Una de mis compañeras de trabajo es I., la profesora de música. Su madre era maestra y daba clases de música en un colegio de primaria. La llevó al conservatorio tan pequeña que cuando acabó el primer curso no se pudo examinar porque no llegaba a la edad requerida para ello.
I. estuvo un montón de años en el conservatorio, hasta que terminó el bachillerato. Hace unos días me confesó que no tiene ni idea de lo que hubiera estudiado si su madre no la mete por el camino de la música pero, una vez ahí, escogió lo más fácil (y yo lo comprendo perfectamente). Con tantos años de conservatorio a sus espaldas, primero hizo Magisterio por la rama de música y luego la licenciatura en Musicología. Ya tenía la mayor parte del trabajo hecho.
A. también es compañero mío, y su mujer es la profesora de música en el colegio de primaria que tenemos al lado. Cuando su hija mayor era una enanilla, su madre la llevó al conservatorio y ahora, con 10 años, ya lleva varios años tocando un violoncelo que es más grande que ella y dedicándole varias tardes a la semana (tiene que ir a otra población cercana para estudiar en el conservatorio) y muchas horas de práctica en casa, además de las tareas del colegio.
Otro de mis compañeros, L., también está casado con una profesora de música, esta vez de instituto. Su hija E. es alumna mía desde hace tres cursos y también está en el conservatorio más o menos desde que estaba aprendiendo a leer. Este verano, después de sacar 2º de ESO con muy buenas notas, a pesar de las horas que le dedica al violín, en vez de descansar y divertirse se ha pasado gran parte del verano haciendo cursos y tocando con la Orquesta Joven de Andalucía.
Son muchas casualidades, ¿no? En los tres casos las niñas fueron llevadas al conservatorio por sus madres, profesoras de música, sin haberlo pedido, a una edad tan temprana que todavía no habían manifestado ningún interés especial por el tema. Es innegable que deben tener algún talento o alguna predisposición para la música, pero quizás también para otras cosas. Y nadie les ha dado la oportunidad de comprobar si les gustaba más el deporte, los idiomas o, simplemente, jugar con sus Barbies.
Sé de otros casos de niños llevados por sus padres al conservatorio que, en cuanto han cumplido una edad en torno a los 12 ó 13 años lo han dejado, porque estaban agotados de practicar durante horas después del colegio y la tarea, porque les apetecía más apuntarse a un equipo de fútbol o porque echaban de menos eso de tumbarse en el sofá a ver la tele.
Supongo que debe ser importante, en el caso de la música, empezar muy pronto, pero al mismo tiempo creo que es un inconveniente terrible, pues la mayoría de los niños empiezan empujados por los deseos de sus padres, y no por propia afición, cosa que no ocurre en otras carreras. Afortunadamente un médico no puede llevar a su hijo de 6 años a una academia para que le enseñen a hacer autopsias, ni un minero apuntar al suyo a la actividad extraescolar de picar carbón.
Me dan algo de pena las protagonistas de estos casos que conozco tan de cerca. Y me dan ganas de gritarles a los padres que sus hijos no nacieron para cumplir las expectativas de ellos, y que no les están dando la oportunidad de descubrir por sí mismas qué es lo que les gusta.
Nos quejamos de los padres que se desentienden de los hijos, pero parece que no hay un término medio.
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