lunes, 15 de junio de 2020

Los reyes las prefieren actrices

O bailarinas. O cantantes. O un poco de todo. Porque durante mucho tiempo bastantes mujeres que se dedicaban al espectáculo no eran estrictamente profesionales del mismo, sino que utilizaban su presencia en teatros y salas de fiesta para ejercer la prostitución o entrar en contacto con hombres ricos que las tomaban como amantes.

María Calderón
En España conocemos la historia de María Calderón, la Calderona, que sí era una afamada actriz de teatro antes de convertirse en la amante más famosa del rey Felipe IV.

María nació en Madrid en 1611. Era hija de Juan Calderón, personaje que se encargaba de preparar todo lo preciso para la acogida de las diferentes compañías de cómicos que llegaban hasta la Corte, e incluso de facilitarles los préstamos con los que hacer frente a sus primeras necesidades, antes de la recaudación del dinero por su trabajo. La Calderona creció y se formó dentro de este mundo de la farándula, entre la variada gente que se dedicaba a las representaciones teatrales.

En 1627 se produjo el primer encuentro entre La Calderona y Felipe IV, en su debut teatral como primera actriz en el madrileño Corral de la Cruz, uno de los teatros populares más frecuentados por el monarca. El rey acudía en secreto a estas representaciones, quedando fascinado por la joven actriz. Él tenía veintidós años y llevaba casado siete. Ella solamente dieciséis, estaba casada y era amante de Ramiro Pérez de Guzmán, duque de Medina de las Torres. No era una magnífica belleza pero tenía un gran encanto personal, una hermosa cabellera rubia, una bonita voz, gracia y talento teatral.

Los amores entre Felipe IV y La Calderona llegaron a ser comidilla popular y la convirtieron en uno de los personajes más populares del Madrid de finales de aquellos años veinte. Su relación con el rey la obligó a abandonar los escenarios en pleno éxito. En la primavera de 1629, venía al mundo un niño, Juan José. En su acta parroquial de bautismo, quedó el niño registrado como “Juan, hijo de la tierra”, que era la apelación que se daba a los nacidos de padres desconocidos. A pesar de los deseos de María, el niño fue apartado de su lado y entregado para su crianza a una humilde familia de León, ciudad en la que pasó los primeros años de su vida hasta que el rey decidió su traslado a Ocaña. La Calderona nunca lo volvió a ver. Para entonces la pareja real había perdido varias hijas, muertas apenas nacidas, y Felipe debió pensar que aquel niño podía ser una salida de emergencia para el futuro de la dinastía, por lo que decidió darle una educación correspondiente a su origen.

Tras el nacimiento del niño todo parece indicar que la relación del rey con María se había enfriado. Felipe IV ordenó el ingreso de su favorita en un convento. La Calderona ingresó en el monasterio benedictino de Valfermoso de las Monjas, Guadalajara, llegando a ser abadesa. Murió en 1646.

Varios de los reyes que vinieron después (Carlos II, Felipe V, Carlos III, Carlos IV) no tomaron amantes (o al menos no de forma ostensible), de forma que para encontrar otro rey aficionado al espectáculo y a sus protagonistas nos vamos a Alfonso XII, una de cuyas amantes más conocidas fue Elena Sanz.


Elena Sanz
Elena Sanz nació en Castellón de la Plana en 1844. Era de buena familia, emparentada con el marqués de Cabra, aunque sin dinero. Se trasladan a Madrid y Elena ingresa en el colegio de las Niñas de Leganés. Allí aprendió canto a la vez que realiza sus primeras actuaciones en el coro de su iglesia. Su voz destacó enseguida en el coro, hasta el punto de llegar a oídos de la reina Isabel II, que se convirtió en su protectora.

Ingresa en el Real Conservatorio. Allí será discípula de Baltasar Saldoni, quien le proporcionará una audición con Enrico Tamberlick. Éste, reconociendo la calidad de la contralto, la recomienda para que vaya a París y en 1868 la inscribe como artista en el Teatro Chambery, representando ese mismo año el papel de Azucena en El trovador. Desde este momento, es reconocida en los grandes teatros del mundo. Será una asidua en la Scala de Milán, en donde compartirá cartel en muchas ocasiones con Julián Gayarre y cosechará sus mejores éxitos. Elena Sanz realizará giras por todo el mundo, Gayarre la solicita para su gira americana por Argentina y Brasil, y Adelina Patti para su gira en San Petersburgo frente a los zares y otras capitales centro europeas.

En 1.872 tuvo lugar su primer encuentro con el futuro Alfonso XII, cuando el joven príncipe era alumno del Colegio Theresianum de Viena. Una noche en París, después de una de sus actuaciones en la Ópera, Elena Sanz saludó a Isabel II. Al saber la reina que la cantante marchaba hacia Viena, le encargó que visitara de su parte a su hijo y le hiciera entrega de un regalo. Elena visitó al joven en el Theresianum. Éste era un adolescente de quince años que quedó extasiado ante la popular diva de la ópera, trece años mayor que él.

Elena Sanz se fue de gira por Sudamérica, de donde regresó madre de un varón de padre desconocido. Y Alfonso se casó con su prima Mercedes de Orleans. Después de la muerte de Mercedes, Alfonso volvió a encontrarse con Elena con motivo del estreno de la ópera La favorita. Cuando Elena subió al palco a cumplimentar al rey, renació la fascinación de éste. Alfonso XII se convirtió en su fiel seguidor.

Elena Sanz acabó sucumbiendo al amor del rey, abandonando los escenarios. Alfonso XII, loco de pasión, aprovechaba cualquier resquicio para ver a su amante. Al año siguiente, en 1879, Cánovas plantea al rey la urgencia de una nueva boda para dar un heredero. Alfonso XII accede a su pesar. «Me casaré si me buscan ustedes novia». La elegida fue la archiduquesa María Cristina de Austria, sobrina del emperador austriaco Francisco José, inteligente pero poco agraciada. Se casaron en Madrid en el mes de noviembre, mientras su romance con Elena Sanz seguía viento en popa y estaban esperando su primer hijo, el cual nacería dos meses después del segundo matrimonio del rey, y al que llamaron Alfonso.

Cuando María Cristina supo de la existencia de Elena convenció a Cánovas para que expulsara de España a la amante del rey. Por esta razón, Elena Sanz se traslada a París, donde inscribe al niño en el registro civil. María Cristina, que desde el principio había hecho esfuerzos para hacerse querer por su suegra, tuvo que ver cómo Isabel II, que admiraba profundamente a la amante de su hijo y había promocionado su carrera lírica, amadrinaba al nieto ilegítimo y se refería a Elena como “mi nuera ante Dios”.


La desaparición de la favorita, además, será sólo momentánea, pues Alfonso XII se encarga de hacerla regresar inmediatamente a Madrid y de instalarla en un piso cercano a palacio, donde habitualmente la visita. En febrero de 1881 nace el segundo hijo. Otro varón, Fernando, para desgracia de María Cristina, que dará a luz a dos niñas seguidas, las infantas María de las Mercedes y María Teresa.

Crónicas y comentarios múltiples de esa época coinciden por unanimidad en que Elena Sanz, al final, se cansa de la relación prohibida y de su papel de favorita real. El amor de la cantante por el rey se apagó, dando paso a una amistad. Elena se afincó en París con sus hijos, sobreviviendo con las 5.000 pesetas mensuales que le mandaba el rey.

Pero la felicidad de María Cristina es fugaz. Sabría, entre otras, de la aparición de una segunda cantante de ópera, Adela Borghi. Para finalizar este affaire, Cánovas ordenó al alcalde de Madrid que fuera él mismo a casa de Adela y la llevara a la fuerza a un tren para Francia.

A la muerte de Alfonso María Cristina se convirtió en regente y anuló la pensión que Elena Sanz percibía. Ésta contrató a un abogado para que defendiese legalmente sus intereses. Se trataba de Nicolás Salmerón, quien fuera primer presidente de la I República y persona de conocida integridad. Salmerón propuso a palacio un acuerdo económico a cambio de no hacer público el contenido de más de cien cartas de Alfonso a Elena, que no dejaba lugar a dudas sobre la paternidad de los niños. En el Acta de París, firmada en 1866, entregó a un representante de la Casa Real 110 documentos, en su mayoría cartas. A cambio se garantizó a sus hijos una cantidad de dinero, siendo entregado en el momento un tercio y con el resto se creó un fondo en un depósito de deuda exterior, que podían retirar en su mayoría de edad. De su custodia se encargó Prudencio Ibáñez, banquero de la familia real.

Elena Sanz murió en Francia en 1.898. Nada más producirse el fallecimiento, varios funcionarios de la embajada española se presentaron en su casa y se llevaron de allí una serie de objetos, joyas y documentos varios, entre ellos la partida de nacimiento del hijo pequeño nacido en Madrid. Cuando los dos hermanos reclamaron su fortuna al alcanzar su mayoría de edad, no había nada. El banco había quebrado. En 1907, Alfonso Sanz inició un pleito reclamando su filiación como hijo de Alfonso XII, pero lo perdió.

Alfonso XIII, el hijo póstumo de Alfonso XII y María Cristina, tuvo también muchas amantes, bastantes de las cuales eran actrices, cantantes o cupletistas. Dos de ellas sobresalen por diversos motivos: Carmen Ruiz Moragas, por haber tenido dos hijos del rey y por lo prolongado de su relación, y la Bella Otero, por su fama internacional.


Carmen Ruiz Moragas
   Carmen Ruiz Moragas era una actriz mediocre, pero muy guapa. De clase media acomodada, su padre llegó a ser Gobernador Civil de Granada. Tuvo una relación bastante larga con Alfonso XIII, desde 1916 y durante toda la década del 20, aunque durante ese periodo el rey no dejó de tener muchas otras amantes. De su relación con el rey tuvo un hijo y una hija.

Sus padres la empujaron a casarse con el torero mejicano Rodolfo Gaona, pensando que el matrimonio la convertiría en una señora respetable, pero la boda resultó un desastre. Pronto surgieron los primeros roces porque, al ser muy conocida la relación de Carmen con el rey, Gaona no podía soportar los comentarios y cuchicheos por todos lados, aparte de que cuando hacía una mala faena los espectadores le gritaban cosas bastante desagradables. A los dos meses se divorciaron y Gaona volvió a Méjico. Carmen volvió inmediatamente con el rey. Sin embargo, no fue él su última pareja, pues en la década de los 30 estuvo con el periodista Juan Chabás, que fue su pareja hasta su muerte en junio de 1936.

La Bella Otero
   La Bella Otero fue otra cosa. Hija de madre soltera que no se ocupó de ella, menos aún de su educación, a los diez años sufrió una agresión sexual, razón por la cual cuando aún no había cumplido los once años huyó de su casa y nunca regresó a Valga, en Galicia, su pueblo natal.  Después de fugarse de su pueblo, cambió su nombre de pila (Agustina) por el de Carolina. Se ignora qué hizo para sobrevivir, pero se sabe que a los trece años trabajaba en una compañía de cómicos ambulantes venidos de Portugal.

Aproximadamente a los diecisiete años abandonó a los portugueses y se dedicó a bailar en lugares de mala muerte. Seguramente ejerció la prostitución, posiblemente hasta la mendicidad. Había cumplido veinte años cuando conoció en Barcelona a un banquero que la quiso promocionar como bailarina en Francia. Con él viajó a Marsella y, cuando conoció el ambiente y se sintió segura abandonó al banquero. Poco tiempo después era una bailarina conocida en toda Francia, y había conseguido nombre propio: La Bella Otero. Aunque no era una bailarina profesional y su actuación era producto más del instinto que de la técnica, su baile (una mezcla de flamenco y danzas exóticas) la hizo célebre, casi tanto como su origen.

La Otero no dejaba de poner énfasis en su origen español, aunque mintió y ocultó parte de su pasado. Decía ser andaluza y gitana por aprovechar el gusto por lo exótico que existía en Francia. Cantaba bien y descolló como actriz, actividad para la que parecía tener cualidades de nacimiento. Claro que llegar a las tablas no le resulto ni fácil ni gratis. Su ascenso en el mundo artístico se realizó a base de convertirse en la amante de todo el que la pudiera impulsar. Pero como su objetivo era claro, terminó siendo amante de hombres influyentes, famosos y algunos muy poderosos entre los que se cuentan Leopoldo de Bélgica, el káiser Guillermo, el zar Nicolás II y Alberto de Mónaco. Para entonces ya había comenzado a amasar una inmensa fortuna. En 1890, cuando apenas tenía veintidós años, llegó a hacer una gira por todo el mundo y fue aplaudida en Nueva York, aclamada en Buenos Aires y agasajada en Rusia, donde se convirtió en amante de Nicolás II. Actuó durante muchos años en el Folies Bergères de París, donde llegó a ser la estrella principal. Se puede decir que fue la primera artista española de fama internacional, aunque ella nunca dejó la actividad de cortesana para aumentar sus ingresos. En la Belle Époque no era inusual que los poderosos pagaran sumas desorbitadas por gozar de los favores de esas cortesanas de lujo.

Llegó a reunir una fabulosa fortuna (unos 550 millones de dólares al cambio actual), que dilapidó en los casinos de Montecarlo y Niza. Se retiró de los escenarios en 1910, aún muy joven de edad, pero ya vieja para seguir conquistando corazones masculinos. Pasó sus últimos años en Niza hasta su muerte en 1965. Cuando murió estaba arruinada, sola y vivía de una pensión del casino de Montecarlo, que le habían cedido a manera de agradecimiento por los millones de francos que dejó en sus mesas de juego.


La Bella Otero conecta a Alfonso XIII con Eduardo VII de Inglaterra, lo que me lleva a los reyes ingleses.

Y volvemos a remontarnos al siglo XVII, donde empezamos, para hablar de dos amantes del rey Carlos II de Inglaterra.


Nell Gwyn
   Nell Gwyn fue una de las primeras actrices inglesas, que se benefició del permiso real para que las mujeres trabajaran en el teatro (los papeles femeninos venían siendo interpretados por hombres). Era una mujer de clase baja que probablemente ejerció la prostitución desde niña, alternando esta ocupación con la venta de naranjas y otras chucherías a los espectadores del Teatro Real de Drury Lane. Era analfabeta, lo que suponía un obstáculo para memorizar los papeles. Sin embargo, triunfó como actriz, sobre todo en comedia pero también en drama.

Su relación con el rey comenzó cuando ella tenía 18 años y varios amantes a sus espaldas. Dos años después tuvo su primer hijo con el rey, lo que no impidió que siguiera su carrera teatral, algo bastante insólito para una amante real que había tenido un hijo. En 1671 se trasladó a una casa propiedad de la corona donde vivió el resto de su vida y en ese mismo año tuvo su segundo hijo, que fue enviado a París a estudiar y murió en esa ciudad a los 10 años de edad.

En 1.685 murió el rey, y Nell en 1.687, varios meses después de sufrir dos ataques. Fue la más popular y querida de las amantes reales.


Moll Davis
   Simultáneamente a su relación con Nell, el rey tenía otras amantes, una de las cuales fue también actriz.

Moll Davis, nacida alrededor de 1.648, fue amante del rey al mismo tiempo que Nell, desde 1667 en adelante. Forzosamente tuvo que existir rivalidad entre ellas, no sólo por el hecho de ser simultánemente amantes del rey, lo que era frecuente, sino sobre todo por dedicarse a la profesión de actriz, donde Moll no sobresalió como Nell.

Moll no fue nunca tan apreciada por la gente como Nell. Se la consideraba vulgar e inmoral. En 1669 tuvo una hija del rey y después de la muerte de éste se casó con un músico y compositor francés.

De los siguientes reyes de Inglaterra sólo me consta que tuvieran amantes actrices Jorge IV (María Robinson, que quiso vender las cartas del rey a los periódicos para vengarse cuando éste la dejó) y Guillermo IV (que tuvo una larga relación con la actriz irlandesa Dorothea Bland, con la que tuvo nada menos que diez hijos). Nada significativo si comparamos con la afición por las damas del espectáculo de otros reyes. Hasta llegar a Eduardo VII.

Eduardo VII fue un hombre excesivo en todo: el comer (cinco comidas al día de cinco platos), el fumar (unos diez cigarros y veinte cigarrillos diarios), las mujeres (se estima que tuvo relaciones con al menos tres mujeres a la semana durante unos cincuenta años)… En la larguísima lista de amantes fue capaz de concentrar más nombres de celebridades que ninguna otra persona de su época, además de mujeres desconocidas y aristócratas: Sarah Bernhardt, la Bella Otero, Lily Langtry, Cora Pearl o Luisa Weber.

Nellie Clifden
   Empezó su recorrido con Nellie Clifden, una ¿actriz? (más prostituta que otra cosa) a la que conoció cuando estaba en Irlanda con la Guardia de Granaderos en 1860. La reina Victoria siempre consideró que el disgusto que se llevó su padre le aceleró la muerte, de lo que siempre le culpó. Pero Eduardo no escarmentó.









   
Sarah Berhardt
Sarah Bernhardt era hija de una prostituta de lujo que no quiso seguir en el negocio de su madre. Ingresó en el Conservatorio de Arte Escénico de París y se convirtió en actriz de fama mundial.

Su agitada vida sentimental incluye a personajes como Victor Hugo, Gustave Doré o a Gabriele D’Annunzio, además de Eduardo VII, entonces todavía príncipe de Gales.

De la Bella Otero ya hemos hablado anteriormente. Lily Langtry fue una actriz británica cuyo verdadero nombre era Emilie Charlotte Le Breton. Casada con Edward Langtry en 1874, llegó a ser conocida como Jersey Lily por un retrato de Millais que tenía ese título. Causó sensación cuando se volvió una mujer de la clase alta dedicada a los escenarios, donde triunfó con obras de Oscar Wilde.

En 1.877 conoció al entonces príncipe de Gales en una cena, convirtiéndose en su amante semi-oficial. Llegó a ser presentada a la reina Victoria y mantuvo una relación cordial con la princesa Alexandra, esposa de su amante. Posteriormente se convirtió en amante del príncipe Louis de Battenberg.

Residió algún tiempo en Estados Unidos, donde se divorció de su marido y adquirió la nacionalidad norteamericana.

En 1899 se casó con Hugo de Bathe, mucho más joven que ella, y se retiraron a Mónaco, donde vivían en casas separadas, reuniéndose para asistir a actos sociales. Murió en Mónaco en 1.929, siendo muy rica.

Y para terminar con Eduardo VII, Luisa Weber, que era una bailarina estrella del Moulin Rouge.

Otras artistas famosas que fueron amantes de reyes y príncipes fueron Liane de Pougy y Lola Montez.


Liane de Pougy
   Liane de Pougy se casó a los dieciséis años con un joven militar amigo de la familia. Cansada de los malos tratos de su marido y tras ser descubierta en  infidelidad, huye a París, abandonando marido e hijo, para convertirse en la estrella de la Belle Époque junto con La Bella Otero y Emilienne d’Alençon.

Entre sus amantes estuvieron el rey de Portugal, Leopoldo II de Bélgica, considerado el hombre más rico de su época, y príncipes de casi todas las casas reales europeas. Casada finalmente con un príncipe rumano, Georges Ghika. a la muerte de éste en 1943, Liane se hizo monja de la orden Terciaria Dominica. Murió en Suiza en 1.950.





Lola Montez
   Y finalmente, Lola Montez. Irlandesa, con apenas 16 años contrajo matrimonio con un militar amigo de la familia, Thomas James. La unión apenas sobreviviría cinco años aparentemente por las infidelidades de la muchacha, quizás descontenta con la vida que llevaba.

Divorciada y acosada por el escándalo, el primero de una larga lista, Eliza decidió viajar a España donde aprendió algo de la cultura del país, el idioma y entró en contacto con el flamenco. Unos meses más tarde regresó a Inglaterra con una nueva identidad: añadió María Dolores a su nombre y comenzó su carrera artística bajo el sobrenombre de Lola Montez, bailarina española.. En 1846 bailó por primera vez en Munich, haciéndose llamar Elizabeth Rosanna Gilbert, o simplemente Lola Montez.

Aunque no sabía hablar alemán, dos días después accedía a los aposentos privados del rey Ludwig I de Baviera, que por esa época ya tenía como pasatiempo dilapidar los dineros públicos construyendo palacios de ensueño, y se había hecho la fama de ser un gran libertino, amante de mujeres y de hombres.

Fue el mismo rey quien influenció en el intendente del Teatro Real (que le había negado la posibilidad), para que Lola se presentase allí, y a partir de ese momento, se transformó en la amante oficial del rey, influenciando sobre su persona y sobre los asuntos políticos y económicos de Baviera. En 1,847 fue nombrada Condesa de Landsfeld, el día del cumpleaños del rey Ludwig, y ésta debió ser la gota que colmó el vaso, puesto que en 1.848 un grupo de influyentes hombres del reino lideró una revuelta que terminó con la abdicación del rey.

A Lola se le “sugirió” que debía abandonar el país. En Inglaterra conoce y se casa rápidamente con George Trafford Heald, un joven oficial del ejército de caballería que acababa de heredar. Pero los términos de su divorcio con Thomas James no le permitían casarse con nadie más hasta que el otro falleciera. Esta situación forzó a los recién casados a abandonar Inglaterra ante el escándalo de bigamia promovido por una tía soltera de Heald. Los señores Heald residieron en Francia y en España, pero en dos años la relación estaba terminada.


Viajó a los Estados Unidos, coincidiendo con la época de la fiebre del oro. Allí trabajó como bailarina entre 1851 y 1853. En julio de ese último año se casó con Patrick Hull y con él se mudó a Grass Valley, en California, un mes después.  Entre 1855 y 1856 realizó el último tour artístico de su vida por Australia, y regresó a los Estados Unidos. Abandonó California tras sufrir un colapso esquizofrénico y se trasladó a Nueva York, donde pasó sus dos últimos años de vida como indigente en las calles. Parece que contrajo neumonía, lo que le causó la muerte en 1861, cuando tenía 42 años. Ninguno de sus dos hijos reclamó su cuerpo, uno porque estaba muy ocupado y el otro porque estaba en la cárcel.

Se le atribuye haber tenido más de cuatro mil amantes, y no resulta inverosímil. También se le achaca haber contraído sífilis y haber contagiado no sólo al rey, sino también a personajes conocidos como Alejandro Dumas y el compositor Franz Liszt.

Cleo de Merode
   Todavía podríamos seguir ampliando la lista. Por ejemplo, con Anita Delgado, casada con el marajá de Kapurthala;, con Fanny Elssler, amante de Napoleón II, hijo de Napoleón; con Cleo de Merode, amante de Leopoldo II de Bélgica o con otras dos amantes de Alfonso XIII que no he nombrado, Julia Fons y Pastora Imperio. Pero las entradas tan largas desaniman a los lectores y si alguien quiere seguir, aquí tiene estos últimos cinco nombres para hacerlo.





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