viernes, 30 de agosto de 2019

35. Reflexiones de una anciana

Hace tres o cuatro días, en una perfumería, en la sección donde se encuentran los cosméticos de las marcas más caras, mientras busco algo en una estantería, oigo una conversación entre la dependienta y una chica.

Lo que estoy oyendo me llama la atención y las miro. La chica es muy joven, 18 ó 19 años. Y por su estilo, vestuario y forma de hablar parece… no sé cómo decirlo… un poco barriobajera. El que una chica con ese estilo y, sobre todo, tan joven, se gaste tanto dinero en una crema me extraña bastante, no es lo normal (estamos hablando de cremas de 100 euros un botecito de 50 ml.). Yo, por lo menos, con esa edad apenas tenía dinero para una barra de labios normalita. La dependienta le está diciendo que esa crema no es para ella, que todavía no la necesita. Hasta ahí, normal, con esa edad… Pero continúa diciendo que le vendrá bien cuando tenga 24 ó 25 años, cuando ya sea el momento de preocuparse. En ese instante es cuando ya me quedo patidifusa.

¡Dios mío! ¡Si resulta que a los 24 años una ya tiene que estar preocupada por la piel! Haciendo cuentas, a mis 46 debería sentirme entonces ya desahuciada por la vida. Aunque, pensándolo bien, eso explicaría otras cosas. Ya que la juventud se acaba ahora tan pronto, a lo mejor es por eso por lo que empieza muchos años antes, para compensar. Ahora comprendo por qué las niñas de 10 ó 12 años se visten (y son vestidas por las madres, que es lo peor) como si tuvieran 30.

Nunca pensé que a mi edad estaría hablando como una abuelita. Claro que si multiplicamos mis años por 2 (que es lo que al parecer están haciendo las niñas y las jovencitas), salen 92. Entonces sí, me corresponde ir de abuelita por la vida. En cuanto me crezca un poco el pelo, me hago un moño. Lo malo es que las horquillas son una lata; cuando no se clavan, es porque están flojas y se caen. En fin, inconvenientes de la edad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario