miércoles, 3 de junio de 2020

Hibrys y Nemesis



Aracne era una muchacha griega de extraordinario talento para el tejido que se atrevió a desafiar una y otra vez a la diosa Atenea. Cuando, finalmente, la diosa aceptó el reto Aracne sumó a su soberbia la ofensa de representar en su tapiz una visión insultante de los dioses, concretamente del padre de Atenea. Como griega que era, Aracne comprendió, finalmente, que había ido demasiado lejos, cayendo en la que su sociedad consideraba la peor de las faltas: la hybris, caracterizada por la confianza exagerada en uno mismo y en sus obras, unida a la falta de control de los propios impulsos, causando pasiones exageradas, sentimientos violentos y conduciendo inexorablemente a la fatalidad (Ate). Desesperada, intentó ahorcarse. Pero Atenea sintió lástima y la convirtió en araña, tejiendo eternamente su tela. No es Atenea quien la castiga, sino Némesis, encargada de sancionar la hybris, de restituir el orden cósmico natural donde cada uno ocupa su lugar. Atenea, en todo caso, suaviza el castigo. Pero Hybris, Ate y Némesis están siempre unidas, como eslabones de una cadena. Con este mito y muchos otros (Orestes, Prometeo, los hijos de Edipo…) los griegos nos explicaban que la ceguera moral que lleva al hombre a rebasar sus propios límites, la falta cometida, el castigo fatal de los dioses y la desgracia que acarrea dicho castigo son aspectos inseparables.
Todas las culturas llegaron a conclusiones parecidas, expresándolas en diversos mitos. Desear más que lo que el destino nos asigna es desmesura, Hybris, y Némesis nos devolverá al lugar que nos corresponde. La alteración de un orden previo considerado natural no es algo inofensivo, siempre pasa factura, y lo peor es que esta factura usualmente no la paga sólo el culpable, sino que la tragedia toca de paso a muchas más personas.

El caso de Aracne es ciertamente inusual, porque la hybris donde tiene su campo abonado es en el poder y la política. Siempre se ha sabido que el poder engendraba hybris, y que aquellos que tenían en su mano manejar la vida y la muerte de millones de personas estaban, tarde o temprano, destinados a “perder la cabeza” de un modo u otro. Alejados de la realidad, capaces de justificar la violencia o lo que hiciera falta, sordos a los consejos de los más sabios, convencidos de su infalibilidad. Pero vamos a peor.

Hoy día el concepto de Hybris no resulta políticamente correcto, por muchos motivos. Nuestros logros tecnológicos nos hacen olvidar la fragilidad de nuestra terrenalidad. En lugar de educar en una moral de la moderación y la mesura se ensalza la soberbia y la arrogancia, disfrazadas bajo nombres tan aparentemente inofensivos como autoestima. Se presenta la humildad y la modestia como algo risible y que nos puede estorbar en la consecución de nuestros deseos.

El resultado es que la hybris ya no afecta sólo a los políticos y gobernantes. Ya no se trata sólo del poder, sino también del dinero. Deportistas y artistas de todo género sepultados en montañas de billetes que, en un principio, ellos mismos no acaban de creer que sean para ellos. Hasta que terminan creyendo que merecen eso y mucho más.

Los innumerables realities de televisión y sus castings previos, que se han revelado como un lucrativo negocio, se han convertido en la mayor fuente de hybris de la historia, sin nada que envidiar a dinastías de megalomaníacos emperadores o a reuniones internacionales de vanidosos y mononeuronales presidentes de gobierno. Claro que, cuando llega Némesis y envía para su casa a un individuo que acaba de hacer el ridículo más espantoso con el mismo numerito con el que toda la familia le viene riendo la gracia desde que tiene cinco años, todavía tiene la arrogancia de ponerse delante de una cámara y espetar a los millones de espectadores a los que acaba de ofender con su torpeza y su falta de talento que “no es justo”. Ahí está el problema. Mientras que a un griego analfabeto nadie tenía que explicarle lo que era Hybris, Ate y Némesis, estas criaturas no lo entenderán nunca.

Pero hay negocio no sólo en quien tiene un mínimo talento, sino también en quien no tiene ninguno. Y estos pobres desgraciados son explotados sin escrúpulos en penosos espectáculos que son como aquellas exhibiciones de “monstruos de feria” que tan de moda estaban hace un siglo. Gente que sólo es capaz de emitir ruidos horrísonos y desafinados se presenta a concursos musicales; chicos y chicas feos, sin estilo, vulgares y ordinarios pretenden convertirse en iconos de belleza y elegancia; gente torpe, sin condiciones físicas y sin agilidad en concursos de baile… Petardas de toda clase y condición, que han hecho lo impensable y más para ser "famosos", se presentan como víctimas de una multitud de admiradores que no les permite llevar la vida tranquila de una persona anónima, pasando desapercibidos CUANDO LES CONVIENE..... Para qué seguir, si todos sabemos de lo que hablamos.


Pd: Esto me lleva a conectar con un interesante tema del arte español de primera fila. Se me acaba de ocurrir que mañana puede ser una bonita continuación.

2 comentarios:

  1. Telita. No tiene desperdicio. Me ha encantado!

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    1. Gracias, Concha, no es para tantp. El cariño de amiga te ciega un poco.

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