miércoles, 17 de junio de 2020

Entre libros (año 1.976, el mejor verano de mi vida)




En mi casa, la vagancia era el peor pecado. No se concebía que alguien estuviera sin hacer nada. De forma que las vacaciones, sobre todo las de verano, se consideraban algo innecesario, una frivolidad. A día de hoy, mi madre sigue pensando lo mismo y estoy segura de que aplaudiría a cualquier político que propusiera suprimir el mes de las vacaciones, y de paso también muchas fiestas que impliquen una diversión como Carnaval, etc...  Pero, como no se podía impedir que cerraran el colegio a fines de junio, siempre se veía en ellas ocasión de recibir unas clases que no necesitabas y que nadie había pedido. Clases de mecanografía.....lo que fuera, cualquier cosa que te mantuviera ocupada. (1)


Cuando yo era jovencita, allá por el periodo interglaciar Riss-Würm, existía una cosa llamada “Servicio Social” (2). Durante muchos años, para poder obtener el pasaporte, o presentarte a unas oposiciones en la Administración necesitabas haberlo realizado. En el periodo al que me refiero ya hacía dos años que ni siquiera existía, pero a mis padres les pareció una buena idea. Si no tenías el bachillerato duraba 6 meses, y si lo tenías te saltabas el primer trimestre, que constaba de clases teóricas, y pasabas directamente a los 3 últimos meses, que consistían en una prestación que podías desarrollar en una gran diversidad de sitios, como oficinas, hospitales, comedores o guarderías.

Yo había hecho el bachillerato en un colegio con un alto nivel de exigencia, por lo que el COU en el Instituto y la Selectividad me resultaron un auténtico paseo. No sé a quién de mi familia se le ocurrió que para distraerme ese verano del 76, con 16 años podía hacer el Servicio Social. Imagino la cara de extrañeza del funcionario cuando mi madre llegara a la ventanilla pertinente pidiendo que yo  hiciera algo que ya no hacía nadie (aunque oficialmente no estaba suprimido porque se había relajado mucho su exigencia). Como la directora de la Biblioteca Pública Provincial era la mujer de un amigo de mi padre amiga, se las arreglaron para que ella me reclamara y me enviaron allí directamente. Doña Ernestina Cazenave me dejó elegir lo que quería hacer en la Biblioteca: estaba la Sección Infantil (no me gustaba eso de ocuparme de los niños pequeños, tan latosos pidiendo libros, chillones y que luego dejaban su sala como una leonera), el Centro Coordinador de Bibliotecas (aburrido porque prácticamente no tenías relación con nadie más que con los que trabajaban allí), la parte de catalogación de libros (trabajo bastante especializado que no se aprende en unas semanas, por lo que me olía que iba a estar todo el tiempo pegando tejuelos en los lomos y realizando actividades similares, nada excitantes), el Fondo Antiguo (igualmente aburrido porque allí sólo entraban algunos investigadores) y la Sección de Préstamo de libros de adultos (prácticamente lo único que quedaba, descartando todo lo demás).

Me pusieron entonces en la sección de préstamos de adultos, bajo la tutela de un chico que se llamaba Paco. Paco tenía veintitantos años y estaba encantado, porque cambiar a un señor cojo de cincuenta y pico por una chica a punto de cumplir los diez y siete no estaba mal. Era muy, muy simpático, y nos reíamos muchísimo por cualquier cosa.

A pesar  de estar "teóricamente" de vacaciones, de lunes a viernes tenía que madrugar y hacer el mismo horario que un trabajador de la Biblioteca. Y, por supuesto, sin cobrar ni un duro. Y además,  mis padres lo veían como si me estuvieran haciendo un favor, aunque en realidad era un abuso.   

Por aquel entonces las bibliotecas no estaban informatizadas, y el préstamo se hacía a mano, cada lector con su ficha de cartulina azul claro y cada libro con su ficha de cartulina amarilla. En un ratito me hice con todo el manejo y en seguida me conocía tan bien al público habitual que en cuanto veía a alguien entrar por la puerta, ya podía sacar su ficha personal antes de que llegaran al mostrador, pues me sabía de memoria los apellidos y los números de carnet de los más asiduos. Además, Paco y yo teníamos un nombre en clave para referirnos a cada uno, y así podíamos hablar tranquilamente delante de cualquiera.

Aficionada como soy a resolver problemas y rompecabezas en general, lo que me encantaba era poner en claro los tremendos enredos que se podían formar a veces cuando se había hecho algún préstamo sin apuntarlo en las fichas, o no se habían anotado las devoluciones. Algunos de esos enredos se remontaban a meses atrás, en la época del cojo, y me encantaba ir desentrañando la madeja hasta descubrir en poder de quién estaba el libro X o qué préstamos tenía en realidad el lector nº 2017. A veces Paco y yo hacíamos carreras a ver quién resolvía antes esos líos.

Teniendo en cuenta que estábamos en verano y en Cádiz, el que una persona que no estuviera estudiando acudiera asiduamente en esos días a la Biblioteca implicaba que era alguien a quien le gustaba realmente leer. Por aquel entonces en la Biblioteca había libros, libros y libros; ni películas, ni juegos de ordenador, ni cd’s de música. Era un placer estar continuamente rodeada de gente así. Nos recomendábamos libros mutuamente y yo estaba segura de que nunca en mi vida me daría tiempo de leer todo lo que tenía en lista de espera a resultas de aquellas recomendaciones.

Mucha gente no lo entenderá (por ejemplo, mis alumnos), pero aquel verano en el que, con 16 años, y aprobados el COU y la Selectividad tuve que madrugar de lunes a viernes y no fui ni un día a la playa, fue el mejor verano de mi vida, aunque no fuera eso lo que pretendían mis padres.

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(1 ) Un verano llegué a tener  clases particulares de Matemáticas, aunque había aprobado la asignatura.

(2) El Servicio Social femenino se creó en 1937 y estuvo en vigor hasta el 1 de septiembre de 1978. Aunque legalmente estuviera en vigor hasta esa fecha, en la práctica había desaparecido varios años años antes de esa fecha. En resumen, en aquel verano del 76 en el que yo tenía todavía 16 años, ya no se hacía, aunque mis padres, en su obsesión por que todos tuviéramos obligación de madrugar y todas las horas posibles ocupadas fueron a pedir oficialmente que yo lo hiciera y recibiera el documento acreditativo (ya inservible) de que lo había hecho.  Era obligatorio para las mujeres solteras de 17 a 35 años (como se puede ver, incluso en los años  en los que era totalmente obligatorio yo ni siquiera tenía aún la edad para que lo fuera para mi). En fin, que lo que hicieron mis padres fue un disparate incomprensible para cualquiera. Solo las madres de familia, mujeres casadas, mujeres con pérdida de padre/madre/hijo/hermana/marido en la guerra civil, y religiosas quedaban exentas de cumplir este servicio.

 Impartido por la Sección Femenina, su duración era de seis meses: 3 de educación teórica (buena madre, buena esposa, abnegada y católica) y 3 de prestación obligatoria de trabajo en comedores, hospitales, oficinas, etc. Para aquellas que tuvieran el título de bachillerato se pasaba directamente a la prestacióm obligatoria. Se exigía para para acceder a plazas del Estado, en el trabajo en la empresa privada y en la obtención de cualquier certificado de estudios, el pasaporte, etc.

el 26 de noviembre de 1946 se suprimió esta fase de prestación para las obreras, por entender que les resultaba extenuante añadir durante tres meses varias horas a su jornada de trabajo.



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