viernes, 30 de agosto de 2019

El efecto camaleón

Una sola vez escribí en este blog una historia inventada, y me quedó bastante graciosilla. No es lo mío, y por eso no me salen de forma natural y espontánea, pero a la vista de los resultados de mi esfuerzo pensé en intentarlo al menos de tarde en tarde.

Pero no hay forma, porque cada día media docena de noticias me devuelven a la cruda realidad: ni en el mejor de los casos lograría imaginar historias comparables a las que los periódicos me arrojan a la cara. Es como si en lugar de periodistas fueran guionistas de Hollywood los que estuvieran detrás de los grandes periódicos.

Pero es verdad que se aprende mucho con la lectura de prensa. Y además de casi todos los temas: historia, geografía, ciencias, tecnología… De todo menos ortografía y redacción.

Hoy he aprendido cómo puede convertirse uno en un perfecto defensor del planeta, y además es tan lógico que debería haberlo imaginado antes. El mecanismo es el mismo que todos conocemos en los camaleones, que se mimetizan con lo que les rodea. Si tomamos a la persona más egoísta, materialista e insensible y se la mantiene en contacto constante con el billete verde el tiempo necesario, ¡se vuelve verde también! Y no me refiero a que adquiera apariencia semejante a extraterrestre de película barata, sino a que se transmuta en un ser concienciado y amante de la naturaleza por encima de todas las cosas.

   Hay una señora que en los últimos años ha estado dedicada a la enternecedora actividad de amasar dinero. Se trata de la ex de Paul McCartney que, además de reclamarle una pensión de 14.000 euros diarios en el proceso de divorcio, se ha dedicado a exprimir de la forma más despiadada la gloria reflejada que le ha proporcionado el haber sido su mujer durante muy poquito tiempo. Tanto, que los abogados que estaban llevando su pleito acaban de abandonarla por su reiterada práctica de vender exclusivas, a lo que ellos se oponían porque pensaban que no beneficiaba a su imagen. También aprovechó el tirón para participar en el equivalente de “Mira quién baila” en EEUU, a pesar de que tiene una pierna ortopédica y una placa en la pelvis a resultas de un accidente de hace años. Como es natural, la pierna se le fue al garete durante una actuación, cosa que a ella no pareció importarle pues cualquier cantidad, por pequeña que sea, es bienvenida al monedero de la señora Mills. Es que tiene muchos gastos la pobre. Hace sólo unos días se gastó 147.000 euros en la celebración del cuarto cumpleaños de su hija. Yo, que todavía calculo en pesetas, tuve que hacer la cuenta con calculadora: casi 24 millones y medio. Normal que no tenga más remedio que ir dando jardazos por ahí. Pobrecita.

En fin, que de tanto y tan prolongado contacto con el dólar, nuestra Heather se nos ha vuelto ecologista, y hace sólo unos meses anunció que se hacía nada menos que vegana, que ella no hace las cosas a medias y eso de ser sólo vegetariana es pan para hoy y hambre para mañana. De todas formas, la transformación no está hecha del todo, y Heather se hace un lío de vez en cuando. Primero dijo que se hizo vegana porque se enteró del abuso a que se somete a los animales en las granjas. Acto seguido, en el alucinante discurso de Heather, esos pobres animales pasan de ser víctimas a ser verdugos y apostilla que los animales de granja son uno de los grandes peligros para el planeta. A ver si nos aclaramos.

El caso es que nuestra personaja nos echó el otro día un sermón acerca de los peligros de criar animales de granja. Propone que bebamos leche de rata o, en su defecto, de gato o perro, lo que sería más “amigable” para el planeta. Es una lástima que nadie le recordara que lo que sería verdaderamente amigable para el planeta es que ella dejara de usar el Mercedes en el que llegó al evento que, en el colmo de la crueldad, tendrá hasta asientos de cuero, vaya usted a saber.

Lo que Heather nos propone es que enviemos a la extinción inmediata a todos los animales que sirven para comérselos, ya que una persona que “detesta la crueldad” no pretenderá que sigan existiendo simplemente para ser cruelmente exhibidos en los zoológicos o cruelmente vendidos en las tiendas de animales como mascotas. Si ya no los vamos a explotar ni nos los vamos a comer, los extinguimos y así no sufren. Antes muertos que ordeñados. Por otro lado, no se pueden eliminar las granjas, sino sólo sus actuales habitantes. Las granjas de vacas lecheras tendrán que ser sustituidas por granjas de ratas, de gatos o de perros, ya que si tenemos que beber su leche no habrá más remedio que tenerlos concentrados en algún lugar. No me imagino a los de leche Pascual persiguiendo ratas por las alcantarillas, gatos por los tejados o perros por los descampados. Sería poco práctico y el litro de leche nos saldría a millón. Lo dicho, granjas de ratas y no se hable más.

Yo quiero ser como Heather: rica, sin cerebro y caradura. Ejem… quiero decir… bondadosa, concienciada y desinteresada.


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