domingo, 7 de junio de 2020

Españoles en el gulag soviético

Los años de la Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial están llenos de historias personales que nunca saldrán a la luz. Otras, aunque sus protagonistas ya no vivan, serán conocidas gracias al empeño de familiares y amigos. Este es el caso de un grupo de españoles que pasaron un auténtico infierno en los gulags soviéticos sin ser prisioneros de guerra ni delincuentes. Simplemente estuvieron secuestrados durante 17 años.

Al comienzo de la guerra civil la Compañía Ybarra tenía en servicio 24 barcos,entre los que destacaban tres magníficos trasatlánticos, propulsados a motor, de unas 15.000 toneladas y de reciente construcción: Cabo San Antonio, Cabo San Agustín y Cabo Santo Tomé. Estos barcos y otros de las compañías Ybarra, Trasatlántica, Transmediterránea y Gijón fueron requisados y comenzaron a ser utilizados por el gobierno de la República para cubrir la ruta entre Cartagena y Odesa. Los barcos traían armamento de Rusia, que el Gobierno español pagaba literalmente a precio de oro. Sus tripulantes eran empleados de estas empresas, marinos mercantes y no combatientes.

A mediados de 1937, sin dar explicaciones, los soviéticos comenzaron a impedir el regreso de algunos barcos, con los más absurdos pretextos: errores en la documentación de los barcos o en los permisos de salida y entrada en los puertos. De cada tres barcos que llegaban dejaban regresar a dos e incautaban al restante. Cuando terminó la Guerra Civil permanecían en los puertos soviéticos los siguientes buques: Cabo Quilates, de la Compañía Ibarra, y el Marzo, de la Compañía Bilbao, en Murmansk, en el mar Blanco, puerto del océano Glacial Artico; el Cabo San Agustín, de la Compañía Ibarra, en Feodosia, Crimea; el Ciudad de Tarragona y el Ciudad de Ibiza (Compañía Trasmediterránea), el Mar Blanco (Marítima del Nervión). El Isla de Gran Canaria (Compañía Trasmediterránea) y el Inocencio Figueredo, de la Compañía Gijón, todos ellos en Odesa, el gran puerto del mar Negro. Se trató de un acto de piratería en toda regla y sin excusa aparente, ya que no era un acto contra la España fascista, sino que ocurrió al principio de la guerra civil y contra el propio Gobierno republicano español, que no sólo mantenía relaciones estrechísimas con Moscú, sino que tenía al frente de sus Brigadas Internacionales a generales del ejército rojo y estaba protegido por comunistas internacionales de gran relieve. A los barcos se les cambió el nombre y fueron incorporados a la marina mercante o de guerra soviética.

Pero, ¿qué pasó con los tripulantes? Gracias a la hija de uno de los protagonistas conocemos la odisea de los 45 marinos del Cabo San Agustín. Su padre ya no vive (queda sólo un superviviente de aquel grupo), y hablaba muy poco del tema. Pero su hija, residente en San Fernando (Cádiz), fue recogiendo notas sobre pequeños detalles que a veces comentaba su padre. Después de su muerte emprendió una investigación en el Archivo de Historia de Amsterdam, gracias a lo cual ha podido reconstruir toda la historia y plasmarla en un libro recientemente publicado (También se vive muriendo, Editorial Círculo Rojo).

Los marinos españoles eran civiles de distinto sesgo ideológico, nunca fueron juzgados y se les mantuvo dos años engañados en Odesa, en un régimen de semilibertad. La mayoría querían regresar a España, y algunos pensaban emigrar a México u otros países. Cuando, después de dos años, al fin les dijeron que los iban a enviar a España, los mandaron al primer campo de trabajo. El régimen soviético no podía permitir que un grupo de españoles eligiera volver a una dictadura fascista en vez de quedarse en el paraíso comunista y los quisieron forzar a adquirir la nacionalidad soviética, a lo que se negaron reiteradamente.

Los marinos del Cabo San Agustín retenidos en la URSS

Dos años en Rusia habían sido suficientes para que los marinos, muchos de los cuales estaban afiliados a la UGT y la CNT, se dieran cuenta de que la utopía socialista escondía la realidad de un país sometido a un gobierno totalitario y hundido económicamente, en el que la escasez y el hambre eran el pan nuestro de cada día. En aquel momento sus pasaportes, expedidos por la República, ya no eran válidos, y tampoco sus cartillas de navegación. Todavía podían cartearse con sus familiares, pero al poco tiempo les cortaron la correspondencia.

En junio de 1941, cuando estalló la guerra entre Rusia y Alemania las autoridades soviéticas decidieron confinar a todos los extranjeros. Los españoles fueron trasladados a la estación de tren, introducidos en un vagón-cárcel y enviados a Járkov, donde encerraron a los 45 marinos en una celda de 4 por 5 metros con el suelo de tierra. Fue la primera etapa de un largo y penoso viaje que acabaría en Norilsk, una localidad situada en Siberia, más de 300 kilómetros al norte del círculo polar ártico.

En Norilsk había varios campos de trabajo, que sumaban entre 50.000 y 60.000 prisioneros. Los obligaban a hacer carreteras, trabajar en las minas de carbón y de níquel, levantar el tendido del ferrocarril, construir fábricas, limpiar zonas de nieve… Pedro Armesto, un gallego, fue elegido por sus compañeros jefe de la brigada de trabajo de los españoles “por su dominio del idioma, carácter simpático, y al mismo tiempo enérgico, para oponerse a los rusos”. Así lo explicaba Ramón Sánchez-Ferragut, piloto del Cabo San Agustín, tal como relata su hija en el libro antes mencionado.

Debido a su latitud, los habitantes de Norilsk sufren 45 días de noche permanente al año, con temperaturas que alcanzan los 50 grados bajo cero y vientos de hasta 90 kilómetros por hora. Los marinos nunca se habían encontrado un clima tan duro, y ni siquiera tenían zapatos. A cincuenta grados bajo cero y con trapos en los pies.

Al quinto día de su llegada sólo quedaban tres españoles en condiciones de trabajar, el resto estaban en la enfermería con disentería. En tres meses murieron ocho de los marinos (1). Finalmente los trasladaron a Karaganda, una región de Asia Central en lo que hoy es Kazajastán.



Karaganda era uno de los núcleos de la telaraña de campos de prisioneros tejida por el régimen estalinista para acabar con los opositores y enemigos políticos. En esta zona estuvo recluido el escritor ruso Alexánder Solzhenitsin, autor de “Archipiélago Gulag”, que ganaría el Premio Nobel de Literatura en 1970.


Los pilotos de Kirovabad

En el campo de Kok-Usek, donde permanecieron entre 1942 y 1948, los marinos coincidieron con un grupo de pilotos republicanos que habían corrido la misma suerte que ellos (2). Habían sido enviados para entrenarse en la base de Kirovabad (Azerbaiyán) y allí estaban cuando Franco entró en Madrid en 1939. Pero sus problemas comenzaron nada más llegar: les quitaron sus pasaportes y sus uniformes, y les pusieron nombres rusos.  Cuando la base cerró fueron dispersados por varios campos, hasta acabar en Karaganda. Su historia se cuenta en el libro “Los últimos aviadores de la República” (Ministerio de Defensa, 2010), de Carmen Calvo Jung (hija de uno de esos aviadores). Los más rebeldes ante las presiones soviéticas pasaron 16 años recorriendo distintos campos de trabajo. Sólo uno de esos aviadores volvió inmediatamente y sin ningún problema: el hijo de Negrín.


Los pilotos españoles en Kirovabad





Prisioneros en el gulag de Kok-Usek



Durante su reclusión los presos trataban de vivir al día. Trabajaban trece horas diarias y a veces los despertaban a las tres horas de sueño para obligarles a firmar la residencia. Pretendían vencerlos por cansancio. Sánchez-Ferragut estuvo a punto de morir dos de veces: en una ocasión, le dio una lumbalgia y lo dejaron un mes tirado en un cuarto. Sobrevivió porque los compañeros le llevaban ladrillos calientes . Otra vez, cayó congelado en un agujero sin que los otros se dieran cuenta pero, por suerte, despertó.

Los marinos españoles permanecieron en la Unión Soviética 17 años. Algunos habían muerto y nunca volvieron. El regreso de los que sobrevivieron al gulag tiene dos momentos: uno de ellos el 2 de abril de 1954, cuando 38 llegaron a Barcelona en el “Semíramis”, junto con 248 de la División Azul (en ese grupo debieron venir los marinos del Cabo San Agustín), y entre 1956 y 1959, cuando otro grupo volvió con los niños de la guerra. El regreso fue duro porque las experiencias sufridas los habían marcado para siempre. Sánchez-Ferragut, y suponemos que el resto, tardó bastante tiempo en poder dormir en una cama. No estaba acostumbrado y prefería tirarse al suelo. También acostumbrarse a comer le costó largo tiempo. Durante su cautiverio apenas tomaban otra cosa que sopa de col fermentada.




Agustín Llona, Francisco Llopis
y Juan Bote.Un marinero, un piloto y un maestro de
los 'niños de la guerra'.Los tres acabaron en Siberia.
   Los marinos mercantes y los pilotos no fueron los únicos españoles allí retenidos por la fuerza. En total fueron 270 (309 según otras fuentes), contando con un grupo de exiliados y algunos “niños de la guerra” y sus maestros (3). El exilio español a finales del año 1939 en la URSS quedó configurado por unos 2.895 niños evacuados en las expediciones de 1937 y 1938; unos 150 maestros y personal auxiliar que los acompañaron; unas 156 personas de la marinería y la oficialidad de los ocho barcos mercantes incautados por el Gobierno soviético; unos 200 cadetes de la última promoción de la 20ª Academia Militar de Pilotos enclavada en Kirovabad y el colectivo de los exiliados políticos, especialmente dirigentes y miembros del PCE y el PSUC. El hecho de que los que estaban allí forzados y parte de los pocos que habían ido voluntariamente quisieran volver a España fue considerada tanto por el Partido Comunista Español como por las autoridades en Moscú como una actitud antisoviética/trotskista (“enemigo del pueblo”). Todo el que no es comunista es anticomunista, el que no esta conmigo está en contra de mi, fue la mentalidad estalinista. Pocos lograron el permiso para salir.

Julián Fuster Ribó,
médico prisionero en el gulag
   Entre los casos más dramáticos está el de Federico Gonzalo González, condenado en 1941 por su negativa a participar en una suscripción voluntaria al empréstito interno del Estado con el 10% de su sueldo; Joan Bellobi Roig, casado con una rusa, condenado por haber enseñado una foto de sus familiares residentes en España, de los que afirmó que iban bien vestidos, apreciación que en aquellos tiempos podría ser considerada como propaganda antisoviética; Julián Fuster Ribó, médico, arrestado en 1948 por haber olvidado colgar la contraseña de entrada en el trabajo dando lugar a un cruce de réplicas que en aquellos momentos podían ser consideradas antisoviéticas (no pudo regresar a España hasta 1959) y Juan Blasco Cobo metido en un calabozo frío y lleno de barro donde para maximizar la desesperación del preso y extraer su confesión se utilizaba el método de “gota de agua” que caía del techo. Fuster, internado en uno de los peores campos de trabajos forzados en la región de Karaganda, sale mencionado en “Archipiélago Gulag” de Solzhenitsyn.

Pocos pudieron entender por qué fueron detenidos y en la mayoría de casos mandados a un campo. Preguntada al respecto, la poetisa rusa Anna Ajimátova, con amigos entre la comunidad española, dijo: “¿Por qúe? ¿Cómo por qué? Ya es hora de saber que a la gente se le detiene por nada.” Las autoridades soviéticas, en el contexto de la guerra fría, querían evitar a toda costa la difamación de la URSS y del PCE que suponía la salida de los españoles.

Particularmente vergonzosa, aunque no sorprendente, fue la complicidad de los dirigentes comunistas españoles Dolores Ibárruri, Santiago Carrillo y Fernando Claudín, entre otros, en la persecución de sus compatriotas acusados de disidentes, y que seguían manteniendo silencio sobre el asunto, que conocían de antemano, cuando empezó una campaña a partir del 1947 en el extranjero para lograr la liberación de los españoles en los campos. Carrillo, en cuyo libro de memorias (1993) se evita cualquier referencia a estos asuntos, llamó a las personas que querían salir de la URSS en una reunión en 1947, según recuerda el comunista italiano Ettore Vanni, “traidores que dejan el país socialista para ir a vivir entre los capitalistas.” Alguien gritó en la reunión, “hay que darles un tiro en la espalda.”

Para combatir las “calumniosas noticias” sobre los presos españoles que empezaron a ser publicados en el extranjero, la revista Novi-Saet (Tiempos Nuevos) señalaba que los pilotos vivían en los mejores hoteles de Moscú y los marinos en los mejores de Odesa. Lo más surrealista es que algunos presos leyeron esta noticia trabajando en una fábrica de papel.

La historia de estas personas es la de una de las mayores injusticias cometidas contra ciudadanos españoles en el extranjero durante la Segunda Guerra Mundial y los años posteriores (4).

Para quien quiera ampliar la información, hay varios libros y muchos artículos  de periódico en internet. Aqui dejo enlaces  a varios:

https://www.laverdad.es/murcia/v/20100328/sociedad_murcia/infierno-rojo-20100328.html?ref=https:%2F%2Fwww.google.es%2F

http://espanaciencia.blogspot.com/2016/03/un-medico-espanol-en-el-gulag.html

https://www.xlsemanal.com/actualidad/20110703/magazine-primer-plano-ninos-1795.html

https://elpais.com/diario/2010/09/14/cultura/1284415202_740215.html

https://elpais.com/politica/2013/10/05/actualidad/1380989110_759511.html

http://www.nacionvasca.eus/marinos-vascos-en-el-gulag/

https://elpais.com/diario/2010/09/14/cultura/1284415201_850215.html

https://www.laopinioncoruna.es/galicia/2010/12/12/cautiverio-gallego-gulag/447478.html

https://www.lne.es/asturias/2011/11/13/triple-tragedia-asturiana-gulag-sovietico/1156072.html

https://www.abc.es/cultura/libros/abci-cartas-desde-infierno-envio-stalin-cientos-republicanos-espanoles-202006052303_noticia.html

https://www.lavozdegalicia.es/noticia/sociedad/2015/06/11/karaganda-estepa-34-gallegos-enterrados-vida/00031434048324889346963.htm

En cuanto a libros, también hay bastantes donde ampliar datos. Empiezo citando aquel por el que conocí esta historia: "También se vive muriendo". Patrocinio Sánchez-Ferragut. Editorial Punto Rojo.

- "Cartas desde el gulag ". Luiza Iordache. Alianza Editorial. 

- "Los últimos aviadores de la República". Carmen Calvo Jung. Publicado por la Subdirección General de Publicaciones del Ministerio de Defensa.

- "Atrapados". Montserrar Llor. Crítica.

- "Españoles en el gulag de Stalin". Manuel sánchez Lozano / Miguel Moreno Moreno. Editorial La biblioteca del guripa.

- "Españoles en el gulag". Secundino Serrano. Editorial Atalaya.

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(1) Uno más se suicidó y otro murió en 1947.

(2) “Yo, Hermógenes Rodríguez, me dirijo a usted respecto al siguiente asunto: fui enviado por el Gobierno de la República Española a la Unión Soviética para participar en 1938 en un curso de pilotaje, que no pude terminar. Pedí inmediatamente mi repatriación, que hasta hoy me han negado. Desde 1941 me encuentro en un campo de concentración solo por ser español”. Este es el texto de la carta que uno de los aviadores dirigió en 1953 a Malenkov, sucesor de Stalin en la presidencia del Gobierno de la URSS.

(3) Los maestros de los “niños de la guerra” que fueron enviados al gulag lo fueron por no querer adaptarse a los planes de estudio que tenían pensados para ellos. El que aparece en la foto, concretamente, de apellido Bote, recibió la sugerencia de que aquellos niños necesitaban menos matemáticas, menos geografía y más marxismo. Y él se negó a cambiar sus enseñanzas.


(4) Aunque hay personas que quitan importancia a los sufrimientos de estas personas retenidas contra su voluntad, como Secundino Serrano que aduce “que la mortalidad de los españoles presos en los gulags soviéticos fue sólo de un 15%; que a pesar de que los campos de trabajo forzado de la URSS fueron verdaderas matanzas, no son comparables a los campos de exterminio nazis (como si el menor porcentaje de muertes o el hecho de que la mayoría murieran por hambre, enfermedades y frío borrara la brutalidad por no haberse usado cámaras de gas); y que cuando regresaron se les recibió igual que a los divisionarios y se les buscó trabajo a todos”. Sin embargo, unas memorias inéditas de José Romero Carreira describen un panorama totalmente diferente cuando narra las condiciones de vida en Kok-Usek, donde la mortalidad superaba el 60%.


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