sábado, 31 de agosto de 2019

49. Se llama horror

El último sábado por la noche, con todos mis exámenes corregidos y las notas pasadas al cuaderno, sin conexión a internet desde hacía 48 horas, me dispuse a leer tranquilamente hasta la hora de acostarme. Mi madre me pidió que me sentara con ella en el cuarto de estar y aunque sabía que, a causa del sonido de la televisión, me iba a ser imposible concentrarme lo suficiente como para leer algo mínimamente complicado, me dio pena dejarla sola en una noche en la que no tenía necesidad de acostarme pronto. Así que asumí la idea de no poder continuar con el libro que tenía a medias (que requería cierta concentración) y cogí una novela intrascendente para pasar el rato.

Mi madre hacía un poco de zapping por todas las cadenas (y tenemos un montón), y debió quedar impactada por alguna imagen, porque paró en Canal Sur, que es una de las dos cadenas públicas andaluzas. Cadenas que, en todos estos años, no han producido ni un solo programa que me haya despertado el más mínimo interés. Las series de producción propia tienen un aire de teatrillo de fin de curso con actores desconocidos de cuarta o quinta fila, ya que es obligatorio hacer ostentación de un cerrado acento andaluz. Los programas musicales huelen a rancio. Los magacines suelen estar centrados todos en la tercera edad, que es un público muy poco exigente y sale muy barato. Los programas culturales parece que tienen que tratar obligatoriamente de “cultura andaluza”, es decir, romerías y ferias mayoritariamente. En fin, un desastre que subvencionamos los andaluces con nuestros impuestos con una esplendidez que no corre pareja al nivel económico de la comunidad.

   La imagen que había captado la atención de mi madre era la de una chica ataviada con un traje imposible de describir, y con una serie de cosas colocadas en la cabeza que hasta dolía el cuero cabelludo sólo de mirarla. Se trataba de un programa titulado “Se llama copla“, donde diez concursantes hacen una especie de “Operación Triunfo de la copla” en plan cutre, pueblerino, directamente venido desde la España profunda. Una vez más se insiste en todos los estereotipos y tópicos habituales, pero con el agravante de que parten de la televisión oficial andaluza, con el espaldarazo del gobierno andaluz, ese que insiste en que Andalucía está en la “segunda modernización”. Supongo que si contamos con que la primera modernización fuera el descubrimiento del fuego, sí podríamos decir que “Se llama copla” corresponde a la segunda modernización.

Canciones de los años 40, que mi madre de repente recordaba que se oían en la radio de la posguerra, y que habían estado olvidadas desde los años 50; chicas con menos de veinticinco años que aparentaban más cuarenta, con toda la envergadura de matronas romanas; un tipo muy afeminado que, a pesar de que se le habían escapado hasta gallos, recibió la opinión desfavorable del jurado con gestos de virgen ultrajada… Y lágrimas, muchas lágrimas. Lloraban los concursantes mientras cantaban, metidos en la piel de los personajes de las canciones; seguían llorando después de acabar, tan emocionados que les costaba volver a la realidad; lloraban los novios y las novias de los concursantes, convencidos de estar oyendo a prodigios de la naturaleza; lloraba el mariquituso cada vez que puntuaban a uno de sus rivales porque iba el último. De todos estos llantos, los que de verdad me extrañaban eran los de los concursantes, que se sentían como los protagonistas de sus canciones. ¿Cómo podía llorar el mariquituso a causa de la muerte de Carmen Amaya, a quien él nunca vio bailar porque murió años antes de que él naciera? ¿Cómo es posible que una chica de veinticinco años se identifique hoy día con la mujer que cría entre miserias y vergüenzas a los hijos habidos con el señorito de buena familia, resignada a ser la vilipendiada madre soltera, y lo manifieste entre sollozos entrecortados ya acabada la actuación? ¿Cómo puede un estudiante de bachillerato de diez y ocho años estar al borde del ataque de ansiedad porque lo está oyendo cantar una hija de Manolo Caracol? ¿Acaso han conseguido reunir en un estudio a los pocos seres extraños que quedan, o es que eso es lo normal en Andalucía?



Mención aparte merece el apartado vestuario, que era la apoteosis del mal gusto. Los vestidos de las chicas eran el ejemplo perfecto del “horror vacui”, tan recargados como una yesería barroca. Flecos sobre volantes, bordados sobre estampados, flores de colores imposibles y del tamaño de una lechuga mediana, colocadas en la cabeza en sitios rarísimos, como si hubieran caído por accidente desde un balcón. Peinetas de formas extrañas puestas de través, de forma que no cumplían la finalidad que se le supone a una peineta, que es la de recoger el pelo. Estaban sólo para que quedara claro que en bisutería no había escatimado la producción del programa. Pendientes de un palmo que ni siquiera llegaban a caer verticalmente, porque chocaban con volantes tiesos, de telas sintéticas y brillantonas, que llegaban más arriba de las orejas. Parecía que llevaban encima el muestrario completo de una mercería antigua.

Y qué decir de los guiones de la presentadora o de los comentarios del jurado. Ahí se concentraba toda la perversa filosofía del programa, entre indisimulado fundamentalismo andaluz. Una vez más se nos propone una Andalucía de castañuela y volante como reserva espiritual de España, único reducto donde los veinteañeros se identifican con “la maté porque era mía” o “soy la otra, la otra”.

“Se llama copla”, en su abyecta cutrez, está al mismo nivel que el público andaluz, que lo premia con audiencias del 40% en el “prime time” del sábado. Y el público colabora entusiasmado con el poder político, entrando voluntariamente en el caminito tantas veces marcado de la sobrevaloración de lo emocional, del menosprecio del mérito. El jurado comentó con extrañeza que no se explica como, programa tras programa, el público salva con sus votos al sarasa desentonado, mientras que le niega el pan y la sal a las dos chicas que mejor cantan. Sólo falta que una concursante, en plan Carmen la Cigarrera, se saque la navaja de la liga para cortarle el paso a esa rival que le puede privar de su “sueño”.

Yo, por mi parte, estoy deseando que Chaves anuncie a bombo y platillo la “tercera modernización de Andalucía”, a ver si de una vez inventamos la imprenta.

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