Ya está aquí. La gripe aviar ha llegado a Europa. Se han confirmado dos casos en Roma, tres en Grecia y uno en Bulgaria. Y en todos los casos quienes la han traído han sido cisnes reales, que buscando el tiempo cálido han bajado hasta Sicilia.
Quién nos iba a decir que estos animalitos, tan entrañables y tan elegantes que sólo nos acordamos de ellos para protagonizar cuentos infantiles o ballets con tutús de tul, iban a ser los siniestros mensajeros de tan temida epidemia. Yo ya no leo cuentos, y hace mucho que no voy al ballet, de forma que os prometo que es el último animal en que hubiera pensado, de lo olvidado que lo tenía. Me paso la vida despotricando contra las palomas, que me destrozaron los geranios del balcón (estaba mi balcón que daban ganas de hacerle una foto para un poster turístico) y dejan las fachadas hechas un asco. Me paso la vida imaginando formas de acabar con las lavanderas blancas que son la pesadilla de la ropa tendida. Y al final no son estos desagradables animales, sino los aristocráticos cisnes.
Hoy una de mis imágenes infantiles se ha venido abajo. El pobre patito feo, de mayor puede convertirse, aunque sea inconscientemente, en un asesino.
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