martes, 7 de enero de 2020

244. El retrato

Hace poco más de un año escribí un post sobre las mujeres de mi familia, en el que esbozaba una teoría sobre por qué la mayoría de ellas fueron unas mujeres muy poco corrientes para su época, independientes, casi todas solteras, grandes viajeras, al margen de las modas dominantes y nada frívolas o insustanciales, sobre todo teniendo en cuenta el ambiente en el que habían sido educadas.

En aquel post hablaba de la tía M., hermana de mi abuelo, que se permitió el lujo de dar calabazas una y otra vez a uno de los hombres más ricos de España por no perder su libertad de movimientos y su independencia. Hoy contaré una historia sobre otra tía M., a la que yo conocí durante gran parte de mi vida, pues murió hace pocos años.

¿Qué haría hoy una chica de 18 años si recibiera una enorme cantidad de dinero de una tía riquísima y pudiera gastárselo en lo que quisiera? Probablemente viajaría, se compraría un coche, montones de ropa y quizás hasta una casa.

Cuando M. tenía 18 años recibió de una tía suya la cantidad de 200.000 pesetas, que ahora parece una tontería pero que en 1928 daba para comprar varias casas, por ejemplo, o una finca en el campo. Cuando en su casa le preguntaron qué iba a hacer con ese dinero, M. contestó que quería que Zuloaga le pintara un retrato. Pensaron que era un capricho que pronto se le olvidaría, y le insistieron una y otra vez, a lo que M. siempre contestaba lo mismo. Le propusieron que invitara a varias amigas a hacer un viaje por Europa, y M. a vueltas con el retrato. Al final se convencieron de que la niña estaba decidida y se pusieron en contacto con Falla, amigo de la familia y gran amigo de Zuloaga, para que hiciera gestiones ante el pintor. Zuloaga se extrañó mucho de que una chica de 18 años estuviera tan empeñada en que le pintara un retrato. Era un pintor famoso, pero lo normal es que fuera un padre o un abuelo quien le pidiera que le pintara un retrato a una hija o una nieta, y que ésta lo considerara una pena de dinero gastado.

Zuloaga aceptó el trabajo pero no se lo puso fácil a M., haciéndole saber que la pintaría en su estudio de París. La chica no se amilanó y buscó la manera de trasladarse a París con otra tía suya que tenía en esa ciudad un piso, para pasar allí los meses necesarios para pintar el retrato.

 Cuando M. llegó por primera vez al estudio de Zuloaga, éste le enseñó un buen número de trajes que tenía allí para que eligiera uno para posar, y M. eligió uno azul. Zuloaga intentó convencerla una y otra vez para que eligiera otros vestidos, porque el azul no era un color que se le diera muy bien. Pero M. no había llegado hasta ese momento para dejarse convencer fácilmente, y no cedió. Al final fue el vestido azul.

Las sesiones de posado se prolongaron tres meses, y cuando la pintura estuvo terminada Zuloaga había quedado tan encantado con el retrato que le dijo a M. que había decidido quedárselo para él. Pero ya sabemos que ella, a pesar de su juventud, era tremendamente decidida. Y con una firmeza impropia de una chica de esa edad, sobre todo en una época en la que a las mujeres se las educaba para que fueran dóciles y manejables, no dio ni un paso atrás. La chiquilla de buena familia, pero de ciudad pequeña, frente al gran artista, estuvo firme como una roca.

Zuloaga, que después de varios meses de trato constante con ella ya debía conocerla bien, se resignó a dejar ir la que pensaba que era su obra favorita. Y le pidió un favor: que si podía volver a ver el cuadro alguna vez. M. le dijo que cuantas veces quisiera verlo, lo tenía a su disposición. Así que, de tanto en tanto, Zuloaga anunciaba que se iba a ver “a su novia de Cádiz”, que no era M., sino el retrato. Pasaba varios días en la ciudad, y cada día se acercaba a casa de M. para contemplarlo un rato.

Yo conocí a M. cuando ya era una señora madura, y siempre me pareció una persona extraordinaria. Cultísima, amable, educada, refinada, de conversación interesante. La lógica continuación de aquella chica de 18 años que, con una gran cantidad de dinero entre sus manos, sólo quería tener un retrato pintado por Zuloaga. De todas las poco corrientes mujeres de la familia, aquella a la que yo siempre quise parecerme.

Cuando murió hace unos años dejó en su testamento el retrato de Zuloaga al Museo de Cádiz, y allí está expuesto. Pero sólo unas pocas personas de la familia conocen la historia del cuadro. Ahora vosotros también la sabéis.

2 comentarios:

  1. Enhorabuena por esas extraordinarias mujeres de tu familia.

    Besos de una Maia

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    1. Gracias Maia. Tú y tus leonas también sois extraordinarias

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