martes, 3 de septiembre de 2019

101. Otro día más

Aun a riesgo de resultar reiterativa (creo que lo he mencionado alguna vez), os cuento que la noche de ayer, como siempre, fue para mí una noche como otra cualquiera. Que cené alrededor de las 10, mientras me reía con las ocurrencias de Camera Café; que la cena consistió, como todos los días, en un yogur con muesli y un trocito de queso; que mi ropa interior no era roja, sino blanca, por azar, como podía haber sido marfil o beige; que me fui a la cama un poco antes de las 11’30, no porque sea una hora fija, sino porque me apeteció en ese momento; que me puse a leer una novela pero a los diez minutos ya se me cerraban los ojos y apagué la luz. Por lo tanto, las famosas campanadas que marcan el paso de un día corriente a otro igualmente corriente me pillaron dormida, como casi siempre; que ni por mi salud tomaría por la noche champán y uvas (dos productos que me desagradan), y que a pesar de todo jamás me ha venido ningún cúmulo de desgracias ni mi vida ha sido mejor o peor que la de los demás. Y además hoy me desperté a las 9’30, sin el estómago revuelto, sin resaca, y sin un montón de cacharros en la cocina para fregar y recoger.

Doy gracias al cielo por no haber vivido en el siglo IX, XIII u otro cualquiera donde dominaran las supersticiones.

Espero que todos los que han hecho justo lo contrario para evitar males, desgracias, aojamientos, parcas enfadadas, meigas rencorosas y destinos crueles, se encuentren tan bien como yo me encuentro ahora, dispuesta a hincarle el diente con ganas, en lugar de a las sobras de anoche, a un fantástico plato de carrilladas que mi madre prepara como nadie.

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