domingo, 20 de septiembre de 2020

Una gaditana en Sevilla (1)

 


A primeros de octubre de 1.979 me marché a Sevilla para estudiar la especialidad (es decir, 4º y 5º de carrera). En realidad, mis padres me dejaron en el Colegio Mayor varios días antes de que empezaran las clases porque se iban de viaje y así me dejaban ya en el lugar donde iba a vivir y se podían ir sin preocupaciones, dejando cerrada la casa de Cádiz. Pero el Colegio Mayor estaba vacío porque las 120 alumnas que allí viviríamos llegarían a lo justo para empezar las clases. Estuve como una semana sola en todo el edificio. Estaba un poco aburrida: nadie con quien hablar. En cuanto curioseé la biblioteca, ya no tenía nada más que hacer en aquel edificio hasta que llegara alguien más. El desayuno, que era autoservicio, se podía tomar hasta las 10:00. Así que me levantaba  A las 09: 45, me ponía mi uniforme de andar por casa, unos vaqueros viejos y un jersey de cuello alto verde calentito y "cariñoso", Sí, Juan José, ese que recuerdas tan bien ("cariñoso", así llama una conocida mía a esos jerseys ya viejos pero tan cómodos que te los sigues poniendo hasta que se caen a pedazos)  y bajaba a desayunar antes de que recogieran del comedor las cosas del desayuno. Ya después, tranquilamente, me duchaba sin prisas (no había nadie que estuviera metiendo prisa fuera). Después arreglaba mi cuarto y ya podía vestirme para ir a la calle. Empecé explorando los alrededores, localizando qué tenía cerca que me pudiera ser útil:  tenía muy cerca El Corte Inglés, y la Biblioteca publica. Uno de los primeros días me presenté allí con mi carnet de la Biblioteca Pública de Cádiz y me hicieron uno para la de Sevilla; suponiendo que me pedirían fotos de carnet en la Facultad me hice de un buen montón de ellas, organicé lo que sería mi mesa de estudio en mi habitación con folios, bolis, etc. Ya provista de todo lo que pensé que necesitaría para empezar, me dediqué a hacer el camino a la Facultad probando varias rutas diferentes (ninguna era muy larga, pero cronometré cuanto tardaba en cada una por si iba más o menos apurada de tiempo). Así era yo: metódica, superorganizada, obsesivamente puntual, ordenada y previsora.  Tenía a dos pasos la parada del microbús circular, por si alguna vez iba apurada de tiempo o llovía o hacía demasiado frío para volver andando (Arte era en turno de tarde, de 16:00 a 21:00, de forma que al salir ya era noche cerrada). Hecho todo esto, ya no se me ocurría qué más hacer hasta que empezara a llegar el resto de la gente, que incluía a mis tres amigas del colegio, que estaban allí desde  1º porque estudiaban carreras que no había en Cádiz, además de alguna otra que, aunque había varias más que, sin ser amigas, amigas, habían sido compañeras de clase (estuve en el mismo colegio desde 1º de Primaria hasta 6º de Bachillerato). Después de la cena tenía la sala de la televisión para mi sola. El primer sábado que pasé en Sevilla amaneció gris, con viento y lluvia.   Después de comer me fui a la calle y me puse en dirección al Corte Inglés. No tenía nada que comprar pero, al menos, me entretendría curioseando. No llegué a entrar. En la puerta solían pones unos grandes cajones con cosas a precio de saldo. Y aquella tarde eran libros de bolsillo a 50 pesetas. No pude resistir la tentación y me puse a mirar, del primero al último, no se me fuera a escapar algo. Al final me llevé 5, total, 250 pesetas, algo perfectamente asumible por mi entonces, una estudiante que no tenía ni un duro en el bolsillo. Yo sabía que mis padres estaban haciendo un sacrificio para que yo viviera bien y cómoda en el Colegio Mayor, sin tener que ocuparme más que de estudiar, sin estar pendiente de la compra, la cocina, la lavadora, etc. Mi padre me enviaba todos los meses un giro de 2.000 pesetas. Me llamaba por teléfono todos los viernes a las 13:00 y me preguntaba si necesitaba algo más. Y yo me había jurado que jamás le pedíría ni un duro más. Y lo cumplí los dos cursos que estuve allí. Hay que tener en cuenta que yo tendría que pagarme fotocopias, un paquete de folios si lo necesitaba, transporte si fuera necesario, una cerveza, una entrada de cine o cualquier cosa que hiciera en la calle en un fin de semana si salía. En fin, que me volví al Colegio Mayor con mis 5 libros, que eran: "El tesoro griego", de Irving Stone; "La vida privada de la Mona Lisa", de Pierre la Mure; dos novelas de Georgette Heyer (Sí, yo entonces, con 20 años, leía novelas románticas); y un tomo de una antología de relatos de ciencia-ficción) 

Pues bien, todo este larguísimo prólogo viene porque hoy pensaba a hablar de libros. En estos últimos días uno de mis contactos en Fb, Jorge Carlos Hernández,  compartió un texto y yo recordé aquellos libros comprados en Sevilla, aquellos días. Y decidí que valía la pena recomendarlos. Y aquí estoy, muy segura de mi recomendación. Voy a hacer un spoiler en todo regla, pero no importa si así consigo despertar interés en la historia.

El tesoro griego es la historia de Heinrich y Sophia Schliemann en su momento más extraordinario: el descubrimiento de Troya.

Schliemann es un personaje extraordinario. Hijo de un pastor protestante prusiano, pobre pero bastante culto, nació en 1.822. En la Navidad de 1.829 el niño recibió como regalo un volumen de historia universal de Georg Ludwig Jerrers. El niño quedó particularmente impresionado por un grabado que representaba a Eneas con su padre Anquises y su hijo Ascanio huyendo de Troya en llamas.

El grabado que impresionó
al niño Schliemann
Hay que tener en cuenta de que en aquella época se pensaba que Troya no había existido y que todo lo relatado por Homero en la Iliada y la Odisea era leyendas. Todos los  historiadores y arqueólogos eran unánimes en ésto. El niño se dijo: "cuando sea mayor descubriré Troya y demostraré que esto es verdad".

Empezó a estudiar secundaria, pero a los 14 años tuvo que dejr los estudios por dificultades económicas de su padre y empezó a trabajar como mozo en una tienda de comestibles. Al terminar la jornada, dormía debajo del mostrador. Sus sueños infantiles no se le habían olvidado y razonó: lo primero que tengo que hacer es hacerme millonario, así, con naturalidad,  como si fuera fácil Después de 5 años decidió emigrar a Venezuela buscando más oportunidades, pero el barco naufragó frente a las costas de Holanda. Schliemann se quedó en ese país trabajando como escribiente en una oficina. Decidido a progresar, comenzó a aprender idiomas, para lo que tenía una extraordinaria facilidad. El método que empleaba era muy curioso: iba leyendo el mismo libro en un idioma que dominara y en el idioma que deseaba aprender. Así, sin ningún profesor, llegó a dominar 15 idiomas, uno tras otro, tanto lenguas vivas como muertas. Cuando su empresa abre una sucursal en Rusia, como Heinrich ya dominaba ruso, sus jefes le  proponen trasladarse alli. Allí se desenvolvió tan bien que se independizó e hizo su primera fortuna. En 1.852 se casó con la hija de un rico comerciante ruso. Tuvieron tres hijos pero el matrimonio finalmente fracasó y terminó en divorcio, Continuó ampliando sus negocios y se estableció temporalmente en California, donde se hizo banquero y consiguió su "segunda fortuna". De vuelta a Europa, aprovechando el bloqueo provocado por la guerra de Crimea, se dedicó al comercio a gran escala, aprovisionando al ejército.

Con una fortuna más que sólida e inteligentementemente invertida, se dispuso a segui con su plan.  trasladarse a París, comenzó a estudiar Ciencias de la Antigüedad y Lenguas Orientales en la Universidad de la Sorbona. Y la siguiente fase de su plan: lo siguiente es casarse con una mujer griega, lo que pensaba que le ayudaría a su plan de encontrar Troya. Se traslada a Atenas y pone un anuncio en el periódico: Caballero acomodado busca esposa. Es indispensable que domine el griego clásico y tenga una buena educación. Al día siguiente la cola de mujeres rodeaba por completo la manzana de su hotel. Heinrich las entrevistó a todas, pero ninguna le convenció. Se lo comentó un poco desilusionado a un amigo sacerdote griego  que había sido compañero de estudios y al que Schliemann había contratado como profesor de griego, que le dijo "Creo que conozco a la persona que estás buscando. Déjalo en mis manos". Y aquel amigo organizó un encuentro entre Schliemann y una sobrina suya. Sophia Engastromenos era la hija de una familia rica que se había arruinado. En ese momento su padre tenía una tienda de tejidos. Sophia tenía 14 años y acababa de salir de un prestigioso colegio donde había recibido una aducación de élite.

Recreación del encuentro entre Sophia
y Heinrich en la miniserie ""El tesoro griego"
Su padre le preguntó si estaría dispuesta a sacrificarse casándose con un señor mayor (Schliemann tenía 47 años) para que sus hermanos varones fueran a la universidad Sophia acepta y se organiza una merienda en la casa de verano para que la familia Engastromenos y Schliemann se conocieran. Schliemann se presentó y después dejaron solos a la pareja para que se conocieran a la espera de si congenianban y Sophia aceptaba elplan Heinrich le propuso dar un paseo en barca y así, alejados de la casa, los dos hablaron sinceramente: Heinrich le dijo que, si se casaban no esperara vivir como una rica dama ociosa y le explicó el sueño de su vida, que dormirían en catres de campaña al pie de la excavación y que pisaría más barro que alfombras. 
Foto de boda de Heinrich y Sophia
A Sophia se le iluminaron los ojos y a él le gustó su disposición. Sophia, por su parte, confesó lo que su familia esperaba de él: que se hiciera cargo de costear los estudios universitarios de sus hermanos varones. Heinrich estuvo de acuerdo. Cuando volvieron del paseo comunicaron a la familia de Sophia que ambos estaban de acuerdo. Y la boda se celebró.

En cuanto se hubieron casado, Heinrich estuvo seguro de que ya tenía su "talismán" para encontrar Troya y se puso inmediatamente manos a la obra. Como él partía del convencimiento del núcleo real de lo que todo el mundo creía un mito. Se dispuso a seguir al pie de la letra cualquier indicación geográfica que apareciera en los poemas de Homero. Si Homero contaba que desde las murallas de Troya se veía la flota griega, Schliemann restringia su búsqueda a los lugares que estuviera a una determinada distancia de la costa; si Homero hablaba de un manantial donde brotaba agua fría y caliente, Schlieman, buscaba, dentro de la zona anterior un lugar de esas características; y así, acotando, acotando, con los textos de Homero en la mano Schliemann se fijó en un elevación en un lugar llamado Hissarlik y dijo: allí tiene que ser e inmediatamente se puso a negociar un permiso de excavación con las autoridades turcas.

Bueno, me vais a perdonar pero llevo horas escribiendo y me duele la espalda. Prometo que mañana sigo la historia. 



 

 





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