miércoles, 10 de noviembre de 2021

¡Qué pena morirse..!

 


La frase del principio, que es una frase célebre de don Marcelino Menéndez Pelayo, la suscribo de pe a pa. La repito completa, para que me comprendáis mejor: ¡Qué pena morirse ahora, cuando me queda tanto por leer! Y es que, a todo lo que he leído, me gustaría sumar a) lo que me gustaría releer, b) muchas cosas ya escritas que andan en busca de editor (como los personajes de Pirandello que andaban en busca de autor), c) Todo eso que aún no se han escrito pero que quizás ya anda rondando la mente de mis autores favoritos y, sobre todo, d) que no paro de descubrir autores que son nombres mil veces oídos cuya lectura vas aplazando, pensando que la vida es muuuuy larga y, de golpe, te das cuenta que aquello tan largo ha pasado muy rápido.

Mi último descubrimiento ha sido Stefan Zweig, uno de esos autores repetidamente postergados. Más que descubrimiento yo diría redescubrimiento.  Hace muchos años vi un película preciosa titulada "Carta de una desconocida" Para empezar la recomiendo vivamente a todo amante del cine clásico. Luego  supe que el guión era una adaptación de una historia de Stefan Zweig, dirigido por Max Ophüls en 1.948. Pasaron los años y yo no terminaba de hincarle el diente a otros libros de ese autor. Siempre había algo más urgente que se metía por medio. Hace uno años, cuando me pasé al libro electrónico, me recomendaron una página web (epub libre) donde me podía descargar gratuitamente miles de libros. Cuando comenzaron a  cerrar aquellas páginas de descargas de películas y series supe que las de libros serían las próximas y cada día entraba para ver las novedades, aprovechando para descargarme de paso novelas policiacas e históricas. Así he acumulado unos 
3.000 libros en mi disco duro. Ahora sé que hice bien porque esa y otras páginas ya no existen (aunque creo que volverán, porque no se puede poner puertas al campo), pero yo tengo mi reserva para algunos años. Y en un momento en que no tenía otra lectura que me apremiara empecé a leer la biografía de María Antonieta de Zweig. Y fue todo un descubrimiento. Porque Zweig tiene una forma muy particular de abordar los personajes. Son lo que alguien llamó "biografías psicológicas". Zweig se centra en explicar la psicología del personaje, con una agudeza admirable. Conocí otra María Antonieta y comprendí, por fin, por que había vivido como lo hizo. Continué con la de María Estuardo y ocurrió lo mismo. Una nueva María muy distinta, desconocida, apareció ante mis ojos y se me hizo totalmente comprensible su trayectoria vital, el sentido de sus acciones, el por qué de sus decisiones. Ahora me queda la de Fouché. Después trataré de conseguir las de Erasmo, Balzac y otras. También tengo un buen montón de sus obras de ficción, novelas, cuentos, etc. Y, en fin, esto es lo hoy tenía para contar, por si alguien tiene tiempo y ganas y busca recomendaciones (suponiendo que se fíe de mi criterio). 







jueves, 14 de octubre de 2021

Un programa de televisión para el recuerdo

 


Hace ya casi dos años escribí sobre mi primer programa de televisión. Hoy escribo sobre el rato de televisión más memorable que recuerdo. Era un domingo por la mañana. A esa hora no se veía televisión en mi casa normalmente. Ni teníamos televisión por cable. Podías escoger entre la primera o la segunda cadena, eso era todo. Yo era entonces una niña, eso seguro. Si puse la televisión probablemente fue porque ya tenía la tarea hecha y no tenía nada para leer que eran por entonces mis primeras opciones. Puse la segunda cadena y quedé atrapada por una música. Por entonces ponían en ese canal un programa dedicado al baile, cuyo nombre no recuerdo, en todos sus tipos (clásico, flamenco, regional....). A mi me gustaba el baile, iba a clases de baile y me quedé viendo el programa.

Para que conste, aquí va una foto de la primera vez que bailé en público, en el teatro de verano que había en el Parque Genovés. Bailé un baile popular tirolés aprendido en un grupo en el que estaban algunas de mis amigas y compañeras del colegio. 

Pero lo que vi en televisión estaba en el otro extremo de la escala: una representación en diferido del ballet Romeo y Julieta de Prokofiev en el Covent Garden de Londres, con Rudolf Nureiev y Margot Fonteyn en los papeles principales con el Royal Ballet.

Rudolf Nureiev y Margot Fonteyn han sido probablemente la mejor pareja de ballet de la historia. Él era un veinteañero que acababa de desertar en París y ella tenía 43 años (y representaba un personaje que se supone que tiene 15 años) y todo su entorno le decía que debía ir pensando en retirarse, pero después de aquella actuación sus perspectivas cambiaron y siguió bailando unos años más (increíblemente se retiró con más de 50 años, manteniendo el nivel que la hizo famosa), formando pareja con él siempre que los productores conseguían juntarlos, dando lugar a momentos dignos de un record Guinness. En una ocasión, en Viena, tuvieron que salir a saludar ¡89 veces! Pero dejemos a Margot, que aunque era famosísima, por algo sería, está claro, pero a mi no me transmitía. A mi quien me dejó K. O. fue Rudolf Nureiev. Primero su rostro: aquellos ojos, esas cejas, aquellos pómulos. Había algo animal en él, como de una pantera. Y ese cuerpo, con el que hacía cosas imposibles. A partir de entonces vi cada documental, película, actuación y entrevista a los que tuve acceso. Y me fui enterando de los detalles de su vida. Era tártaro. Normal, para tener esos rasgos increíbles había que ser tártaro, como poco. Transmitieron el ballet completo. La producción fue maravillosa el vestuario era espectacular y la coreografía, inolvidable. Recuerdo aquel programa como lo más hermoso que he visto en televisión. Desde entonces, cada vez que he ido a Londres (y he ido seis veces), he buscado en tiendas especializadas en música una grabación de aquella representación. Y nada. Me parece imposible que no exista a la venta.

He sabido que próximamente habrá de nuevo en televisión española un programa dedicado al baile. Lo espero con impaciencia.

viernes, 5 de marzo de 2021

Donde dije digo, digo Diego


 Jano (en latín Janus, Ianus) en la mitología romana, es el dios de las puertas, los comienzos y los finales. Por eso le fue consagrado el primer mes del año y se le invocaba públicamente el primer día de enero,  Jano es representado con dos caras, mirando hacia ambos lados de su perfil y no tiene equivalente en la mitología griega. El Janículo, colina ubicada en Roma, debe su nombre a este dios.

Se contaba que, cuando  los sabinos intentaron tomar el Capitolio, Jano hizo brotar aguas hirvientes sobre los enemigos, repeliéndolos. Por ello se le invocaba al comenzar una guerra, y mientras ésta durara, las puertas de su templo permanecían siempre abiertas, con el fin de que acudiera en ayuda de la ciudad; cuando Roma estaba en paz, las puertas se cerraban.

Todo esto (la ilustración y el título) viene a que este post y el anterior vienen a ser como los rostros de Jano, cada uno mirando en dirección opuesta al otro. Cualquiera puede tener un día tonto. En mi caso, habría que decir una noche tonta, para ser más exactos. Cada noche paso un buen rato despierta, cosa a la que ya me he acostumbrado y no me pesa. En ese rato se me ocurren cosas, casi todo lo que escribo en los blogs lo decido la noche anterior en ese espacio de tiempo, prácticamente lo redacto y desarrollo en mi mente. Al día siguiente lo pongo por escrito con tanta fidelidad a lo que pensé como es posible, corrigiendo sólo alguna palabra o signo de puntuación para mejorar la redacción en general. Y ya se sabe que la noche trae consigo ideas un poco negras, pesimismo y la mente cae en muchas trampas. Afortunadamente la luz del día lo disipa casi todo y el mundo, el pasado y el futuro se ven de otra manera. El post anterior fue pensado bajo el influjo de esas noches negras y creo que para nada representa la realidad. Además, no soporto a los quejicas y así es como me retrata aquello que escribí, como una quejica insoportable. No tengo motivos para quejarme y sí para lo contrario. Así que escribo esto para poner las cosas en su sitio. Lo que sigue es una lista de cosas por las que debo dar gracias. Algunos de los que vais a leer esto os podéis dar por aludidos y sí, me refiero a vosotros.

Doy gracias por la familia que he tenido, y tengo todavía. Mi madre y mi hermano me cuidan y se ocupan de mis cosas más allá y mejor de lo que pudiera desear. De mi padre, qué voy a decir, hoy hubiera cumplido 89 años. Estoy encantada de parecerme tanto a él. Todo lo mejor que hay en mí viene de él.

Doy gracias por haber tenido los medios y la capacidad para estudiar. Aquí tengo una pequeña duda. Me encanta la historia del arte pero no estoy segura de si debía haber escogido otra especialidad:  Historia Antigua (que me tira muchísimo) o quizás Historia Moderna (a la vista de lo que estaba disfrutando mientras hacía la tesis). En el peor de los casos, fue un placer inmenso hacer esa carrera. ¡Y yo que me proponía estudiar Exactas (quizás me confundió el haber sacado un 10 en todos los exámenes de matemáticas de COU!)

Doy gracias por todas las personas con las me he cruzado en la vida: profesores, compañeros de estudios, vecinos, compañeros de trabajo (tanto en el Museo como en los institutos de San Fernando y El Puerto). Calculo que habrán sido unos 80 más o menos. Nos hemos reído muchísimo, hemos disfrutado de comidas, ferias, salidas nocturnas, excursiones...., compañeros de viaje (he descubierto el mundo con un buen número de personas con enormes conocimientos que compartieron con generosidad), y, como no, mis alumnos: los de instituto, los del Seminario de Cádiz, los universitarios de Ciencias Religiosas. Espero que ellos me recuerden también con cariño, yo, por mi parte, repetiría con TODOS. Y los amigos y amigas, tantos lo de siempre, los que perduran  desde la infancia, como los que incorporé ya en la edad adulta. Da igual que os vea a menudo como que estéis a distancia, sois leales y os quiero. 

Doy gracias por todos mis viajes. Estoy convencida de que viajar me ha hecho mejor persona, mas abierta y tolerante, y me ha impulsado a seguir sintiendo curiosidad y a seguir estudiando y leyendo.

Doy gracias por mis enfermedades. Cada una de ellas me ayudó a cambiar de rumbo en el momento oportuno, con tal  precisión que las considero un regalo de Dios, que sabe mejor que nosotros lo que necesitamos. La fibromialgia me dirigió hacia la enseñanza, un campo que yo no había explorado, y que quizás no hubiera conocido nunca. El ictus me obligó a parar en un momento en el yo iba un poco cuesta abajo y cogiendo una velocidad que quizás hubiera sido peligrosa. Y me proporcionó la vida tranquila que tengo ahora. Con el cáncer tuve mucha suerte. Muchas personas firmarían sin pensar pasar un cáncer como el mío: sin dolores, sin quimioterapia, sin complicaciones.

Doy gracias por mis tres vecinitos. Si hubiera tenido hijos, creo que no los hubiera querido más que a ellos. Han llenado el único hueco que yo tenía en la vida. Con ellos pasé por todas las etapas de su vida, desde bebés hasta la actual treintena. Con ellos volví a jugar, a ver dibujos animados, a pasar el vértigo de una atracción de parque de atracciones. Con ellos he vivido el orgullo de ver la clase de personas en que se han convertido.

En fin, que esta sí soy yo y no la del post anterior Agradezco los comentarios que me habéis dejado, pero no es para tanto. Solo hace falta un poco de reflexión tranquila. 

martes, 2 de marzo de 2021

La (no) adolescencia

 


Ayer, viendo una serie en Netflix, tuve una revelación. La serie es lo de menos, no es de ella de lo que voy a escribir. Pero uno de los personajes pronunció una frase que me hizo comprender cosas acerca de mi. Digo algo así como (aproximadamente):"Tengo 18 años pero,  teniendo en cuenta los tres años que tuve cáncer, vivencialmente tengo 15" Y ahí está el quid de la cuestión. Repasando mi vida, he constatado mucha agitación, muchas subidas y bajadas, muchas turbulencias. 

En primer lugar, no recuerdo haber tenido "adolescencia". Está claro que pasé por la edad de ser adolescente, pero no tuve comportamiento adolescente, al menos tal como lo suelen contar. No fui rebelde, ni desobediente, no desafié a mis padres, no pedí, ni mucho menos exigí, más allá de lo que me quisieron dar. Mis padres no tuvieron, por mi causa, ni preocupación, ni inquietud, ni disgusto alguno. Era mansa como un cordero. De la misma forma que pasé 10 años en el mismo colegio (de 1º de Primaria a 6º de Bachillerato) sin que me hubieran castigado nunca ni llamaran a mis padres en ningún momento.

Cuando, tras la carrera y 9 años en el Museo de Cádiz, me contrataron para las excavaciones del Teatro Romano de Itálica (¡el yacimiento arqueológico más importante de Andalucía!), pensé que había encontrado mi sitio en el mundo: la arquelogía. Y a los dos meses y medio de trabajo duro me encontré tan mal que tuve que abandonar, por primera vez en mi vida, un trabajo. Yo no sabía lo que era, y tardaron bastantes años en decírmelo. Fue mi primera crisis de fibromialgia. Carmina, olvídate de la arqueología y vuelve a la incertidumbre de no saber qué hacer con tu vida mientras en tu casa te consideran culpable del peor  pecado existente: no tener trabajo.

Me dedico a la enseñanza: 3 años en Sanlúcar, y 21 más entre San Fernando y El Puerto y, de la noche a la mañana, mi vida patas arriba otra vez. Carmina, olvídate de trabajar, de viajar, de tu independencia, de tu intimidad y hasta de hacer punto.

Y, para colmo, a los 55 años me tienen que provocar  la menopausia porque tengo una hemorragias tan fuertes que vivo en una constante anemia ferropénica. Ni siquiera eso vino a su tiempo, de forma natural, sino inducida artificialmente por un DIU que me colocaron y que tuve puesto 5 años. No sé qué efectos secundarios tiene eso, pero lo juntas a todo lo demás y es una bomba. Y, justo a los 10 años de quitarme el artefacto, me operan de cáncer de mama. Ahora toca pasar miedo  y hacerte preguntas que ni voy a escribir aquí para no recordarlas.

 Así han transcurrido los últimos 8 años y medio. Lo que explica que yo también pueda decir. "Según mi carnet de identidad tengo 61 años, pero vivencialmente sigo teniendo 52". Llevo 8 años con esa sensación y hasta ayer no supe como decirlo Porque estos 8 años y medio han transcurrido como si yo hubiera estado en coma. El mundo y todos sus habitantes siguieron viviendo mientras yo estaba detenida, como cuando aparece el simbolito de Windows dando vueltas mientras arranca el sistema operativo, o se carga una página en internet

¿Alguna vez habéis sufrido jet lag? Yo sí. Tu cuerpo te dice que son las 5 de la tarde, hora de echar una siesta con el estómago lleno. Pero el reloj te dice que no es hora de dormir y que faltan horas para comer. Así vivo yo, en un jet lag equivalente a haberme saltado  8 años de husos horarios. Soy la misma que a los 52 años, tengo los mismos deseos y los mismos gustos que entonces, pero oficialmente soy una anciana con problemas de movilidad. Para ciscarse en todo. Me siento como estafada por la vida. Después de haber hecho todo lo que se suponía que debí hacer para tener una buena vida. Tengo lo que tengo y no puedo pedir la devolución de los viajes a los que renuncié para tener unos buenos ahorros porque desde siempre supe que tendría que pagar a alguien para que se ocupara de mi, ni una compensación por pasar las tardes de los sábados y las mañanas y tardes de domingos y festivos en la sala de exposiciones de la Caja de Ahorros por cuatro miserables duros y tuve que escuchar como un psiquiatra me dice que con 48 años y sin pareja, debo tener alguna tara.

 

sábado, 30 de enero de 2021

Serpientes de verano y películas agradables

 


En los años 90 se puso de moda algo llamado el “Efecto Mozart”, que como tantas cosas fue un grano de arena convertido en montaña por un periodista sin nada que llevarse a la máquina de escribir. Oyó que al hacer ciertos test la puntuación subía un poco si se escuchaba música de Mozart mientras se realizaban y, con un par, escribió un artículo en el New York Times titulado: “Investigadores han determinado que oír a Mozart te hace más inteligente”. Lo que se suele llamar una “serpiente de verano”. El 14 de octubre de 1993 la revista Nature dio credibilidad científica a un montón de paparruchas (1).

A partir de ahí, la locura. Se reeditaron montones de cd’s de Mozart, el estado de Florida promulgó una ley que exigía que en las escuelas estatales se escuchara música clásica a diario y el gobernador de Georgia dio un presupuesto de 105,000 dólares anuales para que cada niño que naciese en su estado recibiera un casette o un CD de música de este autor.

A pesar de que el autor de la investigación original se apresurara a desmentir el bulo (dijo que no creía que hiciera daño, pero que el dinero se podía emplear con más provecho en mejorar los programas de educación musical), la gente prefirió creer al periodista liante y a todos los borregos que, sin ninguna base científica, lo siguieron (2).

En años posteriores se llegó incluso a delimitar, entre la inmensa obra de Mozart, cuál era la pieza que lograba mejores efectos: la sonata para dos pianos en re mayor K.448 (3), y la bola de nieve siguió creciendo, alimentada interesadamente por gente que sacó cd’s especiales para bebés («Barroco para su bebé» o «Mozart para papás y mamás») o libros. El que ganó más dinero con todo esto fue un tal Don Campbell, que registró la expresión “Efecto Mozart” y publicó dos best-seller y más de una docena de cd’s. Sin ser científico, defendía que la música de Mozart era buena para corregir unos cincuenta problemas, entre ellos el dolor de cabeza, de espalda, el asma, la obesidad, el alcoholismo, la epilepsia, la esquizofrenia, las enfermedades del corazón, el bloqueo del escritor, el sida, …. y que servía para otros menesteres como hacer un mejor vino, un pan más sabroso o para mejorar el sabor de la cerveza.

  En los años posteriores se hicieron multitud de estudios, sin poder llegar a ninguna conclusión. Hacia el 2007 se empezó a recular, y la propia revista Nature se tuvo que tragar sus palabras, publicando un estudio del Ministerio alemán de investigación que concluía que escuchar tanto música clásica como la música más del gusto de cada cual no hacía a nadie más inteligente. Hace sólo dos meses un equipo de científicos de la Universidad de Viena, tras estudiar a 3.000 personas, acabó definitivamente con este mito.

Por fin se ha demostrado que el “Efecto Mozart” no existe, pero millones de personas seguirán creyendo que sí. A pesar de todo el fenómeno ha seguido creciendo y hoy día hay centros por todo el mundo donde se imparten tratamientos a base de Mozart. Para que luego se le quite importancia al hecho de que una cosa sea verdadera o no en su influencia sobre la vida de la gente (“Si no hace daño, ¿qué más da?”, suele ser el argumento defendido por aquellos que quitan valor a la verdad. Pues sí, hace daño, tomar algo falso por verdadero ya es un daño).

Todo esto viene a cuento porque, aunque nunca he pensado que escuchar música de Mozart me haga más inteligente, no puedo negar que después de escuchar muchísimas piezas de música clásica me siento mejor. Por eso, además de llevar una gran colección de piezas sinfónicas y de ópera en el iPod, me gustan las películas de cine que tienen que ver con la música clásica.

Y acabo de ver “El concierto” (por tercera vez). Y he comprobado que me sigue encantando. No es una película que pasará a los anales de la historia del cine, ni cambiará nuestras vidas, pero es agradable, simpática, nos entretiene, nos hace reir en muchas ocasiones, llorar un poquito en otras y, sobre todo, disfrutar de unas estupendas piezas de música clásica. Es una película hecha simplemente para gustar pero, ¿es eso malo? Hay estereotipos, por supuesto, y muy pocos creerán que un montón de personas represaliadas por su origen étnico se tomarían esta revancha tan surrealista y berlanguiana. Seguro que encontrarían mucho más creíble que los protagonistas de la película se armaran con ametralladoras y perpetraran una matanza para vengarse.


Empieza la película con el andante del concierto para piano y orquesta nº 21 de Mozart, y a ver quién es capaz de afirmar categóricamente que la audición de ese fragmento le deja completamente indiferente. Me ocurre lo mismo con muchas otras, como el “Ave Verum Corpus”, del mencionado Mozart, el Aria de la suite nº 3 de Bach, el Largo del concierto para dos laúdes y dos violines de Vivaldi (RV 93), o el aria Casta Diva, de Norma (Bellini), cantada por Joan Sutherland (4). Bueno, me ocurre con muchísimas más, pero no es cuestión de detallar el listado completo.


Lo que es cierto es que después de oir alguno de cientos de fragmentos musicales no soy ni un ápice más lista ni estoy más sana, más guapa o más joven, pero me siento hasta mejor persona. Y no porque crea en paparruchas pseudocientíficas, sino porque estoy convencida de que saber apreciar la belleza nos convierte en seres humanos.


……………………


(1) ¿Ves, Frankie, cómo tenía razón cuando defendí que el hecho de que algo saliera publicado en Nature o Science no era garantía absoluta de nada, que les habían colado muchas paparruchas?


(2) En cosas como esa son en las que me baso cuando me cabreo por el tema de las películas y series pseudo-históricas. La gente prefiere creer a un guionista que piensa que una escena de cama entre la hermana del rey de Inglaterra y un viejo repugnante que representa al rey de Portugal va a ser divertida, aunque nunca haya ocurrido, antes que averiguar si pasó o no, y se quedará con ese falso dato para siempre.


(3) Lo publicó Nature. No pongo el link porque el acceso a este artículo es de pago.


(4) Hace años tuve preparados preparados unos cd’s con una selección de piezas de música clásica que escuchaba mientras me pasaba horas hojeando legajos en los archivos. Tuve que quitar el aria de Norma porque me di cuenta de que, cuando empezaba, me quedaba absorta mirando al vacío, hasta el final. Y mientras había duradi la música se era incapaz de prestar atención a ninguna otra cosa y cualquier dato que hubiera estado buscando se me hubiera pasado por alto. Cansada de tener que volver páginas atrás para revisarlas de nuevo, eliminé el aria de Norma del cd. 




miércoles, 27 de enero de 2021

Alrededor de Romeo y Julieta

 


Hay quien puede recitar alineaciones completas de equipos de fútbol, la filmografía completa de Cary Grant, o la lista de los ganadores del Tour de Francia. Yo no. Pero puedo enumerar una buena cantidad de títulos de obras de Shakespeare. Nunca he ocultado mi preferencia por este autor y hasta llego a lo que para muchos puede parecer una herejía. En mi biblioteca perfecta, Shakespeare estaría por delante de Cervantes y el Quijote. Creo que incluso gente que no lee jamás si le preguntaran por  obras de Shakespeare diría al menos una: "Romeo y Julieta ". Se suele decir que Shakespeare es un clásico y que su pervivencia  y su capacidad para generar una influencia en toda clase de manifestaciones artísticas que arrastra a través de los siglos como un cometa a su cola se debe a que en sus obras se retratan pasiones tan humanas que serán actuales mientras exista el ser humano. He visto representaciones de sus obras ambientadas en la época actual (por ejemplo, el "Sueño de una noche de verano") y aguantan, aunque yo prefiera la ambientación original. 

Es cierto que hay una adaptación que me resulta intragable: la que dirigió Baz Lhurman en 1.996 y que se tituló Romeo  + Juliet.  Donde  se sustituyen espadas y dagas por pistolas y fusiles de asalto, y  las familias enfrentadas, los Capuleto y los Montesco son importantes hombres de negocios clandestinos. pero creo que se debe a que jamás pude soportar a Leonardo de Caprio y su afeminado rostro me repele. Los textos originales me parecen maravillosos y sospecho que las adaptaciones que se hacen de ellos para que puedan ser comprendidos por personas con un vocabulario algo escaso porque, desgraciadamente, una gran parte del público actual no comprendería muchas cosas. Perdonad, pero no puedo resistirme:

Romeo: ¡Qué bien hace escarnio del dolor ajeno quien jamás ha sentido dolores ...! (Julieta frente a la ventana). ¿Pero qué luz se deja ver allí? ¿Es el sol que sale ya por los balcones de levante? Sal, hermoso sol, y mata de envidia con tus rayos a la luna, que está pálida y ojerosa porque vence tu hermosura cualquier ninfa de tu coro. Por esa razón viste de color amarillo. ¡Qué terco es quien se arree con sus galas marchitas! ¡Es mi vida, es amor el que aparece! ¿Cómo podría yo decirle que es señora de mi alma? Nada me dijo. Sin embargo ¿qué importa? Sus ojos hablarán, y yo contestaré. ¡No obstante qué atrevimiento el mío, si no me dijo nada! Los dos más bellos luminares del cielo le ruegan que los reemplace durante su ausencia. Si sus ojos relumbraran como astros en el cielo, su luz sería suficiente para ahogar los restantes como el fulgor del sol mata el de una antorcha. ¡Tal cascada de luz manaría de sus ojos, que haría despertar a las aves a medianoche, y corear su canción como si hubiese llegado el alba! Ahora coloca la mano en la mejilla. ¿Quién pudiera tocarla como el guante que la cubre?


Julieta: ¡Pobre de mí!


Romeo: ¡Habló! Siento de nuevo su voz. ¡Ángel de amores que en medio de la noche te me apareces, como emisario de los cielos a la asombrada vista de los mortales, que deslumbrados te observan cruzar con vuelo muy rápido las esferas, y mecerse en las alas de las nubes!


Julieta: ¡Romeo, Romeo! ¿Por qué eres tú Romeo? ¿Por qué no renuncias al nombre de tus padres? Y si careces de valor para tanto, ámame, y no me tendré por Capuleto.


Romeo: ¿Qué debo hacer, continúo escuchándola o hablo?


Julieta: Acaso no eres tú mi enemigo. Es el nombre de Montesco, que llevas. ¿Y qué quiere decir Montesco? No es pie ni mano ni brazo ni rostro ni fragmento de la naturaleza humana. ¿Por qué no tomas otro nombre? La rosa no dejaría de ser rosa, tampoco dejaria de esparcir su aroma, aunque se llamara de otra manera. Asimismo mi adorado Romeo, pese a que tuviera otro nombre, conservaría todas las buenas cualidades de su alma, que no las tiene por herencia. Deja tu nombre, Romeo, y a cambio de tu nombre que no es cosa esencial, toma toda mi alma.

Los psicólogos hablan del "efecto Romeo y Julieta". El esfuerzo, las dificultades y la lucha son ingredientes que, en lugar de hacer que en una relación sus integrantes tomen la decisión de separarse y así vivir tranquilos, se convierten en leña que utilizan para avivar el fuego de la pasión presente en el enamoramiento. Necesitan esos ingredientes para sentir algo por la otra persona. En el caso de que falten, puede que crean que ya no están enamorados. Aunque esto pueda parecer absurdo, tiene una razón de ser: la dopamina. Se sabe que los hábitos de las parejas cuya relación está condicionada por el efecto Romeo y Julieta, en realidad, están regidos por la dopamina. Un neurotransmisor, como bien señala el artículo Dopamina: síntesis, liberación de receptores en el Sistema Nervioso Central, que participa en la regulación de determinadas funciones como la emotividad y la afectividad. Cuando se produce una situación adversa como las que vivieron Romeo y Julieta, la dopamina aumenta.

Pero no era mi intención no era escribir sobre Shakespeare, ni sobre ningún otro autor, ni sobre adaptaciones cinematográficas, ni sobre psicología. Simplemente recordé dos historias reales que conocí a través de películas. No son las mejores películas  de la historia, pero son agradables, nos enseñan como era el mundo antes de que naciéramos, se pueden ver en familia. En resumen, todo se reduce a un par de recomendaciones cinematográficas.

La primera historia ocurrió en los años 40 del pasado siglo.


 

Seretse Khama debía convertirse en el jefe o kgosi de la tribu Bamangwato, del entonces Protectorado Británico de Bechuanalandia (actual Botswana), en África. Pero antes de asumir el trono, se fue a estudiar Derecho en la Universidad de Oxford, en Reino Unido, en un viaje que cambiaría para siempre su vida.

En este país se hizo amigo de la británica Muriel Williams, y en 1947 esta le presentó a su hermana, Ruth Williams. Ruth era una empleada blanca de clase media de una compañía de seguros.

Se suponía que al graduarse, Seretse debía volver a casa, casarse con alguien de su propia etnia y convertirse en líder. Pero el príncipe africano se enamoró de Ruth.

La pareja quería casarse por la iglesia anglicana, pero se toparon con diversos obstáculos.


En Londres la cuestión racial era complicada en aquella época: "Los blancos y los negros no salían juntos en Reino Unido. Menos todavía una mujer blanca con un hombre negro".


Y los prejuicios también venían de África. El padre de Seretse había muerto cuando este era un niño y había sido criado por su tío, Tshekedi Khama. Este último no estaba de acuerdo con la relación entre su sobrino y Ruth. Se negaba a que hubiera un jefe de tribu con una novia blanca.


Un día antes de la boda religiosa, el tío escribió a la Sociedad Misionera de Londres para pedirles que la detuvieran.


Tshekedi Khama logró su propósito. "Pero Ruth era muy valiente y Seretse también", dice Muriel. Así que siguieron con sus planes de casarse. Seretse obtuvo una licencia de matrimonio civil y contrajo nupcias con Ruth en 1948, cuando él tenía 27 años y ella, 25. La unión desató polémica a nivel internacional. Hubo protestas en Sudáfrica, donde estaban prohibidos los enlaces interraciales por el régimen del apartheid. En Gran Bretaña tampoco aprobaban que hubiera una pareja mixta en una posición tan importante y en un país limítrofe como Botswana. El gobierno británico envió un equipo especial a Bechuanalandia para ver si Seretse era adecuado para convertirse en el kgosi de los Bamangwato. Aunque el comité no encontró nada malo en Seretse, Reino Unido lo exilió en 1951 y no pudo volver a su tierra natal por casi seis años. En 1956 renunció a sus derechos tribales y él y su esposa se mudaron a África como ciudadanos ordinarios. Recorrió todo el país y en 1962 fundó el Partido Democrático de Bechuanalandia. En 1965 fue elegido primer ministro. En setiembre de 1966, cuando Bechuanalandia se independizó de Reino Unido y pasó a llamarse República de Botswana, Seretse se convirtió en el primer presidente del país y Ruth en la primera dama. Khama fue reelegido como mandatario hasta 1979. Murió en 1980 mientras ocupaba el cargo. Ruth y Seretse tuvieron dos hijos, Uno de ellos, Ian,

La historia del matrimonio Khama ha inspirado dos libros ("Colour Bar: el triunfo de Seretse Khama y su nación" y "Un Matrimonio de inconveniencia: la persecución de Seretse y Ruth Khama"), una obra de teatro y una película, A united kingdom (Un reino unido). La cinta es de la directora Amma Asante y está protagonizada por los británicos David Oyelowo y Rosamund Pike. Ruth y Seretse tuvieron cuatro hijos. Uno de ellos, Ian, fue elegido presidente de Botswana en 2,008.







La segunda historia comenzó un poco antes y ocurrió en EEUU.



Richard y Mildred Loving se conocieron en su ciudad natal, Central Point, en el estado de Virginia. Richard era blanco y Mildred tenía ascendientes afroamericanos y nativos americanos. Allí los negros y los blancos convivían en paz, trabajando juntos en las granjas y en el cultivo de tabaco, el motor económico del pueblo. Comenzaron a salir en el instituto, cuando Mildred tenía 11 años, seis menos que Richard. Al cumplir ella la mayoría de edad se quedó embarazada. Tener un hijo sin estar casados era un estigma imposible de asumir por aquel entonces, así que en 1958, la pareja viajó a Washington para contraer matrimonio. Pensaron que si vivían discretamente nadie los molestaría. Pero   solo cinco semanas después, de vuelta en su pueblo, tras una denuncia anónima, el sheriff del condado los detuvo mientras dormían en su casa para meterlos en prisión. Su delito era el “cohabitar como hombre y mujer, en contra de la paz y la dignidad de la mancomunidad de Virginia”, una ley vigente en 17 estados por aquel entonces. Las comunidades del sur de Estados Unidos, normalmente más conservadoras y cerradas, han permitido que muchas de estas leyes perduraran hasta muy avanzado el siglo XX, en pos de la «integridad y pureza» de la raza blanca.


Eran las dos de la mañana y la luz de la linterna cegó a Mildred y Richard Loving. “Me desperté y vi esa luz… había un policía junto a mi cama”, recuerda ella. Con “voz amenazadora”, se dirigió al hombre con desdén y preguntó: “¿Quién es esta mujer con la que estás durmiendo?”. El sheriff y dos de sus ayudantes revisaron el certificado de matrimonio de la pareja y lo declararon nulo. Unas horas después, ambos estaban entre rejas. Richard salió a la mañana siguiente. Mildred fue recluida varios días más. Quizá fuera el color de su piel lo que provocó que la retuvieran más tiempo. O a lo mejor una pequeña venganza del policía por haber sido ella la que se levantó de la cama y frente a él, contestó a su pregunta: “Soy su esposa”. El juez los condenó a un año de cárcel, pero les ofreció suspender la sentencia si salían del estado y permanecían en el exilio durante al menos 25 años. Asustados y desconocedores de su derecho de apelación, la pareja huyó a Washington, donde vivieron un lustro. Los Loving volvieron brevemente a Virginia para visitar a la familia de Mildred (incluso hicieron el viaje en coches diferentes para no "provocar") y fueron arrestados de nuevo. Pero en esta ocasión, decidieron luchar. Fijaron la residencia en su ciudad natal y pidieron ayuda al Fiscal General del Estado y a la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles.


En 1.967, casi una década después de la boda, el Tribunal Supremo dictaminó que la ley bajo la que se los condenó era anticonstitucional y  los Loving pudieron vivir por fin en el lugar donde siempre quisieron, Virginia. El triunfo de los Loving sirvió  también para que unas 500.000 parejas interraciales (y no solo de blancos y negros) que entomices vivían en el país fueran reconocidas.



   El escritor Phyl Newbeck contó su historia en 2.004 en el libro Virginia hasn´t always been for lovers (Virginia no siempre fue para los enamorados), pero su caso adquirió relevancia y popularidad internacional gracias a un documental emitido por la HBO. Jeff Nichols, una de las grandes promesas del cine norteamericano gracias a trabajos como Mud, vio el tráiler y se echó a llorar, según confesó en una entrevista con El País. “Cometí otro error, pasárselo a mi esposa, que me dijo que si no rodaba la historia sobre ellos se divorciaba de mí”. Loving, con Joel Edgerton (El gran Gatsby) y Ruth Negga (Misfits) como Richard y Mildred, fue estrenada en la sección oficial del Festival de Cannes de 2.006, con críticas unánimes y entusiastas. Se  retrasó la fecha de estreno al público hasta el mes de noviembre, para poder competir en la temporada de premios, porque ya entonces se consideró que podía triunfar en los Oscars.

Tras tantos años de pelea, en 1975 un conductor borracho chocó contra su coche. Richard falleció y Mildred perdió el ojo derecho. Cuando se cumplía medio siglo desde aquella boda en Washington que no fue (o que no dejaron ser), en 2008 Mildred murió.

Visto lo visto, creo que de la obra de Shakespeare se seguirá hablando durante décadas y, quien sabe, quizás siglos.

FUENTES: Varios artículos de El País,  BBC, y Fotogramas . Y Wikipedia.