sábado, 31 de agosto de 2019

55. Chunda, chunda, tachunda, chunda, chunda

Parece ser que no todo está perdido, afortunadamente. Entre la gente normal, que no entre los que dirigen ciertos cotarros, hay más sentido común de lo que parece. O por lo menos eso es lo que se desprende de la lectura de los numerosísimos mensajes en foros y de los artículos de prácticamente todos los diarios digitales sobre la memez de la letra que le quieren poner a la Marcha Real.


Es, desde luego, muy significativo que los más (y parece ser que los únicos) empeñados en este asunto sean el COE y la SGAE. Que yo me haya enterado, nadie más apoya esta iniciativa. Los primeros porque piensan (por decir algo) que los deportistas españoles se encuentran en verdadera inferioridad ante otros países al no poder mascullar algunas palabras mientras suena la Marcha Real al inicio de las competiciones internacionales. Y los segundos porque sus posibilidades de trinque se multiplican por millones. Cada vez que suene, a cobrar, aunque sea en una convención de sordomudos y no lo cante nadie.

   En cuanto a los deportistas, teniendo en cuenta la fluidez verbal que demuestra la mayoría de ellos cada vez que les ponen un micrófono delante, dudo mucho que sean capaces de aprenderse las cuatro frases, así que al final me temo que todo este esfuerzo será para nada. Por otro lado, me parece que justificar la necesidad por ellos supone darles a estas criaturas una importancia excesiva si tenemos en cuenta que estamos hablando de uno de los símbolos de la nación. Como si el himno sólo existiera para usarlo en las competiciones deportivas. De aquí a nada puede salir un diseñador exigiendo que se cambien los colores de la bandera porque quedan muy horteras en la equipación de los deportistas españoles, sustituyendo el rojo y el amarillo por algo así como “blanco roto”, “azul genciana” y “tierra de Siena”, combinación mucho más entonada y “cool”. Y para las ocasiones extraordinarias se podría sustituir el escudo bordado o estampado por cristales de Swarosky. Si Carmen Calvo continuara siendo menistra de Kultura, eso ya se hubiera hecho, por supuesto, encargándolo a un diseñador español, las cosas como son.

Volvamos al himno. La letra (llamemos piadosamente eso a las cuatro frases que la componen) no se acomoda a la música ni con calzador: particularmente la cuarta frase no hay quien la encaje, incluso pronunciando democracía, con acento en la “i”. Es una cursilada, con sus verdes valles y su cielo azul. Una simpleza. Da miedo pensar cómo serían las siete mil propuestas restantes, si esta ha sido la ganadora. Y la opinión general es que si se cambiara la palabra España por Ghana daría lo mismo, porque no hay nada en la letra que parezca identificar a la nación de la que se habla. Casi todo el mundo está de acuerdo en dos cosas. Por una parte en que la letra es horrible. Por otra, que eso no se arreglaría con otra letra, pues la realidad es que al himno no le hace falta letra alguna. Por lo menos, hasta el momento en que los deportistas (sobre todo futbolistas) han hablado del profundo trauma que tienen a causa de esta carencia (será por eso por lo que la selección española no gana nunca), a nadie le preocupaba la ausencia de letra.

Pero en este país que sobrevalora ciertas capacidades mientras menosprecia otras, una deportista ya ha anunciado, en una especie de golpe de estado, que la nueva letra será repartida en los asientos del estadio de La Rosaleda el 6 de febrero, en el partido de fútbol España-Francia. «Esté o no aprobada por las Cortes, si una persona decide o cree oportuno cantar esta letra, la puede cantar. Eso no hay nada que lo pueda impedir». Y me temo que el pueblo soberano, mal informado y en la creencia errónea tan habitual de la supuesta superioridad moral de algunas personas sólo porque sean deportistas, puede creer que eso ya cuenta con respaldo oficial.

A ver, Teresa Zabel, que tendrás muchas medallas pero como la mayoría de tus colegas no comprendes el vocabulario básico del castellano: la Marcha Real es una marcha, como su propio nombre indica (me siento como en “Barrio Sésamo”). Es decir, “pieza de música, de ritmo muy determinado, destinada a indicar el paso reglamentario de la tropa, o de un numeroso cortejo en ciertas solemnidades”. No es algo para cantar, sino para marcar el paso. Podemos plantearnos cambiar el actual himno nacional por otra composición que no sea una marcha, pero ponerle letra a una marcha es como usar una estantería para sentarse. Posible, pero estúpido.

De momento, casi todos los políticos están en contra. Llamazares dice que es casi un plagio de la que escribió Pemán. Catalanes y vascos dicen que ellos ya tienen sus himnos y que nadie espere que esto lo canten o se lo aprendan. Chaves ha dicho que la letra es vulgar y sin imaginación. Rajoy y la vicepresidenta, que España es un país muy complejo y que por eso tendrían que ser las Cortes las que aprobaran la posible letra, y no quienes lo han hecho. Vamos, lo que faltaba. En vísperas de elecciones otro debate político para calentar el ambientillo.

Actualización: El presidente del COE, uno de los promotores de la cosa, hace declaraciones contradictorias en menos de una semana. Primero dice que el apoyo popular a la letra elegida ha sido tan grande que eso le indica que han estado acertados. A continuación, anuncia que aquí no ha pasado nada, que el señor parado de 50 años de un pueblo de Guadalajara puede volver al anonimato, que nos podemos olvidar de la letra y que se suspende la gala donde Plácido Domingo iba a cantar el himno. Ejemplo de coherencia y de lógica aplastante donde los haya.

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