Hace como tres semanas recibí una carta de la Consejería de Educación. Se me comunicaba que habían detectado algunos errores en nóminas pasadas, de hace más de seis meses, por cierto (muy espabilado y muy dinámico el descubridor del error. Es como para estar tranquila sobre quien maneja tu sueldo). En resumen, que allá por no sé cuándo se me habían pagado casi 200 euros más por un concepto, y en el mismo mes se me habían pagado 95 euros menos por otro. Y para regularizar la situación, se llevaría a cabo el ajuste pertinente en la nómina de octubre. Bien, me resigno a que en octubre mi sueldo será de unos 100 euros menos.
Hace un rato consulto mi nominilla en Internet. Antes te la enviaban a casa pero ahora, para ahorrar papel y ser buenos y ecológicos, te la tienes que descargar en un documento pdf. O sea, que papel se gasta el mismo, pero en vez de gastarlo ellos lo gastas tú.
Cuando veo la cifra del líquido a cobrar abro y cierro los ojos varias veces seguidas, por si me estaban bailando los números. Esperaba cobrar 100 euros menos y resulta que este mes voy a cobrar 900 euros más. No es ningún error. Efectivamente, me han descontado los 100 euros, pero al mismo tiempo me han pagado unos 1000 euros de atrasos de los que no estaba avisada. No me asombro demasiado, porque con esta gente ya estoy curada de espanto (véase mi post Calvario burocrático).
Me pregunto: ¿Qué trabajo les costaba, al mismo tiempo que me avisaban de una cosa, avisarme también de la otra? ¿Qué placer perverso sacarán de tener a una persona dándole vueltas al tema de que al mes siguiente vas a tener 100 euros menos, cuando en realidad vas a tener 900 euros más? En mi caso no representaba un problema, pero en algunas familias, que van muy ajustadas con los gastos fijos mensuales, habrán estado tres semanas haciendo cálculos de por dónde podrían evitar gastar esos 100 euros. ¿Hay que ser un sádico para trabajar en el departamento de nóminas de la Delegación?
En fin, que al final ha sido una alegría inesperada. Tanto, que no he podido evitar encargar una tarta de chocolate y frambuesa para recogerla a la hora de la comida, cuando regrese a casa. Lo malo es que en otra ocasión lo mismo me toca el caso contrario.
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