lunes, 14 de septiembre de 2020

Sic transit gloria mundi

Ese patético anciano que es Keith Richards, no sabiendo cómo llamar la atención una vez que ya nadie se asusta de ver su careto, ha soltado la gracia de contar que durante una juerga se esnifó las cenizas de su padre. Creo que no es necesario comentar más sobre esto, independientemente de que sea verdad o no. Pero esta noticia, que está saliendo en todos los periódicos digitales, es una muestra de las cosas tan raras que están ocurriendo con las cenizas de los difuntos y poniendo de relieve la falta de responsabilidad de muchas personas que se hacen cargo de ellas.

Hace sólo unos días un conocido mío las pasó canutas para esparcir las cenizas de su madre. Decidieron echarlas al mar desde el puente que cruza la Bahía. Primero se vieron metidos en un atasco que duró horas, luego se encontraron con que el puente está en obras y aquello era un hervidero de vallas, luces rojas, operarios y demás parafernalia, y que no los dejaban acercarse a la barandilla. Cuando al fin llegaron, resultó que la marea estaba baja y si hubieran echado las cenizas no hubieran llegado al agua. Total, un sainete que contrastaba vivamente con el estado de ánimo de la familia. Finalmente algunos de los miembros más jóvenes de la familia tuvieron que bajar entre las rocas para poder echarlas al mar. Yo, que conocí a la señora en cuestión, realmente siento pena al imaginar toda esa peripecia tan poco digna. Estoy segura de que ella les hubiera dado a los hijos bofetadas hasta en el cielo de la boca si hubiera sabido en lo que se iba a convertir el día de su “entierro”.

Conozco también a una señora que tiene las cenizas de su marido en el salón de su casa, encima de un mueble. Supongo que la familia estará acostumbrada, pero no deja de ser algo violento, sobre todo para las visitas.

Por no hablar de que es inevitable que ocurran episodios trágico-cómicos con las cenizas. Todos conocemos alguno. Y teniendo en cuenta que hablamos de los restos de una persona, todo esto parece demasiado frívolo e irresponsable. Yo, lo más disparatado que he oído fue lo de un hombre que quiso esparcir las cenizas de su padre en el campo de futbol del equipo del que eran seguidores. Como no lo consiguió, las puso en un tetra-brik y las llevaba al futbol cada vez que había partido.

Otro aspecto a considerar es que algunos lugares están condenados a convertirse en destino de las cenizas hasta extremos abusivos. Hace algún tiempo el ayuntamiento de Almonte tuvo que prohibir que se esparcieran cenizas mortuorias en El Rocío. Lo que empezó siendo cuestión de unas pocas personas en poco tiempo se había convertido en una moda descontrolada seguida por varios cientos de personas cada año. Y además la gente no se conformaba con echar las cenizas en lo que en realidad es vía pública o espacio natural protegido, sino que también ponían cruces y arrojaban ramos y coronas de flores en el momento de esparcir las cenizas y en los aniversarios. Yo no he estado, pero me ha comentado gente que el aspecto del lugar llegaba a ser bastante desagradable, incrementado por el hecho de que las urnas vacías se veían tiradas por el camino. Según las palabras de un periodista, aquello parecía Benarés. Y es que ante la muerte los seres humanos no podemos resistirnos a montar todo un espectáculo y en el caso de los rocieros éste incluía también altarcillos, fotos del difunto con el atuendo rociero y una serie de accesorios junto a los cuales el tema de las cenizas era lo de menos.

Tenía idea de que  iba a discutirse en el Parlamento una ley que regula todas estas cosas pero, si se ha aprobado algo en este sentido no la he encontrado aún en la página del BOE. Lo que debería ser una cuestión de sentido común, simplemente, va a tener que ser regulado por la ley, y es que hay demasiado pirado suelto que ha decidido que su funeral se convierta en un happennig sesentero. En estos días ha salido también la noticia de un pleito que en Alemania ha enfrentado a abuela y nieta. La primera ha acudido a la justicia para lograr que su hijo fallecido sea enterrado en el panteón familiar, impidiendo que la segunda encargue convertir las cenizas de su padre  en un brillante. Pero esto no es lo más chusco: un empleado de un museo ha dispuesto que sus cenizas sean arrojadas a los ojos de los administradores del Museo Británico, y un crítico de arte ha decidido que las suyas sean mezcladas con migas de pan y desperdigadas luego por las escaleras de entrada de la National Gallery de Londres, para que se las coman las palomas (1).

Por otra parte, ¡qué obras de arte hubiera perdido la humanidad si esta costumbre hubiera sido masiva! No tendríamos ni las pirámides de Egipto ni el Taj Mahal, para empezar. La industria turística mundial pagaría las consecuencias de este aventamiento general de cenizas. ¡Con lo que le gusta a la gente, además, acudir a donde está enterrada una persona famosa! Que se lo digan si no al hermano de Lady Di, que se está haciendo de oro, o a los parisinos, cuyo cementerio Pere Lachaise es uno de los principales atractivos turísticos de la ciudad. Y es que es muy difícil resistirse a pasear por un sitio donde están, en bonitas tumbas y monumentos, los restos de gente como Miguel Ángel Asturias, Balzac, Bizet, Maria Callas, Chopin, Corot, Jacques-Louis David, Delacroix, Molière, Modigliani, Jim Morrison, Édith Piaf, Proust, Rudolf Nureyev, Rossini u Oscar Wilde, por nombrar sólo a unos cuantos. Yo misma soy incapaz de sustraerme a la tentación de, cada vez que visito Londres, acudir a la abadía de Westminster y visitar “El rincón de los poetas”, donde están enterrados Chaucer, Dickens, Rudyard Kipling, Lord Byron, Haendel, Milton, Isaac Newton y Charles Darwin, por ejemplo. Es extraña la atracción que ejercen sobre nosotros los restos de las personas que admiramos, sobre todo cuando se dan en una concentración tan elevada como en estos lugares.

Pero también las tumbas de personajes célebres parece que atraen a chalados. Y en el mencionado cementerio de Pere Lachaise lo saben bien. Por épocas se ven obligados a proteger del público ciertas tumbas, como la de Víctor Noir, periodista que fue asesinado en 1870. No es que este personaje sea importante, pero su tumba tiene una estatua de bronce que lo representa yacente, tal como cayó muerto. Y como la estatua tiene la particularidad de presentar una entrepierna bastante abultada, se ha convertido en objeto de culto fetichista por parte de muchas mujeres que se restriegan contra la parte en cuestión para superar sus dificultades en quedar embarazadas. De hecho, mientras que toda la estatua presenta la pátina verdosa propia de un objeto de bronce que está al aire libre, la mencionada protuberancia está dorada y brillante, gracias al continuo frotamiento. Como quedaba un poco extraño ver continuamente a mujeres tumbadas sobre el sepulcro restregándose contra la estatua, tuvieron que colocar una valla, aunque creo que últimamente fue retirada.

También estuvo protegida del público la tumba de Oscar Wilde, cuyo monumento funerario aparecía siempre lleno de huellas de carmín. Esta predilección no acabo de comprenderla, puesto que Wilde era un homosexual que decía cosas bastante ofensivas de las mujeres (2). En fin, siempre hubo señoras a las que les excita que las insulten.

Aunque Cádiz es muy chiquito, aquí no nos privamos de nada. En el cementerio tenemos la tumba del famoso don Rosendo, que era un comerciante del siglo XIX que, según cuentan, era bastante caritativo. Ya en tiempos mucho más recientes se corrió entre el pueblo la noticia de que don Rosendo era como un santo, y que hacía milagros que se le pedían. El frente de su nicho estaba siempre cubierto de velas y flores frescas, hasta varios metros. Últimamente, con el cierre del cementerio de Cádiz, ya sólo quedan allí los restos de las personas que nadie reclama, y el pobre don Rosendo se ha quedado solito, porque el cementerio de Cádiz ya no recibe visitas. Cuando lo trasladen a Chiclana con todos los demás, volverá a ser visitado y agasajado. Y aquí paz y luego gloria (nunca mejor dicho).

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(1) Estas anécdotas y muchas otras cosas curiosas e interesantes se pueden leer en el libro “Bailando sobre la tumba”, en el que el antropólogo Nigel Barley hace un recorrido por costumbres funerarias de todo el mundo.

(2) Frases populares de Oscar Wilde sobre las mujeres:

- La historia de la mujer es la historia de la peor clase de tiranías que el mundo ha conocido. La tiranía del débil sobre el fuerte. La única tiranía duradera.
- Si usted quiere saber lo que una mujer dice realmente, mírela, no la escuche.
- Cómo tener confianza de una mujer que le dice a uno su verdadera edad. Una mujer capaz de decir esto es capaz de decirlo todo.
- No hay nada como el amor de una mujer casada. Es una cosa de la que ningún marido tiene la menor idea.
Las mujeres han sido hechas para ser amadas, no para ser comprendidas.





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