martes, 10 de septiembre de 2019

195. Verde y rojo (rojo sangre)

Los ecolofanáticos ya tienen un nuevo santo en su santoral. Se trata nada menos que de Genghis Khan. Sí, no estoy diciendo ningún disparate.

A los pueblos y civilizaciones que se ponían en su camino sólo les quedaban dos opciones: ser aniquilados o emigrar a otras tierras. Unos 40 millones de personas fueron aniquiladas. Muchos otros millones debieron quitarse de en medio. En resumen, tras de él quedaron enormes extensiones de tierra desiertas durante años o, quizás, generaciones. Eso provocó que en esas tierras, antes dedicadas al cultivo, la naturaleza salvaje volviera por sus fueros, y volvieran a crecer bosques en parte de ellas.

Algún pobre desgraciado con una vida muy vacía se ha dedicado a calcular cuántos millones de toneladas de CO2 se evitó enviar a la atmósfera (dice que más o menos unos 700 aunque, claro, el individuo tiene la ventaja de que no creo que haya otro ser tan patético como para dedicar tiempo a comprobar si el dato es acertado o no). En fin, que el sanguinario mongol era en realidad un pacífico verde que trató de aportar su granito de arena a la cuestión conservacionista. Y si se enfadaba y exterminaba a ciudades enteras con mujeres, niños y ancianos incluídos era por que pasaban los años y no le daban ni un premio Príncipe de Asturias ni nada.


Si contamos con que entre Stalin, Hitler, Mao, Pol Pot, Saddam Hussein, Begin, Idi Amin Dada, Videla, Pinochet, Tito, los Duvalier, Somoza y otros pocos se han llevado por delante a unos 200 millones de personas, podemos entretenernos calculando cuántos recursos hemos ahorrado, cuántos combustibles fósiles hemos dejado de quemar, etc.

Siempre está la posibilidad de ver el vaso medio lleno.


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