lunes, 14 de octubre de 2019

239. Una solución brillante

Estaba yo reflexionando, como manda la jornada de reflexión, y de repente se me ocurrió una idea loca. ¿Por qué no lo hemos pensado antes? Aún no sé si es que soy muy lista y soy la primera del mundo en tener esta idea, o soy una imbécil y una ignorante y se me ocurren cosas absurdas e imposibles. Juzguen ustedes:El gran desarrollo tecnológico y el crecimiento de la población, que demanda cada vez más uso de los recursos naturales, hacen evidente que la humanidad ejerce una considerable influencia sobre su ambiente y sobre los organismos que forman parte de él. Creo que en este aspecto no hay que insistir más. El potencial que la ingeniería genética representa para prácticamente crear nuevos organismos es un ejemplo de la capacidad que el hombre moderno tiene para influir en la naturaleza que lo rodea. Sin embargo, esta influencia no es reciente: se ejerce desde la época de los primeros homínidos, esto es, hace unos 3’5 millones de años.Ya desde entonces, los incipientes grupos de homínidos organizados que contaban con cierta capacidad de comunicación social, empezaron a influir en forma cada vez más selectiva y dirigida sobre su ambiente y sobre los organismos de los que dependían para alimentarse.
La invención de la agricultura fue una innovación tecnológica esencial que se produjo como resultado del conocimiento detallado que el hombre tenía de las plantas que utilizaba como fuente de alimento, del clima y del ambiente físico y biológico de las áreas que adaptaba para concentrar un alto número de individuos de una planta útil y así cosecharlos al mismo tiempo. El efecto de la naciente tecnología agrícola sobre la naturaleza fue doble: primero, ocasionó la modificación gradual, pero sostenida, de plantas originalmente silvestres que adquirieron nuevas características útiles al hombre y se transformaron en plantas cultivadas y, segundo, produjo la aparición de nuevos ecosistemas creados por el hombre y sostenidos por su actividad: los campos de cultivo.

Posteriormente al proceso de domesticación de las plantas apareció el de domesticación de animales, y se hizo cada vez más frecuente la manipulación de especies de forma que resultaran útiles al hombre de distintas formas.

Con la intencionalidad perfectamente comprensible de aumentar la calidad de vida se seleccionaron semillas, se modificaron animales para que proporcionaran más carne o más leche, se crearon razas de perros que ayudaran al hombre en la caza y en la protección de la casa y los rebaños.

Hemos conseguido extraordinarios avances en la medicina: una gallina que pone huevos cuya clara tiene un fármaco para tratar melanomas malignos, o cerdos fluorescentes creados buscando nuevos caminos en la investigación con células madre para la cura del Alzheimer. También gatos que no producen alergia a sus dueños. El cultivo de células animales en laboratorio es fundamental para la obtención de algunas vacunas y diversos productos biotecnológicos.

En todo este tiempo también hemos manipulado especies vegetales y animales por razones absurdas. Desde los primitivos motivos de subsistencia se ha llegado a crear variedades de especies con el único motivo de la decoración, como ocurre con las decenas de variedades de bambúes creadas mediante híbridos genéticos, para conseguir que sus tallos crezcan curvados en vez de rectos, o con sección perfectamente cuadrada.

Tenemos montones de razas de conejo de fantasía, cuya única razón de existir es tener mascotas extremadamente llamativas, por su tamaño (razas enanas o razas gigantes) o por su pelaje (presencia simultánea de franjas y varios colores, por ejemplo). Las cebritas TK2, peces sin más cualidad que resultar decorativos, poneys enanos, vacas-panda (una ternera modificada genéticamente para que naciera con el pelaje de un oso panda), animales fluorescentes (peces, gatos, cerdos y hasta monos), una repugnante rana traslúcida cuya piel es casi trasparente y deja ver el funcionamiento de sus órganos interno o la rata sin pelo.

La creación de mascotas extraordiariamente caras que distingan a sus dueños como poseedores de una gran fortuna es la única razón de la aparición de animales como el ashera, un gato nacido del serval africano, el leopardo y el gato domestico. O el misly, mezcla de zorro, perro y gato de los que sólo se crearon en principio diez ejemplares, alguno de los cuales llegó a venderse en España.

Y así, me pregunté: si hemos sido capaces de todo esto, ¿por qué no aplicar nuestra experiencia y conocimientos de millones de años a un tema que nos preocupa mucho más que tener un acuario lleno de pececillos monísimos? ¿Por qué no iniciar una línea de investigación dirigida exclusivamente a crear políticos como Dios manda? ¿No los necesitamos más que a un ashera o a un misly? ¿Vamos a ser más torpes y conformistas que los primeros homínidos aceptando lo que brota de un modo natural y espontáneo, si podemos mejorarlo?

Podríamos cultivarlos en laboratorio, especializados en diferentes temas: economía, lucha contra el terrorismo, avances sociales… No se daría el caso, entonces, de que un presidente de gobierno tuviera de economía los escasos conocimientos que un ministrillo de tres al cuarto, e igualmente poco formado, le podía transmitir en dos tardes.

Podríamos anular los genes de la avaricia, la ambición de poder, la locura, el relativismo moral, el desprecio de la ley, la tendencia a la mentira, la propensión a la violencia, y hasta la verborrea vacía y estúpida.

Al ser productos de laboratorio no tendrían madre, padre, hermanos o cuñados a los que enchufar en cargos creados ex-profeso.

Podríamos crearlos asexuados, con lo cual nos libraríamos también del cansino debate sobre la paridad, y de paso evitaríamos que utilizaran su poder y su influencia para utilizar sexualmente a otras personas, montar orgías o, simplemente, acosar a sus subordinados. Tampoco se reproducirían, con lo cual no existiría el molesto y tantas veces dañino grupo de “hijos de”.

Podríamos conseguir personas educadas, incapaces de realizar gestos vulgares, ordinarios e irrespetuosos.



Y, ya metidos en harina, con un pequeño esfuerzo más, tampoco costaría nada que su físico fuera normal y corriente. No pido bellezones, simplemente rostros que no dañen tus ojos cuando veas las noticias en televisión.

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