martes, 10 de septiembre de 2019

201. Libros de texto, ejecutivos imbéciles y otras zarandajas

Esta mañana se ha pasado por el Instituto un representante de una editorial y nos ha dejado un regalito a cada profesor. “Este año toca hacerle la pelota a los de Secundaria”, soltó el chico, con una sonrisa de oreja a oreja, mientras nos repartía unas cajitas de cartón muy cucas que contenían una cafetera italiana pequeñita, para una taza. Esto me ha recordado mi experiencia con una editorial, que os cuento a continuación, para que cuando se hable de libros de texto sepáis cómo se las gastan las editoriales.

Hace varios años me vinieron a buscar de una editorial dedicada sobre todo a libros de texto, aunque no únicamente (yo diría que la más importante de España en ese tema). Me propusieron escribir los textos para los cuatro cursos de ESO, y dije que no, porque a estas alturas de mi vida no estoy dispuesta a renunciar fácilmente a mi tiempo libre, y un proyecto como ese lleva una cantidad de horas de trabajo que nadie se puede imaginar. Porque, para que se sepa, lo que cobra el autor es una porquería. Cuando os quejéis del precio de los libros de texto, pensad que quien se forra es la editorial.

Hace varios años me vinieron a buscar de una editorial dedicada sobre todo a libros de texto, aunque no únicamente (yo diría que la más importante de España en ese tema). Me propusieron escribir los textos para los cuatro cursos de ESO, y dije que no, porque a estas alturas de mi vida no estoy dispuesta a renunciar fácilmente a mi tiempo libre, y un proyecto como ese lleva una cantidad de horas de trabajo que nadie se puede imaginar. Porque, para que se sepa, lo que cobra el autor es una porquería. Cuando os quejéis del precio de los libros de texto, pensad que quien se forra es la editorial.

Intentaron convencerme entonces con el anzuelo de ver mi nombre en la tapa de unos libros, a lo que contesté que mi cuota de vanidad estaba ya cubierta. Que ya había visto mi nombre en la tapa de varios libros, y no unos manualillos de ESO precisamente. Luego me tentaron con la historia de que así tendría por fin el libro de texto que siempre hubiera querido tener. Y fue eso lo que me convenció, porque nunca había encontrado el libro de texto perfecto.

El caso es que empecé a trabajar en el proyecto. Hubo muchos inconvenientes y retrasos. Cuando ya llevaba un tiempo cambiaron los currículos y tuve que rehacer muchos temas. A todo esto, ya llevaba bastante trabajo hecho y todavía no había firmado el contrato. Cuando éste llegó a mis manos vi con sorpresa que me habían mandado el mismo contrato que estaba hecho desde el principio, y que no se habían cambiado las fechas. Concretando, el contrato me llegó un 28 de diciembre (al principio creí que era una broma) y en él aparecían fechas de entrega de material que habían pasado ya hacía dos meses.

Llamé a la editorial para decirles que rehicieran el contrato con fechas nuevas y que me lo volvieran a enviar. Entonces me llamó uno de los jefazos y tuvo lugar la siguiente conversación:

– Que me han dicho que no quieres firmar el contrato que te han enviado. ¿Qué pasa?

– Pues que el contrato tiene unas fechas equivocadas, que han pasado ya hace meses.

– Pero eso no tiene ninguna importancia.

– ¿Cómo? ¿De verdad piensa usted que voy a firmar un contrato que me pone ipso facto en una situación de incumplimiento con ustedes?

– Pero háblame de tú, mujer (todo esto con un tono como si fuéramos amiguetes de toda la vida). Da igual las fechas que aparezcan en el contrato. ¡Cómo íbamos a usar eso en contra tuya!

– Pues me deja usted de piedra (yo insistiendo con el usted y recalcándolo mucho). O sea, que cuando ustedes firman un contrato no se sienten obligados a tomar en serio las fechas que aparecen en él. Pues creo que con esto acabo de decidir que no voy a firmar este contrato ni tampoco cualquier otro que me envíen, pongan las fechas que pongan.

– Ja, ja, ja. Hay que ver lo en serio que te tomas las cosas. Por cierto, me han comentado que te está saliendo un texto con demasiado nivel. Tú lo que tienes que hacer es como un tebeíto para subnormales (frase literal).

– Bueno, esto es el colmo. Haga usted el favor de ocuparse de que me paguen lo que he hecho hasta ahora, que no tenemos más que hablar.

Entonces el fulano tuvo que darse cuenta de que debía cambiar de táctica, y no insistió más en ese momento. Pero al día siguiente me estaba llamando otra de las jefas. Seguro que el imbécil era un machista de esos que piensan que “las mujeres entre ellas se entienden mejor”.

La tal se pasó un rato larguísimo haciéndome la pelota (nunca me habían hecho tanto la pelota, y debo reconocer que me lo pasé muy bien), y yo la dejé que soltara todo el rollo que llevaba preparado. Cuando llevaba media hora hablando sola como una loca (debió creer que yo estaba impresionada), hubo una corta conversación:

– Bueno, pues si ha terminado ya, la dejo, que en media hora tengo que dar una clase.

– Es que estas cosas no son para hablarlas por teléfono, si te parece bien pasado mañana puedo estar en Cádiz y comemos juntas (otra con el tuteo).

– Ufff, no, qué horror. Comprendo que ustedes no tienen más remedio que trabajar mientras comen, pero yo me niego a esas cosas. Además, no hay nada que hablar. Si su compañero le ha dicho que yo estaba dudosa o algo así, le ha dado una información muy inexacta. Lo resumiré en pocas palabras. Su comportamiento me ha demostrado que no son ustedes gente de fiar porque se toman a guasa lo que aparece en un contrato, yo no soy la persona que ustedes necesitan porque no escribo “tebeítos para subnormales” y, sinceramente, estoy ya aburrida de este tema. Como no tenemos ningún contrato firmado, no hay más que hablar. Adiós y buena suerte.

Así se las gastan en las editoriales (por lo menos con los autores de los libros de texto) y así consideran a los alumnos. Y, para colmo, encima creen que los profesores vamos a elegir sus textos por el hecho de que nos hagan un regalito.

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