domingo, 1 de septiembre de 2019

70. Una semana en el paraiso

En los años 60 muchos pueblos españoles quedaron abandonados, o casi. Algunos por la marcha espontánea de sus habitantes a lugares con mejores perspectivas de futuro. Otros porque fueron expropiados por la construcción de embalses, carreteras y demás. Durante décadas, esos lugares fueron pueblos-fantasma, y algunos todavía lo son. Otros comenzaron a revivir de nuevo cuando se empezó a poner de moda el turismo rural.

En los años 80 el Ministerio de Educación y Ciencia pensó que a algunos de esos pueblos se les podía sacar un aprovechamiento educativo y, mediante un convenio con el Ministerio de Obras Públicas (propietario de los mismos), eligió tres de ellos para establecer un proyecto llamado “Programa de Recuperación y Utilización Educativa de Pueblos Abandonados”. Estos tres pueblos son Búbal (Huesca), Umbralejo (Guadalajara) y Granadilla (Cáceres).


Granadilla fue expropiado a raíz de la construcción del embalse Gabriel y Galán. El pueblo quedó intacto, casi totalmente rodeado por el embalse, pero todas las tierras de labor del pueblo quedaron bajo las aguas, y así no era posible vivir allí en aquellos tiempos. Sus habitantes, con lo que habían cobrado por sus tierras y casas, marcharon a diversos lugares. Algunos se trasladaron al pueblo más cercano, Zarza de Granadilla, a 11 kilómetros. Otros aprovecharon para cambiar de vida y se trasladaron a capitales importantes en busca de una vida menos dura.

Desde 1984 Granadilla, como los otros dos pueblos, está dedicado a una experiencia singular. Cada domingo recibe a tres grupos de escolares de veinticinco alumnos cada uno, acompañados por dos profesores, procedentes de cualquier punto de España. Allí, diez y nueve personas se ocupan de organizar toda clase de actividades para los alumnos y cuidarnos con todo cariño. Los objetivos de este programa son varios: que los alumnos aprendan cómo se vivía en la España rural de los años 60, con las labores agrícolas y ganaderas típicas de cada época; inculcar a los alumnos hábitos de vida saludable; enseñarles como pueden, desde sus vidas normales y corrientes, ayudar a la conservación del medio ambiente mediante el aprovechamiento de recursos y la reutilización de todo tipo de materiales; y mostrarles otras posibilidades de ocio que no dependan de una televisión, un ordenador, un teléfono móvil o un videojuego.

Además, cada grupo desarrolla un proyecto concebido por los profesores que los acompañan, y que nos dé la oportunidad de enseñar cosas que no se pueden hacer dentro de un aula. Precisamente es ese proyecto el que decide la participación del grupo en cuestión. Los proyectos enviados se puntúan, y es esa puntuación la que decide qué institutos participarán. Y además los alumnos van totalmente becados por el Ministerio.

Esta es ya mi quinta vez. Y me marcho para allá con tantas ganas o más que cuando fue la primera. Voy con un grupito de veinticinco alumnos de 3º de ESO escogidos por mí, no en función de sus notas, sino como una especie de premio a los alumnos más esforzados, trabajadores, responsables, cumplidores con las normas y buenos compañeros. En resumen, un grupo delicioso, con el que iría al fin del mundo. Después de una semana vuelvo muerta de cansancio, pero merece la pena ver cómo disfrutan.

El lugar es precioso, un pequeño pueblo construido dentro de un castillo, con su muralla completa y su gran torreón. En toda la semana no salimos de allí, ni falta que nos hace. Y se hace muy corto, puedo asegurarlo. Vivimos en las casas del pueblo; un pueblo al que, cuando estaba habitado, nunca llegó la luz eléctrica. Hoy contamos con algunas comodidades. Tenemos luz y agua caliente gracias a paneles de energía solar y las casas fueron restauradas y dotadas de cuartos de baño sencillos, pero modernos.

Y lo más curioso de todo es que la despedida de los tres grupos siempre es idéntica y parece una tragedia griega: todos llorando, abrazados a los demás. Y eso que seis días antes no se conocían. También resulta asombroso para ellos cuando, en el viaje de vuelta en autobús, les recuerdo que llevan una semana sin ver la televisión, sin acercarse a un ordenador ni jugar con la videoconsola. Y se quedan con la boca abierta porque hasta entonces no habían caído en la cuenta.

Pues mañana domingo, a las 11 de la mañana, salimos hacia Granadilla. Volveremos el sábado 19 por la tarde. Es posible que desde allí no tenga muchas oportunidades de conectarme, de leer vuestros blogs, de dejaros comentarios. Pero espero volver con muchas anécdotas para contaros.

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