martes, 10 de septiembre de 2019

206. Vuelta al pasado

Hay días en que los periodistas, en su afán por informarnos de lo más trascendente que ocurre por el mundo, te dan el post prácticamente hecho. Normalmente me resisto un poco, porque si me dejo llevar mis comentarios serían tan previsibles que anularía cualquier factor sorpresa y os parecería estar leyendo una y otra vez el mismo post. Pero de vez en cuando no puedo remediarlo y me dejo llevar, como hoy, totalmente impactada por el notición que leí esta mañana.

Un calcetín blanco con un manchurrón negrucio se ha subastado al precio de 625 dólares (más de 400 euros).

La prenda, vulgar, hortera y de mala calidad, no pertenece a ningún personaje famoso por ningún concepto, sino al fotógrafo de una página web de cotilleos. Pero fue bendecido con el don de que, estando dentro de unas sandalias, le pasara por encima un neumático del coche de Britney Spears, que salía del aparcamiento de un edificio de consultas médicas en Beverly Hills. Una docena de fotógrafos rodearon el coche de la desprestigiada cantante y mientras ella intentaba avanzar y los fotógrafos se lo impedían, parece ser que uno de los neumáticos pasó por encima del pie de uno de ellos. No es de extrañar que ocurriera algo así, porque tenían el coche completamente rodeado. Por otro lado, al fotógrafo en cuestión no le pasó nada. Sólo quedó la mancha (¡bendita mancha!, dirá él). De hecho, no hubo denuncia por parte del fotógrafo, que no procedía, aunque el fulano ha presentado esa ausencia de denuncia como un alarde de generosidad por su parte. Sinceramente, estoy segura de que si este hombre hubiera podido tener la mínima posibilidad de sacar una buena cantidad la hubiera aprovechado.

El fotógrafo, listillo aunque hortera, (no son cosas incompatibles) ha subastado el calcetín y alguien, cuyo nombre me niego a repetir, por tonto, ha pagado 625 dólares por él.

Me recuerda a esos tiempos medievales en los que, a falta de reliquias, se veneraban trozos de tela que hubieran tocado los restos de algún santo. Esos trozos de tela, llamados brandea, eran venerados como reliquias indirectas, en la creencia de que la santificación de los cuerpos de los santos pasaban también a los objetos que los habían tocado. A falta de un resto de la vomitona del último bolillón de Britney Spears, qué mejor que un calcetín que haya sido tocado por un neumático de su coche. Levantemos, ya que estamos, un altar al chicle que pisó el tacón de Eva Longoria el día que cruzó el aeropuerto de Miami. O pongamos en un relicario el estropajo que fregó la taza en la que Richard Gere se bebió un café el miércoles pasado.

Y posiblemente estas personas que coleccionan fanáticamente objetos absurdos se sientan a miles de años luz por encima de aquellos incultos campesinos del siglo VIII.

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