Una vez escribí un post titulado “Dar clase en un microondas”. Podría completarlo ahora con “Dar clase en una cámara frigorífica”, pero voy a ver si se me ocurre un título más original.
Mi instituto es de reciente construcción, es bonito y alegre, y está totalmente rodeado de campo. Es muy agradable asomarte a las ventanas y verte rodeada de pinos, y oir a los pajarillos. El único inconveniente que tiene es que los arquitectos deben pensar que en TODA Andalucía, durante TODO el año, hace una temperatura entre 20 y 25 grados.
Llevamos una semana dando clase en unas condiciones penosas, porque por la razón mencionada a nadie se le ocurre pensar que pueden hacer falta cosas como calefacción, por ejemplo. Estos días estamos entrando a las 8’15 con temperaturas entre 2 y 4 grados, y con una humedad de casi el 100%. Como excepción, estamos dejando a los alumnos conservar en clase puestos los gorros de lana, las prendas de abrigo y el guante de la mano que no utilizan para escribir. ¿Cómo podría negárselo si yo misma estoy dando clase con un body de manga larga, dos jerseys, un abrigo, calcetines y guantes de lana? Estoy haciendo cosas que nunca antes hice, como ponerme unos pantys debajo de los pantalones, o renunciar a levantarme de la mesa y escribir en la pizarra, por no separarme de la diminuta estufa que tengo a mi lado. A la mitad de las aulas no les da el sol jamás, a consecuencia de ni siquiera pensar en la orientación, a pesar de que el edificio no tiene ningún condicionamiento en esa circunstancia, por estar completamente aislado de otros edificios y no tener que estar alineado con una calle ni ocupando un espacio concreto.
Antes de ayer tenía clase con 3º C de 13’45 a 14’45. Tres alumnos se habían traído de casa una mantita de viaje para ponérsela, doblada en dos, sobre las piernas. Y claro, tuve que dejarles porque no tenía fuerza moral para obligarlos a guardarla. Ese día iba yo disfrazada de muñeco de Michelin, con un jersey grueso de cuello alto, un forro polar de los buenos, un plumífero y dobles calcetines con botas. Resultado: cada curso nos llevamos un par de meses helándonos de frío y tres meses jadeando de calor. Si alguien piensa que son las condiciones adecuadas para realizar un trabajo o un esfuerzo intelectual, le invito a acompañarme durante unas cuantas clases. Ignoro lo que ocurre en otras comunidades, pero en mi centro no hay calefacción ni aire acondicionado, y para colmo los materiales de construcción son de todo menos aislantes (el techo es de una especie de uralita). No quiero ni siquiera imaginar lo que deben pasar los miles de alumnos andaluces que dan clase en barracones prefabricados desde hace un montón de años. Y todo eso en la Andalucía de la “segunda modernización”, como dice nuestro ínclito cacique Manuel Chaves.
En resumen, que he adelantado un poco los carnavales y he vuelto, como en mis años mozos, a disfrazarme. Este año alternando cada día el traje de esquimal con el del muñeco de Michelin y el disfraz de oso pardo.
Por último, un ruego desesperado. Que a los arquitectos les incluyan en la carrera una asignatura sobre climatología y demás.

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