sábado, 31 de agosto de 2019

50. Cuando el divulgador no divulga, sino falsea

Tengo algunos personajes históricos favoritos, como Alejandro Magno o Guillermo el Conquistador. El hecho de que sean mis favoritos no quiere decir que los encuentre perfectos. En este tipo de personas todo tiende a ser grande, tanto las virtudes como los defectos. Pero como sería una estupidez juzgar su comportamiento según nuestra mentalidad de hoy, ignorando las circunstancias en las que vivieron y cómo fueron educados, siempre he procurado no caer en ese error. Quizás por eso soy capaz de tenerles simpatía. Queda claro, sin embargo, que no soportaría a una persona que en estos tiempos se comportara igual.

Guillermo era hijo bastardo de Roberto, duque de Normandía. Su madre, Arlette, era una villana, hija de un curtidor. Roberto murió cuando su hijo era un niño y, aunque los nobles habían jurado fidelidad a Guillermo como sucesor, cuando su padre murió sus supuestos vasallos intentaron repetidamente hacerlo desaparecer. Varios de sus tutores fueron asesinados, sufrió algunos intentos de secuestro y escapó varias veces de la muerte por los pelos.

Guillermo, como todos, tenía sus manías. Podías haber intentado asesinarlo y, sin embargo, ser perdonado sinceramente. Pero si le echabas en cara que era bastardo, inmediatamente sacabas lo peor de él. No le importaba ser bastardo, porque su abuelo paterno y otros grandes antepasados suyos lo habían sido, pero no soportaba que se lo llamasen como insulto o como burla. Cuando sitiaba la ciudad de Alençon, que se había levantado contra él, los ciudadanos tuvieron la desafortunada idea de colgar unos cueros de las murallas y golpearlos con sus lanzas, imitando los movimientos de un curtidor, para recordarle su ascendencia materna. Guillermo prometió entonces que cuando entrara en la ciudad les daría un escarmiento que no olvidarían y, efectivamente, hizo una masacre, mandando cortar pies y manos, lo que no hizo en otras ciudades conquistadas. Llamar bastardo a Guillermo era como agitar un trapo rojo delante de los ojos de un toro, la peor de las provocaciones. Y Guillermo siempre caía en este tipo de provocación. Podía responder en el momento y con un estallido de furia, o bien más adelante y con frialdad, pero nunca olvidaba esa ofensa.

Lo mismo que a Guillermo no le importaba el hecho en sí de ser bastardo, sino el que se usase como una burla o descalificación, yo puedo admitir que cada uno se autoengañe con lo que quiera, pero me fastidia muchísimo que transmita a los demás información o conocimientos falsos.



Todo esto viene a cuento porque desde hacía tiempo venía oyendo supuestas maravillas de un programa de radio que, por su horario (de 1 a 4 de la madrugada), nunca había podido oir. Sus seguidores son tan desorbitados en sus alabanzas, sin admitir a cambio la más mínima crítica, que a mí me recordaba un poco a una secta. Y como toda secta tenía su gurú. Y digo tenía porque, desgraciadamente, esa persona murió hace poco de forma inesperada. Se trata del programa “La rosa de los vientos” y de Juan Antonio Cebrián.

A juzgar por los comentarios, el programa era como el santuario inviolado de la Historia. Sabiendo que uno de los principales colaboradores del espacio era Bruno Cardeñosa, yo veía bastante improbable la excelencia de dicho programa, porque el tal Cardeñosa es uno de los principales propagadores de supercherías de España. Pero había suspendido mi juicio sobre el asunto hasta poder comprobarlo por mí misma. La muerte de Cebrián el 20 de octubre suscitó entre sus seguidores una catarata de manifestaciones exageradísimas. Frases como “hoy termina una época de mi vida”, “en este estado de shock absoluto, sólo acierto a decir que se ha marchado algo más que un locutor, se ha marchado un chamán”, “la vida no puede ser tan injusta, no puede ser tan dura”, “estoy destrozado, es como si se hubiera muerto un amigo, alguien de la familia”, “nunca tantos hemos debido tanto a una sola persona”, “sólo tú sabías transmitir conocimientos, alegría y amor de una forma tan magnífica e inigualable” o “tu innata habilidad como maestro y mentor, fábrica de adictos a la historia, fuente de sabiduría, sapiencia y amor”, nos permitirán hacernos una ligera idea de las pasiones que despertaba en sus oyentes.

Encontrándome ya de vacaciones, me acordé de mi propósito de comprobar hasta qué punto estaba justificado aquel casi fanatismo. Me descargué seis programas: los dos últimos que hizo, los dos siguientes a la semana de su muerte y los dos últimos. Y también, aprovechando mi paso por la biblioteca pública, eché un vistazo a alguno de sus libros. Después de haber oído 16 horas de radio, tengo que decir lo siguiente: Estoy segura de que Juan Antonio Cebrián sería una excelente persona, un maravilloso amigo, un magnífico marido y padre, un sobresaliente profesional de la radio. Pero desde el punto de vista de la historia era un timo.

Nada más empezar a oir los programas, en los primeros segundos del correspondiente al 14 de octubre, al enumerar los temas de los que iba a tratar ese día, dos pequeñas pinceladas me anunciaron que la cosa pintaba mal. Por un lado, se anunció que en la sección dedicada a la Historia se iba a hablar de los templarios (Uff, cómo no) y, por otro, se anunció una conexión en directo con “uno de esos lugares de poder”. La expresión ya me puso los pelos de punta y me confirmó muchas cosas, porque es la que usan los misteriólogos, no para referirse a los lugares donde están o actúan las personas más poderosas del mundo, sino a esos lugares que, supuestamente y sin que se aporte ninguna prueba de ningún tipo, concentran una serie de energías telúricas y sobrenaturales que ocasiona que en estos lugares ocurran muchos prodigios, aunque tampoco se especifica ni uno sólo de esos prodigios. En este caso se trataba del pequeño pueblo de Albarracín, de mil y pico de habitantes y que, como todo el mundo sabe (léase con tono irónico), es un lugar donde ocurren portentos sin número que sólo se explican cuando uno posee extensos conocimientos de esoterismo y fenómenos paranormales.

Hablando de los templarios, sin que le temblara la voz, Cebrián fue capaz de decir que en el apresamiento y ejecución de los principales líderes templarios por parte del rey de Francia a principios del siglo XIV estaba la causa de la revolución francesa, 475 años después, nada menos. También sugirió que la abundancia de plata de que disfrutaban se debía a que en el siglo XII habían llegado a América. ¡Ahí queda eso! Por supuesto, eso implicaba que no sólo habían tenido que llegar a América, sino conquistar una parte de Sudamérica (Perú, fundamentalmente), controlar ininterrumpidamente durante bastante tiempo las minas de plata y a la población que trabajase en ellas y organizar un tráfico constante de naves, y todo ello sin que nadie más se percatase. ¿Pruebas? Ninguna, sólo el hecho tan sospechoso de que el principal puerto de los templarios estuviera en la costa atlántica de Francia. En resumen, las mismas paparruchas que sueltan habitualmente los indocumentados que ven un misterio o una conspiración detrás de todo aquello que ignoran, que es casi todo. Los que viven “del misterio”. Y de la ignorancia de sus oyentes, añadiría yo.

Escuché después cuatro programas realizados tras su muerte, y todo sigue en la misma línea. Cosa muy normal si se tiene en cuenta que es su viuda la que dirige ahora el programa. En esta ocasión pude paliar mi ignorancia con datos como que el mago de Isabel I de Inglaterra es uno de los personajes más importantes de toda la Historia, y que Gran Armada fracasó porque este mago estaba empleando sus artes en dicha ocasión. Ay, Dios mío, qué pena de dinero gastado en mi educación. En vez de matrículas universitarias, libros y Colegio Mayor todo se podía haber solucionado con comprar unas pilas para la radio.

Hay cierto reparo en criticar a una persona que se haya muerto, sobre todo si el óbito es reciente. Pero ocurre que yo, además de licenciada en Historia, soy historiadora. Se suelen igualar ambos conceptos dero no es lo mismo Es decir, que he pasado mucho tiempo en archivos, con un montón de fichas en blanco al principio, con ordenadores portátiles después, para conseguir después de muuuuuchas horas, un pequeño dato, que unido a otro, y a otro y a otro, me ha permitido reconstruir una pequeña parcelita de la Historia que era inédita hasta ese momento. Después he trabajado en darle una buena redacción, en añadir sus correspondientes notas, bibliografía y todo ese trabajo tan ingrato. Al final, todo eso se ha plasmado en una tesis de licenciatura que obtuvo la calificación de “sobresaliente por unanimidad”, en comunicaciones a congresos, artículos en revistas especializadas, capítulos propios en libros de autoría colectiva y, por fin, una obra de mi autoría exclusiva (que espero no sea la última). Desde luego es muy poco al lado de lo logrado por otras personas. No soy tan famosa como un locutor de radio, ni tengo seguidores que llorarán cuando me muera. Pero a pesar de la poca importancia de lo que he realizado, me basta para saber valorar el trabajo de un historiador, que no es un señor que publica como churros haciendo refritos de datos auténticos con zarandajas esotéricas.

Muchos de sus seguidores han dejado escrito en foros y demás que odiaban la Historia hasta que empezaron a escuchar a Cebrián. Me lo creo, y además estoy segura de que siguen haciéndolo, porque lo de Cebrián no era Historia, porque Cebrián era otro de esos vendedores de misterios, sólo que disimulado bajo un disfraz de “divulgador de la Historia”. Disfraz que sólo engaña al que es lo suficientemente ignorante como para ser engañado.

Guillermo el Conquistador, duque de Normandía, rey de Inglaterra, le daba la del pulpo al que usaba su bastardía como insulto o burla. Yo pongo en su sitio, aunque sea dentro de los límites de mi nodesto blog, al que trivializa y rebaja la Historia y el trabajo del historiador.

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