jueves, 5 de septiembre de 2019

138. Todo no puede ser

Como niños caprichosos y poco razonables, queremos tenerlo todo. Y no puede ser. Queremos al mismo tiempo disfrutar de libertad, seguridad, comodidad, privacidad, transparencia, derecho a la intimidad, derecho a la información y, en general, derecho a muchas cosas que se contradicen unas a otras. Bueno, bonito y barato, como se dijo siempre. Y ahora añadimos además, abundante.

Pues nos han fastidiado. Les podemos pedir a los Reyes la bicicleta o el monopatín, pero las dos cosas no pueden ser.

En Gran Bretaña es donde ha saltado la voz de alarma, pero es posible que lo que allí ocurre se pueda aplicar a muchos otros países: los famosos escáneres de los aeropuertos violan leyes que cuentan con un absoluto consenso social, como por ejemplo la ley de protección de menores (que prohíbe producir imágenes obscenas de niños) al obtener una panorámica completa del cuerpo desnudo de los pasajeros. La lucha contra la pedofilia preocupa mucho en Gran Bretaña, hasta el punto de que hace unos meses se empezó a promover una nueva ley que forzará a todas las personas que trabajen con niños a inscribirse en un registro. Incluso los propios padres de los niños que colaboren en actividades extraescolares en el colegio serían fiscalizados.

La Asociación de Derechos del Niño paralizó con su denuncia las pruebas que se estaban realizando en el aeropuerto de Manchester, pero no es el único grupo que ha manifestado su oposición y su preocupación acerca del uso que se pueda hacer de esas imágenes. Preocupa que las imágenes, tanto de viajeros anónimos como de personas famosas, que muestran los genitales de los pasajeros y hasta los implantes mamarios de las mujeres operadas, acaben como poco en internet. ¿Imposible? Recuérdese que todos pudimos ver hasta la saciedad la ficha policial de Isabel Pantoja.

Hace menos de un mes fui protagonista de cómo en los aeropuertos abusan muchas veces de ese ambiente de pánico que se fomenta hasta cuando no está justificado. El 8 de diciembre iba a tomar un avión de Barajas a Jerez y, cuando iba a pasar por el arco, despojada de un montón de piezas de mi vestuario y adorno y hasta de mi chaquetón, una empleada de AENA (ni siquiera era policía o guardia civil) con pinta de guardiana de Auschwitz me quiso obligar a quitarme los zapatos. Precisamente había leído no hacía mucho que no era algo obligatorio, así que le dije tranquilamente que no pensaba quitarme los zapatos y que ella no tenía autoridad para imponérmelo. Rechinando los dientes me dijo que como pitara algo al pasar bajo el arco me tendría que quitar lo que fuera. Una, que ya está bien fogueada en andanzas por los aeropuertos de cuatro continentes, incluyendo algunos tan obsesivos de la seguridad como los de Israel, le contestó que si aquello pitaba no tendría inconveniente en ser cacheada o lo que hiciera falta, pero no por ella, sino por un miembro femenino de las fuerzas de seguridad del estado. Afortunadamente para mi autoestima y mi amor propio no pitó nada, y la tipa se quedó pagando su frustración con los que venían detrás en la cola.

Si se decide que sólo se va a eximir a los menores de 18 años de pasar por los escáneres, tampoco está todo resuelto. Ya les estamos dando nuevas ideas y oportunidades a traficantes de droga, terroristas y demás gente de bien. Si se han utilizado niños en las guerras, desde como conejillos de Indias para detectar minas hasta como correos para los grupos guerrilleros, no creo que haya mucho reparo en utilizarlos como nuevos “mulos”. Hace sólo unos días una mujer fue detenida en el aeropuerto de Tenerife con 67 cápsulas de cocaína en el interior de su cuerpo. A diferencia de estos adultos, los niños ni siquiera sabrían lo que estaban haciendo, ni podrían elegir.

Mucha gente decide voluntariamente prescindir de su libertad en aras de su seguridad, pero la ecuación no es tan sencilla, porque “los malos” no son tontos, y al final los únicos perjudicados, molestados y controlados somos los que no tenemos planes para hacer estallar un avión en mil pedazos o pegarle un tiro en la cabeza a un político. Se ha conseguido que veamos normal que las cámaras nos persigan hasta por las calles, que aceptemos que nuestras conversaciones más nimias sean grabadas y que tengamos asumido que nuestros datos más íntimos estén en manos de mucha gente y de todos aquellos a los que éstos se los quieran vender. Cualquiera con el suficiente interés en ello y suficiente dinero para pagarlo puede saber qué páginas web visito y con quién hablo normalmente por teléfono. En el mejor de los casos, cualquier comercial que no tiene motivo ni razón para tener datos acerca de mi persona o de las empresas o bancos con los que trabajo se cree con derecho para molestarme en mi casa a cualquier hora del día, intentando obligarme a escuchar una información que no he demandado. Y además se sienten sumamente ofendidos cuando les informas de que vas a colgar el teléfono porque estás comiendo o durmiendo la siesta (o tocándote las narices) y te importa un rábano cualquier cosa que tenga que decirte. En el peor de los casos, no quiero ni pensarlo.


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