sábado, 7 de septiembre de 2019

163. El listo de las pipas y los idiotas de la Tate

Hace un mes largo leía un post de La katorga sobre a qué extremos de snobismo, insensibilidad y estupidez puede llegar un individuo por significarse como “artista”. Ojalá el caso reseñado fuera un caso aislado, pero es el pan nuestro de cada día.

Un fulano (me resisto a calificarlo de artista) llamado Ai Weiwei ha presentado en la Tate Modern de Londres una “instalación” titulada “Semillas de girasol”, que consiste en esparcir por el suelo de la Sala de Turbinas del edificio cien millones de pipas de porcelana.

Objetivos de la obra: Demostrar cómo lo que de lejos parece una masa uniforme, de cerca se descubre como objetos con una individualidad. Simbolizar la “mayoría de edad” del arte chino.
Proceso de creación de la obra: Debe haber sido concebida durante una gastroenteritis mental. Eso sí, en su creación material el fulano no se ha ensuciado las manos: durante dos años 1.600 artesanos de la población de Jingdezhen han fabricado las pipas de porcelana una a una y luego las han pintado a mano, siguiendo técnicas artesanales antiguas. Imagino que por 14 horas de trabajo diarias les habrán pagado un tazón de arroz, como se estila por aquellos pagos. Mientras tanto, el “artista creador”, evidentemente, vive en otros niveles.

Resultado del evento: A los tres días de ser inaugurada la “instalación” ha debido ser cerrada, porque se ha comprobado que las pipas de porcelana, al sufrir la fricción de los pasos del público, desprenden un polvillo perjudicial para la salud. La Tate está consternada. Ahora el público tendrá que ver las pipas desde lejos, con lo cual “se elimina el sentido propio de la instalación y se frustra la pretensión de combinar la visualidad con el tacto y el sonido de la pisas aprisionadas bajo las suelas de los visitantes”. Esperaban dos millones de visitantes en seis meses, y con esta contrariedad están seguros de que van a tener muchos menos, pero la exhibición se mantiene el tiempo previsto. Ya sabéis, tenéis cinco meses por delante para ir a Londres a mirar de lejos un mogollón de diminutos granos de porcelana blanca.

Antecedentes: Parece ser que la Tate no aprende de sus errores. En 2007 Carten Höller montó unos toboganes que descendían de los pisos superiores y en 2008 la artista colombiana Doris Salcedo creó en este mismo espacio una “instalación” que consistía en una grieta que recorría todo el suelo. En ambos casos las caídas de los visitantes fueron morrocotudas.

Va a resultar que el nuevo deporte de riesgo es ir a una exposición de la Tate.

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