domingo, 1 de septiembre de 2019

66. Me sobran 30 años

Llevo cinco días de vacaciones. Cinco días de tranquilidad absoluta, sin horarios, sin obligaciones. En esos cinco días he empezado tres post distintos, que he desechado a los pocos párrafos, porque me he dado cuenta de que lo que quiero escribir es otra cosa. Algo que no se me ha ocurrido de pronto, algo sobre lo que he reflexionado muchas veces, algo que no es producto de un disgusto, de un arrebato, de una alteración de cualquier tipo. Al contrario, es el resultado final de una meditación que sobreviene cuando no estoy agobiada por los compromisos y las prisas.

Nunca ha salido de mi cabeza, nunca lo he comentado con nadie, nunca lo he dicho en voz alta. Lo escribo aquí porque me apetece, pero no es mi intención comenzar una discusión sobre el tema. No espero que nadie me dé la razón ni que me la quite. Por eso este post tiene deshabilitada la opción de dejar comentarios.

Tengo cuarenta y ocho años. En circunstancias normales se puede esperar que viva otros treinta en buenas condiciones, si no más. Quitando el tema de la fibromialgia, ahora bastante controlado, tengo una salud de hierro. Tengo un trabajo que, aunque nunca fue mi primera opción, me gusta, aunque tampoco tengo la menor intención de hacer de mi trabajo el motor de mi vida. No es para tanto. Es algo que muchísima gente puede hacer tan bien o mejor que yo, y donde no se notará para nada mi ausencia cuando ya no me dedique a ello. De la que fue mi primera elección, la arqueología, disfruté los años que pude hasta que físicamente ya no me sentí capaz. Fueron unos años estupendos, sobre todo por la gente que conocí y que me llevó además a hacer todos esos viajes maravillosos que, hasta el día de hoy, creo que es lo mejor que he hecho en la vida.

Tuve mi correspondiente época de “vanidad intelectual”, cubierta suficientemente con publicaciones, conferencias, cursos, etc. De aquellas inquietudes sólo queda pereza y hastío cuando veo cómo la gente es capaz de pegarse puñaladas traperas con tal de conseguir que su nombre figure en negro sobre blanco en determinados lugares.

Gano más dinero del que necesito. Aunque me doy algunos caprichos, en general soy una persona austera. No debo a nadie ni una peseta y tengo unos ahorritos que me dan cada mes una renta de más de 500 euros limpios. Como no tengo necesidad, no toco para nada esa renta ni tampoco parte de mi sueldo, de forma que mi capital aumenta poquito a poco. Y eso que todavía no he heredado a nadie de mi acomodada familia. Sin embargo, no tengo ningún proyecto futuro en el que emplear ese dinero. No tengo hijos ni sobrinos, así que por ahí tampoco hay planes.

En mi familia son muy aficionados a hacer testamentos continuamente, en un intento de controlar férreamente lo que pase con sus bienes después de su muerte. Yo ni siquiera me he planteado hacerlo. Siento bastante desapego por todo lo material hasta el punto de que me da exactamente igual lo que vaya a ser de lo mío cuando yo muera. Creo que no soy egoísta, pero tampoco una filántropa. No me siento con energías suficientes para dedicar mi tiempo libre a hacer buenas obras, ni creo que eso fuera a llenar mi vida en absoluto.

Hasta ahora he vivido muy bien, lo reconozco. No tengo quejas, aunque en varias ocasiones de mi vida me impidieron tomar el rumbo que yo había decidido. Pero vamos, que tampoco ha sido para hacer una tragedia de ello. En general, sólo puedo estar agradecida a la vida.

Pero ya está. He ido quemando etapas y he llegado a todas mis metas. Habrá quien crea que eso ocurre porque me he puesto metas muy poco ambiciosas. Es posible, pero tampoco envidio a los que se las han puesto tan altas que todavía siguen corriendo hacia ellas. Tengo el convencimiento de que nada puede despertar ya mi interés durante algo más que un rato o unos días. Carezco de proyectos y de objetivos para el resto de mi vida. La sola idea de que los próximos treinta años sean una simple y monótona repetición de lo que está siendo el momento presente puede hacer que me olvide de lo que me ha gustado mi vida hasta el momento.

En resumen, que me sobran los próximos treinta años. No me importaría lo más mínimo quedarme dormida tranquilamente y no volver a despertarme. Ni siquiera pediría un pequeño margen de tiempo para hacer esas cosas que algún día quise hace y nunca pude. Al contrario que en la película de Jack Nicholson y Morgan Freeman (Ahora o nunca), si me anunciaran que me quedan X meses de vida, creo que me limitaría a no hacer nada. Y dudo mucho siquiera que se lo contara a alguien.

Me parece bastante penoso que personas de mi edad, más jóvenes y más viejas, estén muriendo cuando todavía sienten que les queda tanto por hacer. Que hace sólo unos días muriera el padre de unos alumnos míos, dejando solos a dos niños extraordinarios de 15 y 13 años; que mi amigo J. esté ahora mismo en un hospital, muriéndose de un cáncer que hace sólo un mes todavía no había dado la cara; o que Anthony Minghella no vaya a poder dirigir otras películas preciosas que seguro tendría en mente.

Es una lástima que no se puedan regalar años de vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario