lunes, 23 de marzo de 2020

Historias de amor

Nadie debe pensar que por haber hecho la carrera de Geografía e Historia estuve todo el tiempo memorizando listas de reyes, fechas o nombres de batallas. El estudio de las sociedades humanas y sus avatares recorre todo el posible muestrario de asuntos, sentimientos, personajes y caracteres, tal como se dice de las obras de Shakespeare: heroísmo, genialidad, bondad, lealtad, aunque también orgullo, cobardía, traición, ruindad, avaricia, estupidez, obcecación, celos, trastornos mentales, maldad, ignorancia.....

Por fortuna, cada tanto surgía alguna historia de amor para compensar. Detengámonos hoy en algunas de ellas.



Este sepulcro de la Catedral de Canterbury pertenece a Eduardo de Woodstock, llamado el Príncipe Negro, fue el hijo primogénito del rey Eduardo III de Inglaterra y padre del rey Ricardo II. Lo que me gusta de su historia es que, siendo heredero al trono, hizo un matrimonio por amor, aunque eso le costó pasar diez años fuera de Inglaterra, hasta que su padre le permitió volver. ¿Qué fue lo que le obligó a ese exilio? Pues que la elegida de Eduardo, Juana de Kent tenía "un pasado". Juana fue víctima del sometimiento debido por las mujeres a su familia en cuestión a matrimonios. Juana, nieta de rey, cometió el error de casarse a los doce años con Thomas Holland, sin haber pedido el consentimiento real obligado para personas de su linaje. Thomas se marchó a luchar a Francia,  y la familia de Juana, que la crreía soltera, la obligó a casarse con Guillermo de Montaigu. Juana no manifestó estar casada por creeer que su matrimonio con Thomas no era válido por carecer del consentimiento real y no ser del conocimiento público. Además, Juana temía que si su familia supiera que se había casado con Thomas lo "quitaran de en medio" para casar de nuevo a la niña-viuda con quien quisieran. Así que calló, por una mezcla de inocencia, temor e ignorancia. Pero Thomas volvió de las Cruzadas, y con una gran fortuna, además. Quiso recuperar a su joven esposa y se la encontró casada con otro. Protestó, y a él no le importó revelar que estaban casados, dejando a Juana en muy mal lugar, pues se la convertía en bígama. Holland incluso recurrió al papa que anuló el matrimonio de Juana y Guillermo, Juana volvió con Thomas  Holland, con el que estuvo viviendo los once años siguientes, hasta que él murió- Tuvieron 5 hijos con lo que el escándalo resultó bastante aireado y ella se convirtió en una especie de proscrita social. El rey Eduardo III estaba casado con una prima de Juana, la tomó bajo su protección y la amparó en la corte. Y pasó lo que tenía que pasar. El roce continuo entre Juana y el primogénito del rey desembocó en enamoramiento. Se sabe que el príncipe tenía detalles como regalarle una copa de plata que consiguió como botín en una de sus primeras campañas militares. En 1360 se casaron en Windsor en matrimonio secreto. Fue un auténtico matrimonio por amor, sin el consentimiento del rey Mientras tanto, la situación de la pareja se seguía complicando: El Derecho inglés era tal que el segundo marido de Juana (Guillermo), que aún vivía, podía haber reclamado cualquier hijo de sus matrimonios posteriores como propios. Además Eduardo y Juana estaban dentro de grados de consanguinidad prohibidos. El matrimonio secreto que supuestamente contrajeron en 1360 habría sido inválido debido a esta prohibición. A petición del rey el papa concedió la dispensa. Hubo una nueva ceremonia oficial tuvo lugar el 10 de octubre de 1361, en el castillo de Windsor con el rey y la reina presentes, con el arzobispo de Canterbury presidiendo.

El caso es que la pareja Eduardo-Juana fue obligada por el rey a marcharse a Francia. Allí permanecieron diez años, hasta que el rey los autorizó a volver, ya con dos hijos.

Como curiosidad apunto que tres reinas inglesas fueron descendientes de  Juana y Thomas Holland, entre ellas una de las seis mujeres de Enrique VIII, Catalina Parr, la sexta y última.

Si no estáis mareados por los casorios y descasorios de Juana. seguid leyendo otras dos historias que os traigo, que nos ofrecen el consuelo de saber que existía una defensa contra las imposiciones arbitrarias de los padres.

Luisa Ignacia Roldán nació en Sevilla en 1652, hija del mejor escultor de la segunda mitad del siglo XVII, Pedro Roldán.



Como es natural, Luisa y sus once hermanos se puede decir que "echaron los dientes" en el ajetreadísimo taller de su padre. Gubias, buriles, formones, limas, tornos, sierras y demás herramientas de escultura debieron ser sus juguetes, imitar a los maestros y aprendices, sus juegos. Su padre, profesor de dibujo ademas de famosísimo escultor, seguramente dibujaría a veces para entretener a su numerosa prole, con lo que esas inapreciables enseñanzas serían adquiridas por ella casi sin darse cuenta. Su hermana Francisca se decantó por la policromía, mientras que Luisa y María se encaminaron a la escultura. Pero Luisa  destacó rápidamente sobre sus hermanas. Es más que posible que Luisa colaborara en las esculturas de su padre, de forma anónima, claro está. De hecho, al menos una vez incluso mejoró una: un San Fernando de Pedro Roldán fue rechazado por los comitentes. Luisa reformó las piernas y la cabeza y la obra fue inmediatamente aceptada.

El caso es que Luisa se enamoró de un aprendiz, Luis Antonio de los Arcos. Se dieron mutuamente palabra de matrimonio. Pero Pedro Roldán se opuso totalmente a la boda. Pensando bien diremos que temía que con un matrimonio se malograra la carrera artística de Luisa, o que deseaba un marido de mas altura que un aprendiz para su hija; pensando mal digamos que no quería dejar escapar el chollo: una hija que era tan artista como él, y cuyas obras, que se hacían pasar por obras del padre, aumentaban la fama de éste.

Cuando un padre se mostraba contumaz en prohibir a su hija casarse con alguien sin que aparentemente hubiera motivos justificados para ello, se podía acudir a la justicia, lo que hizo el pretendiente, declararon testigos de que ambos se habían dado palabra de matrimonio libremente, probablemente se investigó discretamente si el chico llevaba una mala vida, tenía cuentas pendientes con la justicia o tenía vicios o malas costumbres. Se comprobó que no había impedimentos por parte de Luisa que hicieran un matrimonio nulo. Llegados a este punto, se sacaba a la chica de su casa y se la "depositaba en casa " de una familia conocida por sus buenas costumbres o en un convento, donde el padre no pudiera presionarla. Y allí esperaba hasta la boda. La de Luisa y Luis Antonio se celebró sin la asistencia del padre. La pareja tuvo siete hijos, de los cuales cuatro murieron de niños.

Ecce Homo de La Roldana
 en la catedral de Cádiz

Luisa continuó con su oficio de escultora, ya como artista independiente de su padre. La pareja vino a Cádiz, de donde le habían llegado varios encargos. Estuvieron dos años, y Luisa dejó también varias obras en distintos pueblos de la provincia. A continuación marcharon a Madrid. Allí tuvieron una vida difícil, con muchas privaciones. Aunque Luisa fue nombrada escultora de cámara del rey Carlos II,y continuara siéndolo con Felipe V, la corte pasaba muchas estrecheces y su salario no era suficiente. La carrera como escultor de Luis Antonio no arrancaba (nunca arrancó), de forma que él colaboraba realizando la policromía de las obras de su mujer. Luisa hacía también pequeños grupos escultóricos de terracota para ricos burgueses y nobles, belenes de estilo italiano, pero no era suficiente para mantener la familia. Las penurias económicas, la muerte de cuatro hijos de niños fue causando desavenencias matrimoniales. Luisa murió en Madrid, a los 53 años, sumida en la pobreza.

Si os interesa saber más del personaje os dejo un enlace a un bonito documental de 41 minutos que está en la web de rtve: Luisa Ignacia Roldán "La Roldana."


Cuando estaba realizando la tesis doctoral, recopilando documentación sobre algunos regidores perpetuos del siglo XVIII, vino a mis manos una cartita escrita en papel azul celeste que me contó la tercera historia de esta entrada.



Tercera y última historia de amor (por hoy)

Cuando estaba realizando la tesis doctoral, recopilando documentación sobre algunos regidores perpetuos del siglo XVIII, vino a mis manos una cartita escrita en papel azul celeste que me contó la tercera historia de esta entrada.



Los regidores perpetuos, aunque fueran más o menos equivalentes a los actuales concejales, tenían mucho más poder, riqueza e influencia que aquellos. Sus alianzas matrimoniales y sus contactos los convertían en la nobleza local.



Uno de ellos, Juan de Soto, Álferez mayor de la ciudad, era padre de tres hijas: Clara, Gertrudis y María Josefa. Clara de Soto se enamoró de Fernando Contreras, hijo del Conde de Alcudia y oficial de la Armada. Pero su padre se opuso ferozmente a ese noviazgo, sin que aparentemente existieran razones de peso. El muchacho tenía una digna profesión, era hijo de un noble, pero el padre se obcecó en su oposición. La pareja no cedió. Afortunadamente no había todavía ningún matrimonio concertado para Clara. En la cartita mencionada, escrita de puño y letra, una conmovedora Clara rogaba a su enamorado que acudiera a la justicia y la sacara de su casa.

Hay que  imaginar lo desesperada que debía estar Clara para que no le importara convertirse en la comidilla de la ciudad, lo enamorada que estaría para  pasar por encima de dejar en evidencia  públicamente a su padre. La imaginaba dando instrucciones a alguna joven que trabajara en su casa como criada para que a escondidillas entregara la notita a Fernando y los nervios pasados hasta que el plan dio su fruto, la pena por tener que separarse de su madre y hermanas  de una forma un poco traumática, la salida de su hogar escoltada por la justicia, y la espera en el convento rezando para que Fernando se mantuviera firme a pesar de inevitable escándalo.



 Fernando, siguió el plan de Clara y cuando requirieron a Juan de Soto para que diera razones de su oposición,  éste no pudo alegar más que temía que Fernando, que en razón de su profesión había estado en diversas ciudades de España e Indias, hubiera dado promesa de matrimonio a alguna mujer. Por eso exigía que se hiciera una investigación en todas esas ciudades de que no existía tal promesa. La justicia determinó que no había motivo justificado y que su exigencia era exagerada. Se llevaron a Clara de su casa y la depositaron en un convento, donde residió tranquilamente hasta que se celebró su boda con Fernando.

Irónicamente, a la muerte de Juan de Soto, Clara heredó el oficio de regidor de su padre, que no podía ejercer por ser mujer pero sí nombrar a alguien que lo ejerciera en su nombre. Clara nombró a Fernando y el despreciado pretendiente fue regidor perpetuo y alférez mayor en lugar de su severo suegro.




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