domingo, 8 de septiembre de 2019

174.Pequeña clase de historia

Esta mañana, un amable taxista que me llevaba hacia la estación a la 1 de la tarde me preguntó si había leído el periódico (local). A mi respuesta negativa me ofreció el suyo para que me entretuviera en el viaje, puesto que él ya lo había leído.

Aunque el viaje es corto, el periódico no da para mucho más. Paso de largo por las páginas de deportes y por la sección de la provincia, llena de noticias chorras sobre poblaciones que no me interesan nada. También sobre los anuncios, las páginas de televisión, y poco más queda. De la información nacional e internacional, mejor no enterarse porque, entre lo de Corea, lo de Irlanda, y que arrecian aún más los negros vaticinios sobre la economía española, está la cosa como para que el más templado pierda los nervios. Total, que me duró el periódico diez minutos.

En las páginas de “cultura” venían nada menos que cuatro páginas sobre un libro recién publicado por José María Íñigo titulado “Cien españoles y el príncipe”, con el subtítulo “José María Iñigo entrevista a cien personas relevantes y representativas de la sociedad española dispuestas a expresar su verdad en relación con lo que piensan sobre el sistema monárquico y con quien será su protagonista el día de mañana”. La fórmula, ya muy usada, de pasar a una serie de personas las mismas preguntas sobre un tema y reproducir sin más sus respuestas, es más simple que el mecanismo de un cubo. Y además no exige por parte del autor más que un auténtico copia y pega. Porque no suele haber reflexión sobre las respuestas, ni una pequeña síntesis. El autor se limita a enviar las mismas preguntas a una serie de personas y a copiar sus respuestas. Íñigo envió las preguntas a 300 personas, 6 no dieron señales de vida y un número desconocido le contestó que no quería responder a las preguntas. De los que sí respondieron, que no sabemos cuántos fueron, el autor eligió a 100. A eso se limitó todo el trabajo. Vamos, que así escribiría yo un libro al mes. Porque ni siquiera se quebró mucho la cabeza para pensar las preguntas.

Éstas fueron, a saber:

¿Cree usted que el Príncipe don Felipe está suficientemente preparado para asumir las labores propias del Jefe de Estado y Rey de España?

¿Piensa usted que ha llegado la hora en que don Juan Carlos abdique a favor de su hijo el Príncipe don Felipe? ¿Un país abiertamente juancarlista como parece que es España aceptará con los brazos abiertos a don Felipe como Rey de España

 ¿Cree usted que el hecho de que el Príncipe don Felipe se haya casado con una mujer que no pertenece a la realeza puede haber sido una equivocación o la demostración de que la monarquía es una institución democrática y moderna?

¿Es usted partidario de abolir la Ley Sálica?

¿Le sorprendería saber que durante el año 2009 los Príncipes don Felipe y doña Letizia asistieron en misión oficial hasta el día 31 de julio a 359 actos públicos y protocolarios?

¿Cuáles son las cualidades más sobresalientes que usted ve en el Príncipe don Felipe?

¿Qué consejos daría usted al Príncipe don Felipe ante el hecho de que más tarde o más temprano asumirá las funciones de Rey de España?

¿En algún momento de los últimos treinta años ha visto en peligro la Monarquía en España?

¿Cree usted que don Felipe será un buen Rey de España?

En realidad no me interesan ni las preguntas ni las respuestas, porque lo que piensen del tema Arrabal (el de la borrachera en el programa de televisión), Manolo Escobar o Boris Izaguirre me trae al pairo. Digámoslo claramente, aunque sea algo políticamente incorrectísimo: todas las opiniones no tienen el mismo valor. Estoy dispuesta a prestar atención a unas palabras de Boris sobre cómo se escribe el guión de un culebrón, pero una persona que sabe de un tema únicamente igual o menos que yo (lo que haya leído en las noticias del corazón) poco me puede aportar sobre esa materia. Precisamente he destacado una de las preguntas en otro color porque si el autor del libro, que se supone al menos que ha dedicado un rato en pensar las preguntas, incurre en semejante disparate y alarde de ignorancia, ¿qué más podemos esperar?

Estoy hasta las narices de oir una y otra vez la metedura de pata sobre la Ley Sálica. Estoy hasta las narices de que gente que se autotitula periodista y se cree por ello autorizada a tratar sobre cualquier materia no se moleste en documentarse lo más mínimo. En resumen, estoy harta de ignorancia fácilmente evitable.

Fuera de profesionales y aficionados a la Historia, prácticamente ni un español había oído nunca hablar de la Ley Sálica hasta hace poco. Pero cuando la boda de “Letizio y Felipa” (lapsus de mi madre ocurrido el otro día) se casaron, todos esos periodistillas de tres al cuarto que llenan los platós de televisión se sintieron de repente como poseídos por el espíritu de Comellas o Tuñón de Lara y empezaron a decir cosas que les sonaban muy bien pero que no tenían ni idea de lo que significaban. Y eso porque no se molestaron en perder cinco minutos mirando la más básica de las enciclopedias antes de ponerse delante de una cámara o enviar un artículo. Una de esas personas a las que se le llenaba la boca hablando sobre la Ley Sálica era, por ejemplo, Rosa Villacastín, a la que escribí una carta a la redacción de la revista donde colaboraba, explicandole muy clarito y en un solo párrafo, para que su cerebro no estallara con el exceso de información, su terrible metedura de pata.

Pero está claro que no escarmientan. De nuevo sale el tema. Y aquí estoy yo, machacona como Mjolnir, el martillo de Thor, para dar de nuevo mi pequeña clase.

A ver, Íñigo y otros del mismo pelaje, ¿cómo se le puede preguntar a la gente si está conforme con abolir la Ley Sálica si dicha ley fue abolida ya en España hace nada menos que 180 años? Está claro que no tenéis ni puñetera idea de lo que es la Ley Sálica, así que copiad en vuestro cuaderno con letra bien clarita:

Las leyes sálicas son un conjunto de leyes del siglo VI promulgadas por los reyes francos para regir no solamente cuestiones de herencia sino también diversos tipos de crímenes. Una parte de estas leyes sobrevivió en las leyes europeas durante siglos. En principio, esta ley establecía que las mujeres no podían reinar aunque, si le buscamos las cosquillas al asunto, veremos que en muchos casos podía favorecer a las mujeres puesto que la ley sálica original establecía que al rey le sucedía el hijo varón de la hermana del rey. Nunca se podía estar totalmente seguro de que el hijo del rey llevara realmente sangre del rey, pero sí seguro de que el hijo varón de la hermana del rey la llevara.

En España fue Felipe V quien hizo promulgar la Ley Sálica en 1713: según las condiciones de la nueva ley, las mujeres sólo podrían heredar el trono de no haber herederos varones en la línea principal (hijos) o lateral (hermanos y sobrinos). Es decir, a pesar de la Ley Sálica las mujeres podían reinar si el rey moría sin dejar hijos, hermanos o sobrinos varones. Luego, en ningún caso se establecía que las mujeres no pudieran reinar, sino sólo una preeminencia del varón sobre la hembra hasta cierto grado de parentesco.

Carlos IV aprobó una disposición para derogar la ley y volver a los derechos sucesorios anteriores, pero esta disposición (la Pragmática Sanción), no se promulgó hasta 1830, durante el reinado de Fernando VII. Por eso le sucedió su hija Isabel II en lugar de su hermano Carlos María Isidro. Al derogar la Ley Sálica, el cambio no fue que las mujeres pudieran reinar (ese caso ya se podía dar antes de la derogación), sino que podían suceder directamente a sus padres en detrimento de tíos o primos. En cualquier caso, desde hace ya 180 años esa ley no existe en España, por lo que resulta absurdo hablar de ella. Lo que existe aún en España es la preeminencia del varón sobre la hembra entre los hijos del rey a la hora de sucederle en el trono.

Parece imposible que ni una de las ciento una personas que aparecen en el libro, el autor y los cien personajes que responden a las preguntas, conozca esto. Vale que Ana Belén y Ramoncín ignoren totalmente qué es la Ley Sálica y cuándo se derogó en España, pero que personas que han sido ministros, como Belloch o Bono, contesten con la misma ignorancia sí resulta preocupante.


No hay comentarios:

Publicar un comentario