martes, 3 de septiembre de 2019

106. Otro poquito de indignación (inútil pero inevitable)

Imagina que eres bombero. Pero además uno ya con mucha experiencia, y que está al día de todos los adelantos. Imagina que ves en televisión una serie en la que en un episodio se trata de un asunto relacionado con tu profesión y que el jefe de bomberos o quien corresponda dice una sarta de tonterías y disparates sobre cómo apagar un incendio. O peor, incluso aconseja cosas que pueden resultar peligrosas de verse uno en un caso así.

Te indignas, te quejas, y siempre sale alguien que dice: “Pero no te sofoques tanto, sólo es una serie de televisión”. Pero tú sabes que mucha gente lo habrá tomado en serio, sólo porque el guionista no se molestó en documentarse bien.

Imagina que eres químico. Y un buen día, se estrena una superproducción norteamericana llena de estrellas de primera fila sobre la vida de Marie Curie. Y en esa película resulta que la Curie descubrió el radio y el polonio no por sus propias investigaciones, ni por las de su marido, sino porque se encontró en un desván los cuadernos de notas de otro químico, desconocido, que ya había hecho todo el trabajo y ella sólo lo aprovechó. O bien cuentan la verdad sobre su trabajo pero omiten el “pequeño detalle” de sus premios Nobel. Te indignas, te quejas, y siempre sale alguien que dice: “Pero no te lo tomes tan a pecho, sólo es una película. Seguro que el guionista ha introducido esas variaciones para darle más intriga a la cosa”. Pero tú sabes que para millones de personas esa película será la única vez que se acerquen al personaje de Marie Curie y tomarán a pies juntillas lo que se dice en la película.

Bien, pues eso me pasa a mí continuamente. Soy historiadora. No sólo he estudiado Historia sino que he pasado incontables horas en archivos helados o sofocantes, incómodos o polvorientos, para rascar unos cuantos datos que, convenientemente cotejados con otros y con bibliografía especializada, convertir luego en un libro, un artículo para una revista o una ponencia para un congreso.

Por eso, cuando veo anunciada una película o serie de televisión sobre tema histórico me echo a temblar. Porque sé que no pondrán en documentarse ni la milésima parte de interés que en el vestuario, o en la publicidad. Porque sé que sacrificarán la verdad en aras de la espectacularidad, o en los supuestos gustos de los espectadores.

Me he tragado los veinte primeros episodios de la serie “Los Tudor”. Veinte episodios, nada menos, para contar lo que ocurre desde el momento en que el matrimonio de Enrique VIII y Catalina de Aragón ya hace aguas y la muerte de Ana Bolena. Es decir, sólo una pequeña parte de la vida del rey, por lo que está todo contado con una minuciosidad que no había imaginado antes. Es casi como si lo contaran día a día. Cualquiera que la vea pensará que la documentación y la veracidad son extraordinarias. Pero como en otras películas de tema histórico no vacilan en alterar fechas y datos importantes.

Enrique Fitzroy
Un ejemplito nada más. En uno de los primeros episodios el rey tiene en 1519 un hijo bastardo con Lady Blount. Efectivamente, así fue. Además el rey hace algo muy importante, ya que en ese momento no tenía herederos varones: a diferencia de otros bastardos reales lo reconoce oficialmente como hijo suyo y lo presenta a la corte dándole el nombre de Henry Fitzroy (lo que quiere decir Enrique Hijo del Rey). Esto quiere decir que tiene un hijo varón reconocido guardado en la recámara para nombrarlo sucesor por si acaso no tuviera herederos legítimos varones más adelante. Esto es trascendental.

Fue criado como un príncipe en el Castillo Sheriff Hutton en Yorkshire. Su padre le tenía mucho cariño y se ocupó totalmente de su educación. Fitzroy fue nombrado conde de Nottingham y duque de Richmond y Somerset. Fue además gran almirante y teniente de los condados al Norte del Trent, cuando se le asignó casa propia, en vistas a prepararle en la administración del reino como paso previo a su legitimación para heredar el trono.

En 1533 se casó con Lady Mary Howard, la única hija del duque de Norfolk. En 1536 se puso enfermo. Pensaron que era tuberculosis y, finalmente, murió en ese año, el mismo año en que fue ejecutada Ana Bolena, justo cuando una ley pasaba al Parlamento para permitir que el rey le pudiese nombrar heredero.

Precisamente su muerte fue una de las acusaciones que se hicieron a Ana Bolena durante su proceso. Hubo sospechas de que ella le hubiera hecho envenenar para que así su hija Isabel se convirtiera en primera heredera al trono. En fin, la eliminación de un virtualmente heredero al trono de 17 años de edad no es un detallito sin importancia en la historia.

Pero en la serie, nada de esto pasa. Según la minuciosísima serie, el niño sólo aparece en dos o tres escenas y muere con tres o cuatro añitos, y se pasa por alto todos los datos anteriores. Por supuesto, en el proceso contra Ana Bolena ni siquiera aparece el tema, puesto que a la muerte de ese niñito Ana no había aparecido en la vida del rey.

A la vista de esto, temo que muchos otros acontecimientos de la serie se presenten de forma falsa, alterada, tegiversada. Porque yo no soy especialista en Historia de Inglaterra, de forma que se me deben haber escapado muchos detalles más.

Muchos pensarán que no se va a hundir el mundo por esa alteración de la historia. Por supuesto, pero, ¿era necesaria? ¿Mejora en algo la auténtica narración de los acontecimientos? ¿Es la Historia sólo un baúl para que los guionistas de cine y televisión no tengan que esforzarse demasiado en busca de buenos argumentos y la cuenten de forma que no haya manera de reconocerla? ¿Tan poca importancia tiene la verdad? ¿Para que nos molestamos en enseñarla si para millones de personas esta serie va a quedar como única referencia, como único acercamiento al asunto?

Tengo mucho mucho más que comentar sobre esta serie, pero lo dejaré para otro pos, que no quiero ponerme pesada, Pasemos a otro tema.

Tampoco es un inconveniente para los guionistas para mentir el hecho que se trate de un tema mucho más cercano en el tiempo. Cuando se estrenó “Carros de fuego” todavía vivían algunos de los protagonistas de aquellos acontecimientos, muy mayores ya, y para alguno de ellos fue un mazazo ver cómo se atribuían hazañas atléticas propias a Harold Abrahams. Se inventaron algunos de los personajes principales de la película, se ocultaron fracasos de Abrahams y triunfos de Eric Lidell, el otro protagonista. Y todo para mayor gloria de Abrahams. ¿Era necesario todo eso cuando los acontecimientos estaban tan recientes que había aún protagonistas vivos? ¿Merece la pena que por incluir un detalle sin importancia en la película un anciano que había sido nada menos que Presidente del Comité Olímpico Británico viera indignado cómo se atribuía a otro un record logrado por él? Incluso se mintió en detalles de su vida familiar. Aprovechando la coincidencia en el nombre (Sibyl), en la película dan a entender que Abrahams se casa con una popular actriz y cantante de la época, famosa sobre todo por su protagonismo en la opereta “El Mikado”. En realidad se casó con una cantante sustituta a la que nunca llegó a ver actuar en esa obra.

Luego están las meteduras de pata. El entrenador de Abrahams dice en la película que es un problema que el gran atleta norteamericano Jason Shorts sea más alto que él. Luego resulta que eligen para representarlo a un actor bastante más bajo que el actor que representa a Abrahams.

En fin, para qué seguir. Aunque algunos digan que no merece la pena, yo sigo indignándome. Y porque contar la verdad de todas las épocas lo más fielmente posible es mi profesión, imagino que a cada uno en su profesión le pasaría lo mismo.





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