sábado, 31 de agosto de 2019

54. Adrenalina

Han suspendido el rally Lisboa-Dakar. Mientras me dispongo a leer la noticia, me digo que por fín hay alguien con sentido común en esa pandilla de pijos descerebrados. Sólo me queda averiguar quién ha sido.

Pues no, no han sido los participantes, que al fin y al cabo llevan incrustada en las meninges la idea de que la vida sólo merece la pena si pones todo de tu parte para tener el 95% de posibilidades de acabarla bruscamente antes de lo normal. Por el contrario, todos declaran estar muy entristecidos por la decisión. Ahora, para paliar el aburrimiento y la insufrible monotonía que les amenaza durante todo el año, van a tener que subirse a un campanario de un pueblo de la España profunda y tirarse de cabeza mientras los mozos del pueblo intentan acertarles con sus escopetas de caza.

Tampoco ha sido la organización, cansada de críticas o simplemente preocupada por la posibilidad de que los participantes corran un riesgo extremo. Han sido las aseguradoras. El peligro de atentado terrorista es tan alto que sería un mal negocio. Al final no ha sido el sentido común, sino el dinero, el que ha dejado en casa a todos esos “héroes”.

Y es que eso del sentido común no podía ser, ¡cómo se me había ocurrido! Si nos vamos en masa al Caribe en plena época de huracanes, para después poner como chupa de dómine a las agencias que nos vendieron el viaje o al gobierno español, que no envió a dos docenas de aviones del ejército para evacuar a los cientos de gilipollas españoles que se empeñaron en hacer oídos sordos a las recomendaciones. Si, cuando en una estación de esquí se anuncia un alto riesgo de aludes, unos cuantos esquiadores se pasan por el forro la prohibición de salirse de las pistas para después poder contárselo a los amigos justificándolo encima con “su necesidad de adrenalina”, como si fuera un medicamento prescrito por el médico. Si nos echamos a la montaña pertrechados con el equipo de escalada de la Señorita Pepis, sin haber estudiado la ruta y sus dificultades, sin estar en forma o sin haber consultado siquiera el parte meteorológico. Si nos internamos alegremente en cuevas que son una trampa mortal, a forzar sifones o lo que se encarte. No importa que luego unos guardias civiles que ganan una miseria se tengan que jugar la vida en rescates peligrosísimos, o que a las arcas públicas les cueste varias decenas de miles de euros sacarnos del apuro.

Y cuando al imbécil de turno lo están metiendo en una ambulancia, todavía tiene morro para pararse un segundo delante de la cámara del telediario y declarar que en cuanto le den el alta lo vuelve a intentar, aunque sea sólo para “honrar la memoria de su compañero Luis Enrique”, que ha salido ya en una ambulancia anterior directamente a la morgue, porque va fiambre. Mientras tanto, a su alrededor, los setenta especialistas y voluntarios que se han pasado las últimas treinta y seis horas tratando de rescatar su miserable pellejo murmuran juramentos en arameo.

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Actualización: Leo en un periódico del lunes 7 que el Tribunal Supremo ha rechazado que se indemnice a un hombre que había metido un brazo en una jaula donde había tigres de Bengala, con el resultado de que uno de los tigres le arrancó la extremidad. El fulano, que ni era cuidador de los tigres ni estaba haciendo un trabajo que alguien le hubiera encargado, no sólo había demandado al circo, sino también al Ayuntamiento de Vall d’Uxo. La sentencia considera que la causa del accidente se encuentra “en la propia conducta” del hombre, quien, “consciente y deliberadamente”, asumió el riesgo que implicaba una acción “que se revela carente de toda prudencia” y un resultado “previsible y claramente evitable”. A este héroe le ha salido el tiro por la culata. (Johnny, hubiera estado bonito que en vez de un tigre hubiera sido un pelícano, pero no ha podido ser).

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