosidad), y, como no, mis alumnos: los de instituto, los del Seminario de Cádiz, los universitarios de Ciencias Religiosas. Espero que ellos me recuerden también con cariño, yo, por mi parte, repetiría con TODOS. Y los amigos y amigas, tantos lo de siempre, los que perduran  desde la infancia, como los que incorporé ya en la edad adulta. Da igual que os vea a menudo como que estéis a distancia, sois leales y os quiero. 

Doy gracias por todos mis viajes. Estoy convencida de que viajar me ha hecho mejor persona, mas abierta y tolerante, y me ha impulsado a seguir sintiendo curiosidad y a seguir estudiando y leyendo.

Doy gracias por mis enfermedades. Cada una de ellas me ayudó a cambiar de rumbo en el momento oportuno, con tal  precisión que las considero un regalo de Dios, que sabe mejor que nosotros lo que necesitamos. La fibromialgia me dirigió hacia la enseñanza, un campo que yo no había explorado, y que quizás no hubiera conocido nunca. El ictus me obligó a parar en un momento en el yo iba un poco cuesta abajo y cogiendo una velocidad que quizás hubiera sido peligrosa. Y me proporcionó la vida tranquila que tengo ahora. Con el cáncer tuve mucha suerte. Muchas personas firmarían sin pensar pasar un cáncer como el mío: sin dolores, sin quimioterapia, sin complicaciones.

Doy gracias por mis tres vecinitos. Si hubiera tenido hijos, creo que no los hubiera querido más que a ellos. Han llenado el único hueco que yo tenía en la vida. Con ellos pasé por todas las etapas de su vida, desde bebés hasta la actual treintena. Con ellos volví a jugar, a ver dibujos animados, a pasar el vértigo de una atracción de parque de atracciones. Con ellos he vivido el orgullo de ver la clase de personas en que se han convertido.

En fin, que esta sí soy yo y no la del post anterior Agradezco los comentarios que me habéis dejado, pero no es para tanto. Solo hace falta un poco de reflexión tranquila. 

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