Decía Jérôme Carcopino, al comenzar un capítulo de su obra “La vida cotidiana en Roma en el apogeo del Imperio”, “el hábito de las lecturas públicas, preocupación obsesiva y eterna labor de los romanos cultivados, es tan ajeno a nuestras costumbres que requiere una breve explicación”. Se nota que Carcopino escribía esto en 1939, porque si hubiera vivido en nuestra época no lo hubiera considerado, algo “tan ajeno a nuestras costumbres”.
Organizar lecturas públicas se convirtió en una verdadera adicción para los romanos, no sólo para los escritores pobres o principiantes (que veían un medio de dar a conocer su obra), sino para todo aquel con ínfulas de orador, historiador o poeta, fuese cual fuese su ocupación. Según Carcopino, llego a haber tantos escritores como público. La gente asistía por compromiso, por cuestiones políticas, o simplemente porque le pagaban por hacerlo, pero durante aquellas larguísimas sesiones, que a veces duraban más de un día, desconectaban inmediatamente, limitándose a fingir atención.
Mientras leía a Carcopino pensé que hemos vuelto a caer en el mismo vicio que los romanos, y que los blogs son el equivalente de aquellas lecturas públicas, con las ventajas de la brevedad y de que no hemos de alquilar una sala ni reservar un espacio en nuestras casas para ello. Las facilidades que disfrutamos ahora tienen el peligro de que cualquiera de nosotros comience a creerse un literato porque es capaz de hilar cuatro frases, y porque siempre hay quien, por amistad o por que escribe peor que nosotros, nos halaga desmesuradamente.
Espero que no tenga sobre la literatura el mismo efecto nefasto que tuvo en aquella época.
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