miércoles, 1 de enero de 2020

Mi padre y el moroso


 En un día como hoy, media España está durmiendo, y los que no han tenido más c******ones que levantarse de la cama, andan por ahí como zombies. En un día como hoy, mi padre se levantaba a lo hora de costumbre, se vestía como siempre hizo para ir a trabajar, siempre con traje, y se acercaba al garaje donde tenía alquilada una plaza para aparcar el coche, para pagar la mensualidad de enero. Por supuesto era el primero y, probablemente el único en hacerlo, él lo sabía. Sabía que el dueño del garaje no esperaba que nadie más lo hiciera eses día, aunque fueran allí a sacar el coche, y mucho menos aún  ir expresamente sólo a pagar. El garaje, no sé por qué, era lo primero, y después el recibo del casino y el de la cofradía de la que era hermano. 

El caso es que, cuando se sentaba a almorzar, ya había pagado todos sus recibos mensuales, los que dependían de él y no de la domiciliación bancaria. Mi padre era una rara avis  en España, donde lo que abunda es el moroso. El moroso es más típico de España que la flamenca y el torero. El moroso tiene su personaje de tebeo, el que vive en el ático de 13, rue del Percebe y también su película: ¡No firmes más letras, cielo!, del año 1972, dirigida por Pedro Lazaga y protagonizada por Alfredo Landa. El moroso  es un personaje nacional, uniformemente distribuido por toda la geografía nacional. El moroso habla castellano neutro, no tiene acento, no está asociado a ninguna región, queda fuera de todos esos tópicos: el catalán rácano, el baturro, cabezón, el sevillano grasioso, el moroso es de todas partes y de ninguna en especial. El moroso es español, a secas.

El moroso se endeuda por cualquier motivo. El moroso no entiende lo que significa vivir con lo que se tiene. Mi abuela materna tenía para eso una frase hecha  muy gráfica: no estirar el brazo más que la manga. El moroso estira, estira y estira como si tuviera un brazo de plastilina. El moroso se endeuda para casarse, y para celebrar todo lo celebrable: desde el bautizo de sus hijos hasta cualquier cosa que se os ocurra. El moroso se morirá moroso, dejando a sus hijos un buen puñado de deudas. Sus hijos, que han visto a su padre esquivar a los cobradores toda la vida, hacen lo mismo, y las deudas pueden durar generaciones y generaciones. Y si no tiene nada que celebrar, se compra un coche nuevo o una segunda vivienda, da igual.

Yo, como, al contrario que los hijos del moroso, he visto otra cosa, he hecho siempre lo que vi hacer. Mi padre murió un 11 de octubre. Cuando llegó mayo, fui como siempre a la Delegación de Hacienda a hacer la declaración del IRPF. Cuando terminé le dije al funcionario que me atendía. Y ahora quiero hacer la de mi padre, que murió el pasado 11 de octubre. Llevaba preparado todo lo necesario, desde una fotocopia de DNI hasta un certficado de defunción, como comprobante de la fecha de la muerte, fecha en la que cesan las obligaciones fiscales. El chico se sorprendió mucho, supongo que nunca había ido nadie a hacer la declaración de la renta de un fallecido. Se levantó de la mesa y habló unos segundos con otro compañero, Supongo que para preguntarle el procedimiento. Volvió, rellenó los impresos, y le dicté el número de la cuenta bancaria donde debía cargar la cantidad que resultaba a pagar. en estos días en que un montón de gente dice sentirse muy triste por la visión de la silla vacía en la mesa. Yo no recuerdo a mi padre porque no pueda estar dándose atracones de comida en una cena, pero cada 1 de enero lo recuerdo sorprendiendo al vigilante del garaje por su formalidad a la hora de cumplir sus obligaciones. Y estoy segura de que así es como le gustaría que lo recordaran, y no comiendo un cochinillo a dos carrillos.

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