sábado, 31 de agosto de 2019

45. Carmina también vio culebrones

Hace algún tiempo empecé a desvelar retazos de mi oscuro pasado. Poquito a poco, por aquello de no asustaros de golpe. El tiempo va pasando y ha llegado el momento de seguir con mis confesiones.

La que voy a hacer hoy no me colocaría al otro lado de la ley, pero seguramente mi imagen quedará muy deteriorada. En fin, me arriesgaré, y de paso sabré quiénes son mis verdaderos amigos. Aquellos que no se avergüencen de Carmina después de hoy serán leales a prueba de bomba, está claro.

En 1986 trabajaba en el Museo. El ambiente era muy bueno, y todos estábamos en la misma franja de edad, entre los 24 y los 30 años (yo tenía 26). Nos llevábamos muy bien, hasta el punto de que pasábamos juntos también la mayor parte de nuestro tiempo libre (excursiones, copas, algunos viajes al extranjero, etc.). Todos estábamos encantados con nuestro trabajo, bastante absortos con él, y la mayoría estábamos además haciendo tesinas o trabajos de investigación sobre temas de arqueología. Es decir, que cuando terminábamos de trabajar seguíamos hablando de lo mismo casi todo el tiempo. Cualquiera diría que éramos un grupo de lo más pedante y erudito.

   Pero el 13 de enero de 1986 ocurrió algo. Televisión Española estrenó, en horario de mañana, la telenovela mexicana “Los ricos también lloran”, 139 capítulos de media hora de duración. El primer culebrón americano que se emitía en España.

El argumento era muy típico de este tipo de producciones: Mariana es hija de un hombre de buena posición, Leonardo, casado en segundas nupcias con Irma, una ambiciosa mujer que somete a Mariana, ante la indiferencia paterna, a mil y una vejaciones. Al fallecer Leonardo, Irma expulsa a Mariana de casa. Don Alberto Salvatierra, un rico hacendado, acaba acogiendo finalmente a Mariana en su hogar. Luis de Parra, un amigo del padre de Mariana, al cabo de un tiempo, anuncia que, en el testamento que posee, Mariana es la heredera absoluta de los bienes de Leonardo. Tras esta noticia, Irma maquina la eliminación de su hijastra. Todo muy normal. Unos malos malísimos y unos buenos buenísimos que sufren mucho todo el tiempo, hasta que al final todo el mundo recibe lo que se merece.

Fue un auténtico exitazo. Y hubiera sido mucho mayor si se hubiera emitido en horario de sobremesa, cuando también lo hubieran podido ver trabajadores y estudiantes. Creo que después de eso los programadores aprendieron, pues las siguientes telenovelas de éxito (Cristal, La dama de rosa, Topacio…) se emitieron después del almuerzo.

El caso es que los del Museo nos enganchamos al dramón. Hicimos coincidir la hora del desayuno con la emisión del culebrón, y allí nos sentábamos todos delante de la tele: las dos limpiadoras, la mujer del director, el químico, las administrativas y todo el equipo de arqueólogos veinteañeros. Una conversación muy erudita sobre la posibilidad de que en Cádiz existiera un tofet o acerca de las ánforas Mañá-Pascual A4 se interrumpía de pronto para seguir de cerca las desgracias de Mariana.

Por eso, porque no puedo seguir llevando ese peso en mi conciencia, permitiendo que tengáis una imagen muy distinta de lo que es mi vergonzante realidad, me acuso de haber visto de cabo a rabo “Los ricos también lloran”.

No seáis muy rigurosos conmigo, recordad que en vuestro pasado también hay episodios ocultos.

Actualización: Acabo de recordar que por aquellos mismos años, un grupito de los que veíamos el culebrón en el Museo estuvimos un verano excavando un santuario prerromano que se encontraba a una hora más o menos por carretera de Cádiz. Y todos los días volvíamos jugándonos la vida por una carretera comarcal bastante peligrosa para llegar a tiempo de ver una serie de ciencia-ficción que ahora no recuerdo. Teniendo en cuenta que era en verano y a las 4 de la tarde, hay muchas posibilidades de que fuera la reposición de una serie antigua. Embutidos en un 4L (por supuesto sin aire acondicionado, y era pleno verano) como sardinas en lata, no hacíamos más que pinchar al conductor para que corriera, en un alarde de inconsciencia que ahora me parece increíble. Puede parecer que nuestros gustos televisivos eran deleznables, pero, en realidad, tanto el culebrón como esta serie los veíamos en plan de guasa, lo prometo.

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