jueves, 25 de junio de 2020

El misterio del pastelero de Madrigal

Y ahora el caso español que ayer dejé pendiente y que, por quedar la entrada demasiado larga 

 
SEBASTIÁN DE PORTUGAL
 En 1578 el joven rey Don Sebastián de Portugal desapareció en la batalla de Alcazarquivir, lo que dio lugar a un movimiento llamado Sebastianismo, que no lo consideraba muerto, sino que esperaba que un día volviera a recuperar su trono. Mientras tanto, al haber desaparecido el rey sin herederos, su tío Felipe II de España había heredado su trono en 1580 y Portugal había perdido su independencia. En esas condiciones, la supuesta reaparición de Don Sebastián era esperada con gran fervor, por lo que se dieron varios casos de intentos de suplantación de su personalidad.

A fines de junio de 1594 llega a Madrigal de las Altas Torres (Ávila) un hombre llamado Gabriel de Espinosa. Le acompañan su hija Clara, de dos años, y una mujer, Ines Cid, presuntamente el ama de la niña, pero en realidad su madre. Gabriel quería asentarse en el pueblo para ejercer su oficio de pastelero (no de dulces, sino de pasteles de carne y empanadas). Pero Gabriel no parecía un humilde pastelero. Montaba a caballo con cierta destreza y hablaba idiomas, al menos francés y alemán. Muchos decían que parecía más un caballero que un pastelero.

En Madrigal conoce a Fray Miguel de los Santos, agustino portugués y vicario del convento de Nuestra Señora de Gracia el Real de Madrigal, que había sido confesor en la corte del rey Don Sebastián de Portugal. Se supone que este personaje está en el centro de la trama que envolvió a Gabriel de Espinosa y que culminó con la detención del mismo en Valladolid. El motivo de dicha detención es que en Valladolid se ha oído a Gabriel de Espinosa hablar con poco respeto del rey, por lo que es denunciado y apresado por Rodrigo de Santillán.

En el momento de su detención Espinosa llevaba consigo algunas joyas y, más importante, cuatro cartas. Dos eran de Fray Miguel de los Santos y las otras dos de doña Ana de Austria, hija natural de Juan de Austria y sobrina de Felipe II, que era monja en el mismo convento en el que estaba destinado el agustino. Las joyas encontradas al pastelero resultaron ser de la ilustre monja.


ANA DE AUSTRIA
   El contenido de las cartas dejó estupefacto a Rodrigo de Santillán. El fraile llama Majestad al pastelero, y doña Ana lo trata como prometido y llama “mi hija” a la niña. Aquello necesitaba aclararse, de forma que don Rodrigo viaja a Madrigal, encierra a doña Ana en sus aposentos, detiene a fray Miguel de los Santos y a Inés Cid, y confisca unos cuantos papeles que encuentra en posesión de los mismos.

Fray Miguel revela, entonces, que Gabriel de Espinosa es en realidad el rey Don Sebastián de Portugal, dado por muerto en 1578 y reconocido por él en Madrigal. No se sabe si fray Miguel realmente creyó ver en aquel hombre a su añorado rey (era pelirrojo, rasgo muy poco frecuente en Castilla) o si había escogido a Gabriel de Espinosa para convertirlo en el centro de un plan para colocarlo en el trono. Se suceden los interrogatorios, de los que no se sacó mucho en claro.


Fray Miguel declaró en todo momento que cuando vio a Gabriel por primera vez en Madrigal, creyó firmemente que se trataba del rey desaparecido, y que le había preguntado sobre su identidad, a lo que el pastelero había contestado con ambigüedad. Se lo presentó a doña Ana, la cual también se convenció de que era su primo, cuyas aventuras gustaba de oir.

Doña Ana, de 27 años, estaba en el convento desde los 6 años por orden del rey. No tenía vocación de monja y sí mucha imaginación. En seguida se avino a la idea de una boda con el presunto primo, en cuanto el Papa concediera la dispensa. Por esa causa llamaba “mi hija” en las cartas a la niña del pastelero.

Gabriel de Espinosa declaró que aquel no era su verdadero nombre, pero que lo usaba porque era el que figuraba en el examen a oficio de pastelero que tenía en su poder. Efectivamente, dicho documento existe. Es un apunte en el libro de acuerdos del concejo de Ocaña fechado en agosto de 1588 donde Gabriel de Espinosa reclama su derecho a ser pastelero exhibiendo un título de examen de ese oficio expedido en Toledo. Pero nunca aclaró su verdadera identidad. No declaró nada acerca de sus padres o de su nacimiento.

Acusado de crimen de lesa majestad, Espinosa fue condenado a muerte, siendo ahorcado el 1 de agosto de 1595 en Madrigal. Después de ahorcado fue decapitado y descuartizado. Fray Miguel de los Santos fue trasladado a Madrid, y también ahorcado y decapitado. Su cabeza se trasladó a Madrigal, donde fue exhibida junto con la de Gabriel de Espinosa.

Doña Ana de Austria fue encerrada en un convento de Ávila, aunque a los pocos años se le permitió volver a Madrigal. Con el tiempo llegó a ser abadesa del monasterio de Las Huelgas, la más alta posición que puede alcanzar una religiosa en España.

Ines Cid fue desterrada de Madrigal. Se marchó con su hija y con otro niño que tuvo durante su estancia en el pueblo, bautizado en abril de 1595, y no se supo más de ella.

La falta de datos alimentó durante siglos diferentes teorías sobre el personaje, adornadas con diversos misterios. Se ha dicho que no era ni el rey Don Sebastián ni un humilde pastelero, sino el hijo de algún noble, quizás un bastardo de sangre real, y a eso debía ciertas características de su persona y cierta actitud de orgullo impropia de un simple artesano, que nunca dejó de mostrar. Se ha comentado que Simón Ruiz, el mercader más adinerado de Medina, le hacía llevar a la cárcel cada día comida en vajilla de plata, y eso indica que contaba con el apoyo de ciertas personas, que aparte de fray Miguel otros creían su historia. Se ha destacado que fray Miguel nunca abandonó su versión, y que mantuvo hasta el cadalso la afirmación de que se trataba de Don Sebastián de Portugal.

Posiblemente nunca se sepa la verdad.

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