miércoles, 28 de agosto de 2019

8. Chuletas y chuletones

Mi ahijado (2º de Bachillerato, 17 años) viene estas vacaciones con un suspenso en Historia. Lo cogieron en el examen con chuletas hasta en el cielo de la boca. Me extrañó, porque es un buen estudiante que nunca ha sacado un suspenso, pero me dijo que se le había echado el tiempo encima y apenas se había estudiado la mitad del examen. Supongo que si lo han cogido ha sido precisamente porque siempre ha ido bien preparado a los exámenes y nunca había utilizado chuletas, por lo menos a gran escala. Seguramente estaría nervioso y se notaría a kilómetros que había algo sospechoso.

Antes de echarle una riña repasé mentalmente cuántas veces había utilizado yo chuletas, y recordé dos ocasiones ya en la Facultad de Geografía e Historia.

La primera vez fue en la asignatura “Prehistoria”, en 1º de carrera. La asignatura era fea con ganas, lo que se agravaba por el hecho de que el profesor la impartía sin ningún entusiasmo, ya que lo que a él le gustaba era la arqueología medieval. Hice en un folio un cuadro-resumen de toda la asignatura, con todos los periodos de la prehistoria, sus fechas, características, industria lítica, etc., y lo coloqué en un lugar estratégico para echar un vistazo si lo necesitaba. Desde luego, aquello no era suficiente para superar la asignatura si no habías estudiado, pero podía servir de ayuda para un momento en que te quedaras en blanco o quisieras comprobar una fecha. Lo que no recuerdo es si llegué a utilizarlo o no.

La segunda vez fue cuatro años después, en 5º de carrera y en la asignatura “Historia de la Música”. Claro que aquello no fue una chuleta estrictamente, sino un cambiazo en toda regla. Y además era ya una tradición de muchos años. Contábamos incluso con la complicidad de un conserje de la Facultad que nos proporcionaba un buen taco de folios con el sello del Departamento ya puesto.

Las clases de Historia de la Música eran realmente curiosas. En primer lugar íbamos tan pocos alumnos que en lugar de darlas en el aula, el profesor las daba en su propio despacho, donde los que acudíamos teníamos espacio de sobra alrededor de una mesa de reuniones no demasiado grande. En segundo lugar, allí no se seguía en absoluto un programa, y prácticamente no se hablaba de Historia de la Música. El profesor empezaba hablando de la música egipcia, y a los diez minutos estaba contando, por ejemplo, cuando en los años 20, en Sevilla, la cupletista Fulanita se lió con el torero Menganito.

El profesor era un vejete simpático que, tras dictarnos las preguntas del examen, se iba del despacho, y nos dejaba allí, a veces solos y a veces con una secretaria que hundía su cabeza en la máquina de escribir para no ver lo que estaba pasando. Y lo que pasaba era que todos abríamos nuestras carpetas, sacábamos los folios proporcionados por el conserje, que ya traíamos escritos, cogíamos los correspondientes a los temas preguntados en el examen, y pasado un tiempo prudencial los entregábamos. Por supuesto, todo el mundo sacaba notable o sobresaliente. No se puede decir que no trabajáramos, ya que como el profesor no explicaba apenas nada, cada uno se preparaba sus propios temas, luego tenías que copiarlos en los folios de examen, y al final resultaba que algo se te había quedado.

Después de todo, no he podido reñir a mi ahijado.

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