sábado, 6 de junio de 2020

Hibrys a la españpla

Aquellas personas que hace unos días leyeron en este blog "Hibrys y Nemesis", tendrán claro lo que significaba Hibrys para los griegos: la desmesura (sobre todo, actuar como si se creyeran dioses) que inexorablemente llevaba a Ate (la fatalidad) y traía aparejado el castigo por parte de Nemesis. Dicho en plan un poco más castizo, el que sacaba los pies del plato y osaba desafiar a los dioses, recibía su castigo. Era muy importante que el ser humano "se mantuviera en su sitio, sin ambicionar demasiado". Al final de aquella entrada anunciaba lo que podía ser una continuación. Y hoy me voy a atrever. Digo atrever porque los auténticos expertos no llegan a ponerse de acuerdo en alguna interpretación. No soy ninguna experta y no quiero incurrir en hibrys yo misma. Me atrevo porque como mi blog no tiene una gran repercusión, tampoco creo que vaya a remover los cimientos de nada. Si alguien realmente experto lee esto, aceptaré de buen grado una corrección de mis meteduras de pata. Mientras tanto, voy a compartir con vosotros una ocurrencia, esperando que os resulte al menos una distracción.

Hace bastantes años, un verano, hice un curso de verano de la Universidad de Córdoba sobre "El barroco en Andalucía", lo que me dio la oportunidad de conocer el precioso pueblo de Priego de Córdoba y de encontrarme con alguna compañera de la universidad (4º y 5º de carrera, Historia del Arte) e incluso con unas chicas que estaban internas en mi ya lejanísimo en el tiempo colegio gaditano. En una de las charlas que nos dieron, aunque no recuerdo a cuenta de qué venía, salió un tema. Creo recordar que el conferenciante lo sacó como ejemplo de los diferentes niveles de lectura que se pueden ver en algunas obras de arte. Y, enlazando con el post ya mencionado, traigo a colación una pintura que destaca por ser susceptible de ser leída en diferentes claves y que ha sido objeto de multiples interpretaciones. Y sin más rodeos, vamos al turrón.


Esta pintura de Velázquez, es rica en interpretaciones porque su complejidad compositiva y su hermetismo conceptual lo han propiciado así.

Durante mucho tiempo se habló de él como de un cuadro de género al que se le llamaba sencillamente "Las hilanderas" considerándose simplemente una escena de interior de la fábrica de tapices de Santa Isabel, sin más. Pero en la época de Felipe IV era impensable que una escena donde se mostrara el trabajo de unos obreros manuales fuera digno de ser representado o susceptible de ser considerado bello, decorativo o interesante. Trabajar con las manos era una línea roja que separaba a la sociedad en dos grupos imposibles de mezclar. De hecho, como yo misma he encontrado en documentos, el hecho de que se encontrara en casa de una persona cualquier instrumento que sirviera para pesar o medir servía para probar que esa persona se dedicaba al comercio, lo que lo inhabilitaba para desempeñar ciertos cargos. También es muy conocido que Velázquez intentaba probar constantemente que la pintura, aunque tuviera un componente manual, era también una actividad intelectual, por lo que no era una actividad inferior. Se escribió repetidamente acerca de si la pintura era un arte superior a la poesía o al contrario.

Y así hasta que aparecieron algunos autores argumentando que la pintura representaba un asunto mitológico, lo que permitía incluirla, como tantas otras, en un tema "aceptable", incluso en un contexto palaciego.  La aparición de una pintura titulada "La fábula de Aracne" en el inventario de pinturas propiedad de Pedro de Arce, montero mayor del rey. Y comienza a describirse la pintura como una representación del mito de Aracne, si bien un poco disfrazado por la elección del pintor  de representar en el plano del fondo la escena que lo hace más reconocible (el enfado de la diosa y el castigo a la mortal), mientras que el primer plano se centra en la ejecución del reto entre la diosa y la mortal, que queda un poco más oculta en lo que podría ser considerada una escena de género

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