viernes, 26 de junio de 2020

El pastelero no fue el único (ni mucho menos)

Cuando compartí la entrada en el blog que iba a servir de mera introducción a la historia de Peter Stuart Ney y a la posibilidad de que el mariscal Michel Ney no hubiera muerto fusilado sino que estuviera huído en Estados Unidos y bajo una identidad falsa. La "introducción" se alargó hasta las 1.555 palabras, lo que aconsejó desplazar a Ney a una segunda parte. Como digo, cuando compartí el enlace en Facebook, mi amigo Juan José Iglesias me dejó un comentario (gracias, Juan José), que decía: "Y no te olvides del pastelero de Madrigal y el Encubierto". Respondí: "Lo del pastelero ya lo tengo preparado es la (entrada) de mañana". Al día siguiente añadí a mi galería de farsantes a Gabriel de Espinosa y toca, por tanto hablar de El Encubierto. Con esto yo pensaba dejar zanjado el tema, pero me veo tentada por historias tan bizarras como la del cosaco que se hizo pasar por el zar Pedro III o el pícaro sevillano que decía ser nieto de Atahualpa. Esto es como las cerezas: coges una y enganchadas una a otra salen docenas. Por favor, hacedme la caridad, de dejar vuestra opinión sobre si cortó aquí o sigo con historias semejantes. En fin, vamos al turrón, como se suele decir en mi casa.

Durante el reinado de Carlos I tuvieron lugar en Valencia y Mallorca unas revueltas conocidas con el nombre de germanías, lo que en nada tiene que ver con los germanos, sino que viene de la palabra germá (hermano). Se trataba de hermandades de artesanos a los que se había autorizado a armarse por un privilegio de Fernando el Católico para constituirse en milicias para defenderse de los frecuentes ataques de los piratas berberiscos. Cuando en 1.519 estalló en Valencia una epidemia de peste, la nobleza huyó de la ciudad y se pidió a las germanías que se disolviesen, pero, en lugar de eso, aprovechando que estaban armados, se levantaron contra la autoridad del rey.  Pidieron a los moriscos que se les unieran, pero éstos se negaron a ir contra sus señores. Entonces los sublevados usaron la excusa de la religión para asaltar y destruir la morería de Valencia, extendiéndose a todo el reino hasta Mallorca. El rey Carlos se encontraba en Aquisgrán negociando lo relativo a su coronación como emperador y la situación, a la que al principio no se dio mucha importancia, se radicalizó  a raiz de la muerte de la muerte de Joan Llorenç, primer dirigente de las germanías, tejedor valenciano que deseaba dotar a Valencia de una constitución republicana al estilo de Génova y Venecia. Tras la muerte de Llorenç, tomó el relevo un vendedor de terciopelo llamado Vicente Peris, que junto con otros  cabecillas de segunda fila llevaron el movimiento hacia la perpetración de violencias sin dotarlo de un programa preciso. En 1.521 la situación militar  de los agermanados se deterioró y el virrey pudo entrar de nuevo en Valencia. Medio año después de la entrada del virrey en Valencia, Vicente Peris, dirigente agermanado, pudo entrar en la ciudad y se hizo fuerte con un grupo armado, pero no pasó a mayores y acabó con su derrota y muerte.  La Germanía se trasladó entonces a poblaciones como Játiva y Alcira, que resistieron hasta finales de 1522. Tras la ejecución de Peris apareció un personaje que dijo llamarse Enrique Manrique de Ribera. Tras la ejecución de Peris se presentó en la plaza de Játiva el 10 de marzo de 1522 para dar un discurso en el que proclamaba venganza por la ejecución perpetrada por el Marqués de Zenete, es decir, Diego Hurtado de Mendoza. Se convirtió así en el sucesor del líder de los revolucionarios.

En un encendido discurso en la plaza de Játiva anunció que se proponía la remoción del emperador Carlos I …porque el rey era él mismo, ya que decía ser hijo del primogénito de los reyes católicos.  Decía ser hijo del heredero de los Reyes Católicos, el príncipe Juan. Según  explicó, su madre, la archiduquesa Margarita de Austria, al quedarse viuda estando embarazada quedó bajo la tutela del cardenal Mendoza, que precisamente era muy odiado por los agermanados por ser padre del virrey. Al momento del parto, Mendoza habría mentido  para que la corona recayese en Felipe el Hermoso,  diciendo que habia nacido una niña que murió al poco tiempo, mientras que a él lo quitaron de en medio en secreto, siendo criado por una pastora en Gibraltar. En el discurso del Encubierto, la conspiración podría tener visos de certidumbre: en realidad, el hijo de Juan y Margarita había sido oculto para que no reinase merced a la conspiración del cardenal Mendoza y Felipe el Hermoso. En el plano real, un mero detalle cronológico invalidaba este complot, ya que el cardenal Mendoza había muerto en 1495, es decir, dos años antes que el príncipe Juan, por lo que no pudo haber efectuado las maniobras oscuras de que le acusaba el Encubierto. Sin embargo, este detalle es también significativo de lo bien construida que estaba la trama: el cardenal Mendoza era un personaje odiado por los valencianos, ya que, a la sazón, había sido el padre del virrey de Valencia y el marqués de Cenete, los dos nobles que habían protagonizado la represión de las Germanías.

Presumiblemente había llegado a Valencia con un comerciante llamado Juan de Bilbao con el que había vivido en Orán durante 4 años. Esa amistad se rompió porque el supuesto "rey" había cometido adulterio con la esposa de Bilbao Luego pasó a ser despensero de cierto regidor al cual también sustrajo la esposa, por lo cual fue condenado a cien azotes. Durante un tiempo vivió en Valencia como ermitaño y que se había mantenido oculto hasta entonces siguiendo el designio divino para darse a conocer en el momento en que los reinos estuvieran perdidos y necesitados de un monarca natural, momento que le pareció llegado a la muerte de Peris. En cualquier caso, fue entonces cuando marchó a Valencia y urdió aquel inaudito montaje sobre el príncipe Juan. Con su nueva identidad y el entusiasmo levantado entre la población, formó su propia corte y se convirtió en el rey sin corona de los últimos agermanados quienes, de hecho, le conocían como el Rey Encubierto.

Sus proclamas no se limitaban al plano político o militar sino que se extendían al religioso. Haber sobrevivido casi de milagro a una lluvia de flechas que cayó sobre él en una escaramuza contra las tropas reales le dio el aura definitiva; se decía que era inmune a las armas convencionales y sólo podría morir en Jerusalén, que levitaba y que, consecuentemente, se trataba de un auténtico santo en vida. Hubo incluso, quien aseguró que lo había visto levitar. Lamentablemente, pronto pudo comprobar en sus carnes que no era así porque, aparte de fracasar en el intento de reconquistar Valencia y tras unos meses de apogeo triunfal, el 18 de mayo de 1522 unos matones, debidamente sobornados por el Virrey, le cosieron a puñaladas en Burjassot y se llevaron su cuerpo a la capital levantina, donde se le cortó la cabeza para exhibirla como trofeo para que después la Inquisición le condenara a la hoguera post mortem por hereje.


El Encubierto había llegado a la ciudad en el momento justo, cuando el movimiento estaba en crisis y prácticamente derrotado tras la muerte de su líder, aportando una nueva esperanza a unas gentes necesitadas de ella, aunque hubo también un factor importante como fue la extraordinaria difusión entre los cristianos del Levante español de las ideas cruzadistas contra el Anticristo y del mesianismo entre los criptojudíos (conversos que seguían practicando su fe en secreto) valencianos, que apoyaron decididamente las Germanías.

En cuanto a su verdadera identidad, está publicado que en un inventario de bienes de un seguidor de El Encubierto figura que su nombre era Antonio Navarro, judío converso de procedencia andaluza.

LA PAZ DE LAS GERMANÍAS, OBRA DE MARCELINO DE UNCETA









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