domingo, 8 de septiembre de 2019

169. Barbie cursillista

Una de las características de nuestro trabajo de profesores es el secuestro de parte de nuestro tiempo libre (1) con el único propósito de que algunas personas que trabajan totalmente a su aire, sin el menor control sobre lo que hacen y cuándo lo hacen, puedan justificar su posición privilegiada organizando cursos, grupos de trabajo o jornadas que, ni interesan a nadie, ni sirven para nada.
No interesan ni sirven porque suelen tratar temas absolutamente alejados de la realidad y de las necesidades de aquellos a los que supuestamente van dirigidos. Las personas que los organizan/imparten suelen ser gente que hace lustros que no han visto a un chico de 14 años fuera de sus propios hijos o sobrinos, de forma que tienen una imagen completamente distorsionada de lo que es el trabajo en un aula. Por otra parte, es bastante corriente que no sean especialistas en la materia, que estén ahí como resultado de un nombramiento de tipo político, llevando a cabo un intercambio de favores entre amiguetes (“yo organizo un curso y te coloco en él como ponente, y dentro de unos meses tú haces lo mismo por mí”).


Poco a poco han ido adueñándose de nuestras tardes con reuniones de pura burocracia absurda (que parecen sacadas de una obra de Ionesco o de Beckett), u obligándonos a asistir varias tardes por semana durante cinco años a la Escuela de Idiomas, ya que a la hora de pedir traslado te encuentras con que muchas de las plazas que sacan son bilingües (2) y tienes que tener el título de inglés, francés o alemán para poder concursar.

Como si nos secuestran las pocas tardes que nos quedan aún para vivir (es decir, atender a las necesidades de nuestra casa, hacer compras, ocuparnos de los familiares que tenemos a nuestro cargo, etc.) podría arder Troya, pues de vez en cuando te secuestran un sábado, para una jornada de temática absurda o para impartir parte de un cursillo al que difícilmente te puedes negar, porque lo necesitas para cobrar tu próximo sexenio o porque sabes que de otra forma quedarás relegado a la cola de cualquier cosa. Ahora tiene más valor un cursillito de mierda que ser catedrático.

Y eso es lo que yo tuve ayer, un sábado secuestrado por la Administración. De forma que, al llegar al final de la semana deseando descansar, me encontré con que tenía que madrugar, pasar todo el día fuera de mi ciudad y no llegué a casa hasta la noche. Como ya soy perro viejo en estos temas, iba preparada. Con mi lector de libros electrónicos, que es más pequeño que una libreta y se camufla muy bien, llevaba lectura para desconectar y ponerme a leer una novela.

Pero no es para contar eso para lo que estoy escribiendo, sino para describir a un ejemplar que ya me parece un clásico de estos eventos: la Barbie cursillista (3).

Ocurre que en estas cosas siempre hay muchas más mujeres que hombres. Aparte de que en la enseñanza haya una proporción bastante más grande de profesoras que de profesores, sospecho que los hombres se escaquean con habilidad de estas cosas, y que conste que les alabo el gusto. Yo también lo hago cuando tengo oportunidad. Pero hay un tipo de mujeres que, lejos de intentar esquivar estas productivas reuniones, se unen a ellas locas de alegría. Observándolas durante años he llegado a algunas conclusiones:

– La Barbie cursillista prototípica es una madre de familia con varios hijos. Teniendo en cuenta que el sábado les toca hacer la compra gorda en el Mercadona, darle un repaso intensivo a la casa, aguantar a los niños dando por saco o, en su defecto, llevarlos a alguna parte para que se distraigan, exponen ante sus maridos la obligación inexcusable de asistir para endilgarles a ellos todas esas tareas, mientras ellas pasan el día con sus amigas encantadas de la vida. Las solteras, que pueden permitirse el lujo de salir el viernes de copas hasta las tantas, levantarse el sábado a las 10 o más, darse una vuelta de tiendas, etc…, no desperdician un sábado de esa forma a menos que las obliguen a punta de pistola.

– Aunque estén encantadas de pasar el día fuera de casa no quieren dar la impresión de que son unas malas esposas y madres, así que se pasan el día colgadas del móvil, llamando a casa un millón de veces para comprobar si el legítimo ha realizado todas las tareas, y para enterarse de las últimas ocurrencias de los nenes, a quienes llaman todo el tiempo “mi amor”. Mi amor, sí, pero cuanto más lejos mejor, por lo menos hoy.

– Como van a lo que van, acuden perfectamente arregladas: peluquería de la tarde anterior, con las mechas recién dadas, manicura perfecta y cuidado vestuario. Ojo, no son unas catetas que no saben como vestirse, así que no se pondrán como para ir a una boda, pero dentro del estilo “sport chic” puedes jurar que todo lo que llevan es de marca Burberry o similares. Y bisutería de la buena, por supuesto. Si puede ser, de Tous, y que se note a lo lejos que es de Tous.

– No hay nada que le guste más a una Barbie cursillista que llevar un cartapacio lleno de cuadernos. Pero tampoco caerán en la vulgaridad del cuaderno típico de cuadritos comprado por un euro en el bazar de los moros de la esquina. Irán a una papelería pija de diseño y se gastarán un pastizal en cuadernos y rotuladores chulos. En este tema he diferenciado hasta ahora dos subtipos: las de mentalidad infantiloide, que se compran un kit completo diseñado por Ágata Ruiz de la Prada (corazones y florecitas en colores chillones) y rotuladores hasta dorados y plateados, o las modernas que se compran cuadernos con hojas de papel de arroz, tapas de corcho o tapas duras con diseños basados en pinturas famosas y cosas por el estilo. Todo ello guardado en una cartera, bien de piel en plan pijo, bien supermoderna de esos materiales que desde hace unos años invadieron las papelerías. Toman apuntes como posesas, no porque les interese nada de lo que se está diciendo, no porque les sirva para algo, sino para que todo el mundo vea el material tan bonito que se han comprado.

– Cuando por fin la jornada, cursillo, reunión o lo que sea ha terminado, no tienen bastante. A la salida se dispersan en grupos de amigas y se van a tomar café. Cualquier cosa antes que volver a casa.

Podría decir que en las próximas ocasiones trataré de identificar otras especies dentro de este público cursillista pero, sinceramente, si está en mi mano no iré a otro más que a rastras y, una vez allí, intentaré sumergirme en mi lectura y olvidar dónde estoy pasando el sábado.
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(1) Por si aparece por aquí el clásico despistado o el clásico que, conociendo la verdad, se la calla y critica, comentaré que a aquellos que piensen que tenemos demasiado tiempo libre les aclaro dos cosas:
– cuando llegamos a casa seguimos trabajando: corrigiendo exámenes y cuadernos, preparando clases, buscando textos para comentar, o lo que sea. Parecen tonterías pero te llevan muchas horas.
– ese “exceso de tiempo libre”, o esa idea de la mayoría de la gente de que tenemos el privilegio de muchas más vacaciones que el resto de los trabajadores, LO PAGAMOS NOSOTROS. Es decir, que mi sueldo me lo pagan en parte en dinero y en parte en días no laborables. Por eso cobramos menos que cualquier otro funcionario de nuestro mismo nivel. Y además esas vacaciones no podemos cogerlas cuando queramos, sino que nos vienen impuestas de antemano. Si alguien está dispuesto a que le reduzcan un porcentaje nada despreciable de su sueldo a cambio de tener vacaciones en unos días que a lo mejor no son los que tú hubieras elegido, pues ya sabe a qué tiene que dedicarse.

(2) Es de risa floja imaginarse que si a los alumnos ya les cuesta enterarse de las explicaciones si te sales de un vocabulario de 200 palabras, se van a enterar si les explicas Biología, Historia o Matemáticas en inglés. Hasta ese punto de imbecilidad han llegado los que manejan la educación. Que digo yo que podrían primero concentrarse en que el presidente del gobierno y todos los ministros dominaran un par de idiomas, ¿no?

(3) Que conste que todas las mujeres que asisten no pertenecen al mismo prototipo. Estoy describiendo sólo uno de ellos.

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