No es un fenómeno nuevo, aunque no podría decir exactamente cuando empezó. Supongo que, como tantas otras cosas comenzaría imperceptiblemente y fue en aumento.
Mis alumnos tienen casi todos entre 12 y 15 años, aunque hay unos cuantos con un año o dos más, por haber repetido alguna vez. Lo lógico sería que estuvieran los chicos pendientes de las chicas y viceversa. Pero ocurre justo lo contrario: los niños con los niños y las niñas con las niñas.
Y no sólo porque siempre que puedan hagan grupos por sexos (para deporte, para jugar o para lo que sea), que si les dejas elegir su lugar en el aula a su albedrío verás a todos los niños en un lado y a todas las niñas en otro, sino porque mientras los chicos no miran otra cosa que no sea un balón de fútbol, las niñas están constantemente, incluso en clase, cogidas de las manos, haciéndose cosquillitas, acariciando el pelo a la que está delante o haciéndole trenzas, y abrazándose y dándose besos a la más mínima excusa. Tienen sus agendas escolares llenas de páginas y páginas dedicadas a primorosísimos rótulos con los nombres de sus amigas, que les han costado horas y horas de pintar con rotuladores, purpurinas y otros sofisticados elementos los mencionados nombres rodeados de corazones. Se escriben cartitas con dibujitos, corazones y demás, como si se tratara de la pareja de novios más empalagosa del mundo.
Hace unos días, en mi instituto, se celebró san Valentín como un medio para que los de 4º de ESO reunieran dinero para el viaje de fin de curso. Los alumnos podían enviarse unos a otros flores de verdad, flores de caramelo, adornitos en forma de corazón, ositos de peluche de los que cuando le aprietas la barriga dice “te quiero” y cosas de esas. Bueno, pues contra lo que se podría creer, un 90% de los envíos fue entre chicas. Una niña, que yo sepa, recibió más de sesenta cartas de otras chicas de su edad, donde se juraban cariño eterno entre corazones de purpurina y flores pintadas sobre cartulinas de colores, formando algunas sofisticadísimas tarjetas. Otras se gastaron un pastón en enviar claveles a montones de amigas.
Mientras tanto, los chicos, sin comerse un colín. Ni tarjetas, ni flores, ni caramelos, ni nada.
Yo cada vez entiendo menos. Cuando yo tenía esa edad, estábamos en colegios separados. Y nos faltaba tiempo para reunirnos con los niños del colegio de al lado al salir de clase. Y, por supuesto, no gastábamos un duro ni un minuto de tiempo en dibujar tarjetas floreadas llenas de corazones a nuestras compañeras de clase.
Lo dicho: cada vez entiendo menos.
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