jueves, 29 de agosto de 2019

26. Un vehículo indescriptible

He viajado en los medios de transporte más variados que se pueda uno imaginar. Desde un caballo a una típica falúa del Nilo, desde un elefante a un todo terreno, desde un camello a un helicóptero. He volado en todo tipo de aviones, incluido uno en Uzbekistán que parecía el equivalente a los antiguos vagones de tercera con asientos de madera. Hasta el público estaba en consonancia, con sus canastos llenos de provisiones. Pero nada, repito, nada tan impactante como el autobús con el que recorrí Pakistán.

Los autobuses en Pakistán son una visión delirante hasta para el más furibundo de los aficionados al tunning: luces, chapas metálicas recortadas y caladas con formas extrañas, una especie de cortinillas de flecos formadas por cuentecitas de colores, adhesivos fluorescentes, flores de plástico, guirnaldas que enmarcan las ventanillas… Y para rematar, espumillón del que usábamos hace años en los adornos de Navidad (digo del de hace años porque los adornos de Navidad de ahora son mucho más discretos, pero este era el espumillón de toda la vida, grueso y chillón a más no poder). De noche, ya os podéis imaginar, aquello se convertía en una verbena rodante.

Pero todo palidecía si se comparaba con el interior, que recordaba a uno de esos burdeles que salen en las películas del Oeste: los asientos forrados de terciopelo rojo, y las cortinillas que cubrían las ventanas también de terciopelo rojo con flecos dorados. Incluso la disposición de los asientos era extraordinaria. La mitad delantera del autobús era “normal”: cuatro asientos por fila con un pasillo central. Pero la mitad trasera tenía una disposición que no he vuelto a ver jamás. Imaginad que quitan todos los asientos y luego ponen una especie de asiento corrido a lo largo de los laterales y el fondo del autobús, formando una U, quedando en el centro un gran espacio libre. Y todo ello con muchos cojines, y mucho terciopelo rojo, y mucho fleco dorado. De esa parte de atrás nos apropiamos desde el primer día el grupito de los fumadores, y la llamábamos “el cuartito de estar”, aunque ya digo que más parecía un burdel cutre, con su tapizado de capitoné y hasta volantes.

El pobre autobús ya tenía unos añitos, aunque exteriormente los disimulaba con todo el “lujerío” y el brillo añadido de sus complementos. Así que en una subida en una zona montañosa se paró. La avería era lo suficientemente seria como para que no se pudiera arreglar allí mismo, así que el guía, ni corto ni perezoso, paró al primer autobús de línea que pasó por la carretera. Cruzó unas palabras con el conductor y nos quedamos todos de piedra cuando vimos que los viajeros se bajaban y nos cedían sus sitios. Aquella gente por lo visto no tenía prisa, y le daba igual esperar en la carretera al próximo autobús, así que muy sonrientes insistían en que entrásemos, a lo que nosotros en principio nos resistíamos porque no dábamos crédito a lo que estaba pasando. Al final subimos todos y continuamos hasta nuestra siguiente parada. El interior de este segundo autobús también tenía lo suyo, aunque cambiando el terciopelo por plástico, y un plástico que no trataba en ningún momento de pasar por piel o cualquier otro material, un plástico muy orgulloso de ser plástico.

En el lugar en que nos bajamos del autobús hicimos la visita que teníamos prevista, y cuando salimos a la calle nos llevamos el alegrón de ver de nuevo a “nuestro” autobús esperándonos. Ya nos habíamos acostumbrado al “cuartito de estar” y hubiera sido muy duro hacer el resto del viaje en un autobús normal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario