sábado, 31 de agosto de 2019

46. Flatos de canguro

Es una gran verdad eso de que cuando una puerta se cierra, otras varias se abren. Hace ya muchos años, a la gente más colgada de España sólo le quedaba el recurso de ir a un programa que tenía José María Íñigo y, en un apartado titulado “Y usted, ¿qué sabe hacer?”, enseñarnos cómo tocaban la discografía completa de Marifé de Triana con el sobaco o la tercera sinfonía de Beethoven tamborileando con los dedos sobre una puerta. Luego llegó el programa de “El Loco de la Colina” (primero en la radio y luego en la televisión) que, centrándose sobre todo en el lumpen sevillano, sustituyó a la gente que sabía hacer cosas raras por otro tipo de colgados que destacaban por su “filosofía” algo especial.

Con el paso del tiempo la televisión se ha llenado de otro tipo de gente. Los programas de testimonios y los reality shows marcaron un perfil diferente y aquellos pobres colgados perdieron su lugar y su púlpito. Afortunadamente, la amenaza del cambio climático y los horrores apocalípticos que nos anuncian han vuelto a abrir puertas a multitud de grillados, proporcionándoles una nueva tribuna desde donde dar rienda suelta a sus desvaríos. Porque no es justo que sólo se puedan enriquecer las petardas de Gran Hermano, las exnovias del niño de la Pantoja o los que no ganaron el título de Mr. España y quieren sacar, en venganza, los trapos sucios del concurso.

Hace ya bastante tiempo se insinuó tímidamente que el gran peligro venía de parte de las vacas, cuyas ventosidades contienen un montón de metano. Pero, aunque los datos estuvieran ahí, como teoría científica quedaba un poco ridícula. Todavía nos sigue dando risa todo lo que tenga que ver con “caca, culo, pedo, pis” y ver a los científicos midiendo la cantidad de metano en los pedos de vaca parecía poco serio. Por eso se prefirió seguir culpabilizando a los ciudadanos normales y corrientes con un buen número de hipótesis a cual más descabellada (además de contradictorias con los datos existentes). Por ejemplo, hace sólo unos días he llegado a leer que los divorcios son un factor importante en el desastre del cambio climático, porque se multiplican los domicilios y todo ello se traduce en mayor emisión de gases, contaminación y gasto de recursos.

Pero parece que se confirma lo de las vacas, pues se ha llegado a calcular que una sola vaca neozelandesa produce al año la misma contaminación que se genera al quemar 120 litros de gasolina. Las vacas inglesas o asturianas producen un poquito menos de metano, pero tampoco se libran de su responsabilidad. Y todo eso lo causa un ser pacifista y vegetariano como una simple vaca. Va a resultar que la madre naturaleza es bastante más cabrona de lo que algunos nos quieren hacer creer, pues el diseño del estómago de las vacas le compete a ella y sólo a ella, que no nos echen la culpa a nosotros también.

Menos mal que además de cabrona, la naturaleza es un poco veleta y tal como nos crea el problema nos proporciona también la solución. Aquí es donde entran en escena aquellos desocupados que antes no tenían otra cosa que hacer que aprender a tocar la sinfonía “Júpiter” de Mozart con un peine, pues uno de ellos, intentando sacarle productividad a su aburrimiento, ha descubierto que, así como los pedos de vaca son como un cañonazo de metano, los flatos de canguro están libres de este gas, gracias a una bacteria presente en estos animales. Por supuesto, la inmediata ha sido sugerir que se podría implantar la bacteria de los canguros en vacas y ovejas, con el deseable resultado de eliminar el metano de sus ventosidades. Flatos de canguro contra los pedos de vaca.

Para mí, el auténtico mérito no está en verle una aplicación práctica a este descubrimiento, sino en que a alguien se le pudiera ocurrir la extrañísima idea de analizar el flato de un canguro, a ver qué se encontraba. El que tuvo la idea, desde luego, no desentonaría nada en aquel programa de Íñigo o en el de “El loco de la colina”. Pienso también que sería de justicia crear un nuevo apartado en los premios Nobel, dedicado exclusivamente al cambio climático, pues no me parece equitativo que se los sigan llevando solamente gente que se dedica a asuntos tan poco urgentes como la transmisión de señales entre diferentes células nerviosas o el control genético del desarrollo embrionario.

Lástima que esto del implante de la bacteria no vaya a ser posible hasta por lo menos dentro de tres años, porque para entonces es probable que hayamos perecido todos (para alivio de los que tienen una hipoteca a treinta años, que se van a ahorrar un pastón).

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