martes, 2 de junio de 2020

Política y deporte

La entrada de hoy de las largas y con muchos datos, así que poneos el cinturón de seguridad.

Los deportistas son involuntarios peones en manos de los políticos. Desde siempre. Desde los tiempos de las antiguas Olimpiadas. Cuando han querido liberar a los intereses del deporte de debajo de la bota de los políticos han tenido que hacerlo a escondidas, por sorpresa o pagando un precio muy alto, como se puede ver en los siguientes ejemplos.

Las buenas intenciones de Pierre de Coubertin intentando demostrar que era preferible que los hombres se enfrentaran en una pista deportiva a que lo hicieran en un campo de batalla duraron apenas unos años. Después de la Primera Guerra Mundial ya fue evidente que los acontecimientos deportivos eran utilizados tanto por los vencedores como por los vencidos (recochineo, propaganda, venganza…). Y el Mundial de fútbol de Italia de 1934 fue un buen ejemplo de la utilización del deporte por los políticos. Si alguien cree que las marrullerías, los maletines con dinero y las presiones políticas son cosas recientes en el deporte, se equivoca.

Para el Mundial de 1930 habían presentado su candidatura varios países europeos (Italia, Hungría, Países Bajos, España y Suecia) y Uruguay. Jules Rimet, presidente de la FIFA en esos años, estaba a favor de la elección de esta úlitma sede. Uruguay se encontraría a la fecha del Mundial celebrando el centenario de la Jura de la Constitución, había obtenido de forma consecutiva la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de 1924 y 1928, tenían planes para la construcción de un nuevo estadio y las autoridades del país se habían ofrecido para pagar los gastos de los participantes. Además, las consecuencias de la Primera Guerra Mundial todavía no habían desaparecido completamente en Europa, por lo que la preferencia por la realización en Uruguay serviría como una forma de alentar a la paz mundial.

Al ver que probablemente el torneo sería adjudicado al pequeño país del sur, los candidatos europeos declinaron su candidatura favoreciendo a Italia. Sin embargo, el discurso del delegado argentino Adrián Béccar Varela, promoviendo la candidatura de su país vecino, obligó a la retirada de la candidatura italiana. Así, Uruguay fue elegido unánimemente como sede del torneo y confirmado en el congreso de la FIFA de Barcelona, en 1929. Sin embargo, el rechazo continuo de la mayoría de los equipos de países europeos fue sorprendente. Estos argumentaron su ausencia debido a los altos costos que implicaba el viaje a través del Océano Atlántico y la fuerte crisis económica que había azotado en el último año. Ninguna respuesta de los equipos europeos fue satisfactoria antes de febrero, por lo cual los uruguayos ofrecieron solventar todos los gastos y compensar a los equipos de fútbol profesional por la ausencia de sus jugadores, pero la mayoría de los países europeos siguieron rechazando la invitación. La Asociación Uruguaya de Fútbol envió una carta de invitación a la Asociación de Fútbol de Inglaterra, pero su comité rechazó la propuesta el 18 de noviembre de 1929.

Dos meses antes del comienzo del torneo, ningún equipo europeo había confirmado su presencia. Finalmente sólo Francia, Bélgica, Yugoslavia y Rumania asistieron a la cita en Montevideo. Francia fue prácticamente obligada a asistir debido a la presión ejercida por Jules Rimet, aunque no acudieron ni la estrella del país, Manuel Anatol, ni el entrenador Gaston Barreau. Rimet también solicitó ayuda personalmente al Rey Carlos II de Rumania. El rey obligó a la participación de sus jugadores, los cuales fueron elegidos al azar personalmente por el rey en una empresa petrolera rumana. Los belgas, por su parte, participaron por la insistencia del vicepresidente de la FIFA, Rudolf Seedrayers (1).

El caso es que en 1934 los italianos deseaban venganza por haberse frustrado su intención de ser la sede del mundial de 1930. Mussolini se encargó personalmente de que Italia fuera el lugar elegido y tenía toda la intención de utilizarlo como propaganda de su régimen. Otro candidato era Suecia, pero retiró “misteriosamente” su candidatura, de modo que Italia se quedó sin rivales. Se comenta que los jugadores italianos estaban tan presionados que se les había amenazado con el fusilamiento si no ganaban el torneo. Aunque no hay certeza de este hecho, es cierto que los árbitros estaban tan coaccionados que su actuación determinó que muchos de ellos fueran suspendidos en sus países de origen.

Finalmente, los italianos ganaron la final a Checoslovaquia 2 a 1. Para que no se les olvidara lo que se esperaba de ellos, debajo de la camiseta azul de la selección llevaban la negra del partido fascista.

Dos años después, Hitler encontró en las Olimpiadas de 1936 la ocasión de demostrar al mundo la magnificencia del nazismo y encargó un elaborado programa propagandístico al ministro de propaganda Joseph Goebbels, quien a su vez encargó la puesta en escena a Albert Speer y la supervisión y filmación a la fotógrafa Leni Riefenstahl, que puso las bases de lo que serían las retransmisiones deportivas posteriores, hasta la actualidad.

Estados Unidos se planteó muy seriamente no acudir a los Juegos, pero finalmente lo hizo. Sin embargo, España boicoteó estos Juegos con su no participación. Había organizado como alternativa la Olimpiada Popular en Barcelona, pero fue suspendida por estallar la Guerra Civil el día antes de la inauguración.

De las Olimpiadas de 1936 a todos se nos ha quedado grabado el hecho de que Hitler se sintió afrentado por la consecución de cuatro medallas por parte del atleta negro norteamericano Jesse Owens.

Sin embargo esto es uno de tantos mitos que repetimos sin habernos asegurado de su autenticidad. En primer lugar, los Juegos fueron un gran triunfo para Alemania, con el primer puesto en el medallero (33 oros, 26 platas y 30 bronces) y las autoridades nazis quedaron muy satisfechas del desarrollo de la Olimpiada. En segundo lugar, es falsa la historia de que Hitler se negó a saludar a Jesse Owens. Según el protocolo, Hitler no debía felicitar en persona a nadie, pero se lo saltó haciéndolo con los dos primeros ganadores. Después de ellos no saludó a nadie más, ni siquiera a los alemanes. Owens confirmó en sus memorias que recibió una felicitación oficial por escrito del gobierno alemán.

Curiosamente, donde Owens fue objeto de humillación fue en su propio país. El presidente Roosevelt, cuando recibió a los olímpicos estadounidenses en la Casa Blanca, excluyó del grupo a Owens porque estaba en periodo electoral y no quería perder el voto de los estados del sur. Así se escribe la historia (2).

Sin embargo, en esa Olimpiada ocurrió algo que para el gran público ha pasado completamente desapercibido. Sólo los coreanos fueron conscientes del hecho.

En 1905 Corea fue convertida en protectorado de Japón, situación que duró hasta el final de la segunda guerra mundial. Cualquier manifestación contra esta ocupación era reprimida brutalmente por las fuerzas japonesas.

En el año 1914 en las cercanías de Pyongan, actual Corea del Norte, nació Sohn Kee-Chung. Pronto empezó a despuntar como un atleta sobresaliente, sobre todo en maratón. Entre 1933 y 1936 ganó 10 de los 13 en los que participó, incluyendo un record mundial (según los escasos registros de la época) en Tokyo en el año 1935. Obviamente se ganó a pulso su participación en las olimpiadas de Berlín.

No obstante, al ser Corea un protectorado no podía enviar delegación olímpica propia. Compitió bajo bandera japonesa y con el nombre de Kitei Son, versión de su nombre en japonés. Quedó primero en el maratón y su compañero de equipo, el también coreano Nam Sung-Yong, tercero.

Podium de la maraton
en las olimpiadas de Berlín
   Como gesto de protesta recibieron la medalla con la cabeza gacha para no mirar la bandera japonesa.

En Corea su acto fue toda una reivindicación nacionalista. El principal diario (Dong-a Ilbo) publicó la foto de los dos atletas cambiando la bandera japonesa de su camiseta por la coreana. Esto provocó la ira del gobierno japonés, que cerró el diario durante nueve meses. Además el gobierno nazi había decidido que el premio para el ganador del maratón, junto con la medalla, fuera un casco griego auténtico, encontrado en Olimpia por el arqueólogo alemán Ernst Curtius. Este regalo fue bloqueado por el entrenador japonés como castigo por su gesto reivindicativo… y el casco se quedó en el museo de Berlín. 

   50 años después, el casco fue finalmente otorgado a Sohn y actualmente se encuentra en el museo nacional de Corea.

Sohn se convirtió en figura nacional en Corea. Fue el encargado de entrar con la antorcha en el estadio olímpico en las olimpiadas de Seul (el abuelete que saluda como un loco en el vídeo). Murió en agosto del 2002 y es una de las personalidades más populares en la historia de Corea.

Yoy Tube no me deja poner aquí, por cuestión de derechos el vídeo de  Sohn Kee-Chung entrando en el estadio olímpico con un anciano  Sohn Kee-Chung con la antorcha olímpica en las olimpiadas de Seúl de 1,988. pero os dejo el enlace para que lo veais, Es emocionante. 







Mathias Sindelar
   Sin embargo, aunque tengamos que exculpar al nazismo del supuesto desprecio a Owens, podemos echarle encima, con toda la razón, la persecución y probablemente la muerte del jugador de fútbol austriaco Mathias Sindelar.

Sindelar nació en 1903, en una familia judía de Bohemia que emigró a Viena en busca de mejores condiciones de vida. Desde pequeño destacó en el fútbol y a los 15 años ya jugaba en el Herta de Viena. Pronto pasó a formar parte del Austria de Viena, al que llevaría a lograr tres Copas de Austria en sus tres primeras temporadas, y donde marcaría más de 600 goles. Se ganó el sobrenombre de "El Mozart del futbol".

Pero la gran fama de Sindelar llegó con la selección austriaca. Fue integrante del famoso Wunderteam (equipo maravilla), probablemente el mejor equipo de la década de los 30 y que en el Mundial de 1934 sólo pudo ser frenado por la intervención de Mussolini que provocó un escándalo arbitral. Junto con italiano Giuseppe Meazza y el húngaro György Sarosi eran considerados los mejores jugadores del mundo de la época. Pero además el austriaco fue uno de los primeros deportistas en recibir compensaciones económicas por anunciar relojes, ropa o comida. Fue, por decirlo de alguna forma, el primer futbolista mediático.

Pero si Austria era una de las mejores selecciones del momento, Alemania no era menos. Tercera clasificada en el Mundial de 1934, para el Mundial de Francia del 38 tenían el plan perfecto. La anexión de Austria obligaba a la desaparición de la selección austriaca y a la integración de sus jugadores en la alemana. La unión de ambos equipos tenía que resultar invencible. Cinco futbolistas titulares de la selección austriaca se integraron en la alemana, pero la clave estaba en Sindelar, la pieza básica para convertir a Alemania en la mejor selección de todas.

Pero a Sindelar la idea de jugar para el III Reich, que había asesinado a tantos conocidos suyos, judíos como él, y de realizar el saludo nazi antes de cada encuentro le repudiaba, así que nunca aceptó las “invitaciones” que recibía. Primero adujo una lesión de rodilla; después, consciente de que Herberger, el nuevo seleccionador alemán, era un técnico serio y preparado y no un nazi fanático, le solicitó educadamente que le dejara fuera de las convocatorias.

Pero al parecer eso nunca convenció a las autoridades germanas. Para celebrar la anexión austriaca a Alemania, el 3 de abril se disputó un partido amistoso entre ambas selecciones que suponía la despedida del equipo austriaco. Como no podía ser de otra forma, se trataba de un partido amañado de antemano y destinado a demostrar la superioridad germana. “Ganar un partido es más importante para la gente que capturar una ciudad del Este”, dijo Goebbels.

Sindelar ya comenzó mal. O no. Por aquellos años era tradición efectuar el saludo nazi antes de comenzar el partido, pero el austriaco se negó a ello, lo que irritó, y mucho, a los jerarcas nazis allí presentes. Durante la primera parte, la estrella austriaca se dedicó a torear a los defensas alemanes, pero cuando era evidente que estaba a punto de marcar, disparaba premeditadamente fuera, como le habían ordenado, para regresar, con cara de resignación, al trabajo de su equipo. Pero se cansó, y estalló. A los 70 minutos, y ante la sorpresa de todos, Sindelar marcó un gol. No contento con ello, celebró el tanto por todo lo alto: corrió y se situó frente al palco alemán para marcarse un baile que fue toda una ofensa y humillación para las autoridades presentes.

Después de aquel encuentro Matthias Sindelar, que se había convertido en un héroe para los austriacos pero en un peligroso elemento subversivo dentro del orden nazi, se vio obligado a esconderse y a vivir bajo muchísima presión por parte de la Gestapo, que pocos días después destrozó un bar de su propiedad como amenaza. El futbolista no aparecía, e incluso se dice que Hitler ofreció una recompensa económica a quien lo encontrara, y que fue un compañero del Wunderteam quien lo delató. El caso es que el 23 de enero de 1939 Sindelar fue encontrado muerto en su casa, tumbado en su cama junto a su reciente esposa, la joven italiana judía Camilla Castagnola.

Las causas nunca se han aclarado. Los informes oficiales de la época aseguran que la muerte se debió a un escape de gas, con lo que se presentó como un suicidio, nada descartable dada la situación insoportable en la que había pasado a vivir el austriaco, aunque llama la atención la celeridad con la que la Gestapo cerró y archivó el caso. Por lo menos, uno de los oficiales tuvo el detalle de asegurar que había sido un accidente, logrando de este modo que Sindelar recibiera una merecida despedida, pues hay que recordar que entonces quien había sido asesinado o se había suicidado no podía celebrar un funeral.

Pese a las prisas de la Gestapo, que querían una despedida rápida, casi clandestina, el día de su muerte el Austria de Viena, su club, recibió más de 15.000 telegramas de pésame, tantos que el correo de la ciudad se colapsó, y a su entierro acudieron más de 40.000 personas, que se enfrentaron a la amenazadora presencia de tropas nazis, temerosas de una rebelión de quienes habían acudido a la despedida de su ídolo.

Sin embargo, ya durante la época hubo quien incluso apuntaba a un crimen. Los bomberos que acudieron a su domicilio declararon que no habían notado olor a gas a su llegada, y que no había señales de fuga en la estufa. Incluso, en un reportaje de la BBC, un amigo del futbolista aseguró que hubo sobornos a los funcionarios para no comentar nada del caso y finiquitarlo lo antes posible.

En el vídeo siguiente, en dos partes, tomado de un documental del canal Historia, se cuenta todo esto con más detalles.

Como se comentó antes a propósito del tratamiento a Owens por parte de su propio país, los deportistas negros sufrieron en EEUU muchos años de desprecio y discriminación. Había ligas universitarias separadas para blancos y negros, y jugar un partido de baloncesto entre ellos se consideraba un delito. Por eso, el primero de estos partidos fue jugado a escondidas, y con gran riesgo para sus participantes.

Estamos en Durham, estado de Carolina del Norte. En 1944 la segunda guerra mundial estaba terminando, pero las leyes de segregación racial mantenían toda su vigencia. En el 44 y en Durham los negros se sentaban en la parte de detrás del autobús, no podían entrar en las tiendas del centro ni comer en restaurantes. Vivían en barrios separados. Ese mismo año un conductor de autobús le había pegado tres tiros a un militar negro por estar demasiado tiempo en la parte de delante del autobús y un jurado compuesto por 12 hombres blancos decidió exonerarlo de toda culpa, a pesar de que el militar falleció.

En esas circunstancias y en ese ambiente, el domingo 12 de marzo de 1944 a las 11 de la mañana salieron dos coches alquilados desde la Universidad de Duke (para blancos) al gimnasio de la Universidad para Negros de Carolina del Norte (actualmente se llama Universidad Central de Carolina del Norte). Ni la hora ni el día fueron elegidos al azar. Es domingo y a las 11 de la mañana todos están en la iglesia, incluida la policía. Por ese motivo nadie se fijó en los coches que aparcaron en la Universidad para negros. Una vez allí unos jóvenes blancos entran en el gimnasio y ocupan el vestuario de chicas. Se trata de los componentes del equipo de la Escuela Naval de Medicina de Duke. Un conjunto que estaba arrasando en diferentes ligas universitarias. En el otro vestuario esperaba el equipo de la Universidad para Negros, que ese año llevaba una racha de 19 victorias y 1 derrota.

Se contrató a un árbitro y a un juez de mesa, un periodista hizo de testigo, con la promesa (cumplida) de no mencionar nada… y nadie más. Las puertas se cerraron con llave y las cortinas se corrieron. Si llegaba a oídos de la policía que blancos y negros habían disputado un partido se hubiera considerado una vulneración de las leyes de segregación y podrían derivarse consecuencias laborales o incluso penales.

Los primeros minutos del partido estuvieron llenos de errores por ambos bandos. Algunos jugadores del equipo blanco no sabían contra quien iban a jugar, y los negros, educados en la segregación, evitaban mirar a un blanco a la cara. Superados los minutos de tanteo, y cuando se dieron cuenta que no eran más que universitarios jugando a baloncesto, el partido siguió como un normal partido amistoso. Ganaron los negros 88–44. Para quitar el mal sabor de la derrota  se decidió mezclar los equipos y jugar minipartidos de tres contra tres. Luego compartieron vestuarios y bebidas para celebrarlo. Es la primera constancia de un partido no segregado en el sur profundo y en una fecha tan temprana como 1944. Todavía faltaban años para casos famosos, como el incidente de Rosa Parks.

Durante mucho tiempo nadie, excepto los participantes, supo de la existencia de este partido, hasta que se realizó una entrevista para un artículo sobre el 50 aniversario de la liga de universidades negras a John McLendon. McLendon es toda una institución en el deporte estadounidense. Discípulo del inventor del baloncesto John Naismith, McLendon, negro con ascendencia de indio Delaware, fue el primero en introducir conceptos que siguen vigentes en el baloncesto actual como la transición rápida defensa ataque (en el baloncesto primitivo los jugadores iban pasándose la pelota en posiciones estáticas hasta encontrar posición de tiro), el primer entrenador en conseguir tres títulos nacionales seguidos, el primer negro en entrenar en una universidad de mayoría blanca y el primer negro en entrenar a un equipo en una liga profesional.

Cuando el entrevistador repasó todos los logros en los que había sido el primero, McLendon dejó caer, distraídamente, que también fue el primero en organizar un partido no segregado entre estudiantes universitarios, en el Sur y en el año 1944. La historia parecía interesante para desarrollarla, pero las primeras pesquisas no fueron muy prometedoras. No había constancia de ningún equipo llamado “Duke Navy Medical School” ni en los archivos de la universidad ni en los de la facultad de medicina. Eran tiempos de guerra y coexistían diferentes ligas. McLendon insistió. La historia era cierta, recordaba que se publicó una foto del equipo en la prensa de la época.

Se buscó en todos los diarios locales de los años 44 y 45. Nada, bueno, casi nada. En algunos ejemplares se registraban los resultados de los equipos locales y de vez en cuando aparecía un equipo denominado “School of Medicine”. Era un principio. Cogiendo las alineaciones del equipo publicadas en la prensa y comparándolas con los ficheros de antiguos alumnos de medicina se sacaron varios nombres que concordaban y se comenzarón a hacer llamadas de teléfono. La cuarta llamada fue para David Hubbell, cirujano torácico licenciado en Duke en el año 46. La pregunta fue directa: “¿Jugó usted un partido a puerta cerrada contra un equipo de jugadores negros en el año 1944?”, hubo una pausa, y luego un “si”. Hubbell no podía concretar la fecha, pero comentó que el que había insistido en jugar por la parte blanca fue Jack Burgess, un estudiante proveniente de Montana, donde no se practicaba la segregación. Burgess tampoco se acordaba de la fecha, pero si que le había contando la historia a su familia en una carta, y que conservaba las 226 cartas que había escrito a su familia durante los cuatro años que estudió en Duke. A través de una de esas cartas se pudo concretar la fecha: 12 de marzo de 1944.

No está muy claro como surgió la idea del partido, ni quien lanzó el reto. McLendon dijo que se lo propuso un estudiante de la Universidad para negros. Era muy goloso que dos equipos que arrasaban en sus respectivas ligas y solo estaban separados por pocos kilómetros se enfrentaran en una especie de supercopa. Ninguno de los jugadores se acordaba. La hipótesis más plausible es que la iniciativa surgiera a través de una reunión de oración semiclandestina en las que participaban blancos y negros en los locales de la YMCA, una organización cristiana muy popular en Estados Unidos.

   Años después, en las Olimpiadas de México de 1968, dos atletas negros quisieron rendir un homenaje a sus compañeros de raza discriminados durante tantos años. Ganadores de las medallas de oro y bronce en los 400 metros, Tommie Smith (que además estableció un record con su marca) y John Carlos, hicieron un gesto en el podium que recogieron todas las televisiones y cientos de fotógrafos. Una vez colocadas las medallas se pusieron un guante negro (3), levantaron la mano enguantada, agacharon la cabeza como Sohn Kee-Chung y así permanecieron mientras se izaban las banderas y sonaba el himno estadounidense.

Ambos atletas fueron expulsados de sus equipos como castigo, tuvieron que abandonar la villa olímpica y a su regreso fueron tratados como delincuentes, negándoselas el trabajo y todas las ventajas y privilegios de unos campeones olímpicos. Tommie Smith, el hombre que tenía más records mundiales que cualquier otra persona en el mundo (once), terminó lavando coches en un aparcamiento, de donde lo echaron porque nadie quería trabajar con él. Recibió amenazas de muerte, echaron a sus hermanos del colegio y les prohibieron competir. El acoso fue tal que la mujer de John Carlos, que había sido la que había comprado los guantes, se suicidó.

Peter Norman, el atleta australiano que compartió el podio, también sufrió las consecuencias porque se solidarizó con ellos en ese momento poniéndose una pegatina del Proyecto Olímpico por los Derechos Humanos. Por esa causa fue amonestado por el comité olímpico australiano, condenado al ostracismo por los medios de comunicación de su país y no fue seleccionado para las Olimpiadas de Munich (1972) a pesar de lograr tiempos sorprendentes de calificación en las pruebas de 100 y 200 metros



Bien, esto es ya tan largo que comprendo que haya gente que hace rato desistió de seguir leyendo. Por eso voy a cortar aquí, aunque tenía recogidos algunos casos más, sobre todo de futbolistas.

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(1) Datos tomados de Wikipedia. Recomiendo leer el relato de la final del Mundial de 1930 entre Argentina y Uruguay, porque realmente da la impresión de que se estaba librando una guerra entre los dos países. El árbitro, que no aceptó hasta pocas horas antes del partido, exigió tener un barco en el puerto dispuesto para salir desde una hora antes del final del partido, por si las moscas, y en Buenos Aires, ante la derrota argentina, la multitud intentó asaltar la embajada uruguaya y la policía tuvo que disparar contra los manifestantes.

(2) Los que llevéis algún tiempo leyendo este blog quizás recordéis la discusión que se formó en los comentarios a cuenta del post “Esos gestos efectistas e inútiles”. Una de las personas que me criticó, sacó para defenderse, la figura de Eleanor Roosevelt y unas palabras de ella que decían lo siguiente: “¿Dónde empiezan los derechos humanos? Pues en pequeños lugares, cerca de nosotros, en lugares tan próximos y tan pequeños que no aparecen en los mapas. Pero esos son los lugares que conforman el mundo de cada persona: el barrio en el que vive, la escuela o la universidad a la cual asiste, la fábrica, el campo o la oficina. Esos son los lugares en los que cada hombre, cada mujer, cada niña y cada niño buscan ser iguales ante la ley, en las oportunidades, y en la dignidad, sin discriminación. Si esos derechos no significan nada en esos lugares tampoco significan nada en ninguna parte. Sin una acción decidida de los ciudadanos para defender esos derechos a su alrededor, no se harán progresos en el resto del mundo”. Curiosamente podemos comprobar que la señora Roosevelt no predica con el ejemplo, pues contradice su propio discurso impidiendo que su marido hiciera en su propia casa una demostración tan descarada ante el mundo de desprecio a uno de los derechos fundamentales, con un gesto de discriminación por raza ante el temor a perder votos. Verdad es que el tiempo pone a todo el mundo en su lugar.

(3) Tenían un par de guantes para cada uno, pero se olvidaron un par en su alojamiento, por lo que tuvieron que compartir el otro. Por eso uno de ellos levanta el brazo izquierdo y el otro el derecho.

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