miércoles, 13 de noviembre de 2019

Palabras nuevas


Aquellos que me conocen, saben que me gustan las palabras. Cuando me comunico, me gusta expresarme de la forma más exacta posible. Cuando me aburro, me gusta jugar con ellas. La llegada cada día del periódico a casa, desataba una carrera (entre mi madre, mi padre y yo) para apoderarse del crucigrama. Ahora bien, había reglas en esa carrera: no valía poner tres o cuatro palabras facilonas y dejarlo a medias. El que lo empezaba, se comprometía a terminarlo, o casi. Nada de empezar y, a la primera dificultad, abandonar para hacer otra cosa.  Y desde bastante pequeña, mi juego de mesa favorito era un Intelect (versión española del Scrabble). He sido profesora durante unos 30 años, y tenía muy claro que en mis explicaciones tenían que ser tan claras que cualquiera de mis alumnos las pudiera comprender. Hoy, cuando me he propuesto escribir, la palabra "palabra" me ha sugerido el tema de hoy. Cuando escribo, soy muy exigente conmigo misma. Tras terminar cualquier texto, paso aún un buen rato intentando perfeccionarlo, buscar sinónimos mas bonitos, perfilar las frases, pulir la sintaxis.....

Comienzo con una anécdota de mis tiempos de profesora. Tenía un alumno de 4º de ESO, Ignacio P, (omitiré el apellido por razones evidentes) Ignacio era guapo, muy simpático, pero el típico payaso de la clase. Tenía que llamarlo al orden con frecuencia, muchas veces fingiendo una seriedad que no sentía y ocultando la sonrisa que me generaban sus salidas. Un día, me dice la directora: "Ignacio P. llegará a tu clase con un buen rato de retraso. Déjalo entrar porque viene de hacer un examen de una asignatura que tiene pendiente de 3º". Efectivamente, más o menos a mitad de la clase se oyen unos golpecitos en la puerta y asoman los rizos rubios de Ignacio, que inmediatamente empieza a balbucear la excusa pertinente. Le interrumpo, diciendo: "Pasa, Ignacio, ya me avisaron que tenías permiso para venir tarde". Ignacio entra, pero en lugar de irse discretamente a su sitio, entra dando un rodeo,  bailoteando exageradamente, consiguiendo lo que quería, que media clase se echara a reír y que yo tuviera que interrumpirme. No contento con el resultado de su entrada triunfal se desvía de su camino para pasar delante de mi mesa. Me guiña ostensiblemente un ojo al tiempo que me dice ¿Qué pasa, guapa? En ese punto, luchando por no reirme doy un palmetazo en la mesa y le digo, en un volumen más bien fuerte, aunque sin gritar, "Qué pena, Ignacio. Tienes talentos y cualidades que muchos envidiarían, pero eres un BOTARATE ". Ignacio, que no tiene ni remota idea de lo que significa lo le he dicho, frunce el ceño y dice: "Uy, profe, está muy feo decirme esas cosas". Consciente de que no me he entendido, le digo "Vas a bajar a la sala de profesores, y vas a traer el primer tomo del diccionario grueso. Si algún profesor te pregunta, dile que yo te he enviado". A Ignacio, como a casi todos los alumnos, no hay nada que les guste más que les envíen a hacer algún recadillo así para darse un garbeo por pasillos y escaleras. Cuando regresa con el diccionario, le indico: "Deja el diccionario en la mesa y busca esa palabra que te ha parecido un insulto. En la B ¿eh?". Ignacio busca la palabra y hace el ademán de irse  a su sitio. Lo detengo, diciendo: "No, ven que no has terminado. Colócate en el centro de la tarima y lee bien alto lo que significa la palabra. Ignacio coge el tomo, aprovechando, en su línea habitual, para hacer un poco el payaso fingiendo que pesa exageradamente y lee BOTARATE: Persona alborotada y sin juicio." Le pregunto: ¿Qué te parece? Ignacio, que ve esfumarse su ocasión de acusar a un profesor de haberlo insultado, desarruga el ceño y, zalamero, dice "Lo has clavao, profe". Cuando termina la clase, se va encantado al patio, empujando a los pequeños por el pasillo , llamando a todo el mundo botarate, buscando la ocasión de lucirse con el conocimiento recién adquirido. Al día siguiente, me busca en el pasillo y me dice "Profe, enséñame otra palabra, que la de ayer estaba muy chula."

En la clase siguiente, tras pasar lista, empiezo diciendo: "A ver, antes de empezar la clase, voy a complacer la petición de Ignacio, que me ha pedido que le enseñe una palabra nueva." Hoy os voy a explicar por que cualquiera puede ser MINISTRO pero no MAESTRO. Las caras de extrañeza de todos me afirmaron en mi suposición de que no tenían ni idea de lo que les iba a contar.

La palabra maestro deriva de magister y este, a su vez, del adjetivo magis que significa más o más que. El magister lo podríamos definir como el que destaca o está por encima del resto por sus conocimientos y habilidades. Por ejemplo, Magister equitum (jefe de caballería en la Antigua Roma) o Magister militum (jefe militar).

La palabra ministro deriva de minister y este, a su vez, del adjetivo minus que significa menos o menos que. El minister era el sirviente o el subordinado que apenas tenía habilidades o conocimientos.

Por tanto, queda demostrado que para ser ministro no hace falta ser… nada.

Fuente: Memoria de la Historia – Carlos Fisas

Y eso lo sé porque yo, a los 12 años, ya tenía la asignatura de latín, y al año siguiente, también. Así que podéis estar seguros de que, os diga lo que os diga, nunca os voy a insultar. Porque, además, nunca me aprovecharía de mi superioridad de conocimientos porque, en general, no tenéis la culpa de lo que os enseñan y de lo que no. Son los políticos, generalmente los MINISTROS (y ya sabemos lo que eso implica) los que deciden trataros a todos, sin conoceros, como si tuviérais menor capacidad de aprender de la que yo tuve.

Y ahora, ya podemos empezar la clase, Y se acabó la historia de las palabras. Las próximas, que os las explique el profesor de Lengua. Se va a poner tan contento con la petición que a lo mejor hasta os regala algún punto (el profesor de Lengua tenía un sistema propio de puntuar por el cual el alumno iba sumando puntos según pequeños objetivos que iban consiguiendo).

A mi, al igual que Ignacio, me gusta aprender palabras nuevas. Siempre leo con un diccionario al lado. No dejo pasar ni una palabra desconocida sin buscarla. Creo que las últimas que busqué fueron griñon  y  bieldo, porque estaba con una novela ambientada en la Edad Media. Pero hoy tenía pensado hablar de otra palabra: resiliencia.

 Resiliencia alude a la capacidad del ser humano para superar experiencias traumáticas, situaciones que, en principio,  parecen superar nuestras capacidades. El resiliente no nace, se hace.  Yo tuve que aprender el significado de la palabra y como ponerla en práctica después de sufrir el ictus. Y eso me lleva a otra palabra, kintsugi, que es una técnica de origen japonés usada para reparar objetos de cerámica rotos rellenando las grietas con barniz de resina espolvoreado o mezclado con polvo de oro, plata o platino. Forma parte de una filosofía que plantea que las roturas y reparaciones forman parte de la historia de un objeto, y que deben mostrarse en lugar de ocultarse, incorporarse y además hacerlo para embellecer el objeto, poniendo de manifiesto su transformación e historia. Así, un objeto reparado con esta técnica resulta más valioso y mas bello a los ojos que un objeto intacto.

Eso es lo que están haciendo conmigo, desde hace unos siete años, muchas personas (psicólogos, médicos, logopedas, fisioterapeutas, etc....),  rellenando mis grietas y fracturas con polvo de oro, mejorándome, embelleciéndome.

A todas ellas, muchas gracias. 

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